ANÁLISIS DEL EPISODIO
2, SEGUNDA ESCENA, DE “ANTÍGONA”
El
episodio 2 está dividido en tres escenas: en la primera, se presenta el Guardia
llevando a Antígona como prisionera, y le informa a Creonte que la descubrieron
enterrando a Polinices; en la segunda, Creonte le pregunta a Antígona si esto
es cierto, y al responderle ésta que sí, se genera una discusión entre ambos
personajes (el héroe trágico y su antagonista); y en la tercera, aparece
Ismena, quien es acusada por Creonte de ser cómplice de su hermana, pero aunque
Ismena quiere compartir la responsabilidad y castigo, Antígona no se lo
permite. La escena 3 finaliza con una discusión entre Creonte e Ismena.
Nos centraremos,
por tanto, en la discusión entre Creonte y Antígona. Esta escena puede
dividirse en cuatro núcleos semánticos: en el primero, Creonte realiza un
interrogatorio a Antígona para averiguar si la acusación del Guardia es veraz,
y Antígona le responde que no sólo hizo lo prohibido, sino que además conocía
el decreto del rey con la prohibición; en el segundo, Antígona expresa en un
extenso parlamento su justificación para haber violado la ley de Creonte; en el
tercero, es Creonte quien se explaya en un parlamento extenso desarrollando su
punto de vista sobre la actitud de Antígona, y anuncia que será castigada, así
como su hermana, a quien considera su cómplice; finalmente, en el cuarto núcleo
semántico se produce un diálogo de parlamentos cortos donde cada uno muestra su
carácter y la idea que los mueve a actuar como lo hicieron.
Primer
núcleo semántico: EL INTERROGATORIO.
En este breve
interrogatorio que realiza Creonte a Antígona quedan patentes varios conceptos.
El primero es el clasismo que imperaba en esa sociedad en ese tiempo. El
Guardia (un súbdito de clase baja, servidor de palacio) aprehende a Antígona,
que es una princesa, y le informa al rey que la sorprendió realizando honras
fúnebres a Polinices, lo cual Creonte había prohibido en un decreto, debido a
que lo consideraba un traidor. No así a su hermano Etéocles, a quien sí
concedió sepultura tal como lo indicaban las costumbres de esa cultura. Sin
embargo, la palabra del guardia no basta para condenar a una princesa, y
Creonte interroga a Antígona al respecto, mediante una serie de tres preguntas
escalonadas.
1-
“CREONTE
–Tú, tú, que inclinas la cara al suelo, ¿afirmas haberlo hecho o lo niegas?
ANTÍGONA –Afirmo que lo he
hecho y no lo niego.
CREONTE –(al guardia) Tú
puedes ir donde quieras, libre y descargado de esta acusación.”
El diálogo revela que si Antígona hubiese
decidido negar su acción, el Guardia habría sido condenado a muerte, pues se le
hubiera creído a la princesa por encima de un guardia. Sin embargo, Antígona no
sólo tiene un alto nivel moral, lo cual le impide negar su responsabilidad y
acusar a un inocente de su transgresión, sino que además está convencida de
haber hecho lo correcto. Sólo cuando ella afirma que es verdad que ella estaba
sepultando a su hermano Polinices, Creonte libera al Guardia de toda posible
culpa.
2-
“CREONTE
–Tú (a Antígona) responde en una palabra: ¿sabías que estaba prohibido hacerlo?
ANTÍGONA -Lo sabía. ¿Cómo no lo había de saber? La
orden estaba clara.”
La segunda pregunta de Creonte le da a su
sobrina otra oportunidad para salir indemne de la situación, lo cual demostraría
que en principio no tenía mala voluntad contra ella, aunque Antígona piensa lo
contrario (en el Prólogo define a Creonte como enemigo): sólo bastaba que
hubiese dicho que no estaba enterada del decreto del rey para no sufrir castigo
alguno. Pero Antígona no sólo no desea eludir el problema, sino que se jacta de
haberlo desobedecido. Su actitud desafiante procede de su soberbia, del orgullo
de sentir que ha realizado una hazaña, pero también de su convicción de haber
actuado a conciencia, cumpliendo las leyes que considera sagradas. Este ímpetu
revela su carácter decidido y la pasión propia de la juventud con que defiende
sus ideas.
3-
“CREONTE
-¿Y te atreviste con todo a violar tales leyes?”
Creonte
está indignado, quiere saber cómo su sobrina se atrevió a violar su decreto.
Aquí se plantea el conflicto establecido entre leyes sagradas (provenientes de
los dioses) y leyes humanas (el decreto de Creonte), que Antígona desarrollará
en su parlamento extenso.
En conclusión, Creonte en dos ocasiones brinda
a Antígona la oportunidad de no ser condenada (primero le pregunta si es verdad
que ella lo hizo, y Antígona pudo negar su acción pero no lo hace, luego le
pregunta si conocía el decreto, y ella pudo negar conocerlo, pero no lo hace),
sin embargo ella no quiere evitar la confrontación, sino que desafía al rey por
varias razones, algunas de las cuales se explican por el carácter y edad de
Antígona.
Segundo núcleo semántico: EL
PARLAMENTO EXTENSO DE ANTÍGONA.
Si bien Antígona es movida por la pasión
propia de su juventud, y su idealismo la empuja a actuar con decisión y coraje,
arriesgando su propia vida, no podemos afirmar que actúe sólo por impulso. En
este parlamento demuestra que existe reflexión en ella, y que exhibe una serie
de razonamientos a su interlocutor, sin acobardarse por el rango de Creonte (es
el rey, y por tanto tiene el poder de decidir de manera absoluta sobre su vida,
porque aunque era una princesa, también es súbdita), ni por su edad (ella es
una adolescente, en tanto Creonte era un hombre adulto), ni por su género (en
la sociedad patriarcal griega una mujer no tenía los mismos derechos civiles
que un hombre), ni siquiera por afrontar sola sin ningún apoyo la situación
(violar el decreto del rey sepultando a su hermano y luego confrontarlo
públicamente, totalmente sola), más allá de que para llegar a este punto límite
debió ser dominada por un impulso poderoso.
Cuando Creonte le pregunta cómo se atrevió a
violar su decreto, el primer argumento en la respuesta de Antígona es el
siguiente:
“ANTÍGONA –No era Zeus quien
me imponía tales leyes, ni Diké, que vive con los dioses subterráneos, la que
ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos tuvieran tanta
fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes inmutables
y no escritas de los dioses, que no son de hoy ni son de ayer, sino que viven
en todos los tiempos y nadie sabe cuándo aparecieron. No iba yo a incurrir en
la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de un
hombre.”
Antígona aquí expresa su punto de vista
acerca del conflicto que desarrolla la obra. Existe una confrontación entre las
leyes de los dioses y la ley humana, representada por el decreto del rey
Creonte. Esta confrontación, sin embargo, a ojos de Antígona -y no lo
olvidemos, también de Sófocles, el autor- no debería existir. Lo que describe
Antígona es el hybris de Creonte, quien se excede pretendiendo legislar en
temas que, según su cultura, competen a los dioses, como son los rituales
fúnebres que deben realizarse a los muertos. Así, ella contrapone el poder de
los dioses, que son inmortales, y cuyas leyes Antígona describe como inmutables
(o sea, que no pueden cambiar) y eternas, con el poder efímero y limitado de
quien, aunque sea rey, es mortal, y por tanto sólo manda en el plano humano,
pues resulta débil y vulnerable frente a
los poderosos dioses. Esa separación de planos Antígona la tiene muy clara, no
así Creonte, quien cae en hybris al intentar equipararse, consciente o
inconscientemente, con los dioses, decretando una ley que contradice lo que
éstos ordenan. Antígona expone al rey
públicamente, sugiriendo que se equivoca, e incluso lo desmerece cuando
describe sus actos como “caprichos de un
hombre”. Lo rebaja para ponerlo en su lugar (no es nadie comparado con los
dioses) y lo acusa de poseer un defecto que lo cuestiona en su capacidad para
gobernar (un buen rey no debería guiarse por sus caprichos a la hora de tomar
decisiones tan importantes para su pueblo). Esta crítica tiene un enorme peso
porque fue dicha delante del Coro, que representa al Consejo de Ancianos de la
ciudad, y porque además proviene de una hija de Edipo, en quien Creonte
encuentra un modelo difícil de superar, y que le provoca inseguridad cuando
piensa en la comparación que pueda hacer la población entre su desempeño y el
de Edipo, que a pesar de su oprobioso final fue un rey muy amado y respetado.
Antígona en su parlamento menciona a dos
divinidades: Zeus y Diké. Zeus es el rey de los dioses, a quien se denomina
“padre de los dioses y de los hombres”, y que gobierna sobre dioses y mortales
desde el Olimpo. Es el dios del rayo, quien domina sobre el cielo, el encargado
de sostener el orden y la justicia del mundo, el más importante del panteón griego. La diosa
Diké es hija de Zeus, y se la conoce como la deidad de la justicia reparadora,
la vigilante de la conducta de los humanos, premiando a quienes respetan las
reglas, y castigando a quienes las transgreden. En sí, Diké no sólo define a
una diosa antropomorfa perteneciente al panteón mitológico de los antiguos
griegos, sino también a la noción más abstracta de justicia y su aplicación en
la comunidad. Las acciones de Antígona proceden de ese concepto básico y fundamental
de justicia, y hasta podríamos interpretar que el hybris de Creonte puso en
marcha un mecanismo de castigo que se materializó en Antígona como personaje
conductor de la justicia reparadora y la ley divina: el héroe trágico comete
una falta grave (decide no sepultar a un muerto, violando las leyes sagradas) y
Antígona, en representación de Diké, reacciona oponiéndose, y cuando Creonte
decide acallarla, condenándola a muerte, esta muerte se le vuelve en contra,
desencadenando el castigo para el protagonista, ya que debido a ella es que
tanto Hemón, hijo de Creonte, como Eurídice, esposa de Creonte y madre de
Hemón, deciden suicidarse.
Antígona finaliza su reflexión de esta
manera: “Que había de morir ya lo sabía,
¿cómo no?, aunque nada hubieses decretado. Y si muero antes de tiempo, es una
ventaja para mí, porque quien vive en medio de males, como yo, ¿cómo no ha de
obtener ganancia muriendo? Así que a mí morir ahora no me duele poco ni mucho;
me duele, sí, que el cadáver de mi hermano quedase insepulto; todo lo demás a
mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizá parezco loca, a
quien es loco.”
Antígona habla de su propia
muerte restándole importancia, como si no le temiera ni le doliera pensar en
dejar este mundo, a pesar de su juventud, del escaso tiempo vivido. Y justifica su afirmación apoyándose en dos
conceptos: su condición de mortal y de ser efímero frente a lo eterno, como
todo humano, y su terrible historia de
vida. Esa expresión de vivir en medio de males refresca al espectador de la
obra de Sófocles la maldición que cayó sobre Layo por su crimen y que afectó a
tres generaciones (Layo –Edipo –los hijos de Edipo), además de las faltas
cometidas por Edipo, que tuvieron repercusiones de toda índole (el suicidio de
Yocasta, la ceguera y el exilio de Edipo, la disgregación de la familia, el
desprestigio, la disputa por el poder entre los hijos varones de Edipo,
Etéocles y Polinices, que terminaron matándose entre sí). En otras palabras,
Antígona plantea que para ella sería un alivio morir, una confesión muy fuerte
en tanto tiene como interlocutor a su tío. Por otra parte, más allá de que esto
sea verdad en cuanto a sus sentimientos, no hay duda que también es un recurso
para disminuir el poder de Creonte sobre ella. Al plantearle a quien
posiblemente la condene a muerte que a ella morir no le importa, le resta
fuerza a la medida, y poder a quien la imparte. Al mismo tiempo, jerarquiza el
no darle sepultura a su hermano como el principal dolor, poniendo en segundo
término su propia vida, resaltando así su actitud idealista y de sacrificio.
El parlamento finaliza aludiendo a la locura
como sinónimo de alguien inadaptado, que quebranta las reglas. Antígona plantea
la confrontación con Creonte partiendo de la base de que seguramente para
Creonte ella esté “loca”, o sea, es una rebelde, una transgresora. Y siguiendo
el mismo pensamiento, Antígona cree que quien está loco es Creonte, porque se
atrevió a dictar una orden que contradice las leyes de los dioses. Este
concepto final del parlamento ilustra la incomprensión mutua que existe entre
ambos personajes, y cómo son opuestos en ciertos aspectos. Por ejemplo, ambos
tienen un fuerte carácter y caen en hybris, aunque lo hacen defendiendo
conceptos opuestos: Antígona defiende las leyes divinas y los derechos
individuales (sepultar a su hermano); Creonte defiende las leyes humanas y el
derecho de la ciudad o comunidad, representados por los decretos del rey.
Tercer núcleo semántico: EL
PARLAMENTO EXTENSO DE CREONTE.
Entre el parlamento de Antígona y el de
Creonte media una intervención del Corifeo, personaje que surge del Coro, y que
representa la voz del Consejo de Ancianos: “Inflexible
se muestra la niña, digna hija de un inflexible padre. No sabe doblegarse ante
la desgracia”. Este concepto puede contener una crítica, pero también es
indudable el tono admirativo respecto a la dignidad y el orgullo que Antígona,
según el Corifeo, heredó de su padre. Esta intervención no hace sino azuzar a
Creonte, quien se encuentra con el orgullo herido, ya que Antígona lo desafía y
lo humilla públicamente, acusándolo de cometer errores, de ser vanidoso,
caprichoso y poco racional, todas acusaciones graves tratándose de un rey,
quien debe demostrar templanza, ecuanimidad y buen criterio para gobernar. Por
este motivo, Creonte en su parlamento intentará humillar y disminuir a
Antígona, y el primer recurso que emplea es no dirigirle la palabra
directamente, sino hablar acerca de ella pero dirigiéndose al Corifeo,
restándole así importancia, dando a entender que ella no está a su nivel como
para establecer un debate entre pares.
El segundo recurso para descalificarla es
emplear una serie de analogías en las cuales la compara con lo que él considera
es inferior. Creonte emplea un lenguaje elevado, y lo muestra en este pasaje
donde se reúnen varios recursos retóricos. Realiza una enumeración, que
consiste en mencionar de manera sucesiva elementos del mismo valor, que en este
caso son imágenes metafóricas, pues podemos visualizarlas y cada una de ellas
representa a Antígona: “Pues los
espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces
verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y
se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede
tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.” La enumeración incluye tres elementos,
mencionando en primera instancia un elemento inanimado (el hierro), en segundo
lugar un animal irracional (los caballos), y en tercer término a un ser humano
pero que en esa sociedad era considerado inferior y dependiente (el esclavo).
La imagen del hierro hace hincapié en que este metal es fuerte, resistente,
pero que al calentarlo en el fuego, al enfriarse se quiebra. Es evidente la
analogía con la situación de Antígona, la semejanza que resalta la metáfora, ya
que el Corifeo destaca la inflexibilidad de la princesa, y Creonte toma lo que
parece una alabanza y lo convierte en un defecto, pues a su parecer, lo
inflexible movido por el calor de la pasión, al enfriarse (reflexionar)
terminará quebrándose. En cada imagen metafórica Creonte se incluye directa o
indirectamente. En la primera donde asemeja a Antígona con el hierro, suponemos
que Creonte es el herrero que enciende el fuego, y moldea el hierro a su
parecer, otorgándose a sí mismo el rol del que controla y domina. Del mismo
modo ocurre en la segunda imagen metafórica, en que equipara a Antígona con
caballos enfurecidos que él es capaz de domar “con un pequeño freno”. Nótese
aquí la soberbia de Creonte que se jacta frente al Consejo de Ancianos de tener
todo bajo control y de su poder, mientras inferioriza a Antígona comparándola
con animales desbocados, irracionales y fuera de control, pero que están al
servicio del hombre. Esta actitud altanera esconde gran inseguridad, porque
quien realmente tiene dominio de la situación no necesita jactarse de ello
frente a otros. Esto responde a que Creonte siente que Antígona lo desafió en
público, y se siente obligado a demostrar que él es quien manda, y que puede
superar la imagen positiva que dejó Edipo en la gente. Del mismo modo funciona
la imagen metafórica del esclavo, dando a entender que Antígona en ese vínculo
es la esclava, y él el dueño.
Ahora bien, este pasaje del discurso de
Creonte revela más de lo que el héroe trágico desea, ya que por un lado notamos
las intenciones del personaje, pero por otro está la voluntad del autor y sus
objetivos. La enumeración que realiza Creonte tiene como fin rebajar a Antígona
y retomar el dominio de la situación, la describe como soberbia y la minimiza,
considerándola un juguete en sus manos. Pero lo que no sabe Creonte, lo que no
logra ver, es que todo lo que describe acerca de su sobrina, es lo que en
realidad le ocurrirá a él en manos de los dioses, según la visión de la época y
de Sófocles. Así, él es el hierro que los dioses quebrarán cuando se enfríe, él
es esos caballos desbocados que los dioses dominarán con un pequeño freno, y es
el esclavo que no puede tener altivos pensamientos. ¿Cómo es que Creonte se
describe a sí mismo sin darse cuenta? Porque padece lo que se conoce como
ceguera trágica o até, lo cual consiste en la incapacidad de ver la realidad y
el destino trágico que le espera, y lo induce a cometer errores. En este caso es evidente que Creonte no es
capaz de percibir que más que describir a Antígona se describe a sí mismo. Se
produce así una ironía trágica, que aparece cuando el personaje no es
consciente de que sus palabras resultan irónicas, ya que como se explicó,
padece ceguera trágica. O sea que es una ironía que proviene del autor y que se
dirige al público, utilizando al propio personaje como herramienta. La ironía
está en que cuando Creonte piensa que describe a Antígona y su próxima derrota,
no sabe algo que el público sí, que es
que en realidad está anticipando lo que le ocurrirá a él.
“Soberbia estuvo cuando, confiada, violó las
leyes decretadas, y soberbia es cuando se envanece de haberlo ejecutado.
Ciertamente, entonces, que ahora no sería yo el hombre sino ella, si tanta
audacia quedara impune. Y aunque sea hija de mi hermana y más pariente que los
que comparten mi Zeus protector, ella y su hermana no han de escapar de los
suplicios más atroces, pues también a la otra la condeno igualmente como
cómplice del mismo enterramiento.” La ironía trágica continúa cuando Creonte
acusa a Antígona de ser soberbia, siendo que para el griego de ese tiempo, no
había mayor soberbia que desconocer las leyes de los dioses, pretendiendo así
equipararse a ellos, y esa acción la realiza Creonte, no Antígona. Recordemos
que Antígona no irrespeta el decreto de Creonte simplemente porque quiera
oponérsele o rebelarse sin causa, lo hace porque siente que Creonte está
violentando sus derechos individuales y las leyes sagradas, prohibiendo que le
brinde rituales fúnebres a uno de sus hermanos. Al equivocarse Creonte, conduce
a error a quienes dependen de él y de sus decretos, puesto que tanto Antígona
como Ismena intentan actuar correctamente, pero es imposible porque el punto de
partida es errado. Antígona, como Creonte, cae en hybris porque su orgullo es
desmesurado y transgrede los límites, e Ismena, aunque intenta mantenerse en
sofrosine, al no sepultar a su hermano por seguir las órdenes de Creonte,
incumple las leyes sagradas.
Otro aspecto a destacar en
este fragmento es la necesidad que tiene Creonte de manifestar su superioridad
debido a su hombría. Afirma que él es el hombre, no Antígona. Podemos deducir
que Creonte percibe rasgos de virilidad en su sobrina, asociados con el areté
masculino (coraje, audacia, elocuencia), y se siente desafiado, y da a entender
que frente a ese desafío debe reaccionar o se lo acusará de ser cobarde, de tener
poco carácter o ser poco hombre. Al sentirse menoscabado en su hombría, piensa
que se debilita como rey, y responde enérgicamente proclamando un castigo. Este
prejuicio parte de los valores culturales de esa época, en que la sociedad era
patriarcal. En este pasaje, además, por un lado, Creonte reconoce el lazo que
lo une con Antígona y hasta qué punto parece antinatural el castigo que impondrá,
pues necesita justificarse (“Y aunque sea
hija de mi hermana”…), y por otro, muestra su inseguridad y lo errado de su
percepción, pues supone que Ismena participó en el enterramiento, cuando no fue
así. Es otro de los tantos errores que comete Creonte y que muestran que si
bien no hay maldad en él, es falible e imperfecto. Incluso podemos afirmar que
muchos de sus errores parten no sólo de una incapacidad para ver la totalidad
de las circunstancias, sino sobre todo, de su temor e inseguridad. Necesita
reafirmar constantemente su valía como rey de manera pública.
“Llamadla acá; hace un momento la he visto
por casa presa del furor y fuera de sí; porque la conciencia de aquellos que
nada bueno traman secretamente, les acusa de su crimen antes de que se les
descubra. Yo detesto a aquellos que sorprendidos en el delito, quien adornarlo
como algo honroso.” En el último pasaje de su parlamento,
Creonte al parecer se refiere a Ismena, sin embargo los conceptos ilustran la
manera de actuar de Antígona. Durante todo su parlamento, Creonte se muestra
fiel a su intención inicial de no dirigirle la palabra a Antígona: habla con el
Corifeo acerca de ella, y al final supuestamente habla sobre Ismena, pero lo
cierto es que lo que comenta son las acciones y discurso de Antígona, pues con
Ismena aún no habló, y con Antígona sí, quien dio a entender que sus acciones
eran las justas y correctas, y Creonte era el equivocado. Es evidente que
Creonte está con el juicio nublado, pues las expresiones de alteración de
Ismena no responden a que haya sido cómplice del enterramiento, sino a su
preocupación por la suerte de su hermana. Sin embargo, antes de hablar con Ismena,
prejuzga, obnubilado por su ira y su orgullo herido, un comportamiento erróneo
tratándose de un rey, quien debe gobernar con altura y ecuánimemente. En este
parlamento se evidencia que Sófocles, el autor, desliza críticas a quienes, por
tener poder, gobiernan de manera arbitraria y despótica. Por esto en el Prólogo
Antígona habla del tirano, y en su parlamento en este mismo episodio, habla de
caprichos para referirse a la voluntad del rey.
Cuarto núcleo semántico: EL
DEBATE ENTRE ANTÍGONA Y CREONTE.
Sófocles, como creador, no piensa solamente
en los conceptos que desea transmitir, sino también en la representación y en
la necesidad de concitar el interés de su público. Por este motivo alterna
parlamentos más extensos con diálogos de parlamentos breves, que generan un ir
y venir en la discusión. La antigua tragedia griega, por definición, reúne tres
géneros literarios (la base es un mito, y en la representación se alternan
pasajes dramáticos con pasajes líricos), pero en este caso, es una elección
personal la de matizar los parlamentos, alternando extensos con breves, dándole
otro ritmo a la representación.
“ANTÍGONA -¿Deseabas algo
más grave que atraparme y darme muerte?
CREONTE –Sólo eso; y
haciéndolo lo tengo todo.
ANTÍGONA –Entonces, ¿a qué
aguardas? Tus palabras no me gustan, y a ti las mías no te agradan. ¿Pude
realizar hazaña más gloriosa que la de dar sepultura a mi hermano? Eso, todos
los presentes lo aprobarían, si el miedo no les cerrara la boca. Los tiranos
tienen entre mil ventajas la de hacer y decir impunemente lo que quieren.
CREONTE –Eres tú la única de
los Cadmeos que lo ve así.
ANTÍGONA –Así lo ven también
éstos, sólo que se callan por ti.”
Nuevamente nos encontramos con una Antígona
que intenta rebajar el poder de Creonte minimizando el impacto de sus
sentencias y castigos. ¿Acaso hay algo más grave que condenar a muerte?
Antígona da a entender que sí, pero en realidad lo que pretende es señalar que
la muerte para ella no es un castigo terrible.
Creonte tiene otra postura y considera que
la condena a muerte es suficiente sentencia. En este momento parece haber
dejado de lado, como lo hizo con Polinices, el valor del lazo de sangre que tiene
con su sobrina, anteponiendo supuestamente su cualidad de gobernante a sus
afectos personales, sin embargo, lo que ocurre es lo opuesto, pues se deja
llevar por sus emociones (la ira, la inseguridad, el temor, el orgullo herido) para
juzgar y condenar.
Antígona insiste en querer demostrar que no
le teme a la muerte, sugiriendo que cuanto antes muera, mejor. Y se jacta de
haber realizado una hazaña (otra evidencia de su hybris), en cumplimiento de
las leyes sagradas y en ejercicio de sus derechos individuales. Es muy
importante la afirmación de que la comunidad aprobaría su conducta si no le
temiera a Creonte por su poder, por sus actitudes de tirano. Se confirma que al
autor (Sófocles) este tipo de conductas de los gobernantes le resultan
inadecuadas y denunciables.
Creonte afirma que es la única que piensa
que su conducta fue correcta, pero Antígona le insiste en que no es así, y que
los demás se callan por temor a las represalias del rey. En esta discusión,
seguramente Antígona tenga razón, ya que el decreto de Creonte iba en contra de
las leyes religiosas y consuetudinarias de su ciudad. Tal vez espera que el
Consejo de Ancianos se pronuncie a su favor y le brinde apoyo, algo que no
ocurrió, quizás por lo que ella misma denuncia: tienen miedo. Es en este punto
que notamos la soledad de Antígona, una joven que ya no tiene a ningún familiar
que la respalde, frente a Creonte. Antígona es mujer, es joven, y si bien es
princesa, ha perdido de manera trágica a todos sus familiares que podrían
defenderla. Creonte es un hombre adulto, es el rey, y tiene todo el poder del
estado a su disposición. La diferencia de fuerzas es notoria, y sin embargo
Antígona no se calla. Esto acrecienta el valor de su figura con una mirada más
moderna; los antiguos griegos podían pensar que se excedía, que era demasiado
audaz.
“CREONTE -¿Y no te da
vergüenza de pensar distinto que los demás?
ANTÍGONA –No es para dar
vergüenza el honrar a mi hermano.
CREONTE -¿Y no era hermano
tuyo también el que murió en el bando contrario?
ANTÍGONA –Hermano de un
mismo padre y de una misma madre.
CREONTE -¿Y cómo haces
obsequios que son injurias para el otro?
ANTÍGONA –No diría lo mismo
el muerto.
CREONTE -¿Cómo no, si en tus
obsequios le igualas al traidor?
ANTIGONA –Es que no es
ningún siervo; es un hermano el que ha muerto.
CREONTE –Un hermano que
estaba devastando nuestra patria, cuando el otro, resistiéndole, la defendía.
ANTÍGONA –Con todo, el Hades
pide igualdad de derechos.
CREONTE –Pero los buenos no
han de ser igualados a los impíos.
ANTÍGONA -¡Quién sabe decir
si allá abajo se dan por buenas tales leyes!
CREONTE –Jamás el enemigo ha
de ser amigo aún después de muerto.
ANTÍGONA –Mi carácter no es
para compartir odios, sino para compartir amor.
CREONTE –Pues si hay que
amar, allá abajo irás y amarás a los de allá. Que a mí mientras yo viva, no me
domina una mujer.”
En este pasaje de la
discusión entre Antígona y Creonte se evidencian de manera superlativa las
diferencias, pero también las semejanzas entre ambos. Ambos creen tener la
razón, y son obstinados y fuertes. Ambos, por este motivo, y su orgullo
desmedido, caen en hybris. Pero
paradójicamente esas semejanzas, y el hecho de que defienden lo opuesto, es lo
que fogonea su confrontación. Ninguno cederá en este momento. Antígona está
convencida de haber actuado acorde a las leyes sagradas, y no retrocederá. Si
bien más adelante muestra dolor por morir tan joven y sin haber cumplido con
los roles que la sociedad de su tiempo asignaba a las mujeres (casarse, tener
hijos), y por no haber recibido el apoyo de la comunidad aunque pensaran lo
mismo que ella, nunca se arrepiente de sus actos porque está segura de que hizo
lo correcto. Creonte, como todo héroe trágico, padece de ceguera trágica, y no
es capaz de establecer un juicio ecuánime y justo, lo cual precipitará su
caída. Recién cuando Tiresias le advierte acerca de las desgracias que se
avecinan sobre él y su familia, reflexiona y modifica sus decisiones, pero ya
será tarde.
El pensamiento de Creonte es muy discutible.
Considera que no pensar igual que los demás es vergonzoso. Esto no es más que
la expresión de la supremacía de la comunidad por sobre el individuo. Da a
entender que las leyes de la ciudad, representadas por los decretos del rey,
están por encima de los derechos individuales, aunque al individuo le parezcan
injustas. Antígona defiende lo contrario, y sus conductas son la manifestación
de alguien que no permite que avasallen sus derechos individuales. Aunque
Antígona parece la revolucionaria, no es así, ya que ella sólo quiere seguir
las leyes religiosas, que como ella misma manifestó, son inmutables, por tanto
forman parte de la tradición. Quien plantea algo que quebranta el orden
tradicional es Creonte, que pretende prohibir las honras fúnebres a un muerto
por un hecho puntual, que es que él considera un traidor a Polinices.
Recordemos que Polinices sitió la ciudad de Tebas en reclamo de sus derechos a
ocupar el trono, ya que había acordado con su hermano Etéocles turnarse para
gobernar la ciudad. Sin embargo, cuando el plazo estipulado se cumplió, y Polinices
llega para ocupar el trono, Etéocles se niega a ceder el poder, y así comienza
la confrontación que terminó con la muerte de ambos hermanos, quienes se
ultimaron el uno al otro en pelea individual. A pesar de que ambos hermanos
tuvieron comportamientos codiciosos, dejando de lado el interés de la ciudad y
sus habitantes, Creonte sólo mira lo superficial, y es que Polinices atacó
Tebas estando Etéocles en el trono, y por tanto, considera héroe a Etéocles y
traidor a Polinices.
Toda esta discusión con Antígona revela que
Creonte antepone las leyes humanas y de la ciudad a las leyes divinas, y en ese
tiempo ese comportamiento se consideraba impío. Por eso nuevamente nos
encontramos con una ironía trágica, demostración de la ceguera del
protagonista, cuando califica a Polinices como impío, ya que el impío es él.
Antígona, por su parte, se mantiene firme en su respeto, según su entender, de
las leyes divinas. Lo paradójico es que intentando respetar a los dioses, los
irrespeta al caer en hybris, pues se excede al desafiar a alguien más poderoso,
pero como se explicó antes, esto ocurre
porque el punto de partida, la base de todo, está mal (la decisión de Creonte
de no permitir honras fúnebres a un muerto). En conclusión, ambos defienden su
postura y acusan al otro de equivocarse, sin ver sus propios errores.
El término Hades designa tanto al dios del
inframundo, como al reino mismo, donde van, según los antiguos griegos, las
almas de los muertos. Es importante resaltar que Antígona realiza las honras
fúnebres de su hermano no solamente por amor y compasión, como ella misma lo
indica, o por realizar una hazaña, sino básicamente porque en su cultura se
consideraba deber de los deudos llorar al cadáver, ponerle una moneda en la
boca porque debían atravesar el río Aqueronte y pagarle a su barquero para ser
trasladados (sino debían esperar largo tiempo en la orilla), y realizar los
rituales para que el alma pudiera descansar del otro lado. No cumplir con esos
deberes implicaría, según su religión,
la ira del familiar fallecido, y una futura persecución por este motivo.
Por tanto, como había expresado Antígona en su extenso parlamento, ya
analizado, ella no pensaba incurrir en la ira de los dioses ni tampoco de su
hermano Polinices por seguir los caprichos de Creonte. Es interesante el giro
que da Sófocles a Antígona, pues ya la vimos indignada y demostrando gran
coraje, y ahora notamos su faceta compasiva y amorosa, pues afirma que no está
en su carácter el odiar, sino el amar, lo cual confirma que está actuando de
manera protectora con sus parientes, en este caso su hermano (no debemos
olvidar que ella fue quien acompañó a su padre al exilio, y ahora realiza este
nuevo sacrificio por ayudar a alguien de su sangre).
Creonte finaliza el intercambio con una
ironía acerca del amar, pero en el reino de los muertos, confirmando que
condenará a muerte a Antígona, pese a sus discursos, y no es un detalle menor
que lo último que maneja como motivo, es que él como hombre no piensa dejarse
dominar por una mujer. Más adelante, cuando discuta con su hijo Hemón,
prometido de Antígona, que intenta defenderla y le pide a su padre que no la
condene, lo acusa también de dejarse dominar por una mujer, por encima de serle
leal a su padre. Es evidente que ésta es otra debilidad del protagonista que lo
conduce al error y al fracaso.
Inmediatamente de este parlamento de
Creonte, el Corifeo anuncia la llegada de Ismena, iniciando así la escena 3. En
esta escena Ismena se acusa de haber participado también en el enterramiento,
pero Antígona no se lo permite, aludiendo a que Diké (la diosa de la justicia)
no lo quiere, puesto que no es verdad que haya participado. Y lo que comienza
siendo una actitud de enojo de Antígona, porque Ismena se había negado a
ayudarla (“De quién fue la obra, el Hades
lo sabe y los que en él viven; yo no amo amigos que sólo aman de palabra”),
termina siendo otra actitud de protección (“Ya
bastará que muera yo”; “Tú elegiste la vida, yo elegí la muerte”; “Ten buen
ánimo. Tú quedas viva, pero mi alma hace tiempo que está muerta para poder
ayudar a los muertos”).
La escena 3 del Episodio 2 termina con una
discusión entre Creonte e Ismena, quien recuerda al rey que su hermana es la
prometida de Hemón, ante lo cual Creonte responde con frases tan desagradables
como “No faltan otros campos para poder
labrar” y “Para mis hijos no quiero
mujeres malvadas”. Esta secuencia final de la escena tiene el objetivo de
anticipar que se producirá un conflicto entre Creonte y su hijo por la
determinación de condenar a muerte a su prometida (Episodio 3), este grave
desentendimiento explotará cuando Hemón, en su intento de rescatar a Antígona,
la encuentre muerta por suicidio, precipitando su propio suicidio, y éste el de
su madre, efectivizándose así el castigo a Creonte, quien cae en desgracia al
finalizar la tragedia, perdiéndolo todo.