TRADICIÓN E INNOVACIÓN EN “LA
CASA DE BERNARDA ALBA”
Sabemos que Federico García Lorca, por ser de la Generación del 27, aunó
en su obra elementos tradicionales con elementos más modernos e innovadores,
surgidos de la influencia vanguardista. Por esta razón encontramos en la obra La casa de Bernarda Alba elementos
típicos de un drama clásico, ajustado incluso a conceptos aristotélicos, y
otros que no respetan el modelo aristotélico. Veamos algunos ejemplos
concretos. ¿Dónde notamos la influencia clásica o de la tradición, y cuáles son
las transgresiones a ese modelo?
a)
La obra
presenta planteo, desarrollo y desenlace, respetando los tres grandes pasos de
desenvolvimiento del conflicto. El planteo se realiza en el Acto I, el
desarrollo en el Acto II y III, y el desenlace se encuentra al finalizar el
Acto III.
b)
La
presentación de los personajes y el desarrollo de las acciones permiten al
espectador padecer la catarsis (purificación o transformación), como lo
describe Aristóteles. Sin embargo, debido a que Bernarda presenta rasgos que la
distancian del héroe trágico aristotélico, la catarsis difícilmente ocurra a
partir de la identificación con la protagonista. Aquí aparece un elemento
transgresor de la norma clásica.
c)
Hay pasajes
de la obra que se asemejan a la antigua tragedia griega, por ejemplo: el hecho de
que algunos personajes actúen como el coro (lo vemos en el Acto I, cuando
Bernarda y las mujeres del duelo cantan un rezo por el difunto, o en el Acto
II, cuando cantan los segadores y Martirio y Adela repiten algunas estrofas),
la conjunción de género lírico y dramático en la obra, la caída de la
protagonista debido a su hybris y ceguera trágica, etc.
d)
Todo ocurre
en un único lugar (se respeta la unidad de lugar de Aristóteles), en este caso,
en la casa de la protagonista. Cuando la acción ocurre fuera de la casa se
menciona, pero no se representa en escena (por ejemplo, la calle, el campo, el
olivar).
e)
La unidad de
tiempo aristotélica (la acción debe representar un día de la vida del
protagonista, el peor, el día en que se produce su caída) no se respeta en La
casa de Bernarda Alba, ya que en cada acto se representa el transcurrir de un
día, y hay que aclarar que no sabemos cuánto tiempo pasa entre un acto y otro,
si bien captamos que toda la acción se desarrolla durante un verano.
f)
Aunque la
base dramática de la obra es realista (las vestimentas, la decoración, algunos
giros lingüísticos, algunas costumbres), también encontramos varios pasajes que
responden a un espíritu lírico y hasta onírico, alejándose así del realismo
puro (la presencia de símbolos, como la entrada de María Josefa con una ovejita
en los brazos, sus parlamentos, el caballo blanco descripto como una presencia
fantasmagórica, el tono lírico de algunos parlamentos de otros personajes, como
Adela o Martirio, el responso cantado por Bernarda y las mujeres del duelo en
el acto I, la canción de los segadores, etc). Esto se asemeja a obras
dramáticas del siglo de Oro español, como las escritas por Lope de Vega, por ejemplo,
donde alternaba situaciones y parlamentos realistas con pasajes líricos.
g)
Uno de los
temas principales de la obra es el honor, tema tradicional de la dramática
española del Renacimiento y el Barroco. La diferencia es que en las obras de
siglos anteriores, el honor se consideraba una cualidad, y en la obra de Lorca
se vislumbra como un impedimento a la felicidad y libertad de los personajes.
Esta visión crítica es uno de los aspectos que dota de modernidad a la obra.
Vistos estos aspectos generales de la obra
en su simbiosis tradición –innovación, veremos qué aspectos de su protagonista
presenta García Lorca dentro de los códigos tradicionales de un héroe trágico (al
estilo aristotélico) y cuáles no.
·
PERTENECE A UN GRUPO SOCIAL ELEVADO. Este rasgo era imprescindible en el modelo aristotélico
para ser un héroe trágico. Aristóteles sostenía que para que la caída de un
individuo causara horror y compasión, debía caer desde un lugar elevado, por
eso los héroes trágicos de la antigua tragedia griega eran siempre nobles, aristois
importantes. Bernarda pertenece a un grupo social alto en ese pueblo rural de
Andalucía, es del linaje de los Alba, posee tierras, ganado, tiene criadas a su
servicio, y manifiesta constantemente orgullo de clase. El matiz es que su
poder se limita a su pueblo, un pueblo rural de Andalucía, ya que en otros
pueblos -según informa Poncia, su criada principal- Bernarda es “pobre”. En
cambio, en la antigua tragedia aristotélica, el aristoi era especialmente
destacado, siendo por ejemplo el rey, o príncipe, o un general importante para
toda la nación.
Uno de los problemas centrales que la obra
desarrolla es que Bernarda no permite a sus hijas noviar ni casarse, a menos
que el pretendiente fuese de su misma clase social (“¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un
hombre el día de la misa de su padre?”; “Los hombres de aquí no son de su
clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán?”; “¡Mi sangre no se
junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán.”). Su
concepción de clase la conduce a menospreciar a quienes no forman parte de su
mismo grupo social, algo que se manifiesta no solamente en que prefiere
sacrificar la posible felicidad de sus hijas antes de permitir que se vinculen
con alguien de clase social menor, sino también en la manera en que trata a las
criadas. Cuando ingresa Bernarda por primera vez a escena con sus hijas y las
mujeres que acompañaron el duelo, y la criada llora a gritos (en realidad finge
su dolor, pero Bernarda no lo sabe), ella espeta con dureza: “Menos gritos y más obras. Debías haber
procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es
éste tu lugar. (La CRIADA se va sollozando). Los pobres son como los animales.
Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.” Y al señalar una mujer
del duelo que los pobres sienten también sus penas, humanizándolos, Bernarda
responde: “Pero las olvidan delante de un
plato de garbanzos.” Del mismo modo, en diálogo con Poncia, quien trabaja
para Bernarda desde hace treinta años, en un sistema en el que además las
criadas duermen en la casa donde sirven, dos pasajes demuestran la actitud
clasista y despectiva de Bernarda: en el Acto I, le dice Poncia: “Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no
tenemos confianza?”, a lo cual Bernarda le responde: “No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!”, y en el Acto II,
cuando Poncia señala que Bernarda tiene humos, ésta le dice: “Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no
los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.”
Ese clasismo extremo equipara bajo nivel
social con pobreza, servidumbre y animalidad, desconociendo la humanidad de
quien no está en su mismo rango, y expresando un concepto arcaico pero muy
extendido en la literatura y sociedad española, que es que sólo los nobles, las
personas de linaje, tienen dignidad y concepto de honor. Es importante
destacar, además, que si bien pertenecer a un grupo social alto otorga
privilegios, también impone obligaciones, y Bernarda es muy explícita con esto
cuando gobierna sobre sus hijas: cuando impone el luto de ocho años y sentencia
cuál es el rol de la mujer y cuál el del hombre
(“Hilo y aguja para las hembras.
Látigo y mula para el varón.”), también agrega: “Eso tiene la gente que nace con posibles”. Por esta razón se
muestra inflexible con la conducta de sus hijas, muy especialmente en lo que
refiere a lo sexual, y su soberbia la empuja a humillar a todo el que ella
considere por debajo de su nivel.
·
PADECE CEGUERA TRÁGICA Y CAE EN HYBRIS. La ceguera trágica (denominada até) constituye
uno de los rasgos inherentes al héroe en la antigua tragedia griega. Esta
ceguera implica que el personaje no logra ver, o sea que desconoce o ignora,
algún aspecto sustancial del conflicto, lo cual lo conduce a tomar decisiones
erróneas. En el caso de Bernarda, da por sentado precisamente lo contrario, que
puede verlo todo, que puede controlar todo, y que bajo su mano férrea, sus
hijas obedecerán sus mandatos disciplinadamente. La obra nos muestra que tanto
Poncia, como la criada, e incluso una de sus hijas (Martirio) captaron las
acciones de Adela quebrantando el orden materno. Y ambas criadas perciben la
tormenta de pasiones que se agita en las hijas, pero para Bernarda este
conflicto no existe. El motivo es múltiple. Por un lado, como a cualquier
persona, se le escapan situaciones a su control, aunque piense lo contrario.
Por otro, aun viendo ciertos hechos, procede a negarlos, interpretando como
mejor le conviene. Y cuando capta que hay algún problema que pueda atentar
contra su fama y el honor de la familia, de inmediato ordena ocultarlo. El
centro del problema está en su enorme soberbia, que la empuja a creerse
todopoderosa y omnisciente. Nunca reconoce sus limitaciones ni que puede
equivocarse. En esto consiste su hybris (exceso, desmesura), y es lo que la
hace caer, pues termina fracasando en sus intentos de mantener la honra y el
buen nombre de su familia.
Veamos algunos ejemplos claves, tanto en acciones
como en palabras. En el Acto I, Angustias aparece maquillada en escena, y
Bernarda le quita el maquillaje a la fuerza. Ante el reproche de Poncia (le
dice que no sea tan inquisitiva), Bernarda afirma: “Aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé
perfectamente lo que hago”. Esta afirmación corresponde a una persona que
tiene la certeza de estar haciendo lo correcto, de ser lúcida (lo opuesto a la
ceguera trágica que padece) y ser quien tiene el control. Esto último lo
reafirma cuando ante la pelea de las hijas, golpea con el bastón en el suelo
para poner orden: “¡No os hagáis
ilusiones de que vais a poder conmigo! ¡Hasta que salga de esta casa con los
pies adelante, mandaré en lo mío y en lo vuestro!” Asegura que mandará
sobre sus hijas hasta su muerte, de manera inflexible. Podemos preguntarnos por
qué desea mandar sobre sus hijas, todas adultas. Si bien Adela es bastante
joven, ya tiene 20 años, y todas las demás son mayores, siendo Angustias la
mayor, con 39 años. Todas en edad de decidir sobre sus propias vidas, pero Bernarda
las tutela como si fuesen niñas. Bernarda controla cómo se visten, lo que hacen
día a día, decide si pueden salir o no, con quiénes deben hablar y vincularse y
con quiénes no, cuándo deben hablar y cuándo callarse, y hasta si pueden llorar
o no por la muerte de su padre. Es un control extremo que pretende el dominio
absoluto sobre sus hijas. Incluso llegó a arruinarle a Martirio un noviazgo,
haciéndole llegar un aviso al hombre que la pretendía, de que no se presentara
a cortejarla, dejando a su hija esperando toda la noche y sin que se enterara
que el pretendiente no acudió a la cita porque ella lo impidió. Todo esto
ocurre porque en su objetivo de mantener limpia la honra de su familia,
Bernarda cree tener la razón siempre, y considera incapaces o poco propios a
todos los demás. Por esto al principio de la obra sentencia: “No he dejado que nadie me dé lecciones.”
Este orgullo (su hybris) es lo que la condena a fracasar al final, pues a pesar
de que Poncia le advierte de lo que está ocurriendo, sugiriéndole que la
situación con Pepe el Romano puede escapársele de las manos porque la decisión
de que se case con Angustias no es la correcta, Bernarda desestima la
advertencia e incluso la acusa de pretender poner sombras donde no las hay
(ceguera trágica). Poncia le dice “abre
los ojos y verás”, y “Siempre has
sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí
que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás
ciega.” Pero Bernarda le responde: “Aquí
no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día, estate segura que no
traspasaría las paredes”. Cuando se evidencia que Pepe se está yendo a las
cuatro y media de la mañana de la casa, y Angustias niega que sea por ella, ya
que se despiden cada noche a la una, Bernarda queda en alerta, pero es incapaz
de entender lo que realmente está ocurriendo, y continúa alardeando de su
capacidad de dominio de la situación: “No
habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya
hasta que me muera”; “¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!”.
Y en el Acto III, Bernarda expresa a Poncia: “Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna “la cosa
tan grande” que aquí pasa, según tú.” Y también asegura: “Mi vigilancia lo puede todo.” Según
ella, la gente no puede murmurar, porque tiene todo bajo control (“¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!”).
En estos parlamentos se nota no sólo la soberbia y la ceguera de Bernarda, sino
que hasta podemos vislumbrar la presencia de la ironía trágica, por la cual se
afirma lo contrario de lo que realmente es.
Estos conceptos proceden de la antigua
tragedia aristotélica, y si bien Federico lo moderniza quitando toda referencia
acerca de algún tipo de castigo divino, la base es la misma: el individuo
comete errores graves que lo conducen al fracaso, y es incapaz de rectificar
sus decisiones para evitar el desastre.
Un matiz importante que distancia a Bernarda
del modelo clásico es que en la antigua tragedia griega el héroe sufría el
proceso de anagnórisis (descubrimiento de la verdad) que finalizaba con la
comprensión de que se había equivocado, lo aceptaba y asumía la justicia del
castigo, pero Bernarda termina la obra sin hacerse cargo de que sus conductas y
decisiones condujeron al desenlace terrible y fatal: no reconoce sus errores,
no se arrepiente, e incapaz de cambiar, finaliza la obra del mismo modo que la
había comenzado, pidiendo silencio, pretendiendo ocultar lo que considera como
una deshonra. Bernarda fracasa, pero no aprende, y no cambia. Continúa aferrada
a los conceptos que la condujeron al desastre para estructurar su vida y las de
sus hijas: “Pepe: irás corriendo vivo por
lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha
muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie
dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las
campanas!” […] “Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara.
¡Silencio! (A otra hija) ¡A callar he dicho! (A otra hija) ¡Las lágrimas cuando
estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un
mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis
oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!”
·
ES VÍCTIMA Y VICTIMARIA. En la antigua tragedia griega, hallábamos que la
Moira (destino) del héroe lo empujaba a cometer errores, causando daño a otros
y a sí mismo. Muchas veces esa Moira nefasta era producto de alguna maldición,
como en el caso de Edipo, hijo del maldecido Layo, por quien la ciudad de Tebas
es asolada por una peste mortal. En Antígona, Creonte cae porque en su creencia
de hacer lo correcto, comete el error de ignorar las leyes divinas y ordena no
sepultar a uno de sus sobrinos, provocando la muerte de Antígona y luego, en
cadena, la de su propio hijo y la de su esposa. En ambos casos los héroes, sin
quererlo, dañaron a otros y a ellos mismos. En cuanto a Bernarda, podemos
rastrear el origen de sus acciones en dos factores: la tradición -la enseñanza
que recibió en su casa familiar-, y su propio carácter y manera de interpretar
las normas consuetudinarias. En dos ocasiones afirma o sugiere que las normas
que dicta proceden de lo que le enseñaron en casa de su abuelo y su padre. Nótese
que su ejemplo es masculino, no habla de su abuela ni de su madre como
transmisoras de las normas morales: “¡En
ocho años que dure el luto no ha de
entrar en esta casa el viento de la calle! Haceros cuenta que hemos tapiado con
ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi
abuelo.” En el Acto II, en la escena en que se descubre que Martirio
escondió el retrato de Pepe el Romano en su cama, y las demás hermanas acusan a
Angustias de que ese hombre vino por ella sólo por su dinero, Bernarda vuelve a
mencionar a su padre como referente: “Pero
todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa
levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. […]
¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda: ¡acuérdate que ésta es tu obligación!”.
En estos dos pasajes claramente Bernarda sostiene su axiología en base a
criterios sociales que proceden de lo consuetudinario, de la tradición, sin
discutirlos. Bernarda no cuestiona ni se pregunta. No inventó las reglas, pero
ordena respetarlas y emplea en ello toda su voluntad, aún si supuestamente
contrariara sus sentimientos personales (“acuérdate
que ésta es tu obligación”). El luto de ocho años es extenso y penoso, y
quizás sea vacío, porque la única que manifiesta dolor por la muerte de su
padre es Magdalena. Ni sus hermanas ni su madre se lamentan en ningún momento
por esa muerte cuyas consecuencias alimentan el conflicto. No hay siquiera un
recuerdo afectuoso o conmovido del muerto. Sólo se habla del cumplimiento
externo del duelo. Adela llora cuando se entera que Pepe el Romano viene por Angustias,
y porque siente que perderá su juventud encerrada por el duelo de su padre,
pero no por la muerte en sí. El mismo día del sepelio las hermanas conversan y
discuten por temas diversos, como si la muerte de su padre no hubiese ocurrido.
Cada vez que Bernarda menciona al muerto es simplemente para exigir que se
respete el duelo externamente, e incluso prohíbe a Magdalena que llore por su
padre. En conclusión, en esto como en otros asuntos, Bernarda exige
cumplimiento de reglas pero no porque tengan un sentido real más allá del qué
dirán. Por otro lado, el hecho de que sus modelos de poder sean hombres, nos
recuerda que la sociedad española de principios del siglo XX, sobre todo en los
pueblos rurales, era muy patriarcal. Y que Bernarda sea tan autoritaria, y
emplee también la violencia física, además de la verbal y psicológica, su dureza emocional, su falta de lágrimas y
de sensibilidad maternal, indican que ella quiere imitar a sus modelos,
haciéndola parecer masculina para la época.
Esta sujeción a un modelo sin cuestionarlo, esa
rigidez, nos muestran a una Bernarda que no sólo es victimaria, sino que
también es víctima. Es una mujer que reprime y condena a otras mujeres, porque
ése es el rol que le adjudicó la sociedad patriarcal en la cual fue educada, y
así como no permite a sus hijas ser felices, disfrutar de su juventud o de su cuerpo,
ella tampoco es feliz. Incluso cuando Angustias le confiesa que debería estar
contenta (porque tiene novio y va a casarse) pero no lo está, su madre le
responde: “Eso es lo mismo”, dando a
entender que el objetivo de la existencia no es ni la felicidad ni el placer,
sino el hacer lo que se debe hacer. Cuando le da consejos a Angustias respecto
a cómo comportarse con su marido cuando sea una mujer casada, todo apunta a la
sumisión frente al hombre, y a la aceptación de que los hombres tienen más
libertades y privilegios que las mujeres. Angustias se queja de que Pepe parece
siempre distraído, como si estuviera siempre pensando en otra cosa (esto tiene sentido,
porque Pepe se comprometió con ella por su dinero, pero se apasiona con Adela y
la está viendo en paralelo que a su prometida), y su madre le aconseja: “No le debes preguntar. Y cuando te cases,
menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos”. Y
si bien Angustias no sospecha lo que está ocurriendo entre su prometido y su
hermana menor, sí capta que él le oculta cosas. A lo cual Bernarda le responde:
“No procures descubrirlas. No le
preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás.” Y aunque Bernarda es
una mujer con mucho carácter, nos enteramos al principio de la obra que su
marido fallecido tenía comportamientos impropios y abusivos con la Criada (“Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso
con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a
levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral!”), lo cual la
convierte en una mujer engañada. Cuando Bernarda recomienda a su hija no hacer
preguntas, sentimos que está perpetuando el ciclo de infidelidad, humillación e
infelicidad. Las únicas que en cierto sentido cuestionan el modelo con sus
conductas son María Josefa, madre de Bernarda, que terminó loca y encerrada, y
Adela, cuya pasión y rebeldía la conducen a un fin violento y trágico. Las otras
hijas son infelices, y si bien dan a entender varias veces que no están
conformes con el desarrollo de los acontecimientos, con las reglas sociales y
la inflexibilidad de la madre, no llegan a realizar una oposición tan firme
como la de Adela, que quebranta la regla más importante que impone su madre, al
abandonarse al deseo y el placer con el prometido de su hermana mayor.
En definitiva, si bien por momentos la idea
de destino aparece en la obra (sobre todo en lo vinculado con el suicidio de
Adela), Lorca trabaja, más que la idea de arbitrariedad e irracionalidad del
destino, la de condicionamiento social y consecuencia lógica de las propias
acciones. Bernarda es el producto de una sociedad represiva y normativa, que
sataniza el sexo y el placer, y pretende mantener a la mujer atada a un rol de
sumisión y dependencia del varón, además de infantilizarla (sobre todo en
clases sociales altas). Claro que representa un extremo, por eso concluimos que
cae en hybris: lleva la norma hasta las últimas consecuencias, aunque implique
la infelicidad y la muerte propia o de quienes la rodean. En su afán de cumplir
con ese ideal normativo tal como le transmitieron, y mantener limpio el nombre
de su familia, siendo víctima del sistema, y debido a sus errores, arrastra en
su caída e infelicidad a quienes dependen de ella, muy especialmente sus hijas.
Por esto es que podemos afirmar que es víctima y victimaria.
·
MANDA PORQUE TIENE PODER, PERO NO ESTATURA MORAL.
El héroe de la tragedia aristotélica, más allá de
sus errores, es respetable, tiene estatura moral, y aunque comete crímenes que
provocan su caída, no es malvado, de tal manera que permita al espectador
empatizar con él y acompañarlo en su sufrimiento, provocando la catarsis. Pero
es muy difícil sentir simpatía por Bernarda. Desde el principio, aún antes de
que ingrese a escena, es presentada por Poncia como una persona cruel y
tiránica (“Tirana de todos los que la
rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante
un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara”). Y cuando entra en escena, notamos que la
presentación era veraz. Su primera intervención es radical y brusca. Llega del
sepelio de su segundo marido, con sus cinco hijas y las mujeres del duelo, y maltrata
a la Criada, que estaba haciendo una escena de dolor por el patrón muerto. Más
allá de que la Criada fingió una pena que no sentía, cosa que Bernarda no tenía
por qué saber, lo importante es la manera en que la destrata y el por qué. Lo
primero que ordena es “¡Silencio!”.
El silencio, en este caso, se asocia con la pretensión represiva de la
protagonista, y su deseo de ocultar todo lo que le parezca poco honorable
delante de los demás. “Menos gritos y más
obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir
al duelo. Vete. No es éste tu lugar.” La actitud despectiva, la forma en
que humilla a la Criada frente a toda esa gente sólo porque trabaja para ella y
por tanto la considera inferior por su clase social y dependencia, revela su
carácter cruel. Finaliza ese parlamento con una apreciación discriminatoria y
clasista: “Los pobres son como los
animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.” Esta afirmación
contrasta con la supuesta religiosidad de Bernarda. Viene de la Iglesia, y
luego entona un responso rogando por el alma del difunto, pero todo es pura
apariencia, pues en ningún momento tiene comportamientos o sentimientos
cristianos. Esto se nota en cada conducta y parlamento de Bernarda donde
critica de manera destructiva a otras personas, les lanza indirectas ofensivas,
demuestra estar pendiente como vulgar chusma de las vidas ajenas, condiciona y
esclaviza a quienes la rodean, no le interesa la felicidad de sus hijas, no les
demuestra amor, es egoísta y avara (cuando Poncia sugiere que podrían dar algo
de la ropa del marido fallecido, Bernarda responde: “Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara!”),
y en su afán moralista puritano, apoya y reclama una conducta brutal y violenta
contra quienes, según ella, atentan contra su código de valores (azuza a
quienes quieren matar a la hija de la Librada por haber pecado, y afirma que
está bien que el marido de su vecina Prudencia no haya perdonado a la hija). Si
es cierto que Bernarda cree en Dios, está más cerca de la figura divina
inflexible y vengativa del Antiguo Testamento con su ley del talión, que del
dios paternal y compasivo que Jesús muestra en el Nuevo Testamento.
Este tipo de conductas y discursos generan
rechazo en los demás, y podemos ver que Bernarda no es una persona querida en
su comunidad. La gente la respeta por temor y por conveniencia, pero no porque
ella despierte simpatía o afecto. Ni las hijas parecen sentir cariño por su
madre. Este aspecto del personaje difiere mucho de un héroe trágico tradicional,
y lo aleja del modelo clásico. Bernarda tiene un carácter fuerte y atractivo
para ser un personaje de teatro, pero no despierta nuestra compasión ni cariño,
ni admiramos su estatura moral.
·
COMO HEROÍNA TRÁGICA, TIENE ANTAGONISTAS. Bernarda puede tener aliados en la obra, pero
sólo lo son por conveniencia o dependencia. Como explicaba en el ítem anterior,
ninguna persona en el transcurso de las acciones demuestra sentir afecto por la
protagonista, y todos de alguna manera se oponen a ella. Veamos los distintos
grados de oposición.
En primer término, tenemos a sus empleadas, Poncia
y la Criada. Deben obedecerla, porque están a su servicio, y su
circunstancia económica las obliga a permanecer en esa casa sirviendo,
tolerando conductas que en muchos casos son inaceptables. Bernarda es cruel,
poco generosa y muy exigente, por esto las criadas le temen y no sienten cariño
por ella. Si bien deben obedecerla, no concuerdan con sus opiniones ni
decisiones. Poncia trata de evitar el conflicto entre las hermanas, pero
Bernarda no la escucha, hasta que finalmente Poncia decide “lavarse las manos”
y dejar que las cosas fluyan (de ahí su nombre, por Poncio Pilatos). Ellas no
se le oponen en los hechos porque sienten que no pueden hacerlo, pero más allá
de cumplir con sus obligaciones, no son sus aliadas.
En segundo lugar, de manera escalonada,
encontramos a cuatro de las hijas de Bernarda. La más dócil parece ser Amelia,
de quien no se nos muestra ningún conflicto específico con la madre. Apenas si
al principio, cuando Bernarda critica a quienes fueron a su casa a acompañar en
el duelo (habla del sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas), Amelia
exclama “¡Madre, no hable usted así!”.
En todas sus otras intervenciones se limita a mostrar temor, mirando si viene
cuando se habla de algo que cree que Bernarda considerará impropio, o
comentando que si se entera su madre las castigará (“¡Si la hubiera visto madre!”, “¡Si te ve nuestra madre te arrastra del
pelo!”, “¡Ay! ¡Creí que llegaba nuestra madre!, ·”Chissss… ¡Que nos va a oír!”).
Amelia tiene 27 años, pero aparece infantilizada, comportándose como una niña
que cuando realiza una travesura, se esconde de su madre para que no la
descubra y castigue. No discute, pero tampoco es que esté del lado de su madre
ni le demuestre afecto, sino que le teme. Y muestra un oscuro sentimiento de
fatalidad cuando expresa “Lo que sea de
una será de todas”.
Luego encontramos a Magdalena, quien
expresa desacuerdo con su madre en varios asuntos, se queja de ser mujer, por
ejemplo, por las obligaciones que Bernarda le impone (es a quien su madre
reprime el llanto por la muerte de su padre, y cuando Bernarda señala que
pueden ir bordando las sábanas del ajuar, le responde: “Sé que ya no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo
menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.”, ante lo cual
Bernarda sentencia “Eso tiene ser mujer”,
y Magdalena expresa “Malditas sean las
mujeres”), y nos enteramos que en el pasado también hubo algún
desentendimiento, porque Bernarda la amenaza diciéndole “Ya no puedes ir con el cuento a tu padre”. Magdalena tiene
opiniones muy distintas a las de su madre: no comparte que Pepe se case con Angustias,
sino que cree que debería casarse con Adela o Amelia, critica que esa boda vaya
a realizarse por interés económico y no por amor, y tiene un concepto de
justicia que no concuerda con el de su madre, pero tampoco hace algo concreto
para sacudirse del yugo, y de alguna manera parece resignada a que su vida no
cambiará.
Le sigue Angustias, quien si bien
está de acuerdo con casarse (sobre todo porque quiere huir de su casa
familiar), pretende comportarse de maneras que Bernarda censura, al punto que
la castiga golpeándola con el bastón (cuando va a espiar al portón lo que dicen
los hombres del duelo), o le quita violentamente el maquillaje. De algún modo
Angustias se rebela contra el control materno, y le responde cuando Bernarda
hace afirmaciones con las que ella no concuerda, pero su rebeldía no pasa de
gestos tibios tratándose de una mujer de casi cuarenta años. Sigue dependiendo
de las decisiones de su madre, y finalmente, acata lo que le ordene. En el Acto
II, cuando se suscita la discusión debido a la hora en que Pepe fue visto en
una de las rejas de la casa (lo vieron irse a las cuatro y media, pero
Angustias asegura que él se va de su ventana a la una, lo cual sugiere al
espectador que Pepe se está viendo con alguien más, concretamente con Adela),
Bernarda, como en otras ocasiones, pretende silenciar y ocultar todo, diciendo “No se hable de este asunto”, pero
Angustias reclama “Yo tengo derecho a
enterarme”, sin embargo su madre no le da espacio a su derecho,
respondiendo con dureza “Tú no tienes
derecho más que a obedecer”. Y allí se termina la actitud rebelde de
Angustias, quien amaga, pero no se decide a luchar verdaderamente por lo que
cree correcto.
Luego, Martirio. Este personaje es
uno de los más intensos de la obra. Si bien en varios pasajes parece obedecer
sin reproche, y en la concepción moral da la impresión de que opina igual que
su madre, su pasión por Pepe el Romano la empuja a quebrantar reglas. Y su
aparente afán moralista esconde en realidad celos y resentimiento porque Pepe
no se ha fijado en ella, sino en Adela. Martirio es enfermiza y tiene la
espalda encorvada, y ella misma tiene un bajo concepto de sí misma y de su
belleza: “Es preferible no ver a un
hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes
y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo
de crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha
hecho débil y fea, y los ha apartado definitivamente de mí”. Pero enseguida
nos enteramos que cuando un hombre le envió una nota cortejándola (Enrique
Humanes), ella lo esperó toda la noche, y ahora se enamora de Pepe el Romano, o
sea que su supuesto rechazo por los hombres quizás sólo sea por inseguridad,
por considerarse poco atractiva. Respecto al episodio con Enrique Humanes, nos
enteramos por la misma Bernarda, que fue ella quien advirtió a ese hombre que
no fuera a cortejar a Martirio, y que actuó de esta manera porque lo
consideraba inferior socialmente. Lo terrible es que Martirio creyó que
simplemente él se había arrepentido, y por eso no había acudido a la cita, ya
que su madre jamás le dijo la verdad. Luego de esta frustración, se enamora de
Pepe, pero éste vino a casarse con Angustias por su dinero, y termina enredado
pasionalmente con Adela. En su frustración, se produce un incidente en el Acto
II porque toma a escondidas el retrato que Angustias tiene de Pepe en su
habitación y lo esconde. Bernarda le ordena a Poncia que revise todo, y al
encontrarlo, Poncia dice que estaba en la cama de Martirio. Bernarda se ofusca
y reacciona violentamente, golpeándola con el bastón. Pero Martirio se rebela:
“MARTIRIO (Fiera.) -¡No me pegue usted, madre!
BERNARDA -¡Todo lo que quiera!
MARTIRIO -¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese
usted!
[…]
BERNARDA –Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
MARTIRIO –No voy a llorar para darle gusto.”
Este gesto de resistencia de Martirio tiene mucho
de su madre, porque más allá de que en este caso están peleando, en el fondo
Martirio demuestra cómo ha penetrado en ella el mensaje de su madre respecto al
orgullo, a no mostrar debilidad y ocultar las lágrimas.
Y si Martirio no se rebela de manera más
decidida, es por sus propias inseguridades, su baja autoestima, que la conducen
a no atreverse a dar pasos para conseguir lo que desea. Por tanto, el mensaje
moral que le expresa a Adela (“No es ése
el sitio de una mujer honrada”) es totalmente falso, ya que si ella no
tiene algo con Pepe el Romano, no es porque fuese inmoral, sino porque no se
atrevió a intentarlo una vez que Pepe no se fijó en ella, sino en Adela. La
disputa por este hombre corre por debajo de las acciones de las hermanas, las
más notorias son Angustias (prometida de Pepe), Adela (su amante) y Martirio
(lo desea, pero no concreta nada).
Viendo la intensidad de la actitud rebelde
en progresión, quien sigue a Martirio es la madre de Bernarda, María Josefa.
Este personaje en realidad constituye un símbolo de cómo una sociedad represiva
genera desequilibrio y perturbación mental, y nos muestra que los únicos
escapes son o la locura (María Josefa) o el suicidio (Adela). La madre de
Bernarda es una anciana de 80 años a quien su familia margina en su propio
hogar debido a su demencia. Nadie en la casa la trata con afecto, se la
mantiene encerrada horas dentro de su habitación, y cuando acuden visitas a la
casa, se la oculta y silencia, como si su existencia fuese una vergüenza. Los
vínculos que tanto las integrantes de la familia como las criadas tienen con
ella siempre parten de la violencia, física o emocional. María Josefa parece
vivir en otro mundo, el mundo al que su mente perturbada la conduce, pero sin
embargo, no pierde de vista la realidad de su familia, y sus conclusiones son duras
pero certeras. Cada una de sus intervenciones revela desacuerdo con la manera
en que su hija lleva su vida y la de sus nietas, en cada una intenta escapar,
rebelándose contra la dictadura de Bernarda.
En el Acto I, luego que las criadas informan
que quería salir y se escucha su voz llamando a Bernarda, la Criada comenta: “Ha sacado del cofre sus anillos y los
pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar.”
Este concepto es un leit motiv en cada aparición de María Josefa, y es evidente
que el autor quiere apuntar a uno de los conflictos de la obra, que tiene que
ver con la soltería de las hijas de Bernarda, y la ausencia de amor y sexo que
padecen debido a la represión de una madre castradora. Y luego, en ese mismo
Acto, después de una discusión entre Magdalena y Angustias, vuelve María Josefa
a entrar a escena, y expresa lo siguiente: “Nada
de lo que tengo quiero que sea para vosotras; ni mis anillos, ni mi traje negro
de moaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna!”. Lorca pone
esas palabras en boca de la loca de la familia, pero lo paradójico es que funcionan
como anticipación, y reflejan verdades. Es una forma poética que emplea el
autor para comunicar su opinión sobre los personajes y los hechos. También
señala: “No quiero ver a estas mujeres
solteras rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a
mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría!” En
este parlamento introduce el tema de la frustración de estas mujeres por no
haberse podido realizar plenamente, sugiere el resentimiento y los celos, la
infelicidad, y comenta el conflicto entre las hermanas por el compromiso de
Angustias con Pepe el Romano. La solución de Bernarda es exigirle silencio a su
madre, y pedirle a las Criadas que la encierren. Lo que no se quiere ver se
oculta, con la ilusión de que deje de existir, pero nada puede impedir que los
hechos continúen su curso.
En el Acto III tenemos otra participación de
María Josefa en escena, también con ribetes simbólicos, pues aparece cargando
una oveja, cantándole como a un bebé. Sin embargo, luego que le pregunta a
Martirio cuándo va a tener un niño, que ella ha tenido a ése, y Martirio le
dice que es una oveja, ella le responde: “Ya
sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es
tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara
de hiena”. Esto demuestra que la locura de este personaje tiene utilidad
dramática para el autor, pues sus desvaríos denotan, en realidad, una gran
agudeza de análisis de las personas, sus actitudes y sentimientos. El concepto
de esterilidad, la ausencia de hijos para criar, tiene una connotación
simbólica, que refleja el vacío existencial de esas mujeres que están suspendidas
entre la niñez que ya no tienen, y una adultez truncada por el autoritarismo de
Bernarda. Consideremos que a principios del siglo XX en España, se consideraba
realización femenina el casarse, tener hijos, ser madre, y ninguna de sus
nietas, según María Josefa, llegará a cumplir ese rol. Lo trágico es que si no
ocurre no es quizás porque no quieran, sino porque Bernarda se los impide.
La oposición de María Josefa a su hija se
percibe en sus intentos de escapar de ese encierro y ser libre, su deseo de
saltar las barreras y las normas y simplemente ser feliz, y se capta también
mediante sus parlamentos, donde describe la amarga insatisfacción de sus
nietas: “Cuando mi vecina tenía un niño
yo le llevaba chocolate, y luego ella me lo traía a mí, y así siempre, siempre,
siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. […] Yo no
quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas acostadas en
sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados en sus sillas.
Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque
vosotras sois granos de trigo. ¡No, granos de trigo, no! ¡Ranas sin lengua!”. Su
rememoración de tiempos felices pasados, cuando era una mujer joven y tenía
hijos chiquitos, al igual que sus vecinas, parece irreal en medio de la
atmósfera presente de esa familia. Su deseo de que las casas estén abiertas
contrasta y se opone a la determinación de Bernarda de cerrar todo por el luto,
y para preservar su honor, como si la casa fuera una cárcel o un convento.
Finalmente, hace mención a lo que origina el problema entre las hermanas: Pepe
el Romano, deseado por todas, piedra de discordia en la familia, el catalizador
del conflicto, y anticipa que traerá la destrucción con él. María Josefa
representa el deseo de libertad, goce y realización de las hijas de Bernarda,
oprimidas por ella.
Finalmente, la principal antagonista de
Bernarda: ADELA. Denominamos
antagonista al personaje que procura evitar que el protagonista realice su
objetivo, llegue a su meta. Y si hay alguien que se rebela de manera consciente
y decidida contra Bernarda, es su hija menor. Adela tiene 20 años y no quiere
resignarse a perder su juventud encerrada entre cuatro paredes, sólo por seguir
las reglas inflexibles y sin sentido, para ella, de su madre.
Su primer gesto de rebeldía se expone en una
acción que es más simbólica que pragmática, cuando en el Acto I su madre le
pide un abanico, y ella le entrega el suyo, que en una acotación el autor
describe como “redondo con flores rojas y
verdes”, provocando el rechazo de Bernarda, quien lo arroja al suelo y le
reclama: “¿Es éste el abanico que se da a
una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre.” Esta
situación tiene muchas connotaciones por el simbolismo del abanico, pero lo más
evidente es que Adela desea disfrutar de las flores de su juventud antes que
seguir la tradición del luto que impone su madre, mostrándose por este pequeño
gesto como una persona descontracturada y que no desea seguir las reglas
sociales que limitan su libertad y sus intentos de ser feliz. Y si bien Adela
en el inicio aparece confundida con las demás hermanas, este incidente revela que
no será igual que las demás. También sugiere que no sentía por su padre un
afecto profundo ni genuino. No muestra dolor ni verdadero duelo ante su muerte,
y cuando llora más adelante en este mismo Acto, no lo hace por él, sino por el
dolor y la ira que le provocan sentir que va a desperdiciar su juventud, y que
Pepe el Romano se casará con su hermana mayor. Esto es notorio en la secuencia
en que se pone el vestido verde que pensaba estrenar poco después de la muerte
de su padre (pero ya no podrá, no sólo por su color sino por su objetivo
festivo), se pasea ataviada con él por el gallinero, y luego dialoga con Magdalena,
Amelia y Martirio. Esta situación que nos muestra aspectos de la personalidad
de Adela, también anticipa el futuro transcurrir del conflicto, además de que
el autor se sirve del vestido verde contrastante con los vestidos negros de las
demás, como elemento diferenciador entre Adela, su madre y sus hermanas.
Luego de los pequeños gestos (el abanico, el
vestido), y de recibir la amarga noticia de que Pepe viene a cortejar a
Angustias por su dinero, el discurso que proclama su desconformidad con las
reglas maternas y sociales:
“MARTIRIO -¿Qué piensas, Adela?
ADELA –Pienso que este luto me ha cogido en la
peor época de mi vida para pasarlo.
MAGDALENA –Ya te acostumbrarás.
ADELA (Rompiendo a llorar con ira) –No, no me
acostumbraré. Yo no quiero estar encerrada. ¡No quiero que se me pongan las
carnes como a vosotras! ¡No quiero perder mi blancura en estas habitaciones!
¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo
quiero salir!”.
En su desesperación Adela no mide sus
palabras, que pueden sonar crueles para sus hermanas, sin embargo, el centro
del asunto es lo que antes había manifestado Magdalena cuando dice que quien le
da pena es Adela, porque es la más joven y es la que todavía tiene ilusión.
Adela ve en sus hermanas el reflejo de su futuro, y no quiere someterse a ese
destino de una existencia vacía y sólo pendiente de cumplir rígidas normas
pensando en el qué dirán, y no en el verdadero objetivo de vivir, que es la
felicidad. Quiere vivir, quiere ser libre y disfrutar de su juventud, lo cual
se representa mediante la idea de salir de ese encierro, no quiere sentir que
su existencia transcurre inútilmente y bajo las órdenes asfixiantes de su
madre. Ese deseo de gozar de su juventud y de su cuerpo se simboliza a través
de una imagen física contundente que describe la decadencia corporal de sus
hermanas: “¡No quiero que se me pongan
las carnes como a vosotras! ¡No quiero perder mi blancura en estas
habitaciones!”.
A partir de esta instancia, Adela comienza a
actuar de manera furtiva y a espaldas de su madre, viviendo un amor clandestino
y prohibido con Pepe, el prometido de Angustias, su hermana mayor. Sólo Poncia
y Martirio se dan cuenta de lo que está ocurriendo, y Adela se enfrenta con
ambas en distintos momentos. Su pasión por Pepe es más fuerte que cualquier
temor, y Adela se atreve a todo: “¡Déjame
ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi
cuerpo lo que me parece!” (a Martirio); “Me
sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me
deja respirar. Y siempre: “¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no
va a ser para nadie!” ¡Y eso no! ¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!” (a
Poncia, sobre Martirio); “Es inútil tu
consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada; por encima de
mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y
boca.” (a Poncia); “PONCIA -¡Tanto te
gusta ese hombre! ADELA -¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre
lentamente.”
Ya en el desenlace, en la discusión con
Martirio, Adela expone su pasión sin pudor, y proyecta lo que desea hacer con
su vida en el futuro En primera instancia asevera: “He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que
era mío, lo que me pertenecía”. En este parlamento Adela equipara pasión
con vida, y soledad y represión con muerte. Como ya quedó claro, Adela quiere
vivir, y para ella esto implica gozar de su juventud y de su pasión por Pepe,
aunque quebrante todas las reglas de su hogar y de su comunidad. Pero además,
como ya había sugerido Poncia, el autor proclama que la pasión debe ser lo que
guíe las acciones de los individuos, no los acuerdos por beneficio económico.
Existe una atracción natural entre Adela y Pepe, y el matrimonio con Angustias
constituye, en ese sentido, una aberración. Adela se opone a su madre, sí, pero
lo hace en nombre de la autenticidad de las emociones, y contra las reglas que
sofocan la esencia de la vida. Arropada en esa pasión, se siente fuerte,
invencible. Por este motivo es que anuncia: “Ya
no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su
boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con
sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré
delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún
hombre casado.” Afrontará lo que sea, el repudio de su pueblo, la
estigmatización, la vergüenza, pues lo único que le importa es disfrutar del
amor de Pepe. Eso nos hace entender que la fortaleza de Adela se manifiesta
exclusivamente mientras se sabe en posesión del amor de ese hombre, quiere
salirse del yugo de su madre, pero no para convertirse en una mujer
independiente, sino que pasa a estar bajo la égida de otra persona, su amante.
Por eso le dice a Martirio: “No a ti, que
eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la
fuerza de mi dedo meñique.” Esta declaración altanera procede de la
inmadurez de su juventud y de la pasión que nubla su raciocinio. Desafía
primero a Poncia, luego a Martirio, y finalmente, como paso último y decisivo,
a su madre: “¡Aquí se acabaron las voces
de presidio! (ADELA arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago
yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie
más que Pepe!”. Esta acción contiene un simbolismo trascendente, y se
produce en un momento de clímax de la obra. Esa noche, Martirio interceptó a
Adela, y para evitar que siga viéndose con Pepe en el corral, llama a su madre
a gritos. Bernarda aparece, furiosa, y cuando avanza sobre Adela, ella quiebra
el bastón que representa el dominio, el poder de su madre sobre su vida, y
afirma que tiene otro dueño: Pepe. Bernarda sale y le dispara con la escopeta
(se escucha el sonido del disparo), y cuando entran, Martirio da a entender que
Pepe había muerto (“Se acabó Pepe el
Romano.”), algo que no era cierto, pero Adela le cree y se desespera,
pierde la fe y su fuente de energía vital, y corre a encerrarse en su cuarto. Primero se puede pensar que
simplemente quería ocultarse para evitar la confrontación, por miedo o
vergüenza, pero luego se escucha un golpe, y no responde cuando la llaman. Al
entrar Poncia, grita, y sale tomándose el cuello, diciendo “¡Nunca tengamos ese fin!”, lo cual sugiere que Adela se suicidó
por ahorcamiento. Y esto ocurre porque para Adela la vida sin Pepe no tiene
sentido. Su fuerza, su rebeldía, su energía en la transgresión contra las
reglas materno -sociales, sólo pudieron darse porque se sostenía en su pasión.
Si bien el suicidio también es una transgresión al orden de esa comunidad,
significaba para ella un cierre, la evasión, el no afrontar las consecuencias
de sus acciones anteriores, para las cuales sólo habría tenido fuerza en caso
de estar junto a Pepe.
Adela es lo opuesto a Bernarda. Esto otorga
más fuerza dramática a su antagonismo. Bernarda tiene 60 años y es una mujer
autoritaria que pretende controlar todo lo que la rodea, representa el mundo
adulto, lleno de reglas, donde la meta es la fama, el honor. Adela es la más
joven de la familia (20 años) y representa la pasión y el deseo de libertad y
de experimentar de la juventud, su actitud transgresora y desentendida de las
reglas impuestas tiene como meta el placer y la felicidad. Bernarda es el
orden, lo conservador; Adela es el cambio, la renovación, el abandono de las
leyes inflexibles de la moral social.
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