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sábado, 31 de julio de 2021

ANTÍGONA, de SÓFOCLES, ANÁLISIS DEL PRÓLOGO

 ANTÍGONA, de SÓFOCLES

ANÁLISIS DEL PRÓLOGO



Ubicación:

   ANTÍGONA forma parte de una trilogía escrita por uno de los tragedas más importantes de la época de oro de la tragedia en la antigua Atenas, Sófocles , de quien se conservan solamente siete tragedias completas, aunque se sabe que venció unas veinticuatro veces en concursos. La trilogía estaba compuesta por EDIPO REY, EDIPO EN COLONO y ANTÍGONA, por orden del desarrollo del mito, aunque está comprobado que la última tragedia de estas tres que escribió Sófocles fue Edipo en Colono.

   La antigua tragedia griega aristotélica alterna elementos dramáticos y líricos, y tiene siempre como base un mito. En este caso, esta trilogía se basa en el MITO DE LOS LABDÁCIDAS. El término Labdácidas procede de Lábdaco, creador de la dinastía real de la ciudad de Tebas. Este mito es la historia de una dinastía maldecida. Cuando Lábdaco muere, Layo, su hijo, es demasiado joven para ocupar el trono, y le usurpan el poder, por lo cual debe huir a Pisa, otra polis (ciudad reino de la antigua Grecia). Allí es hospedado por el rey Pélope, quien sigue las leyes de hospitalidad de ese tiempo, pero Layo se apasiona con su hijo menor (Crísipo) y lo secuestra, y es maldecido por Pélope. Los antiguos griegos creían que cuando una maldición era proferida sobre un individuo, ésta recaía sobre tres generaciones. Layo huye nuevamente, regresa a la ciudad de Tebas y ocupa el trono, pero el oráculo de Delfos le advierte que si tiene un hijo, éste lo matará y se casará con su propia madre. Para evitar el cumplimiento de la maldición, cuando la reina Yocasta da a luz, Layo lo arrebata de sus brazos y se lo entrega a un servidor, a quien le ordena que mate al bebé recién nacido. Sin embargo el servidor no tiene el coraje de asesinar al bebé, y lo deja con los pies atados, colgado de un árbol, suponiendo que la naturaleza se encargará de lo que él no pudo realizar. Ese bebé es Edipo (cuyo nombre significa “el de los pies torcidos”, pues le quedaron deformados por la atadura). Pero la Moira debía cumplirse, y por tanto Edipo se salvará: es rescatado por un pastor que pasaba por allí, quien lo entrega a los reyes de la ciudad de Corinto. Estos reyes no tenían descendencia, y crían a Edipo como a su propio hijo. Edipo crece en palacio hasta su adolescencia, creyéndose hijo de los reyes de Corinto, pero cuando escucha rumores que indican que él no es hijo biológico de los reyes, les pregunta si esto es verdad, y ellos, pensando que hacían lo correcto, le mienten, afirmando que él es su hijo legítimo. Edipo no queda convencido y acude al oráculo de Delfos para preguntar por sus orígenes, pero en vez de responder a su pregunta, le vaticinan un futuro atroz: “Matarás a tu padre y te casarás con tu madre”. Horrorizado, pues amaba a sus padres y no quería realizar tales actos, decide alejarse, y en el cruce de caminos entre Delfos, Corinto y Tebas, elige dirigirse a Tebas. En este punto Edipo comete hybris, al pretender eludir su destino o moira. Al cruzarse con una comitiva que escolta a un orgulloso anciano, se produce un altercado porque lo destratan y no quieren cederle el paso, y Edipo los derrota, matando a casi todos, menos a un servidor que huye. En ese momento comienza a cumplirse su moira, la maldición que el oráculo de Delfos le había anunciado, aunque Edipo lo ignora, pues el anciano al que mató Edipo era Layo, rey de Tebas y su progenitor, quien se dirigía al oráculo de Delfos a consultar porque la ciudad de Tebas estaba siendo asolada por un monstruo, la Esfinge. La Esfinge era un ser mitológico que tenía rostro de mujer, cuerpo de león y alas de águila, y estaba interceptando el paso frente a las puertas de Tebas, desafiando a quien se le cruzara con un enigma. Si el desafiado no lo resolvía, la Esfinge lo devoraba. Edipo, desesperado y sin nada que perder, se enfrenta a la Esfinge, y ésta le pregunta: “¿Qué ser es, el que al amanecer anda en cuatro pies, al mediodía en dos, y al atardecer en tres?” Edipo reflexiona y le responde: el ser humano, porque siendo bebé, gatea, al crecer anda en sus dos pies, y al envejecer, se sostiene en un bastón. Así, la Esfinge es destruida y Edipo entra a Tebas como héroe y salvador de la ciudad, obteniendo como recompensa la mano de la reina, pues el trono había quedado acéfalo a la muerte de Layo. En este momento se cumple la segunda parte de la profecía del Oráculo de Delfos, pues Edipo desposa a Yocasta, su propia madre, sin saberlo. Durante años Edipo reina con éxito, con el amor y respeto de los ciudadanos. Tiene cuatro hijos con quien él considera su esposa, pero en realidad es su madre.



   EDIPO REY se inicia con otra situación extrema en Tebas. Todo lo que nace muere, sean bebés, animales o vegetales. Como Edipo es un rey bondadoso y preocupado por sus súbditos y la suerte de la ciudad, envió a Creonte, su cuñado, al Oráculo de Delfos, a averiguar los motivos de esa peste. La respuesta del Oráculo es que ese miasma es el castigo por no haber hallado y condenado al asesino del Layo. Edipo, con la energía y probidad que lo caracteriza, decide hacerse cargo de la búsqueda, y afirma que él mismo castigará al culpable cuando lo encuentre. Esto es una ironía trágica de Sófocles, ya que Edipo desconoce que el asesino de Layo es él mismo, y que efectivamente se autocastigará cuando lo descubra. Llegado determinado punto de la investigación, la reina Yocasta se da cuenta de lo que ocurrió, no sólo de que Edipo es el asesino de Layo, sino que es su propio hijo. Desesperada, intenta convencer a Edipo que no continúe con la investigación, pero éste ya tiene el propósito de salvar a la ciudad de la peste y continúa. La rectitud de Edipo es tal, que cuando él mismo comienza a sospechar que quizás sea él el asesino que busca, continuará hasta las últimas consecuencias. Cuando se devela que efectivamente él fue quien asesinó a Layo, al mismo tiempo descubre que además, Layo era su padre, y Yocasta su madre. De rey amado y admirado, Edipo pasa a ser considerado parricida e incestuoso. Incapaz de soportar la situación, Yocasta se ahorca con el cinturón de su túnica, y al descubrirla Edipo y descolgarla, toma ese cinturón y con la hebilla se pincha los ojos, pues afirma que de nada le sirvieron para ver la verdad. La inscripción en el portal del Oráculo de Delfos, “CONÓCETE A TI MISMO”, toma especial sentido en este mito. Edipo se autocastiga con la ceguera, y además pierde el trono y es expulsado de Tebas para evitar que la corrupción siga atacando a la ciudad. La tragedia finaliza con la caída y exilio de Edipo.



   EDIPO EN COLONO presenta la situación de Edipo en el exilio. Ciego y derrotado, es acompañado por su hija Antígona, quien lo guía.  Cuando Edipo estaba en Colono con Antígona y bajo la protección de Teseo, rey de Atenas, llega su otra hija, Ismena, con una escolta, para informarle sobre la situación de Tebas. Los hijos varones de Edipo (Etéocles y Polinices) habían acordado, debido a su juventud, reinar un año cada uno en Tebas, bajo la supervisión de Creonte, su tío. Comienza reinando Etéocles, pero cuando finaliza el primer año, Etéocles se niega a cumplir el acuerdo, y Polinices decide atacar la ciudad de Tebas con un ejército, en reclamo de sus derechos. Poco después, aparece Polinices pidiéndole al padre que opine en su favor en esa disputa, pero Edipo se siente herido con sus hijos varones porque no lo habían defendido cuando fue expulsado de la ciudad de Tebas, y maldice a ambos, anunciándole que los dos (Polinices y Etéocles) morirán en campo de batalla. Recordemos que de cualquier manera esta familia había sido maldecida por el crimen de Layo, ya que esa maldición recaía sobre tres generaciones, siendo Layo la primera, Edipo la segunda, y sus cuatro hijos (Etéocles, Polinices, Antígona e Ismena) la tercera. Polinices se va, decidido a continuar con su reclamo mediante las armas. Edipo sabe que morirá en Colono porque así lo había predicho el Oráculo, pero Creonte llega con una guardia porque si Edipo no es enterrado en Tebas, la ciudad perderá su fuerza y recibirá más calamidades. Edipo se niega a acompañarlo, y Creonte secuestra a Antígona e Ismena para llevarlas al menos a ellas dos a su tierra, pero Teseo se lo impide, y Creonte debe irse con las manos vacías.  Finalmente, Edipo muere en Colono, donde es enterrado, y Antígona e Ismena regresan a Tebas, con el objetivo de impedir que sus hermanos peleen entre sí, aunque no lo consiguen.

   ANTÍGONA comienza cuando los dos hermanos ya se han dado muerte entre sí en campo de batalla, y Creonte, tío de Edipo y de los hijos de Edipo (ya que es hermano de Yocasta), es quien ha tomado el trono de Tebas. En el Prólogo presenciamos un diálogo entre Antígona e Ismena, donde ambas hermanas informan cuál es la situación, y nos enteramos del conflicto que se desarrollará en esta tragedia: el primer decreto de Creonte ordena las honras fúnebres de Etéocles, quien según Creonte murió defendiendo a Tebas, y el abandono, insepulto y sin honras fúnebres, del cadáver de Polinices, a quien Creonte considera un traidor por haber atacado la ciudad, sin considerar que quien no había respetado el acuerdo estipulado de alternar en el trono había sido Etéocles. Los antiguos griegos consideraban imprescindible realizar honras fúnebres a sus muertos, y Antígona asume que tiene un deber que cumplir, y por tanto piensa sepultar a su hermano Polinices, al margen del decreto del nuevo rey. Invita a Ismena a acompañarla en la tarea, pero Ismena considera que no deben desobedecer las órdenes de Creonte, aunque sean injustas. Antígona se rebela contra estos designios y decide dar cumplimiento a las leyes divinas, que considera sagradas, y realiza las honras fúnebres a Polinices aunque estuviera prohibido. Un guardia la encuentra y conduce a Antígona frente a Creonte, y se produce una discusión entre ambos, donde Antígona argumenta y se enorgullece de haber cumplido con su deber fraterno, y Creonte, furioso ante el desafío, condena a Antígona a morir encerrada en una cueva cavada en la roca con ese fin, y hace llamar a Ismena, porque también la cree culpable. Ismena llega diciendo que también es culpable, pero Antígona la refuta porque no era cierto que Ismena hubiese participado, y aunque primero parece enojada con su hermana, termina diciéndole que viva, que ya es suficiente con que muera ella. Enterado Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, de esta condena, dialoga con su padre intentando que cambie de idea, pero esto no ocurre, y terminan discutiendo airadamente. Hemón se aleja, furioso, y le anuncia que no volverá a verlo. En el momento de ser conducida a su suplicio, Antígona pierde la actitud altanera, y se lamenta de morir joven y sin haber podido casarse ni tener hijos, por cumplir con su deber, pero Creonte no se conmueve y ordena que la encierren tal como había anunciado. En ese punto aparece Tiresias en escena. Tiresias era un adivino ciego muy respetado, que también había participado en Edipo Rey, anunciándole a Edipo la verdad de su situación. Así como en su momento Edipo no había creído a Tiresias, Creonte también se molesta con él, porque Tiresias le señala que se equivoca al haber dejado insepulto al muerto y sepultada a la viva, acusándolo incluso el rey de confabular contra él y de ser codicioso. Tiresias se ofende y le anuncia que debido a su error (Creonte cae en hybris al desafiar las leyes divinas) la desgracia caerá sobre él, su casa y la ciudad. Creonte entonces, temeroso, recordando que con Edipo, Tiresias había acertado, decide realizar las honras fúnebres a Polinices, y luego liberar a Antígona. Pero cuando llega al lugar donde Antígona está encerrada, se encuentra con un espectáculo horrendo, pues ella se había suicidado, ahorcándose, para no soportar la agonía de morir lentamente, y Hemón la tiene en sus brazos, desesperado. Al ver llegar a Creonte, Hemón, fuera de sí, intenta matarlo, pero no lo consigue, entonces se suicida frente a los ojos de su padre. Esto le informa un emisario a Eurídice, esposa de Creonte, quien en silencio, entra al palacio. Al llegar Creonte al palacio, cargando a su único hijo muerto (ya había perdido a otro hijo, Megareo, por ofrecerlo al dios Ares en sacrificio para salvar a la ciudad de Tebas de la destrucción), le anuncian que su esposa, Eurídice, se suicidó, no sin antes acusarlo de ser el responsable de la muerte de Hemón. Así, Creonte, héroe trágico de esta tragedia, por sus errores termina perdiendo todo, a su familia, el trono y el prestigio.

 

Análisis del Prólogo:

   El Prólogo cumple la función de ubicar al espectador, informando qué mito y qué parte dentro de él se desarrollará en la obra. Funciona, por tanto, como planteo. Es una parte dramática, que tanto puede ser un monólogo (parlamento de un solo personaje) o un diálogo entre dos personajes. En este caso nos encontramos a Antígona e Ismena dialogando entre sí.



   La situación, resumidamente, es que Antígona llamó a su hermana para hablar a las puertas del Palacio de los Labdácidas sólo ellas dos, como confidentes. Lo que le informa será el centro del conflicto de la tragedia: Creonte decretó que se le realicen honras fúnebres a su hermano Etéocles, pero no a su hermano Polinices, prohibiendo que cumplan los rituales tradicionales que los antiguos griegos consideraban mandato divino. Antígona afirma su intención de sepultar a Polinices, e invita a Ismena a acompañarla a cumplir con su deber de hermanas, pero Ismena pone reparos, diciéndole a Antígona que caerá en hybris, y que siendo mujeres, no pueden luchar contra la orden del rey. Al finalizar el Prólogo, notamos que ambas hermanas reaccionan de manera opuesta frente al mismo problema.

   Si bien todo el Prólogo cumple la función de ubicar al espectador, podemos dividirlo en dos partes: en la primera, la más breve, Sófocles, mediante los personajes, ubica al espectador en el mito, mencionando los sucesos anteriores importantes y qué parte del mito es el que se representará en esa obra (son los hechos posteriores a la muerte de Etéocles y Polinices, y de que el ejército argivo abandonó el sitio a Tebas); en la segunda, la más extensa, anticipa el conflicto que la obra desarrollará (que se podría fijar desde el punto en que Antígona de manera directa le pregunta a Ismena si la ayudará (“¿Quieres ayudar”…).

 

PRIMERA PARTE-.

   La primera en hablar es Antígona, que es quien tiene la iniciativa en todo momento. Comienza acudiendo al afecto y al lazo sanguíneo que las une: “Hermana de mi alma, Ismena querida”.  Con este vocativo, se destaca la estrechez del vínculo entre ambas hermanas, su grado de confidencia. Antígona confía en Ismena y quiere que sea su aliada, por eso le compartirá sus planes.  Enseguida, la pregunta retórica, la excusa para informar a los espectadores acerca de quiénes son y cuál es su vivencia emocional: “¿sabrás tú decirme una sola calamidad de las de Edipo, que no vaya descargando Zeus, mientras aún vivimos nosotras? Porque no hay dolor, no hay plaga, no hay afrenta ni vileza que no encuentre yo en el número de tus males y de los míos”.  La mención de la palabra “calamidad”, junto con la de “plaga” especialmente, pero también las demás que integran la enumeración (dolor, afrenta, vileza), nos recuerdan que Edipo y sus hijos están bajo el poder de una maldición, la que había caído sobre Layo, y que tienen una historia de sufrimiento.  Cada término apunta a algún aspecto diferente de las desgracias que los acosaron: el infortunio, el sufrimiento, la humillación, lo indigno, mostrando que el daño no es sólo físico, es también moral y emocional, ya que a partir del descubrimiento de que Edipo cometió parricidio e incesto, lo cual resultaba vergonzoso ante la sociedad, todo se derrumbó para esta familia: Yocasta se suicidó, Edipo quedó ciego y fue expulsado de la ciudad de Tebas, muriendo en el exilio,  Etéocles y Polinices conservaron el trono de Tebas, pero por una disputa de poder se mataron entre sí en batalla.

   Luego de esa alusión a esos terribles sucesos familiares del pasado menos y más reciente, Antígona menciona el problema del presente: “y ahora, ¿cuál es el decreto que dicen ha promulgado a toda la ciudad el soberano?¿Sabes algo? ¿No lo has oído? ¿O ignoras los males que los enemigos han dispuesto contra los nuestros?”  Significa que la lista de males no terminó, y la maldición sigue actuando. Pero Sófocles no presenta toda la información de un golpe, sino que la va desgranando mediante los parlamentos de los personajes, por eso aquí Antígona anuncia que Creonte decretó algo, pero no informa aún qué fue. De cualquier manera,  quien conocía el mito sabía de qué se trataba, pero esta forma de presentar la noticia permite darle mayor riqueza al trabajo de los personajes, apreciando el intercambio entre las dos hermanas y sus distintas reacciones. También podemos notar que para Antígona, el soberano (su tío Creonte) ingresa en la categoría de enemigo al decretar algo que ataca sus derechos individuales.

   Así como la primera intervención de Antígona en la tragedia nos muestra su carácter enérgico y decidido, la primera intervención de Ismena resalta su perfil bajo y el tema que parece ser su principal fuente de preocupación: la soledad, el abandono y desprestigio social que las persigue desde que se hicieron públicos los crímenes involuntarios de Edipo: “Sobre amigos nuestros no he oído noticia alguna, Antígona, ni buena ni mala, desde que hemos quedado huérfanas, muertos los dos hermanos en el mismo día y con sus propias manos.”  Este parlamento denuncia también cómo hay individuos que se acercan por conveniencia, y cuando la persona cae en desgracia, lejos de tenderle una mano para auxiliarla, se alejan para que nos los vinculen con el caído. Tanto Antígona como Ismena, debido a los sucesos nefastos que padecieron, recibieron un duro aprendizaje acerca de la hipocresía de ciertos vínculos. Pero en definitiva, lo que afirma Ismena es que no sabe nada sobre lo que Antígona le pregunta, no tiene ninguna novedad.

   En los dos parlamentos siguientes, ambas hermanas demuestran el conocimiento que tienen de la otra, ya que Antígona responde: “Lo sabía muy bien”, e Ismena “Ya estás tú inquieta por algo”. O sea que Antígona sabe que Ismena no estaría enterada, e Ismena conoce el carácter inquieto de Antígona. Esa estrechez en el lazo se confirma también cuando Antígona presenta a su hermana como su persona de confianza, su confidente: “te he llamado a la puerta del palacio, para que tú sola te enteres.”

   En ese punto de la conversación, Antígona introduce la información importante, la del hecho que condiciona el conflicto de la tragedia: “Pues ¿no ha mandado Creón que de nuestros hermanos, uno quede honrado con sepultura y el otro afrentado sin ella? A Etéocles, según cuenta, reconociéndole los derechos de la ley y las costumbres, le concede sepultura con grande gloria; pero el desgraciado cadáver de nuestro hermano Polinices, ha mandado por un decreto, que en la ciudad nadie le dé enterramiento, nadie le haga exequias, sino que le abandonen sin lamentos, insepulto para pasto de las aves que lo devoren a su sabor en cuanto lo vean.”  Sófocles presenta a Antígona como una aristoi (noble, aristócrata) que se expresa con un lenguaje elevado, colmado de recursos retóricos, con el objetivo de tener mayor elocuencia y poder de convicción. Así, compara la situación y suerte de cada uno de los hermanos y establece una serie de oposiciones: donde Etéocles será honrado, Polinices será afrentado (ofendido, humillado); Etéocles tendrá sepultura, en tanto Polinices no; a Etéocles se le reconoce los derechos, a Polinices no; a Etéocles se le concede “grande gloria”, mientras Polinices es un cadáver “desgraciado” y abandonado. Este contraste marcado entre la situación de un hermano y la del otro, sugieren que para Antígona existe una injusticia de base en el decreto de Creonte, y que ambos hermanos merecen tener sepultura, además de que las honras fúnebres para esa cultura corresponderían por ley divina y consuetudinaria. La descripción de las consecuencias de no sepultar el cuerpo de Polinices ingresa en el terreno del patetismo. Patetismo viene de pathos, que es el empleo de recursos destinados a conmover y emocionar al espectador/lector. En este caso el patetismo se emplea en dos niveles: de Antígona hacia Ismena (quiere conmoverla para que la ayude a sepultar al hermano), y de Sófocles hacia el espectador, para que sienta compasión y horror y se compenetre de la situación, cumpliéndose así la catarsis (proceso de transformación y purificación que realiza el espectador). Antígona expresa que el cadáver de su hermano está expuesto a ser destrozado por aves de rapiña como si fuera un desecho sin valor, quitándole su dignidad como ser humano. Creonte no sólo pretende disponer sobre el cuerpo de un muerto, cuando era potestad de los dioses subterráneos, cayendo así en hybris (pecado de exceso, la desmesura), sino que también pretende mandar sobre las emociones de los deudos, prohibiendo los lamentos.

   Antígona se rebela contra lo que considera un atropello a sus derechos y los de su hermano: “Eso dicen que tiene decretado el buen Creón contra ti y contra mí y que vendrá aquí para anunciar en alta voz esa orden a los que no la conozcan”. La ironía (“el buen Creón”) revela los verdaderos pensamientos de Antígona sobre Creonte (la ironía es un recurso retórico que consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender). Y es que en tanto ella encarnará en la tragedia la defensa de las leyes divinas, consideradas sagradas por su pueblo, y de las leyes individuales, con fuerza consuetudinaria, Creonte representa las leyes humanas y de la ciudad. Antígona considera que la orden decretada es injusta y una agresión directa a sus derechos, por eso señala “contra ti y contra mí”. Esto explica por qué antes hablaba del “enemigo” para referirse a Creonte. Y si bien en realidad la orden es para toda la ciudad, y Creonte la emite para demostrar en parte su objetividad al gobernar, sin hacer favoritismos por parentesco, es obvio que a quienes realmente afectará será a los deudos que quedan vivos de esa familia diezmada por la muerte, que son ambas hermanas. Por otra parte, esta es otro recurso de Antígona para involucrar a la hermana, otra forma sutil de presión. La reacción de Antígona demuestra su carácter: “quien se atreva a hacer algo de lo que se prohíbe, se expone a morir lapidado, en medio de la ciudad. Ya sabes lo que hay, y pronto podrás demostrar si eres de sangre noble o una cobarde que desdice la nobleza de sus padres.”.  La condena a morir lapidado estuvo generalizada en varias sociedades antiguas. En el Nuevo Testamento de Biblia, por ejemplo, aparece como práctica ejecutoria de las mujeres adúlteras, y tristemente, sigue ejerciéndose ese castigo en la actualidad, en algunos países donde se sojuzga a la mujer por lo que la comunidad considera conductas inmorales. En este caso, Creonte amenaza a sus sobrinas, aunque lo presente como una orden general, con morir apedreadas en la plaza pública. Era una muerte cruel y vergonzante para la sociedad griega. Pero Antígona, lejos de amedrentarse por la posibilidad de morir de esa manera, le muestra a Ismena que no siente temor y que el deber está por encima del riesgo a morir, intentando también presionar a su hermana para que tome la misma decisión que ella de desobedecer a Creonte, dando a entender que si no la acompaña será una cobarde y  traidora a su sangre. La asimilación de la sangre noble con el coraje y el orgullo está más asociada a cualidades que en esa sociedad se consideraban masculinas, no femeninas. 

   Recordemos que en esa sociedad quienes gobernaban por derecho eran los aristois (los nobles o aristócratas), a quienes, además de tener sangre noble, se les exigía un conjunto de virtudes o cualidades denominado areté. Existía un areté masculino y un areté femenino. El areté masculino incluía tanto a guerreros como políticos. Se exigía valentía, habilidad en el manejo de las armas, fuerza física, capacidad de estrategas a los guerreros, y templanza, honestidad y elocuencia a los políticos. La sociedad griega antigua era patriarcal, siendo siempre hombres los que llegaban a cargos de mandato y los que se dedicaban a actividades externas al hogar. Las mujeres en cambio debían ostentar belleza física, cuidado por su apariencia, habilidad en ciertas actividades domésticas como el bordar, y capacidad para dirigir a la servidumbre. Debían ser sumisas al hombre y mantenerse en el gineceo (parte de la casa donde vivían las mujeres). Todos debían mantenerse en sofrosine (estado de armonía y equilibrio conseguido por la mesura y prudencia) y evitar caer en hybris. Es evidente la disparidad respecto a lo que se esperaba del hombre y lo que se esperaba de la mujer en esa cultura. La actitud enérgica y decidida de Antígona, por tanto, se vincula al areté masculino, no al areté que como mujer debía ostentar para esa sociedad.  Veremos en cambio que Ismena se mantiene bajo los códigos del areté femenino, y que representa a la mujer tal como la sociedad de su tiempo esperaba que se comportara.

   En el diálogo de parlamentos breves y de contrapunto entre ambas hermanas que sigue notamos esa diferencia de actitud y carácter:

“ISMENA –Pero, ¡oh desgraciada!, si las cosas son así, ¿qué significo yo para añadir ni quitar nada?

ANTÍGONA –Dime si quieres ayudarme.

ISMENA -¿En qué aventura? ¿Qué quieres con eso?

ANTÍGONA -¿Quieres ayudar a estas manos a levantar aquel cadáver?

ISMENA -¿Piensas tú enterrarle? ¡Si le está prohibido a la ciudad!

ANTÍGONA –Es mi hermano, y mal que te pese, tuyo también. Nadie dirá de mí que le he faltado.

ISMENA -¡Oh desdichada! ¿Habiéndolo prohibido Creón?

ANTÍGONA –Ningún derecho tiene a privarme de los míos.”

   La intención de Ismena es eludir el planteo de Antígona, pues es evidente que lo que quiere Antígona es proponerle desobedecer el edicto y darle sepultura a Polinices. Sólo cuando Antígona es absolutamente directa, ella responde, tomando distancia de la decisión de su hermana “¿Piensas tú enterrarle?”. Los parlamentos de Antígona tienden a cercar a Ismena para presionarla. Antes le había dicho que podría demostrar su nobleza o si era una cobarde. Ahora le pregunta si la ayudará, y cuando Ismena da a entender que es una locura desobedecer a Creonte, Antígona le hace un reproche moral, señalándole que también es hermana del muerto.

 

SEGUNDA PARTE-.

   En este intercambio cabe detenerse especialmente en una frase de Antígona muy rica en recursos y significados: “¿Quieres ayudar a estas manos a levantar aquel cadáver?”. Es éste el parlamento de Antígona donde concreta lo que quiere pedirle a Ismena. La pregunta comienza con un verbo (querer), señalando que no se trata de poder, como sugiere Ismena, sino de la voluntad de cada una. Antígona sepultará a su hermano porque es su deber, y lo realizará contra viento y marea, sin importar las prohibiciones, demostrando que quiere, en tanto Ismena -da a entender Antígona- se refugia en la excusa de no poder. Ninguna dificultad será suficientemente grande como para impedir que Antígona cumpla con su deber, y así piensa que debería actuar también su hermana. Pero Antígona, que conoce bien a Ismena, también sabe que su hermana se ha mostrado incapaz de tener la iniciativa en algo, y por eso no le pide que lidere, sino que simplemente la ayude (“ayudar a estas manos”), que participe, en definitiva, de lo que a ambas les corresponde hacer como deber moral y fraterno. Antígona en esa frase se ve representada simbólicamente a través de sus manos. Este símbolo constituye también otro recurso denominado sinécdoque, que es un recurso por traslación en el que se denomina al todo por una parte. Aquí vemos que Antígona se representa toda ella a través de sus manos. Las manos son la representación de su parte ejecutora, las que llevan a cabo las acciones, particularmente en este caso las que sepultarán al hermano. Pero además las manos son símbolo de ayudar a quien lo necesita (como cuando se habla de tender una mano a alguien). El objetivo será levantar el cadáver, donde el verbo levantar no debe interpretarse sólo literalmente (el cuerpo deberá ser levantado del sitio donde está para realizarle las honras fúnebres) sino también simbólicamente (el concepto de levantar refiere a devolverle a Polinices su dignidad y humanidad, dejará de ser un desecho descomponiéndose y devorado por los animales carroñeros para volver a tener una identidad, así, Antígona quiere levantarlo de su humillación y miseria, enaltecerlo). La referencia a su hermano mediante la expresión “aquel cadáver” apunta a señalarle a Ismena la indefensión de Polinices. No puede ayudarse a sí mismo, es un cadáver, cuerpo muerto, y necesita que alguien haga esto por él. O sea que el parlamento finaliza acudiendo nuevamente a un recurso vinculado al pathos, al deseo de conmover a quien la escucha.

   Este pasaje de la discusión termina cuando Antígona hace referencia a que Creonte, por más que sea el gobernante, no tiene derecho a privar a Antígona (una ciudadana) de sus derechos individuales, comenzando en el Prólogo la reflexión acerca de la inconveniencia de los gobernantes (sean reyes o regentes) de abusar de su poder. No olvidemos que los antiguos griegos fueron los que crearon un sistema que originó el concepto de democracia en la Antigüedad, si bien era un derecho acotado a los aristois en ese momento (sólo se consideraba ciudadanos a los nobles, y Antígona era una princesa, integrante de la familia real, por ser hija de Edipo, por eso tiene derechos).

   Sófocles realiza cambios de ritmo en su Prólogo con la intención de mantener interesados a los espectadores, por eso intercala diálogos de parlamentos cortos y en contrapunto, con parlamentos más extensos donde el personaje reflexiona e induce al espectador a la reflexión. Es lo que ocurre ahora cuando Ismena pronuncia un parlamento más extenso donde desarrolla su punto de vista sobre la situación problemática que enfrentan. Este parlamento podemos dividirlo en tres momentos: en el primero, Ismena realiza un resumen de las situaciones desgraciadas de la familia, producto de la maldición que cayó sobre Layo; en el segundo, señala las dificultades de su condición de mujeres en esa sociedad; y por último, y en base a esas dos condicionantes, justifica por qué no cumplirá con su deber fraterno. Veamos el primer momento: “¡Ay de mí! Reflexiona, hermana, cómo acabó nuestro padre, aborrecido y sin honra, después que espantado por las faltas que cometió se arrancó ambos ojos con sus propias manos; mira, además, que su mujer y madre acabó con su vida con un trenzado lazo, y en tercer lugar, los dos hermanos en un solo día se han dado la muerte, hiriéndose mutuamente con mano fratricida.”  Este parlamento de Ismena, así como otros anteriores (“¡oh desgraciada!”, “¡Oh desdichada!”) comienza con un lamento que resalta la idea de infortunio, sea propio o de Antígona. En este fragmento Ismena resume las desgracias familiares, existiendo aquí dos niveles de interpretación: la intención del autor de informar al espectador, y la intención del personaje de mover a reflexión a su hermana, persuadirla de que recapacite sobre su decisión y desista. El argumento es que la familia atravesó por graves y dolorosas circunstancias, consecuencia muchas veces de acciones impetuosas y desatinadas de cada individuo, y eso debería servir de aprendizaje a los que quedan. Así, Ismena rememora el suicidio de su madre, Yocasta, el incesto y el autocastigo de Edipo, además de su deshonra social, y el mutuo asesinato de Etéocles y Polinices.  Acude, como Antígona cuando también quería persuadirla de ayudarla, a recursos movidos por el pathos.

   En el segundo momento, describe las que para ella, son las debilidades que padecen su hermana y ella en la situación actual: “Y a nosotras dos, solas como hemos quedado, ¿qué muerte más atroz nos espera, dime, si a despecho de la ley desafiamos los edictos y el poder del tirano? Hay que acordarse, Antígona, que hemos nacido mujeres y que no podemos luchar contra hombres; además de que estamos sujetas a gente más fuerte, y que hay que obedecer estos mandatos y otros más duros todavía.” El temor a la soledad en Ismena es su motivación para actuar o no actuar, esto también se revela más adelante en la trama cuando, habiendo sido descubierta y condenada a muerte Antígona, Ismena aparece acusándose del enterramiento que por prudencia y temor a Creonte no había realizado, porque en ese punto le parecía más hiriente emocionalmente quedarse totalmente sola que morir. Tanto Antígona como Ismena son muy jóvenes, y es obvio que a Ismena esto le afecta. Destaca que han quedado huérfanas al principio del Prólogo, y ahora que han quedado solas. Pero no se trata sólo del temor emocional a la soledad, sino de algo pragmático, pues el punto es: ¿quién las defenderá si contradicen a Creonte? Ya no tienen ni a su padre ni a sus hermanos que puedan sacar la cara por ellas frente al gobernante, a quien Sófocles define como “tirano” en boca de Ismena, caracterizándolo así como un individuo que abusa de su poder y gobierna de manera totalitaria. A esto le agrega la visión patriarcal de la inferioridad de las mujeres frente a los hombres. Ser mujer, para Ismena, es una limitante, la convierte en débil y vulnerable, en incapaz de enfrentar ciertos desafíos. No pueden luchar contra hombres, afirma, un planteo que Antígona ni siquiera considera a la hora de tomar sus decisiones. Sumado a esto, son ciudadanas, son aristois, pero están por debajo de quien manda, y por tanto, tanto por ser mujeres como por ser súbditas, deberían obedecer. Incluso plantea que podría haber mandatos más duros que los actuales, y también en ese caso deberían obedecer. He aquí el límite de Ismena, dando a entender que aunque no esté de acuerdo con lo que dictó Creonte, obedecerá porque es su deber y porque siente miedo. Estos argumentos son los que caracterizan a Ismena como una mujer típica de su época y cultura, que respeta su areté femenino y las normas sociales, y seguramente para el público del tiempo de Sófocles, debía ser considerada como la que tomaba la decisión correcta, en oposición a Antígona, rebelde y apasionada, y con una determinación que ellos asociaban a la masculinidad.

   Finalmente, concluye: “Yo al menos pediré a los muertos que me lo dispensen, porque obedeceré a aquel que tiene el poder. Obrar con desmesura no es razonable.” Sófocles pone en boca de Ismena la defensa de la sofrosine, la cualidad por excelencia que los antiguos griegos resaltaban en sus tragedias, y la condena al hybris, el pecado que condenaba a los héroes trágicos a perderlo todo. La sofrosine es la templanza y la prudencia conseguidas gracias al equilibrio, al dominio del espíritu por sobre las pasiones, en tanto el hybris es lo opuesto, la desmesura, el exceso, el daño, que suele revelarse por conductas guiadas por la soberbia, el desenfreno, etc.  Sin embargo, si bien Ismena sostiene un concepto aprobado socialmente, la realidad es que su decisión parte del desconocimiento de lo que los antiguos griegos consideraban una ley sagrada decretada por los dioses, y que por tanto, sería considerado una falta no acatar: los muertos debían ser sepultados, debían recibir honras fúnebres, y quienes tenían este deber eran los deudos. Esto revela que aunque Antígona e Ismena toman decisiones opuestas, ambas cometen error en algún punto, y la razón es que el decreto de Creonte es incorrecto y violenta las leyes sagradas, dejándolas a ellas en mala situación lo obedezcan o no. El hybris de Creonte es el punto de partida del conflicto de esta tragedia, y condiciona a los demás personajes, demostrándose así que Creonte es el protagonista, el héroe trágico, y no Antígona, a pesar de la fuerza de su carácter.

   La respuesta de Antígona es airada. No comparte la decisión de su hermana y se ofende, mostrando su carácter apasionado una vez más. No sólo ya no le insistirá, sino que aún si Ismena cambiara de parecer, ya no aceptará su ayuda. Notamos en este parlamento de Antígona su idealismo, por oposición al pragmatismo de Ismena: “A aquél lo entierro yo misma, y será hermoso morir estándolo haciendo; así reposaremos juntos, la amante hermana con el amado hermano, por haber sido piadosa en mi rebeldía.”  Esta idealización de su muerte nos recuerda lo que le planteará a Creonte en el Episodio II, cuando le afirma que para ella morir es una ventaja, porque ha vivido rodeada de males. La muerte aquí se asocia a la idea de reposo, de descanso, de paz, pero Antígona también sabe que esta decisión no está libre de conflicto, por eso emplea el oxímoron (figura de pensamiento que consiste en unir en una expresión dos palabras que son contradictorias entre sí, generando una contradicción aparente) “piadosa en mi rebeldía”. La palabra piadosa refiere a quien tiene piedad, pero en su uso original significa que actúa con devoción religiosa. O sea que Antígona, por ser obediente a las leyes religiosas, está siendo rebelde a las leyes humanas. Y esta contradicción, como ya se explicó, procede del hybris de Creonte. No se debe pasar por alto, además, las expresiones de afecto de Antígona por su hermano muerto y caído en desgracia: ella misma le expresa a Creonte en el episodio II que la mueve el amor y la piedad.

   Y en ese mismo parlamento, concluye: “Porque mayor es el tiempo que debo complacer a los muertos que a los vivos, y tú si te parece, desprecia las leyes que los dioses tanto estiman.” Su razonamiento es claro: estará mucho más tiempo muerta que viva, y casi toda su familia ha muerto, por tanto, tiene lazos más fuertes con la muerte que con la vida, según afirma. Esta idea la matizará luego que Creonte la condene a morir encerrada en una cueva, cuando se lamente por morir tan joven y sin poder haber cumplido ciclos como los de mujer casada y madre. Finaliza acusando a Ismena de no respetar la voluntad de los dioses.

   La discusión que sigue desarrolla los mismos términos de debate que hasta ahora entre las hermanas. Ismena sostiene que no puede hacer nada contra la voluntad de la ciudad (las leyes humanas, las del gobernante) y Antígona la acusa de escudarse en un pretexto, pero que ella cumplirá con su deber. Ante la compasión de Ismena, que teme por el destino de su hermana, Antígona le retruca duramente que mejor cuide su propia suerte, sugiriendo con esto que es Ismena la que toma la decisión incorrecta. Cuando Ismena le indica que ella le guardará el secreto, Antígona tiene una respuesta soberbia que demuestra que cae en hybris: “¡Publícalo!” No quiere hacerlo en secreto, y podemos elucubrar dos razones: está convencida de que tiene la razón, o quiere jactarse de sus acciones. Ambas explicaciones son posibles, incluso al mismo tiempo.

   Ismena muestra su horror ante la desmesura de Antígona, y las consecuencias que supone tendrán sus acciones: “El corazón te arde en cosas que hielan de espanto.”  Nos encontramos con un nuevo oxímoron, empleado esta vez por Ismena, donde reúne el ardor del fuego con frío del hielo. La pasión desmesurada de Antígona, su fuego interior, a Ismena le provoca un espanto que la congela. Además del oxímoron encontramos aquí dos símbolos, el fuego, lo ígneo (el ardor) representando la vehemencia, la pasión de Antígona, y el hielo como símbolo del espanto que provocan las acciones desmesuradas de Antígona a su hermana. La proyección de Antígona como la excepcional y de Ismena como la mujer común se hacen evidentes en esta expresión de Ismena. En un parlamento posterior Ismena le insiste a su hermana con la idea de que está persiguiendo imposibles, pero Antígona, que ya le había aclarado que con sus acciones pretende agradar a quienes más le importa agradar, le responde: “me detendré cuando no pueda más”. ¿Qué significa para Antígona no poder más? Sin duda, algo diferente que para Ismena: Antígona pone su límite mucho más allá. Para Ismena el límite está en las leyes de la ciudad, en lo que decretó Creonte; para Antígona su límite es la muerte, mucho más extrema que su prudente y temerosa hermana. Esta determinación sigue encuadrándose en el hybris del que ya habíamos hablado, agregándole el deseo de gloria que los antiguos griegos reservaban al mundo masculino de hazañas heroicas: “déjanos a mí y a mi proyecto padecer el peligro de mi resolución, que no han de ser tantos que no pueda, al menos, morir con gloria.” Con estos conceptos Antígona demuestra que está muy consciente de los riesgos a los que se enfrenta, y aún así, lo hará. Su comportamiento tiene un origen pasional, pero tampoco está exento de reflexión. Su idealismo le otorga una inflexibilidad que la empuja al peligro: no cederá aunque esté en riesgo su vida, y ese mismo riesgo es lo que le otorga la calidad de hazaña a su acción, pretendiendo “morir con gloria”. Esta obsesión por conseguir la admiración de los demás debe tener relación con los sucesos humillantes que acontecieron en su familia y que cubrieron de vergüenza a las hermanas (parricidio, incesto, ambición desmedida de poder y egoísmo, crimen fratricida).

   La última intervención de Antígona en el Prólogo tiene como objetivo dejar en claro que ella se constituirá en la antagonista de Creonte -héroe trágico de la obra-, desafiando un edicto que considera injusto y lesivo de sus derechos, y que se enfrentará a la muerte si es necesario para cumplir con su propósito. Ismena, por su parte, finaliza su participación en el Prólogo insistiendo sobre el conflicto entre hybris y sofrosine, y la inconveniencia de excederse, más allá de reconocer los valores morales elevados que su hermana encarna.