ANTÍGONA, de SÓFOCLES
ANÁLISIS DEL PRÓLOGO
Ubicación:
ANTÍGONA forma parte de una trilogía
escrita por uno de los tragedas más importantes de la época de oro de la
tragedia en la antigua Atenas, Sófocles
, de quien se conservan solamente siete tragedias completas, aunque se sabe que
venció unas veinticuatro veces en concursos. La trilogía estaba compuesta por
EDIPO REY, EDIPO EN COLONO y ANTÍGONA, por orden del desarrollo del mito,
aunque está comprobado que la última tragedia de estas tres que escribió
Sófocles fue Edipo en Colono.
La antigua
tragedia griega aristotélica alterna elementos dramáticos y líricos, y tiene
siempre como base un mito. En este caso, esta trilogía se basa en el MITO DE LOS LABDÁCIDAS. El término
Labdácidas procede de Lábdaco, creador de la dinastía real de la ciudad de
Tebas. Este mito es la historia de una dinastía maldecida. Cuando Lábdaco
muere, Layo, su hijo, es demasiado joven para ocupar el trono, y le usurpan el
poder, por lo cual debe huir a Pisa, otra polis (ciudad reino de la antigua
Grecia). Allí es hospedado por el rey Pélope, quien sigue las leyes de
hospitalidad de ese tiempo, pero Layo se apasiona con su hijo menor (Crísipo) y
lo secuestra, y es maldecido por Pélope. Los antiguos griegos creían que cuando
una maldición era proferida sobre un individuo, ésta recaía sobre tres
generaciones. Layo huye nuevamente, regresa a la ciudad de Tebas y ocupa el
trono, pero el oráculo de Delfos le advierte que si tiene un hijo, éste lo
matará y se casará con su propia madre. Para evitar el cumplimiento de la
maldición, cuando la reina Yocasta da a luz, Layo lo arrebata de sus brazos y
se lo entrega a un servidor, a quien le ordena que mate al bebé recién nacido.
Sin embargo el servidor no tiene el coraje de asesinar al bebé, y lo deja con
los pies atados, colgado de un árbol, suponiendo que la naturaleza se encargará
de lo que él no pudo realizar. Ese bebé es Edipo (cuyo nombre significa “el de
los pies torcidos”, pues le quedaron deformados por la atadura). Pero la Moira
debía cumplirse, y por tanto Edipo se salvará: es rescatado por un pastor que
pasaba por allí, quien lo entrega a los reyes de la ciudad de Corinto. Estos
reyes no tenían descendencia, y crían a Edipo como a su propio hijo. Edipo
crece en palacio hasta su adolescencia, creyéndose hijo de los reyes de
Corinto, pero cuando escucha rumores que indican que él no es hijo biológico de
los reyes, les pregunta si esto es verdad, y ellos, pensando que hacían lo
correcto, le mienten, afirmando que él es su hijo legítimo. Edipo no queda
convencido y acude al oráculo de Delfos para preguntar por sus orígenes, pero
en vez de responder a su pregunta, le vaticinan un futuro atroz: “Matarás a tu
padre y te casarás con tu madre”. Horrorizado, pues amaba a sus padres y no
quería realizar tales actos, decide alejarse, y en el cruce de caminos entre
Delfos, Corinto y Tebas, elige dirigirse a Tebas. En este punto Edipo comete
hybris, al pretender eludir su destino o moira. Al cruzarse con una comitiva
que escolta a un orgulloso anciano, se produce un altercado porque lo destratan
y no quieren cederle el paso, y Edipo los derrota, matando a casi todos, menos
a un servidor que huye. En ese momento comienza a cumplirse su moira, la maldición
que el oráculo de Delfos le había anunciado, aunque Edipo lo ignora, pues el
anciano al que mató Edipo era Layo, rey de Tebas y su progenitor, quien se
dirigía al oráculo de Delfos a consultar porque la ciudad de Tebas estaba
siendo asolada por un monstruo, la Esfinge. La Esfinge era un ser mitológico
que tenía rostro de mujer, cuerpo de león y alas de águila, y estaba
interceptando el paso frente a las puertas de Tebas, desafiando a quien se le
cruzara con un enigma. Si el desafiado no lo resolvía, la Esfinge lo devoraba.
Edipo, desesperado y sin nada que perder, se enfrenta a la Esfinge, y ésta le
pregunta: “¿Qué ser es, el que al amanecer anda en cuatro pies, al mediodía en
dos, y al atardecer en tres?” Edipo reflexiona y le responde: el ser humano,
porque siendo bebé, gatea, al crecer anda en sus dos pies, y al envejecer, se
sostiene en un bastón. Así, la Esfinge es destruida y Edipo entra a Tebas como
héroe y salvador de la ciudad, obteniendo como recompensa la mano de la reina,
pues el trono había quedado acéfalo a la muerte de Layo. En este momento se
cumple la segunda parte de la profecía del Oráculo de Delfos, pues Edipo
desposa a Yocasta, su propia madre, sin saberlo. Durante años Edipo reina con
éxito, con el amor y respeto de los ciudadanos. Tiene cuatro hijos con quien él
considera su esposa, pero en realidad es su madre.
EDIPO REY se inicia con otra situación
extrema en Tebas. Todo lo que nace muere, sean bebés, animales o vegetales. Como
Edipo es un rey bondadoso y preocupado por sus súbditos y la suerte de la
ciudad, envió a Creonte, su cuñado, al Oráculo de Delfos, a averiguar los
motivos de esa peste. La respuesta del Oráculo es que ese miasma es el castigo
por no haber hallado y condenado al asesino del Layo. Edipo, con la energía y
probidad que lo caracteriza, decide hacerse cargo de la búsqueda, y afirma que
él mismo castigará al culpable cuando lo encuentre. Esto es una ironía trágica
de Sófocles, ya que Edipo desconoce que el asesino de Layo es él mismo, y que
efectivamente se autocastigará cuando lo descubra. Llegado determinado punto de
la investigación, la reina Yocasta se da cuenta de lo que ocurrió, no sólo de que
Edipo es el asesino de Layo, sino que es su propio hijo. Desesperada, intenta
convencer a Edipo que no continúe con la investigación, pero éste ya tiene el
propósito de salvar a la ciudad de la peste y continúa. La rectitud de Edipo es
tal, que cuando él mismo comienza a sospechar que quizás sea él el asesino que
busca, continuará hasta las últimas consecuencias. Cuando se devela que
efectivamente él fue quien asesinó a Layo, al mismo tiempo descubre que además,
Layo era su padre, y Yocasta su madre. De rey amado y admirado, Edipo pasa a
ser considerado parricida e incestuoso. Incapaz de soportar la situación, Yocasta
se ahorca con el cinturón de su túnica, y al descubrirla Edipo y descolgarla,
toma ese cinturón y con la hebilla se pincha los ojos, pues afirma que de nada
le sirvieron para ver la verdad. La inscripción en el portal del Oráculo de
Delfos, “CONÓCETE A TI MISMO”, toma especial sentido en este mito. Edipo se
autocastiga con la ceguera, y además pierde el trono y es expulsado de Tebas
para evitar que la corrupción siga atacando a la ciudad. La tragedia finaliza
con la caída y exilio de Edipo.
EDIPO EN COLONO presenta la situación
de Edipo en el exilio. Ciego y derrotado, es acompañado por su hija Antígona,
quien lo guía. Cuando Edipo estaba en
Colono con Antígona y bajo la protección de Teseo, rey de Atenas, llega su otra
hija, Ismena, con una escolta, para informarle sobre la situación de Tebas. Los
hijos varones de Edipo (Etéocles y Polinices) habían acordado, debido a su
juventud, reinar un año cada uno en Tebas, bajo la supervisión de Creonte, su
tío. Comienza reinando Etéocles, pero cuando finaliza el primer año, Etéocles
se niega a cumplir el acuerdo, y Polinices decide atacar la ciudad de Tebas con
un ejército, en reclamo de sus derechos. Poco después, aparece Polinices
pidiéndole al padre que opine en su favor en esa disputa, pero Edipo se siente
herido con sus hijos varones porque no lo habían defendido cuando fue expulsado
de la ciudad de Tebas, y maldice a ambos, anunciándole que los dos (Polinices y
Etéocles) morirán en campo de batalla. Recordemos que de cualquier manera esta
familia había sido maldecida por el crimen de Layo, ya que esa maldición recaía
sobre tres generaciones, siendo Layo la primera, Edipo la segunda, y sus cuatro
hijos (Etéocles, Polinices, Antígona e Ismena) la tercera. Polinices se va,
decidido a continuar con su reclamo mediante las armas. Edipo sabe que morirá
en Colono porque así lo había predicho el Oráculo, pero Creonte llega con una
guardia porque si Edipo no es enterrado en Tebas, la ciudad perderá su fuerza y
recibirá más calamidades. Edipo se niega a acompañarlo, y Creonte secuestra a
Antígona e Ismena para llevarlas al menos a ellas dos a su tierra, pero Teseo
se lo impide, y Creonte debe irse con las manos vacías. Finalmente, Edipo muere en Colono, donde es
enterrado, y Antígona e Ismena regresan a Tebas, con el objetivo de impedir que
sus hermanos peleen entre sí, aunque no lo consiguen.
ANTÍGONA comienza cuando los dos
hermanos ya se han dado muerte entre sí en campo de batalla, y Creonte, tío de
Edipo y de los hijos de Edipo (ya que es hermano de Yocasta), es quien ha
tomado el trono de Tebas. En el Prólogo presenciamos un diálogo entre Antígona
e Ismena, donde ambas hermanas informan cuál es la situación, y nos enteramos
del conflicto que se desarrollará en esta tragedia: el primer decreto de
Creonte ordena las honras fúnebres de Etéocles, quien según Creonte murió
defendiendo a Tebas, y el abandono, insepulto y sin honras fúnebres, del
cadáver de Polinices, a quien Creonte considera un traidor por haber atacado la
ciudad, sin considerar que quien no había respetado el acuerdo estipulado de
alternar en el trono había sido Etéocles. Los antiguos griegos consideraban
imprescindible realizar honras fúnebres a sus muertos, y Antígona asume que
tiene un deber que cumplir, y por tanto piensa sepultar a su hermano Polinices,
al margen del decreto del nuevo rey. Invita a Ismena a acompañarla en la tarea,
pero Ismena considera que no deben desobedecer las órdenes de Creonte, aunque
sean injustas. Antígona se rebela contra estos designios y decide dar
cumplimiento a las leyes divinas, que considera sagradas, y realiza las honras
fúnebres a Polinices aunque estuviera prohibido. Un guardia la encuentra y
conduce a Antígona frente a Creonte, y se produce una discusión entre ambos, donde
Antígona argumenta y se enorgullece de haber cumplido con su deber fraterno, y
Creonte, furioso ante el desafío, condena a Antígona a morir encerrada en una
cueva cavada en la roca con ese fin, y hace llamar a Ismena, porque también la
cree culpable. Ismena llega diciendo que también es culpable, pero Antígona la
refuta porque no era cierto que Ismena hubiese participado, y aunque primero
parece enojada con su hermana, termina diciéndole que viva, que ya es
suficiente con que muera ella. Enterado Hemón, hijo de Creonte y prometido de
Antígona, de esta condena, dialoga con su padre intentando que cambie de idea,
pero esto no ocurre, y terminan discutiendo airadamente. Hemón se aleja,
furioso, y le anuncia que no volverá a verlo. En el momento de ser conducida a
su suplicio, Antígona pierde la actitud altanera, y se lamenta de morir joven y
sin haber podido casarse ni tener hijos, por cumplir con su deber, pero Creonte
no se conmueve y ordena que la encierren tal como había anunciado. En ese punto
aparece Tiresias en escena. Tiresias era un adivino ciego muy respetado, que
también había participado en Edipo Rey, anunciándole a Edipo la verdad de su
situación. Así como en su momento Edipo no había creído a Tiresias, Creonte
también se molesta con él, porque Tiresias le señala que se equivoca al haber
dejado insepulto al muerto y sepultada a la viva, acusándolo incluso el rey de
confabular contra él y de ser codicioso. Tiresias se ofende y le anuncia que
debido a su error (Creonte cae en hybris al desafiar las leyes divinas) la
desgracia caerá sobre él, su casa y la ciudad. Creonte entonces, temeroso,
recordando que con Edipo, Tiresias había acertado, decide realizar las honras
fúnebres a Polinices, y luego liberar a Antígona. Pero cuando llega al lugar
donde Antígona está encerrada, se encuentra con un espectáculo horrendo, pues
ella se había suicidado, ahorcándose, para no soportar la agonía de morir
lentamente, y Hemón la tiene en sus brazos, desesperado. Al ver llegar a
Creonte, Hemón, fuera de sí, intenta matarlo, pero no lo consigue, entonces se
suicida frente a los ojos de su padre. Esto le informa un emisario a Eurídice,
esposa de Creonte, quien en silencio, entra al palacio. Al llegar Creonte al
palacio, cargando a su único hijo muerto (ya había perdido a otro hijo,
Megareo, por ofrecerlo al dios Ares en sacrificio para salvar a la ciudad de
Tebas de la destrucción), le anuncian que su esposa, Eurídice, se suicidó, no
sin antes acusarlo de ser el responsable de la muerte de Hemón. Así, Creonte,
héroe trágico de esta tragedia, por sus errores termina perdiendo todo, a su
familia, el trono y el prestigio.
Análisis del Prólogo:
El Prólogo
cumple la función de ubicar al espectador, informando qué mito y qué parte
dentro de él se desarrollará en la obra. Funciona, por tanto, como planteo. Es
una parte dramática, que tanto puede ser un monólogo (parlamento de un solo
personaje) o un diálogo entre dos personajes. En este caso nos encontramos a
Antígona e Ismena dialogando entre sí.
La situación,
resumidamente, es que Antígona llamó a su hermana para hablar a las puertas del
Palacio de los Labdácidas sólo ellas dos, como confidentes. Lo que le informa
será el centro del conflicto de la tragedia: Creonte decretó que se le realicen
honras fúnebres a su hermano Etéocles, pero no a su hermano Polinices,
prohibiendo que cumplan los rituales tradicionales que los antiguos griegos
consideraban mandato divino. Antígona afirma su intención de sepultar a
Polinices, e invita a Ismena a acompañarla a cumplir con su deber de hermanas, pero
Ismena pone reparos, diciéndole a Antígona que caerá en hybris, y que siendo
mujeres, no pueden luchar contra la orden del rey. Al finalizar el Prólogo,
notamos que ambas hermanas reaccionan de manera opuesta frente al mismo
problema.
Si bien todo el
Prólogo cumple la función de ubicar al espectador, podemos dividirlo en dos
partes: en la primera, la más breve, Sófocles, mediante los personajes, ubica
al espectador en el mito, mencionando los sucesos anteriores importantes y qué
parte del mito es el que se representará en esa obra (son los hechos posteriores
a la muerte de Etéocles y Polinices, y de que el ejército argivo abandonó el
sitio a Tebas); en la segunda, la más extensa, anticipa el conflicto que la
obra desarrollará (que se podría fijar desde el punto en que Antígona de manera
directa le pregunta a Ismena si la ayudará (“¿Quieres
ayudar”…).
PRIMERA PARTE-.
La primera en
hablar es Antígona, que es quien tiene la iniciativa en todo momento. Comienza
acudiendo al afecto y al lazo sanguíneo que las une: “Hermana de mi alma, Ismena querida”. Con este vocativo, se destaca la estrechez
del vínculo entre ambas hermanas, su grado de confidencia. Antígona confía en
Ismena y quiere que sea su aliada, por eso le compartirá sus planes. Enseguida, la pregunta retórica, la excusa
para informar a los espectadores acerca de quiénes son y cuál es su vivencia
emocional: “¿sabrás tú decirme una sola
calamidad de las de Edipo, que no vaya descargando Zeus, mientras aún vivimos
nosotras? Porque no hay dolor, no hay plaga, no hay afrenta ni vileza que no
encuentre yo en el número de tus males y de los míos”. La mención de la palabra “calamidad”, junto
con la de “plaga” especialmente, pero también las demás que integran la
enumeración (dolor, afrenta, vileza), nos recuerdan que Edipo y sus hijos están
bajo el poder de una maldición, la que había caído sobre Layo, y que tienen una
historia de sufrimiento. Cada término
apunta a algún aspecto diferente de las desgracias que los acosaron: el
infortunio, el sufrimiento, la humillación, lo indigno, mostrando que el daño
no es sólo físico, es también moral y emocional, ya que a partir del
descubrimiento de que Edipo cometió parricidio e incesto, lo cual resultaba
vergonzoso ante la sociedad, todo se derrumbó para esta familia: Yocasta se suicidó,
Edipo quedó ciego y fue expulsado de la ciudad de Tebas, muriendo en el
exilio, Etéocles y Polinices conservaron
el trono de Tebas, pero por una disputa de poder se mataron entre sí en batalla.
Luego de esa
alusión a esos terribles sucesos familiares del pasado menos y más reciente,
Antígona menciona el problema del presente: “y
ahora, ¿cuál es el decreto que dicen ha promulgado a toda la ciudad el
soberano?¿Sabes algo? ¿No lo has oído? ¿O ignoras los males que los enemigos
han dispuesto contra los nuestros?”
Significa que la lista de males no terminó, y la maldición sigue
actuando. Pero Sófocles no presenta toda la información de un golpe, sino que
la va desgranando mediante los parlamentos de los personajes, por eso aquí
Antígona anuncia que Creonte decretó algo, pero no informa aún qué fue. De
cualquier manera, quien conocía el mito
sabía de qué se trataba, pero esta forma de presentar la noticia permite darle
mayor riqueza al trabajo de los personajes, apreciando el intercambio entre las
dos hermanas y sus distintas reacciones. También podemos notar que para
Antígona, el soberano (su tío Creonte) ingresa en la categoría de enemigo al
decretar algo que ataca sus derechos individuales.
Así como la
primera intervención de Antígona en la tragedia nos muestra su carácter
enérgico y decidido, la primera intervención de Ismena resalta su perfil bajo y
el tema que parece ser su principal fuente de preocupación: la soledad, el abandono
y desprestigio social que las persigue desde que se hicieron públicos los
crímenes involuntarios de Edipo: “Sobre
amigos nuestros no he oído noticia alguna, Antígona, ni buena ni mala, desde
que hemos quedado huérfanas, muertos los dos hermanos en el mismo día y con sus
propias manos.” Este parlamento
denuncia también cómo hay individuos que se acercan por conveniencia, y cuando
la persona cae en desgracia, lejos de tenderle una mano para auxiliarla, se
alejan para que nos los vinculen con el caído. Tanto Antígona como Ismena,
debido a los sucesos nefastos que padecieron, recibieron un duro aprendizaje
acerca de la hipocresía de ciertos vínculos. Pero en definitiva, lo que afirma
Ismena es que no sabe nada sobre lo que Antígona le pregunta, no tiene ninguna
novedad.
En los dos
parlamentos siguientes, ambas hermanas demuestran el conocimiento que tienen de
la otra, ya que Antígona responde: “Lo
sabía muy bien”, e Ismena “Ya estás
tú inquieta por algo”. O sea que Antígona sabe que Ismena no estaría
enterada, e Ismena conoce el carácter inquieto de Antígona. Esa estrechez en el
lazo se confirma también cuando Antígona presenta a su hermana como su persona
de confianza, su confidente: “te he
llamado a la puerta del palacio, para que tú sola te enteres.”
En ese punto de
la conversación, Antígona introduce la información importante, la del hecho que
condiciona el conflicto de la tragedia: “Pues
¿no ha mandado Creón que de nuestros hermanos, uno quede honrado con sepultura
y el otro afrentado sin ella? A Etéocles, según cuenta, reconociéndole los
derechos de la ley y las costumbres, le concede sepultura con grande gloria;
pero el desgraciado cadáver de nuestro hermano Polinices, ha mandado por un
decreto, que en la ciudad nadie le dé enterramiento, nadie le haga exequias,
sino que le abandonen sin lamentos, insepulto para pasto de las aves que lo
devoren a su sabor en cuanto lo vean.”
Sófocles presenta a Antígona como una aristoi (noble, aristócrata) que
se expresa con un lenguaje elevado, colmado de recursos retóricos, con el
objetivo de tener mayor elocuencia y poder de convicción. Así, compara la
situación y suerte de cada uno de los hermanos y establece una serie de
oposiciones: donde Etéocles será honrado, Polinices será afrentado (ofendido,
humillado); Etéocles tendrá sepultura, en tanto Polinices no; a Etéocles se le
reconoce los derechos, a Polinices no; a Etéocles se le concede “grande
gloria”, mientras Polinices es un cadáver “desgraciado” y abandonado. Este
contraste marcado entre la situación de un hermano y la del otro, sugieren que
para Antígona existe una injusticia de base en el decreto de Creonte, y que
ambos hermanos merecen tener sepultura, además de que las honras fúnebres para
esa cultura corresponderían por ley divina y consuetudinaria. La descripción de
las consecuencias de no sepultar el cuerpo de Polinices ingresa en el terreno
del patetismo. Patetismo viene de pathos, que es el empleo de recursos
destinados a conmover y emocionar al espectador/lector. En este caso el
patetismo se emplea en dos niveles: de Antígona hacia Ismena (quiere conmoverla
para que la ayude a sepultar al hermano), y de Sófocles hacia el espectador,
para que sienta compasión y horror y se compenetre de la situación,
cumpliéndose así la catarsis (proceso de transformación y purificación que
realiza el espectador). Antígona expresa que el cadáver de su hermano está
expuesto a ser destrozado por aves de rapiña como si fuera un desecho sin
valor, quitándole su dignidad como ser humano. Creonte no sólo pretende disponer
sobre el cuerpo de un muerto, cuando era potestad de los dioses subterráneos,
cayendo así en hybris (pecado de exceso, la desmesura), sino que también
pretende mandar sobre las emociones de los deudos, prohibiendo los lamentos.
Antígona se
rebela contra lo que considera un atropello a sus derechos y los de su hermano:
“Eso dicen que tiene decretado el buen
Creón contra ti y contra mí y que vendrá aquí para anunciar en alta voz esa
orden a los que no la conozcan”. La ironía (“el buen Creón”) revela los verdaderos
pensamientos de Antígona sobre Creonte (la ironía es un recurso retórico que
consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender). Y es que en
tanto ella encarnará en la tragedia la defensa de las leyes divinas,
consideradas sagradas por su pueblo, y de las leyes individuales, con fuerza
consuetudinaria, Creonte representa las leyes humanas y de la ciudad. Antígona
considera que la orden decretada es injusta y una agresión directa a sus
derechos, por eso señala “contra ti y contra mí”. Esto explica por qué antes
hablaba del “enemigo” para referirse a Creonte. Y si bien en realidad la orden
es para toda la ciudad, y Creonte la emite para demostrar en parte su
objetividad al gobernar, sin hacer favoritismos por parentesco, es obvio que a
quienes realmente afectará será a los deudos que quedan vivos de esa familia
diezmada por la muerte, que son ambas hermanas. Por otra parte, esta es otro
recurso de Antígona para involucrar a la hermana, otra forma sutil de presión. La
reacción de Antígona demuestra su carácter: “quien
se atreva a hacer algo de lo que se prohíbe, se expone a morir lapidado, en
medio de la ciudad. Ya sabes lo que hay, y pronto podrás demostrar si eres de
sangre noble o una cobarde que desdice la nobleza de sus padres.”. La condena a morir lapidado estuvo
generalizada en varias sociedades antiguas. En el Nuevo Testamento de Biblia,
por ejemplo, aparece como práctica ejecutoria de las mujeres adúlteras, y
tristemente, sigue ejerciéndose ese castigo en la actualidad, en algunos países
donde se sojuzga a la mujer por lo que la comunidad considera conductas
inmorales. En este caso, Creonte amenaza a sus sobrinas, aunque lo presente
como una orden general, con morir apedreadas en la plaza pública. Era una
muerte cruel y vergonzante para la sociedad griega. Pero Antígona, lejos de
amedrentarse por la posibilidad de morir de esa manera, le muestra a Ismena que
no siente temor y que el deber está por encima del riesgo a morir, intentando
también presionar a su hermana para que tome la misma decisión que ella de
desobedecer a Creonte, dando a entender que si no la acompaña será una cobarde
y traidora a su sangre. La asimilación
de la sangre noble con el coraje y el orgullo está más asociada a cualidades
que en esa sociedad se consideraban masculinas, no femeninas.
Recordemos que
en esa sociedad quienes gobernaban por derecho eran los aristois (los nobles o
aristócratas), a quienes, además de tener sangre noble, se les exigía un
conjunto de virtudes o cualidades denominado areté. Existía un areté masculino
y un areté femenino. El areté masculino incluía tanto a guerreros como
políticos. Se exigía valentía, habilidad en el manejo de las armas, fuerza
física, capacidad de estrategas a los guerreros, y templanza, honestidad y
elocuencia a los políticos. La sociedad griega antigua era patriarcal, siendo
siempre hombres los que llegaban a cargos de mandato y los que se dedicaban a
actividades externas al hogar. Las mujeres en cambio debían ostentar belleza
física, cuidado por su apariencia, habilidad en ciertas actividades domésticas
como el bordar, y capacidad para dirigir a la servidumbre. Debían ser sumisas
al hombre y mantenerse en el gineceo (parte de la casa donde vivían las
mujeres). Todos debían mantenerse en sofrosine (estado de armonía y equilibrio
conseguido por la mesura y prudencia) y evitar caer en hybris. Es evidente la
disparidad respecto a lo que se esperaba del hombre y lo que se esperaba de la
mujer en esa cultura. La actitud enérgica y decidida de Antígona, por tanto, se
vincula al areté masculino, no al areté que como mujer debía ostentar para esa
sociedad. Veremos en cambio que Ismena
se mantiene bajo los códigos del areté femenino, y que representa a la mujer
tal como la sociedad de su tiempo esperaba que se comportara.
En el diálogo de parlamentos breves y de
contrapunto entre ambas hermanas que sigue notamos esa diferencia de actitud y
carácter:
“ISMENA –Pero, ¡oh desgraciada!, si las
cosas son así, ¿qué significo yo para añadir ni quitar nada?
ANTÍGONA –Dime si quieres ayudarme.
ISMENA -¿En qué aventura? ¿Qué quieres
con eso?
ANTÍGONA -¿Quieres ayudar a estas manos
a levantar aquel cadáver?
ISMENA -¿Piensas tú enterrarle? ¡Si le
está prohibido a la ciudad!
ANTÍGONA –Es mi hermano, y mal que te
pese, tuyo también. Nadie dirá de mí que le he faltado.
ISMENA -¡Oh desdichada! ¿Habiéndolo
prohibido Creón?
ANTÍGONA –Ningún derecho tiene a
privarme de los míos.”
La intención de Ismena es eludir el planteo
de Antígona, pues es evidente que lo que quiere Antígona es proponerle
desobedecer el edicto y darle sepultura a Polinices. Sólo cuando Antígona es
absolutamente directa, ella responde, tomando distancia de la decisión de su
hermana “¿Piensas tú enterrarle?”. Los parlamentos de Antígona tienden a cercar
a Ismena para presionarla. Antes le había dicho que podría demostrar su nobleza
o si era una cobarde. Ahora le pregunta si la ayudará, y cuando Ismena da a
entender que es una locura desobedecer a Creonte, Antígona le hace un reproche
moral, señalándole que también es hermana del muerto.
SEGUNDA
PARTE-.
En este intercambio cabe detenerse
especialmente en una frase de Antígona muy rica en recursos y significados: “¿Quieres ayudar a estas manos a levantar
aquel cadáver?”. Es éste el parlamento de Antígona donde concreta lo que
quiere pedirle a Ismena. La pregunta comienza con un verbo (querer), señalando
que no se trata de poder, como sugiere Ismena, sino de la voluntad de cada una.
Antígona sepultará a su hermano porque es su deber, y lo realizará contra viento
y marea, sin importar las prohibiciones, demostrando que quiere, en tanto Ismena -da a entender Antígona- se refugia en la
excusa de no poder. Ninguna
dificultad será suficientemente grande como para impedir que Antígona cumpla
con su deber, y así piensa que debería actuar también su hermana. Pero
Antígona, que conoce bien a Ismena, también sabe que su hermana se ha mostrado
incapaz de tener la iniciativa en algo, y por eso no le pide que lidere, sino
que simplemente la ayude (“ayudar a estas
manos”), que participe, en definitiva, de lo que a ambas les corresponde
hacer como deber moral y fraterno. Antígona en esa frase se ve representada
simbólicamente a través de sus manos. Este símbolo constituye también otro
recurso denominado sinécdoque, que es un recurso por traslación en el que se
denomina al todo por una parte. Aquí vemos que Antígona se representa toda ella
a través de sus manos. Las manos son la representación de su parte ejecutora,
las que llevan a cabo las acciones, particularmente en este caso las que
sepultarán al hermano. Pero además las manos son símbolo de ayudar a quien lo
necesita (como cuando se habla de tender una mano a alguien). El objetivo será
levantar el cadáver, donde el verbo levantar no debe interpretarse sólo
literalmente (el cuerpo deberá ser levantado del sitio donde está para
realizarle las honras fúnebres) sino también simbólicamente (el concepto de
levantar refiere a devolverle a Polinices su dignidad y humanidad, dejará de
ser un desecho descomponiéndose y devorado por los animales carroñeros para
volver a tener una identidad, así, Antígona quiere levantarlo de su humillación
y miseria, enaltecerlo). La referencia a su hermano mediante la expresión “aquel cadáver” apunta a señalarle a
Ismena la indefensión de Polinices. No puede ayudarse a sí mismo, es un
cadáver, cuerpo muerto, y necesita que alguien haga esto por él. O sea que el
parlamento finaliza acudiendo nuevamente a un recurso vinculado al pathos, al
deseo de conmover a quien la escucha.
Este pasaje de la discusión termina cuando
Antígona hace referencia a que Creonte, por más que sea el gobernante, no tiene
derecho a privar a Antígona (una ciudadana) de sus derechos individuales,
comenzando en el Prólogo la reflexión acerca de la inconveniencia de los
gobernantes (sean reyes o regentes) de abusar de su poder. No olvidemos que los
antiguos griegos fueron los que crearon un sistema que originó el concepto de
democracia en la Antigüedad, si bien era un derecho acotado a los aristois en
ese momento (sólo se consideraba ciudadanos a los nobles, y Antígona era una
princesa, integrante de la familia real, por ser hija de Edipo, por eso tiene
derechos).
Sófocles realiza cambios de ritmo en su
Prólogo con la intención de mantener interesados a los espectadores, por eso
intercala diálogos de parlamentos cortos y en contrapunto, con parlamentos más
extensos donde el personaje reflexiona e induce al espectador a la reflexión.
Es lo que ocurre ahora cuando Ismena pronuncia un parlamento más extenso donde
desarrolla su punto de vista sobre la situación problemática que enfrentan.
Este parlamento podemos dividirlo en tres momentos: en el primero, Ismena
realiza un resumen de las situaciones desgraciadas de la familia, producto de
la maldición que cayó sobre Layo; en el segundo, señala las dificultades de su
condición de mujeres en esa sociedad; y por último, y en base a esas dos
condicionantes, justifica por qué no cumplirá con su deber fraterno. Veamos el
primer momento: “¡Ay de mí! Reflexiona,
hermana, cómo acabó nuestro padre, aborrecido y sin honra, después que
espantado por las faltas que cometió se arrancó ambos ojos con sus propias
manos; mira, además, que su mujer y madre acabó con su vida con un trenzado
lazo, y en tercer lugar, los dos hermanos en un solo día se han dado la muerte,
hiriéndose mutuamente con mano fratricida.” Este parlamento de Ismena, así como otros
anteriores (“¡oh desgraciada!”, “¡Oh desdichada!”) comienza con un lamento que
resalta la idea de infortunio, sea propio o de Antígona. En este fragmento
Ismena resume las desgracias familiares, existiendo aquí dos niveles de
interpretación: la intención del autor de informar al espectador, y la
intención del personaje de mover a reflexión a su hermana, persuadirla de que
recapacite sobre su decisión y desista. El argumento es que la familia atravesó
por graves y dolorosas circunstancias, consecuencia muchas veces de acciones
impetuosas y desatinadas de cada individuo, y eso debería servir de aprendizaje
a los que quedan. Así, Ismena rememora el suicidio de su madre, Yocasta, el
incesto y el autocastigo de Edipo, además de su deshonra social, y el mutuo
asesinato de Etéocles y Polinices. Acude, como Antígona cuando también quería
persuadirla de ayudarla, a recursos movidos por el pathos.
En el segundo momento, describe las que para
ella, son las debilidades que padecen su hermana y ella en la situación actual:
“Y a nosotras dos, solas como hemos
quedado, ¿qué muerte más atroz nos espera, dime, si a despecho de la ley
desafiamos los edictos y el poder del tirano? Hay que acordarse, Antígona, que
hemos nacido mujeres y que no podemos luchar contra hombres; además de que
estamos sujetas a gente más fuerte, y que hay que obedecer estos mandatos y
otros más duros todavía.” El temor a la soledad en Ismena es su motivación
para actuar o no actuar, esto también se revela más adelante en la trama
cuando, habiendo sido descubierta y condenada a muerte Antígona, Ismena aparece
acusándose del enterramiento que por prudencia y temor a Creonte no había
realizado, porque en ese punto le parecía más hiriente emocionalmente quedarse
totalmente sola que morir. Tanto Antígona como Ismena son muy jóvenes, y es
obvio que a Ismena esto le afecta. Destaca que han quedado huérfanas al principio
del Prólogo, y ahora que han quedado solas. Pero no se trata sólo del temor
emocional a la soledad, sino de algo pragmático, pues el punto es: ¿quién las
defenderá si contradicen a Creonte? Ya no tienen ni a su padre ni a sus
hermanos que puedan sacar la cara por ellas frente al gobernante, a quien
Sófocles define como “tirano” en boca de Ismena, caracterizándolo así como un
individuo que abusa de su poder y gobierna de manera totalitaria. A esto le
agrega la visión patriarcal de la inferioridad de las mujeres frente a los
hombres. Ser mujer, para Ismena, es una limitante, la convierte en débil y
vulnerable, en incapaz de enfrentar ciertos desafíos. No pueden luchar contra
hombres, afirma, un planteo que Antígona ni siquiera considera a la hora de
tomar sus decisiones. Sumado a esto, son ciudadanas, son aristois, pero están
por debajo de quien manda, y por tanto, tanto por ser mujeres como por ser
súbditas, deberían obedecer. Incluso plantea que podría haber mandatos más
duros que los actuales, y también en ese caso deberían obedecer. He aquí el
límite de Ismena, dando a entender que aunque no esté de acuerdo con lo que
dictó Creonte, obedecerá porque es su deber y porque siente miedo. Estos
argumentos son los que caracterizan a Ismena como una mujer típica de su época
y cultura, que respeta su areté femenino y las normas sociales, y seguramente
para el público del tiempo de Sófocles, debía ser considerada como la que
tomaba la decisión correcta, en oposición a Antígona, rebelde y apasionada, y
con una determinación que ellos asociaban a la masculinidad.
Finalmente, concluye: “Yo al menos pediré a los muertos que me lo dispensen, porque obedeceré
a aquel que tiene el poder. Obrar con desmesura no es razonable.” Sófocles
pone en boca de Ismena la defensa de la sofrosine, la cualidad por excelencia
que los antiguos griegos resaltaban en sus tragedias, y la condena al hybris,
el pecado que condenaba a los héroes trágicos a perderlo todo. La sofrosine es
la templanza y la prudencia conseguidas gracias al equilibrio, al dominio del
espíritu por sobre las pasiones, en tanto el hybris es lo opuesto, la
desmesura, el exceso, el daño, que suele revelarse por conductas guiadas por la
soberbia, el desenfreno, etc. Sin
embargo, si bien Ismena sostiene un concepto aprobado socialmente, la realidad
es que su decisión parte del desconocimiento de lo que los antiguos griegos
consideraban una ley sagrada decretada por los dioses, y que por tanto, sería
considerado una falta no acatar: los muertos debían ser sepultados, debían
recibir honras fúnebres, y quienes tenían este deber eran los deudos. Esto
revela que aunque Antígona e Ismena toman decisiones opuestas, ambas cometen
error en algún punto, y la razón es que el decreto de Creonte es incorrecto y
violenta las leyes sagradas, dejándolas a ellas en mala situación lo obedezcan
o no. El hybris de Creonte es el punto de partida del conflicto de esta
tragedia, y condiciona a los demás personajes, demostrándose así que Creonte es
el protagonista, el héroe trágico, y no Antígona, a pesar de la fuerza de su
carácter.
La respuesta de Antígona es airada. No
comparte la decisión de su hermana y se ofende, mostrando su carácter
apasionado una vez más. No sólo ya no le insistirá, sino que aún si Ismena
cambiara de parecer, ya no aceptará su ayuda. Notamos en este parlamento de
Antígona su idealismo, por oposición al pragmatismo de Ismena: “A aquél lo entierro yo misma, y será
hermoso morir estándolo haciendo; así reposaremos juntos, la amante hermana con
el amado hermano, por haber sido piadosa en mi rebeldía.” Esta idealización de su muerte nos recuerda lo
que le planteará a Creonte en el Episodio II, cuando le afirma que para ella
morir es una ventaja, porque ha vivido rodeada de males. La muerte aquí se
asocia a la idea de reposo, de descanso, de paz, pero Antígona también sabe que
esta decisión no está libre de conflicto, por eso emplea el oxímoron (figura de
pensamiento que consiste en unir en una expresión dos palabras que son
contradictorias entre sí, generando una contradicción aparente) “piadosa en mi
rebeldía”. La palabra piadosa refiere a quien tiene piedad, pero en su uso
original significa que actúa con devoción religiosa. O sea que Antígona, por
ser obediente a las leyes religiosas, está siendo rebelde a las leyes humanas.
Y esta contradicción, como ya se explicó, procede del hybris de Creonte. No se
debe pasar por alto, además, las expresiones de afecto de Antígona por su
hermano muerto y caído en desgracia: ella misma le expresa a Creonte en el
episodio II que la mueve el amor y la piedad.
Y en ese mismo parlamento, concluye: “Porque mayor es el tiempo que debo
complacer a los muertos que a los vivos, y tú si te parece, desprecia las leyes
que los dioses tanto estiman.” Su razonamiento es claro: estará mucho más
tiempo muerta que viva, y casi toda su familia ha muerto, por tanto, tiene
lazos más fuertes con la muerte que con la vida, según afirma. Esta idea la
matizará luego que Creonte la condene a morir encerrada en una cueva, cuando se
lamente por morir tan joven y sin poder haber cumplido ciclos como los de mujer
casada y madre. Finaliza acusando a Ismena de no respetar la voluntad de los
dioses.
La discusión que sigue desarrolla los mismos
términos de debate que hasta ahora entre las hermanas. Ismena sostiene que no
puede hacer nada contra la voluntad de la ciudad (las leyes humanas, las del
gobernante) y Antígona la acusa de escudarse en un pretexto, pero que ella
cumplirá con su deber. Ante la compasión de Ismena, que teme por el destino de
su hermana, Antígona le retruca duramente que mejor cuide su propia suerte,
sugiriendo con esto que es Ismena la que toma la decisión incorrecta. Cuando
Ismena le indica que ella le guardará el secreto, Antígona tiene una respuesta
soberbia que demuestra que cae en hybris: “¡Publícalo!”
No quiere hacerlo en secreto, y podemos elucubrar dos razones: está convencida
de que tiene la razón, o quiere jactarse de sus acciones. Ambas explicaciones
son posibles, incluso al mismo tiempo.
Ismena muestra su horror ante la desmesura
de Antígona, y las consecuencias que supone tendrán sus acciones: “El corazón te arde en cosas que hielan de
espanto.” Nos encontramos con un
nuevo oxímoron, empleado esta vez por Ismena, donde reúne el ardor del fuego
con frío del hielo. La pasión desmesurada de Antígona, su fuego interior, a
Ismena le provoca un espanto que la congela. Además del oxímoron encontramos
aquí dos símbolos, el fuego, lo ígneo (el ardor) representando la vehemencia,
la pasión de Antígona, y el hielo como símbolo del espanto que provocan las
acciones desmesuradas de Antígona a su hermana. La proyección de Antígona como
la excepcional y de Ismena como la mujer común se hacen evidentes en esta
expresión de Ismena. En un parlamento posterior Ismena le insiste a su hermana
con la idea de que está persiguiendo imposibles, pero Antígona, que ya le había
aclarado que con sus acciones pretende agradar a quienes más le importa
agradar, le responde: “me detendré cuando
no pueda más”. ¿Qué significa para Antígona no poder más? Sin duda, algo diferente
que para Ismena: Antígona pone su límite mucho más allá. Para Ismena el límite
está en las leyes de la ciudad, en lo que decretó Creonte; para Antígona su
límite es la muerte, mucho más extrema que su prudente y temerosa hermana. Esta
determinación sigue encuadrándose en el hybris del que ya habíamos hablado,
agregándole el deseo de gloria que los antiguos griegos reservaban al mundo masculino
de hazañas heroicas: “déjanos a mí y a mi
proyecto padecer el peligro de mi resolución, que no han de ser tantos que no
pueda, al menos, morir con gloria.” Con estos conceptos Antígona demuestra
que está muy consciente de los riesgos a los que se enfrenta, y aún así, lo
hará. Su comportamiento tiene un origen pasional, pero tampoco está exento de
reflexión. Su idealismo le otorga una inflexibilidad que la empuja al peligro:
no cederá aunque esté en riesgo su vida, y ese mismo riesgo es lo que le otorga
la calidad de hazaña a su acción, pretendiendo “morir con gloria”. Esta
obsesión por conseguir la admiración de los demás debe tener relación con los
sucesos humillantes que acontecieron en su familia y que cubrieron de vergüenza
a las hermanas (parricidio, incesto, ambición desmedida de poder y egoísmo,
crimen fratricida).
La última intervención de Antígona en el
Prólogo tiene como objetivo dejar en claro que ella se constituirá en la
antagonista de Creonte -héroe trágico de la obra-, desafiando un edicto que
considera injusto y lesivo de sus derechos, y que se enfrentará a la muerte si
es necesario para cumplir con su propósito. Ismena, por su parte, finaliza su
participación en el Prólogo insistiendo sobre el conflicto entre hybris y
sofrosine, y la inconveniencia de excederse, más allá de reconocer los valores
morales elevados que su hermana encarna.
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