TEATRO DEL SIGLO XX
Happening del grupo Alma Mater
Introducción
El teatro en Occidente
se inicia en la Antigua Grecia, en el siglo V AC aproximadamente. Para los
antiguos griegos las representaciones teatrales, sobre todo de las tragedias,
eran muy importantes, ya que cumplían una función didáctica, dejando un mensaje
moral y religioso considerado útil para la comunidad (recordemos que el origen
de la tragedia griega está en los rituales al dios Dionisos, y que el centro de
la tragedia es exhibir el daño que provoca en el héroe trágico el hybris o
exceso, resaltando, por el contrario, la virtud de la sofrosine o moderación y la
importancia de respetar la Moira o destino individual).
Quien puso las bases conceptuales de la
tragedia y sus reglas estéticas, fue el filósofo y polímata Aristóteles (384 -322 AC). Basándose en
la Poética de Aristóteles, y analizando las tragedias griegas de
ese tiempo, el crítico literario argentino Jaime Rest, en su libro “El teatro
moderno”, concluyó que el drama aristotélico posee tres conceptos principales:
1) la mímesis; 2) la unidad de acción; 3) la separación entre géneros y
estilos. 1) La mímesis o imitación refiere a la noción de verosimilitud en que
debe basarse el autor para crear su obra. Lo que el espectador ve en una
representación es una imitación, y debe resultarle creíble, similar a la verdad
o realidad (verosímil), de tal manera que pueda sentirse identificado con los
acontecimientos e insucesos del héroe trágico y padecer con él, llegando de
esta manera a sufrir el proceso de catarsis (purificación o transformación),
que es el objetivo de toda tragedia aristotélica. Si no existe verosimilitud la
tragedia pierde su fuerza, porque los hechos no resultan creíbles, y la
catarsis no se produce. 2) La unidad de acción implica que sin acción no existe
el drama (de hecho, la palabra “drama” significa acción representada), y que la
obra debe centrarse en una única acción principal o línea argumental, que debe
desarrollarse de manera coherente y respetando determinados procesos que
involucran la suerte o desgracia de los personajes (en el caso de la tragedia,
por ejemplo, el héroe debe pasar de la suerte a la desgracia y esto debe
ocurrir siguiendo ciertos pasos). 3) La separación entre géneros y estilos.
Esta separación apunta a que no debe mezclarse lo cómico con lo trágico, pues
Aristóteles consideraba que la esencia de la tragedia y de la comedia eran muy
diferentes. La tragedia tenía como objetivo dejar una enseñanza moral, en tanto
la comedia debía entretener. Había un trasfondo clasista en su visión, pues
consideraba que la tragedia tenía por protagonistas a los mejores (los aristois),
y sus desgracias provocaban impacto y sufrimiento, considerándose una caída; en
cambio la comedia estaba protagonizada por personajes de grupos sociales bajos
y sus infortunios sólo hacían reír. También el lenguaje era diferente, pues el
de la tragedia era elevado, poético; en cambio el de la comedia era más
chabacano y vulgar.
Todos estos conceptos conforman la base del
drama aristotélico, que paulatinamente, a medida que los siglos transcurrían, fue
siendo cuestionado, pero que sin embargo no perdió total vigencia aún ahora.
Proceso de ruptura del
modelo aristotélico
Esta ruptura es una de las características
en que coinciden casi todas las tendencias del teatro del siglo XX y de alguna
manera define la esencia de este teatro. Pero para llegar al siglo XX con su
drama “no aristotélico”, primero debió darse un proceso que condujera a este
quiebre.
Durante siglos las reglas de Aristóteles se
respetaron en la creación y representación de los dramas, pero a partir de los
siglos XVI y XVII comenzó a cuestionarse la vigencia de este modelo. De esa
época podemos mencionar al español Lope de Vega y al inglés William
Shakespeare. En el caso de Shakespeare, podemos notar en sus obras que ya no
respeta la unidad de lugar, e introduce algún elemento cómico en el desarrollo
de sus tragedias. En el caso de Lope de Vega, le adjudica un rol protagónico y
sentido del honor en sus tragedias a personajes que no forman parte de la
nobleza, sino que son del pueblo; y por el contrario, hay nobles corruptos y
viles.
Durante el siglo XVIII, el drama burgués
aporta otro elemento rupturista, debido a que la clase media asciende y la burguesía
se empondera, dejando al drama aristocrático como anacrónico.
Otro paso dentro de ese proceso de ruptura
se da en el siglo XIX, con la rebelión romántica, ya que el artista romántico
proponía no respetar las normas ni las tradiciones y dejarse llevar por la
intuición e inspiración personales, expresándose mediante la libertad creativa.
Concretamente encontramos obras que no respetan las tres unidades (ni la de
lugar, ni la de tiempo, y a veces tampoco la de acción), ni tampoco las reglas
de estilo, mezclando elementos cómicos y trágicos, personajes de clase alta con
los de clase baja, etc.
Condiciones culturales
del siglo XX
El siglo XX es una etapa de cambios
radicales desde el punto de vista socio cultural, científico y tecnológico, que
provocaron consecuencias de todo tipo, tanto en la vida cotidiana como en el
arte, en las ideas filosóficas y políticas, etc. La violencia bélica modificó
aspectos, impactó emocionalmente en el mundo, y cercenó millones de vidas
(Revolución Rusa, Primera y Segunda Guerra Mundial, Guerra Civil española).
A nivel artístico, las Vanguardias se
constituyeron en un fenómeno radical en la primera mitad del siglo, que a
través de la diversidad y profusión de los movimientos que la constituyeron,
afectaron todas las artes y géneros literarios: la pintura, escultura, música,
arquitectura, el cine, la fotografía, la lírica, la narrativa, y el género dramático.
El arte dramático también es sensible a
estos cambios que lo afectan en todo sentido, tanto en la composición de la
obra que escribe el dramaturgo, como en las representaciones teatrales, dándose
lo que se conoció como “crisis del
drama”. Como es lógico, los preceptos aristotélicos interpretan las ideas
de la época en que fueron creados, y en el siglo XX esa visión tenía ya 25
siglos de antigüedad, por tanto los dramaturgos se rebelan contra este formato
y procuran aportar nuevas ideas, que surgieran y se adaptaran a su actualidad.
El filólogo húngaro/alemán Péter Szondi en
su obra “Teoría del drama moderno” analiza aspectos del teatro renacentista
(siglo XVI) que sirven para explicar el drama en el siglo XX, señalando que el origen
de su crisis es la imagen de sí que ha obtenido el ser humano. A fines del
siglo XIX y durante el siglo XX, se da un proceso de relativización de la
universalidad del hombre, proceso que se ensambla a la desintegración de la
visión positivista (que indicaba que el individuo siempre puede progresar,
desarrollarse, y que la humanidad puede dominarlo todo, incluyendo la
naturaleza) y racional (racionalismo puro) del mundo. La consecuencia es que se
introduce la duda en la confianza de que el hombre, solo y sin dios (dios había
sido desalojado del centro del universo por la razón) pueda desarrollar todas
sus potencialidades. El ser humano descubre la soledad.
Así, el ser humano como sujeto es
desbordado, puesto en tela de juicio, relativizado, descentrado, y esto es lo
que muestra el drama del siglo XX: la soledad, la incomunicación, la
frustración, el cuestionamiento de qué implica ser humano, de los valores
sociales, y del rol del género dramático y su esencia en esa crisis.
En cuanto a las representaciones, los
avances tecnológicos, el cine y la televisión tienen gran influencia,
provocando cambios no sólo en los efectos logrados, sino también en la manera
en que se concibe la escena teatral. Avanza el concepto de teatro experimental,
encontrándonos así con todo tipo de recursos innovadores, como la multiplicidad
de escenas representadas simultáneamente, escenarios giratorios, desaparición
de la barrera actores –espectadores, actores que se plantan de espaldas al
público, representaciones que desbordan el escenario y se realizan fuera de él,
etc. Los medios de comunicación masivos
permiten además la mayor difusión de novedades, disparando el espíritu
innovador y creativo. Al mismo tiempo, se desarrolla una mayor
profesionalización de directores y actores, y se profundiza el desarrollo de la
teoría teatral, con teóricos que cambiaron el punto de vista y generaron
tendencias (Stanislavsky, Meyerhold, Artaud, Grotowsky, entre otros, todos
coincidentes en resaltar la importancia del cuerpo por sobre lo discursivo lingüístico
en el teatro).
Los forjadores del
teatro europeo del siglo XX
El crítico literario español Ignacio
Elizalde afirma que son tres los grandes dramaturgos forjadores del teatro
europeo del siglo XX: el noruego Enrik Ibsen, el italiano Luigi Pirandello y el
norteamericano Eugene O´Neill, cuyas producciones abarcan desde 1890 a 1930.
Enrik
Ibsen trasciende como una de las principales influencias sobre dramaturgos
como Strindberg, Chéjov y Bernard Shaw, y también fue admirado por otros
intelectuales, como Sigmund Freud. Su obra principal fue etiquetada como “teatro de testimonio”, ya que se clasifica como realismo socio-crítico,
derivando a un realismo simbolista al final. Su obra más famosa es “Casa de
muñecas”, ésta junto a “Espectros” provocó mucho alboroto en la sociedad de su
tiempo, al punto que las autoridades censuraron sus representaciones, porque
decían que su planteo subvertía el orden (eran dos obras que en este momento
podrían definirse como feministas y que criticaban la hipocresía y el
patriarcado de la sociedad).
Luigi Pirandello
fue el creador de lo que se conoció como “Teatro
de ideas” y “teatro dentro del
teatro”. Su obra más representativa en ese sentido es “Seis personajes en
busca de autor”, donde reflexiona acerca del sentido de la existencia, los
problemas de la personalidad (el hombre-masa) y la esencia de la creación
dramática. Ese metateatro (reflexión sobre el teatro en la obra teatral) genera
un distanciamiento del espectador con la obra, ya que no permite identificarse
con los personajes al develar de manera constante que eso son, personajes,
ficción y no realidad.
En cuanto a Eugene O’Neill, representante del Naturalismo, es el creador del “drama de la frustración”, conocido
también como “teatro del sentir”,
donde explora la sordidez del ser humano, mostrando personajes marginales que
luchan por sus aspiraciones, pero no pueden evitar el fracaso y la
desesperación. Este autor, que se centra en lo emocional, realiza en sus obras
una mezcla entre lo realista y lo expresionista, realizando así una amalgama
entre una corriente heredada del siglo XX con una vanguardia. Innova también en
el aspecto formal al realizar mayoritariamente obras de un acto, como es el
caso de “Antes del desayuno”.
Descomposición de la
doctrina aristotélica en el siglo XX
A nivel literario y artístico el siglo XX se
caracteriza por realizar cambios radicales que procuran innovar, dejando de
lado las tradiciones académicas. Esto ocurre en todos los géneros literarios.
En teatro, esta necesidad de innovar y quebrantar el esquema clásico se
manifiesta abandonando de forma expresa la doctrina aristotélica. En esos
intentos encontramos varios autores y tendencias que buscaron su propio camino,
pero muchos coincidieron en ciertas características que definen al drama no aristotélico. Algunas de esas
características fueron:
1)
Eliminación de la congruencia anecdótica
y argumental.
2) Situaciones
de completa inercia.
3) Abandono
de la coherencia en la conducta de los personajes.
4) Violación
en general de reglas convencionales de la dramaturgia.
5)
Cuestionamiento de las barreras entre
realidad y ficción.
Principales tendencias
EL
TEATRO ÉPICO: Esta tendencia también es conocida como “Realismo
no ilusionista” y su creador y principal representante es el dramaturgo alemán BERTOLT
BRECHT. El punto de partida de Brecht es el
compromiso político y la denuncia de situaciones socio políticas muy graves de
su tiempo, al punto que fue perseguido por el nazismo en Alemania y también por
el Comité de actividades Antiamericanas en USA. El teatro épico se posiciona
contra la mímesis y la catarsis del drama aristotélico, pues plantea que la
mímesis conduce a una ilusión engañosa que obstruye el desarrollo de una
actitud crítica, y que la catarsis en lugar de estimular, adormece las
facultades e induce a la pasividad. Por esto también está en contra del
sentimentalismo en la representación dramática. Para concientizar al espectador
y lograr que salga de la contemplación y se mueva hacia la acción/revolución,
Brecht propone el “método del distanciamiento”, el cual aplica en sus obras
bajo diversas técnicas: interrupción del ritmo y de las acciones para evitar
que el espectador se ilusione y llegue a la catarsis, personajes que se dirigen
directamente a los espectadores, al igual que el autor, uso de carteles,
canciones que interrumpen los parlamentos, cortes en momentos de clímax, etc.
Principales obras: Un hombre es un hombre, La ópera de los tres centavos, La
vida de Galileo, Madre Coraje y sus hijos, El círculo de tiza caucasiano, etc.
EL
TEATRO POÉTICO: Tiende a transformar el realismo, atacando sus
principios básicos, y empleando recursos líricos que acentúan lo emocional y lo
subjetivo. Una de las vertientes más importantes de esta tendencia se da en
España, donde el dramaturgo más sobresaliente es FEDERICO
GARCÍA LORCA. Lorca se inspira en la realidad de su
tierra y tiempo, pero sus obras representan una visión estilizada y poética,
cargada de símbolos, y donde también se nota la influencia de las Vanguardias,
en particular del Surrealismo y del Expresionismo. La aparición de personajes
simbólicos como la Luna, el intercalado de canciones líricas, o la irrupción de
masas en escena (como el caso de 300 mujeres vestidas de negro) son elementos
que concretan estos conceptos en sus obras. Si bien ataca el concepto
tradicional de mímesis, el proceso de catarsis se produce, ya que sus
personajes protagónicos son capaces de provocar la identificación y de inspirar
compasión frente a sus tragedias. Principales obras: Yerma, Bodas de sangre, La
casa de Bernarda Alba, Mariana Pineda.
EL
TEATRO EXISTENCIALISTA: Se basa en la corriente filosófica
denominada Existencialismo, que surge como reacción frente a corrientes como el
racionalismo y el empirismo. Sostiene que la existencia antecede a la esencia,
la realidad al pensamiento, y la voluntad a la inteligencia. Todo esto porque
el ser humano tiende a buscar su libertad, pero sólo se consigue con acciones y
a partir de esto aparecen consecuencias. Así surge la angustia existencial. Los
principales representantes del teatro existencialista fueron los franceses JEAN
PAUL SARTRE y JEAN ANOUILH.
En sus obras se centran en el individuo, resaltando cómo debe hacerse a sí mismo,
siendo responsable de sus actos, y muestra una visión pesimista, ya que casi
toda acción, aun la que busca la libertad, conduce al fracaso y a la angustia.
EL
TEATRO DEL ABSURDO: Esta tendencia es la más extremista en
cuanto al quiebre del modelo aristotélico en el teatro del siglo XX. También,
como el teatro existencialista, tiene influencia del Existencialismo, pero bajo
otro estilo y empleando otros recursos. A grandes rasgos, no queda ni una regla
aristotélica en pie en sus obras, ni unidad de acción, ni congruencia en los
personajes, ni verosimilitud, ni sentido lógico, y resulta imposible que el
espectador procese la catarsis. Sus principales autores son el irlandés SAMUEL
BECKETT Y el rumano –francés EUGÈNE
IONESCO. (SOBRE ESTA TENDENCIA, VER REPARTIDO APARTE).
No son éstas las únicas tendencias, también
está el teatro expresionista, surrealista, el teatro dentro del teatro, etc,
siendo en general el siglo XX una etapa de profusos cambios e innovaciones en
el arte en general, lo cual también se percibe en el género dramático y las
representaciones teatrales.
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