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viernes, 6 de agosto de 2021

ANÁLISIS DE LA CANTANTE CALVA, DE IONESCO

 

LA CANTANTE CALVA, de IONESCO

(Año 1950)

LA CANTANTE CALVA fue la primera obra dramática escrita por EUGÈNE IONESCO (Rumania 1909 –Francia 1994), pionera del teatro de Vanguardia, estrenada en el año 1950 en París y publicada por primera vez en 1952.

   En La tragedia del lenguaje -charla pronunciada por Ionesco en 1958-  en parte en serio y en parte con humor,  el autor explica las razones por las cuales escribió La cantante calva. Comienza relatando que en 1948 no aspiraba a convertirse en dramaturgo, sino que simplemente quería aprender inglés, para lo cual compró un manual de conversación franco-inglesa para principiantes.  Y agrega que si bien no pudo aprender inglés, se encontró con verdades sorprendentes”, como que “hay siete días en la semana, por ejemplo, lo que, por otra parte, sabía; o bien, que abajo está el piso, arriba el techo, lo que sabía igualmente, quizá, pero en lo cual nunca había reflexionado seriamente o que había olvidado, y que me parecía de pronto tan asombroso como indiscutiblemente cierto.” Cuenta también que en las lecciones aparecían unos personajes, el señor y la señora Smith -una pareja de ingleses-, y que ante su asombro “ la señora Smith informaba a su marido que tenían varios hijos, que vivían en los alrededores de Londres, que su apellido era Smith, que el señor Smith era empleado de oficina, que tenían una sirvienta, Mary, también inglesa, que tenían, desde hace veinte años, unos amigos llamados Martin, que su casa era un palacio, pues “la casa de un inglés es un verdadero palacio”. Yo pensaba que el señor Smith debía estar un poco al corriente de todo aquello; pero, vaya a saber, hay gente tan distraída”.

   Todos estos aspectos mencionados aparecen en La cantante calva. La obra comienza con un diálogo intrascendente y absurdo entre la señora y el señor Smith, y luego aparecen la criada Mary,  el matrimonio Martin y un bombero. Si bien Ionesco se inspira en ese quiebre de la lógica de los diálogos y conversaciones inherentes a un manual de aprendizaje de idiomas para crear su obra, luego va mucho más allá. Así, afirma que su obra fue un plagio del manual sólo al principio, pero que después todo se alteró y transformó, y que “las verdades elementales y sensatas que ellos enunciaban a continuación unas de otras, se habían vuelto descabelladas, el lenguaje se había desarticulado, los personajes se habían descompuesto; la palabra, absurda, se había vaciado de su contenido y todo acababa en una pelea cuyos motivos era imposible conocer, pues mis héroes se enrostraban no ya réplicas, ni siquiera fragmentos de proposiciones, ni palabras, sino sílabas, o consonantes, ¡o vocales!…”

   Y llega a la siguiente conclusión: “se trataba de una suerte de desmoronamiento de la realidad. Las palabras se habían convertido en cáscaras sonoras, desprovistas de sentido; también los personajes, desde luego, se habían vaciado de su psicología y el mundo se me aparecía bajo una luz insólita, quizá su verdadera luz, más allá de las interpretaciones y de una causalidad arbitraria.” También explica que a este tipo de obra la denomina ANTIPIEZA, por ser una parodia de una pieza de teatro, una comedia de la comedia. Debemos recordar que estos conceptos (el sinsentido de la existencia, la absurdidad) son propios de la corriente filosófica denominada Existencialismo, en la cual los dramaturgos de Teatro del Absurdo se inspiran. (VER MATERIAL SOBRE TEATRO DEL ABSURDO)

 

   ANÁLISIS:

 


  • Título: la importancia de un título reside en las funciones que cumple. En este caso se cae en la tentación de considerar que es epónimo porque menciona a un personaje, que sería la cantante calva; sin embargo, lo cierto es que en la obra no aparece ningún personaje con estas características, sino que sólo es mencionado por otro personaje (el bombero) en la escena X. En concreto el texto dice lo siguiente:

“El bombero (se dirige hacia la salida y luego se detiene): A propósito, ¿y la cantante calva?

   Silencio general, incomodidad.

Sra Smith: Sigue peinándose de la misma manera.

El bombero: ¡Ah! Adiós, señores y señoras.”

   Es cuando la obra finaliza que terminamos de entender que hemos sido engañados en nuestra buena fe, y que nos encontramos con el primer elemento propio del absurdo en la obra, ya que este título no cumple con la función que debería, sino todo lo contrario, se desarticula el sentido de titular un texto. Seguramente el público de aquel momento, ya saliendo de la representación al verla por primera vez, se preguntara por qué “La cantante calva”. De hecho el propio Ionesco en La tragedia del lenguaje, señala que pensó en cierto momento titular la obra como La hora inglesa, pero desistió y se decidió por La Cantante Calva precisamente porque en la obra no hacía aparición ninguna cantante, ni calva ni cabelluda. Es importante mensurar el impacto de este recurso de Ionesco, no sólo a nivel textual, sino también pensando en el desconcierto del público durante el transcurrir de la representación, esperando que en algún momento apareciera la mencionada cantante calva. El título en definitiva refleja lo absurdo de toda la obra.


·         Tema: Al ser una obra típica del Teatro del Absurdo y no existir un desarrollo de acción coherente, no se encuentra un único tema, sino más bien una multiplicidad. Podemos reconocer en la obra de Ionesco los temas principales que exponen los autores de esta tendencia: el más evidente es el tema de la incomunicación. Los personajes no logran comunicarse porque los diálogos no tienen sentido, los parlamentos y conductas son incoherentes, y cada personaje parece encerrado en su burbuja sin tener un contacto auténtico y profundo con los demás. Dentro de ese tema de la incomunicación aparece un subtema clave, que es la cuestión del lenguaje, un código que se crea y emplea con la finalidad de comunicar, pero que termina siendo vehículo de confusión y banalidad.  Otro tema es la crítica a ciertos valores sociales y culturales, como los vínculos de pareja, de amistad, etc,  todo lo convencional que la sociedad establece como norma de conducta a seguir, por eso aparecen vaciados de sentido, expuestos en su imposición arbitraria. La infelicidad y no realización de los personajes se sugiere desde el principio, mostrándonos individuos con vidas monótonas y que no terminan de conocerse a sí mismos ni a los demás, señalando el sinsentido de la existencia, que es el tema profundo que abarca varios de los mencionados anteriormente. Finalmente, otro tema que aparece en esta obra es el cuestionamiento de los códigos teatrales tradicionales.


  • Estructura: La Cantante Calva es una obra compuesta por un único acto que se divide en 11 escenas. Esta brevedad (las obras comunes suelen tener un mínimo de 3 actos, otras tienen 5 y las hay hasta de 7) se vincula con los contenidos de la obra, ya que no hay acción definida, no hay planteo ni desenlace, la obra es circular, y por tanto no requiere tanta extensión porque no hay un desarrollo tradicional de conflicto, y se basa exclusivamente en situaciones inconexas y conversaciones absurdas. El concepto de estructura circular (en este caso refiere a que al finalizar la obra vuelve a comenzar en el mismo punto que al inicio, como un círculo infinito) es una de las mayores transgresiones del modelo aristotélico, que exige que la obra tenga un principio, un desarrollo del conflicto y un final definido. Más allá de ser una antipieza, la base es el estilo directo (diálogos), aunque éstos estén despojados de sentido.

  • Argumento: no hay un argumento claro porque no se respeta el concepto aristotélico de acción, y de esta forma tampoco aparece un conflicto en el sentido clásico. En sí la obra se compone de situaciones que no parecen tener conexión unas con las otras, no siguen la lógica ni las reglas clásicas.

   A nivel anecdótico podemos afirmar que cuando la obra se inicia, en la escena I, nos encontramos a la sra y el sr Smith sentados en su casa, en un ambiente burgués inglés, después de haber cenado. Él lee un diario y ella  remienda unos calcetines. Supuestamente dialogan entre sí (en realidad al principio ella habla y él chasquea la lengua mientras sigue mirando el diario), pero la conversación está colmada de pasajes absurdos, y sin sentido. En la escena II aparece Mary, la criada, quien anuncia que han llegado los Martin, a quienes habían invitado a cenar, pero los Smith habían cenado antes de que llegasen.  En la escena III, Mary hace entrar a los Martin y les indica que esperen. En la escena IV los Martin dialogan como si al entrar a la casa de los Smith ya no se conocieran. Luego de un diálogo plagado de repeticiones, finalmente se reconocen. En la escena V, Mary afirma dirigiéndose al público que en realidad los Martin no son quienes piensan que son. En la escena VI los Martin hablan de no perderse más. En la escena VII regresan los Smith a escena y conversan con los Martin de asuntos intrascendentes o sin sentido, hasta que se escucha golpear a la puerta pero al abrir no hay nadie. Esto ocurre varias veces, generando la discusión absurda de si siempre que se escuche golpear a la puerta no hay que ir a atender porque no hay nadie. Finalmente al abrir la puerta se encuentran con el capitán de Bomberos, que entra, y en la escena VIII cuenta anécdotas incoherentes y pregunta si no habrá algún fuego, aunque fuese muy pequeño, para apagar. Otros personajes también quieren contar anécdotas, Ya en la escena IX, Mary, la criada, también quiere contar lo suyo, pero la discriminan por ser la criada y le dicen que no corresponde, que debería salir de la habitación. En medio de todo eso, el bombero, que también le decía que se fuera, se da cuenta de que se conocen, y hasta se abrazan. Mary insiste en expresar algo y recita un poema, mientras los Smith la van empujando para que salga de la habitación. En la escena X el bombero anuncia que se retira porque tiene que apagar un fuego en el otro extremo de la ciudad. Antes de salir pregunta por la cantante calva, y se produce un silencio general incómodo, hasta que la sra Smith le responde que sigue peinándose de la misma manera. No se vuelve a habar del personaje que da título a la obra en todo el texto. Finalmente en la escena XI se produce una descomposición del diálogo y del lenguaje más extremo, llegando el momento del clímax. Las dos parejas parecen primero conversar y después discutir incluso a gritos, pero lo que se dicen no tiene sentido ni coherencia alguna. Llegan a un punto en que lo que se gritan son sonidos, vocales, etc. Por último, mientras se gritan unos en los oídos de los otros, la luz se apaga, y se escucha el griterío a oscuras. Cuando los sonidos cesan, se encienden las luces, y nos encontramos con que todo comienza como desde el inicio, en la primera escena, pero en vez de ser los Smith los que están sentados en la sala burguesa conversando, son los Martin.

 


ESCENA I

 

   Esta escena, que es la que abre la obra, presenta en primer término una acotación inicial, y luego se divide en dos partes: en la primera parte dialogan la sra Smith y su esposo, donde ella habla y él supuestamente escucha y responde con un chasquido de lengua, mientras continúa leyendo el periódico. Es decir, parece un diálogo pero es un monólogo, ya que no existe una interacción, un intercambio discursivo entre ambos. En la segunda parte, el centro de la conversación son los vecinos, sobre todo alguien a quien llaman Bobby Watson.

 

ACOTACIÓN INICIAL: En cualquier obra dramática la acotación inicial cumple la función de aportar información respecto a la escenografía y los personajes que aparecen en la primera escena a quienes van a llevar adelante la representación. Ionesco juega tanto con los realizadores como con el público al incorporar elementos que no son representables en medio de otros que sí lo son. Dentro de los datos representables encontramos el interior burgués inglés, donde el sr y la sra Smith se encuentran pasando una velada luego de cenar; él está leyendo un diario mientras fuma su pipa, y ella remienda unos calcetines. Al comenzar están en silencio, y se escuchan los toques de un reloj.  Estos datos parecen lógicos y normales dentro de lo que es la representación de un drama que se centra en una familia burguesa típica de Inglaterra.

    Sin embargo, el empleo de ciertos adjetivos lo modifica todo. Inglés/inglesa/ingleses, se repite 16 veces en la breve acotación. Todo es inglés: el interior burgués, los sillones, la velada, el sr Smith, las zapatillas, la pipa y el diario, la sra Smith, etc etc. En algunos casos el adjetivo está razonablemente aplicado, en otros es innecesario porque se deduce del primer dato (“Interior burgués inglés”), y en otros directamente no tiene sentido (¿”Un largo momento de silencio inglés”?, ¿el reloj de chimenea “hace oír diecisiete toques ingleses”?). En estos últimos dos casos se ataca a los códigos teatrales, porque no son representables (¿cómo se representa un silencio inglés o los toques ingleses de un reloj?). La repetición, por otra parte, constituye uno de los recursos que emplean los dramaturgos del absurdo porque provoca un quiebre en la funcionalidad del lenguaje. La repetición de una misma palabra, o de un vocablo y derivados, como en este caso, genera además una sensación de sinsentido, al punto que el valor semántico de la palabra se pierde y se llega a escuchar sólo sonido. Sumado a esto, nos recuerda los juegos y canciones infantiles (juegos de palabras, repeticiones, frases sonoras pero sin sentido), aportando el aspecto lúdico que también caracteriza al teatro del absurdo. Podemos vincular los vocablos repetidos con la fuente de inspiración de Ionesco para crear esta primer obra: el manual de conversación franco –inglesa, y la intención burlona del autor al referirse al orgullo de ser inglés. Esta burla la reitera en la primera parte de la escena 1 a partir de los parlamentos de la sra Smith.

   Otro elemento a considerar dentro de la acotación, además del quiebre del código teatral y lingüístico, es la destrucción del dato temporal. Ningún reloj toca 17 campanadas, el máximo son 12. El espectador seguramente no pudo contar durante el momento mismo de la representación la cantidad de toques del reloj, pero sí pudo percibir que el número excedía lo razonable, y cuestionarse qué hora se quiso representar. Simplemente está fuera de toda lógica. El parámetro temporal es fundamental para la sociedad occidental, todo se organiza a partir de la medición del tiempo, y si ese código, que sirve para que exista entendimiento entre todos, se rompe, ¿qué queda? En la visión de un burgués, deviene el caos.

Sr y Sra SMITH, Comedia Nacional, 2007

 
 

PRIMERA PARTE: Abre la obra la sra Smith con un parlamento donde contradice lo que el espectador escuchó: afirma que son las nueve de la noche, siendo que el reloj dio 17 toques (“¡Vaya, son las nueve!”). Cómo llega este personaje a la conclusión de que cuando el reloj da 17 toques, es que son las 9, no se sabe, porque no hay nexo lógico entre el dato auditivo (17 toques) y la conclusión (9 de la noche). Este inicio es clave para mostrar el espíritu de toda la obra: el lector/espectador recibe el anticipo de lo que vendrá. El objetivo de Ionesco, como de todo dramaturgo del absurdo, es desconcertar al público. Lo saca de su zona de confort, de la comodidad de lo establecido, de lo que es considerado “normal” por repetido e impuesto, por más que surja de un acuerdo social arbitrario. Salirse de la anestesia de lo conocido y esperable conduce a la visión crítica, lúcida, a cuestionarse. Esta acción movilizadora se irá acentuando y profundizando a medida que la obra transcurre, y se suman de manera caótica situaciones y parlamentos inexplicables para nuestra lógica individual y social.

   Luego del dato discrónico, la sra Smith informa a su esposo lo que acaban de cenar, otro elemento absurdo si consideramos que cenaron juntos, y por tanto deberíamos dar por sentado que el sr Smith sabe lo que acaban de comer. Este recurso se basa en el tipo de diálogos redundantes y banales que podemos encontrar en los manuales para aprender algún idioma que Ionesco menciona en La tragedia del lenguaje, pero tiene un trasfondo más profundo, que es mostrar una visión crítica sobre el tema comunicación/incomunicación, y sobre los vínculos familiares y de pareja. Esto se refuerza cuando el autor informa mediante acotaciones entre parlamentos que el sr Smith no responde con palabras, sino que a cada parlamento de su esposa, “continuando su lectura, chasquea la lengua”. En definitiva, no existe un diálogo real entre ambos personajes, no sólo porque la sra Smith parece hablar para alguien más y no con su esposo, sino porque él tampoco participa de un intercambio discursivo, ya que se limita a hacer un sonido mientras continúa con lo que está haciendo, como si nada de lo que su esposa expresa le importase. Si nos ceñimos a una definición estricta, esto en realidad constituye un monólogo. El código teatral vuelve a ser atacado al presentar un diálogo que no es tal, y quitarle funcionalidad.

   Este primer parlamento finaliza con otro elemento absurdo: “Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.” La lógica y la razón indican que no existe ningún nexo causal entre haber comido bien, vivir en los suburbios de Londres y apellidarse Smith, sino que es simplemente concomitante. Es más, vivir en los suburbios y no en el centro de la ciudad, y apellidarse Smith, un apellido muy común y no distinguido en la sociedad inglesa, no parece ser motivo para una cena de calidad necesariamente.       

      Si bien en el teatro del absurdo no se respeta el psicologismo en la presentación de personajes, no podemos desconocer que la sra Smith puede representar un prototipo de persona dentro de la sociedad de ese tiempo, pero exagerando algunos rasgos, como si fuese una caricatura. Tanto ella como su esposo reflejan de manera extrema la falta de comunicación que existe muchas veces en las relaciones de pareja, cómo las acciones cotidianas se tiñen de banalidad y sinsentido, siguiendo una rutina vacía de contenido. En el transcurrir de esta escena nos encontramos con un matrimonio donde uno parece ignorar al otro, bajo el dominio de las apariencias y de lo convencional, en ausencia de un intercambio real y afectivo. La sra Smith habla de lo que conoce, su mundo, la comida, la criada, el almacenero, los vecinos, mientras el sr Smith finge prestar atención al chasquear la lengua, pero sigue con lo suyo (el diario parece interesarle más que lo que diga su esposa). Si bien confluyen en esta primera situación varios rasgos del absurdo, no podemos desconocer que la base es la observación de situaciones sociales que existen y se dan por normales y aceptables. Así, se señala la separación entre el mundo masculino y femenino, la inferiorización de lo que se considera propio de mujeres, la infelicidad por debajo de la apariencia del “como debe ser”, la falta de comunicación real entre quienes se casan más por imperativo social que porque sea su íntimo deseo, la necesidad de presentar una imagen frente a los demás (matrimonio, familia, trabajo, vida burguesa, etc) aunque esté vacía de contenido.

   Por debajo del parloteo incesante y banal de la sra Smith se deslizan sus opiniones, como cuando da a entender que su esposo es soso, sin gracia (“la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú.”), que a él le gusta beber alcohol (“Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece.”), y que ella es buena ama de casa (“Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica y toca el piano”), resaltando las cualidades que la sociedad de su tiempo requería para una mujer de una familia pequeño burguesa.

   Un detalle a considerar es que más allá de lo absurdo que resulta que la sra Smith le hable a su esposo, padre de sus hijos y en convivencia familiar,  de cómo son sus hijos como si él lo desconociera (llega a informarle que su hija pequeña “sólo tiene dos años”, y que “Se llama Peggy”), esto puede considerarse una crítica respecto al rol de la paternidad, ya que el sr Smith parece ajeno a todo lo doméstico, incluyendo la crianza de los hijos, algo bastante usual a mediados del siglo XX. El hogar, los hijos, siempre se consideraron tarea femenina en la sociedad patriarcal occidental, y el hombre aparece como distante respecto a estos temas.

   En resumen, entre medio de lo absurdo aparece un compendio de lo convencional y de lo que la sociedad daba por bueno, como cuando expresa que a los hijos hay que enseñarles “a ser sobrios y mesurados en la vida.” Tal vez el autor sugiere que eso que damos por bueno sin cuestionarlo es absurdo también. No encontramos en la sra Smith un pensamiento propio, original, a menos que esté expresando algo ilógico o irracional. Del mismo modo, el sr Smith también se presenta como un prototipo del comportamiento masculino de ese momento, ya que siendo el proveedor de la familia (quien trabaja fuera de casa y aporta el dinero), al llegar a su casa requiere la satisfacción de sus necesidades traducidas en hábitos: comer, beber, leer el diario, fumar en pipa. Dentro de esos hábitos hogareños no parece encontrarse el escuchar a su esposa de verdad, tener un diálogo sincero y profundo con ella, brindarse afecto mutuo, etc.

   Luego que se repiten 8 veces las acotaciones que informan que el sr Smith continúa leyendo el diario y chasquea la lengua toda vez que su esposa habla, se produce un cambio, que surge a partir de los comentarios de la sra Smith sobre un médico que atiende a sus vecinos, el doctor Mackenzie –King. Así ingresamos al segundo momento de la escena 1.

 

SEGUNDA PARTE: Si bien los comentarios de la sra Smith acerca de los temas hogareños como comida, hijos, criada, almacén, no habían provocado el interés de su esposo, al mencionar su esposa a un médico (figura respetada a fines del siglo XIX y principios del XX), su actitud cambia. Ese tema sí amerita reacción y respuesta del sr Smith, quizás porque es un asunto que socialmente, en ese tiempo, se consideraba más propio de los hombres: el mundo profesional, un hombre titulado y su conocimiento, una profesión de prestigio, respetable, etc.

   En el parlamento que genera la primera respuesta del sr Smith, la sra Smith afirma: “El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor Mackenzie –King, que atiende a los niños de nuestros vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca recomienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo operar el hígado sin estar enfermo.” La primera frase oficia de unión con el parlamento anterior donde la sra Smith hablaba  de un almacenero rumano que era especialista en yogurt. Pero cuando supuestamente transcribe lo que el doctor le dijo, en medio de una enumeración de elementos similares (estómago, riñones, apéndice), incluye un sustantivo que vuelve absurda toda la frase, ya que la apoteosis no es un órgano del cuerpo humano ni nada similar. Este recurso, además de cuestionar el código lingüístico al tomar una estructura usual y quitarle sentido,  se basa en lo lúdico, ya que el dramaturgo juega con el lector/espectador, pues la enumeración parece corriente hasta llegar al final, en que lo absurdo aflora a través del sustantivo inesperado que desentona con los anteriores. Incluso podemos señalar que comienza a apelar al humor. Luego menciona al doctor Mackenzie –King, alabando sus cualidades. El problema es que sus virtudes no son tales si nos ceñimos a la lógica, pues no es razonable que un médico sólo recomiende medicamentos si él mismo los ha consumido, ni que se haga operar sin estar enfermo. No sólo se pone en tela de juicio la capacidad de razonamiento lógico de la sra Smith, que además opina de todo sin saber sobre demasiado, sino que se burla del talento e idoneidad de los médicos, y de la metodología científica, como ser la experimentación. Todo esto lo consigue llevando nuevamente a un extremo (volviéndolo ridículo) un rasgo que si apareciera de manera medida, la sociedad lo consideraría correcto. De esta manera funciona el teatro del absurdo, exponiendo mediante una técnica de extrañamiento (la exageración y caricaturización, lo grotesco y ridículo) lo que estamos habituados a considerar como normal y fuera de discusión, permitiendo al lector/espectador reflexionar acerca de lo que la sociedad nos persuade que es lo normal y correcto, y cuestionarlo.

   La primera intervención del sr Smith tiene como finalidad debatir el planteo de su esposa. Inquiere algo que parece lógico, más allá de que se centra en un único punto de los disparates que afirma la sra Smith, y deja pasar otros. Pero es otro juego del dramaturgo que ilusiona al receptor con algo que no hallará en toda la obra, pues después de concluir que Mackenzie no es un buen médico, el sr Smith sostiene: “Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No le sobrevive.”  Este parlamento nos cuestiona como integrantes de una sociedad que en cierto momento consideró adecuado que el capitán del barco se hundiera con él. El autor emplea una analogía para hacernos tomar conciencia de los absurdos e irracionalidades que la sociedad puede hacernos creer como correctos y normales, pues si nos suena disparatado que un médico deba morir si muere su paciente, ¿por qué nos parece normal que un capitán deba hundirse con su barco, sacrificando su vida? En este planteo que nos interpela como humanos conscientes, hay además una burla y cuestionamiento implícitos al concepto de honor de ciertas actividades prestigiosas en la sociedad de ese tiempo, por ejemplo la Marina en Inglaterra. O sea que Ionesco, a través de los parlamentos absurdos de sus personajes, ataca nuestros prejuicios e ideas moldeadas por la sociedad que en general no son cuestionadas ni discutidas, y lo que esa sociedad considera prestigioso, como por ejemplo la profesión de médico y el honor de la Marina:

“Sr. Smith: Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y también todos los enfermos. Sólo la Marina es honrada en Inglaterra.

Sra. Smith: Pero no los marinos.

Sr. Smith: Naturalmente.”

   En el fragmento citado no sólo aparece otra conclusión ilógica (la Marina está constituida por los marinos, por tanto hay una contradicción en lo expresado, constituyendo una paradoja), sino que el adverbio empleado (“Naturalmente”) refleja la actitud burlona del autor, pues eso es lo que se pone en tela de juicio, que lo que la sociedad considera “natural” no lo es, además de que la contradicción y la paradoja mencionados anulan ese concepto de naturalidad. Unido a esto, una de las técnicas de trazado de personajes de Ionesco es mostrarlos afirmando incoherencias y realizando acciones absurdas con total naturalidad, ninguno se cuestiona el disparate y se sigue “conversando” como si eso fuera lo lógico.

   Luego de que el autor anuncia a través de una acotación que se produce una pausa, comienza otro segmento del diálogo entre el sr y la sra Smith. En el primer pasaje de ese segmento, cuando el sr Smith realiza una pregunta ridícula acerca de por qué en el registro civil informan la edad de las personas muertas pero no la de los recién nacidos, la sra Smith le responde que nunca se lo había preguntado. Por debajo del recurso de presentar diálogos absurdos, se desliza el concepto de que quizás la gente no piense lo suficiente antes de hablar. La paradoja es que el sr Smith define como absurdo que se aporte la edad de los muertos, pero no de los recién nacidos, cuando lo absurdo es lo que él pregunta.

   Aparece una acotación en la cual el dramaturgo informa: “Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces. Silencio. El reloj suena tres veces. Silencio. El reloj no suena ninguna vez.” Debemos detenernos en dos aspectos: lo que dice, y el efecto que provoca en el espectador. Respecto a lo que informa, es evidente que Ionesco continúa -como en la acotación inicial- atacando los parámetros temporales, utilizando como recurso el reloj. Este reloj es el que había dado 17 toques al abrirse la obra (algo imposible), y ahora ocurre algo ilógico otra vez: los toques van en descenso, hasta llegar a cero, algo que no tiene sentido para nuestra medición del tiempo. La información de que el reloj no suena ninguna vez, además,  quebranta los códigos teatrales, ya que ese dato no puede ser representado de manera visible, simplemente no va a sonar, por tanto era innecesario incluirlo en la acotación. Respecto al espectador, debía sentirse desconcertado frente a los datos cronológicos, pues la medición estipulada del tiempo es un factor de organización y cohesión social y un imperativo sobre el cual el individuo no tiene libertad de decisión. Atacar la medición del tiempo es atacar una base de la sociedad, del mismo modo que cuando ataca la institución matrimonial y los valores sociales y morales.

   A lo largo de esta escena y de la obra aparecen otras acotaciones aludiendo a la noción distorsionada del tiempo, por ejemplo: “El reloj suena cinco veces. Pausa larga.”, “Un momento de silencio bastante largo… El reloj suena veintinueve veces.”, “El reloj suena una vez, muy fuertemente. El sonido del reloj debe ser tan fuerte que sobresalte a los espectadores. Los esposos Martin no lo oyen”, etc. Todos estos datos aportan sensación de caos, de un mundo imposible de comprender racionalmente y desde la lógica (visión existencialista), un mundo que el ser humano se ha esforzado por dominar mediante reglas que en general, al ser sociales, surgen de arbitrariedades que se apartan de la naturaleza, como por ejemplo la medición del tiempo, que en general adoptamos sin cuestionarnos.

   A partir de esta acotación comienza el diálogo centrado en Bobby Watson. El primer concepto sobre el tema lo aporta el sr Smith mientras lee el diario: “Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto”, introduciendo el tema de la muerte nuevamente. Luego de un intercambio en el que ambos esposos se contradicen (el sr Smith dice al principio que lee en el diario la noticia de la muerte, pero después lo niega, y la sra Smith primero habla sorprendida, pero después niega haberse sorprendido), desmarcándose nuevamente de la visión psicologista de los personajes y de la lógica, ya que no podemos encontrar coherencia en sus parlamentos y por tanto es casi imposible poder entenderlos y empatizar con ellos (este factor es fundamental para atacar el concepto de catarsis del drama aristotélico, puesto que al no poder sentir empatía por los personajes, no podemos identificarnos con ellos, ni acompañarlos emocionalmente en sus sufrimientos o alegrías, y de este modo la catarsis o transformación no se produce en el lector/espectador), el diálogo se centra en cuándo murió Bobby Watson. Por supuesto que todas las noticias son contradictorias, generando una reflexión acerca de la información que recibimos, cómo la procesamos y recordamos, y si analizamos su lógica o no. En este tiempo de redes sociales y fake news, sin duda que este debate en una obra de 1950 se mantiene muy vigente. Los primeros datos (ya contradictorios) los aporta el sr Smith, afirmando que “Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio.”, para luego agregar “Hace ya tres años que hablaron de su muerte”, y finalmente concluir: “Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era!”. Comenzando por lo evidente, cada información agregada contradice a la anterior, dos años, año y medio, tres años y finamente cuatro. Este caos cronológico sugiere mucho más, por ejemplo nuestro desorden a la hora de recordar, cómo modificamos los hechos en nuestros recuerdos, y cómo lo irracional muchas veces domina a lo racional y lógico en nuestras mentes. También sugiere que existe un tiempo medido científicamente, pero también existe un tiempo psicológico. Luego aparece lo grotesco, el mal gusto y lo discordante con lo establecido al recordar a una persona vinculando su cadáver con belleza (la belleza y la fealdad también son conceptos convencionales, establecidos por la sociedad) y con el adjetivo “caliente”, además de la imposibilidad científica y biológica de que un cadáver pueda mantenerse hermoso y caliente durante cuatro años. Finalmente, la paradoja del “cadáver viviente”, y de la alegría del muerto estando muerto. Todos estos elementos contradicen lo que la sociedad considera como decoroso para referirse a un muerto, además de violentar la lógica, y establecen un punto de reflexión acerca del significado de morir, y la aceptación –o no- de la muerte.

   Finalizado este tema, Ionesco introduce a sus personajes en el tema de la identidad. Comienza así:

“Sra. Smith: La pobre Bobby.

Sr. Smith: Quieres decir “el” pobre Bobby.

Sra. Smith: No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nombre no se los podía distinguir cuando se los veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién era uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame.”

   Se inicia con la discusión acerca del género, “la” o “el” Bobby Watson. Aquí nos enteramos que ambos esposos se llamaban igual, lo cual seguramente sea una crítica solapada sobre la costumbre de apellidar a la mujer con el apellido de su esposo, como si perdiera su identidad al casarse. Luego la apreciación absurda de no poder distinguir a dos personas al verlas porque se llamen igual, cuando es lo opuesto: si lo idéntico es el nombre, al verlas no hay confusión posible, a menos que fuesen idénticas físicamente, y no es lo que aquí se afirma. Sin duda que todo esto apunta a mucho más, por ejemplo atacar las costumbres y tradiciones a la hora de dar nombre a las personas. Podemos comprobarlo en este otro fragmento (aclaremos previamente que el señor Smith acababa de afirmar que por suerte los Watson no habían tenido hijos):

“Sra. Smith: ¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tienen un muchacho y una muchacha. ¿Cómo se llaman?

Sr. Smith: Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo Bobby Watson, es rico y quiere al muchacho. Muy bien podría encargarse de la educación de Bobby.

Sra. Smith: Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy bien, a su vez, encargarse de la educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así la mamá de Bobby Watson, Bobby, podría volver a casarse. ¿Tiene a alguien en vista?

Sr. Smith: Sí, a un primo de Bobby Watson.

Sra. Smith: ¿Quién, Bobby Watson?

Sr. Smith: ¿De qué Bobby Watson hablas?

Sra. Smith: De Bobby Watson, el hijo del viejo Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el muerto.

Sr. Smith: No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía de Bobby Watson, el muerto.

Sra. Smith: ¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?

Sr. Smith: Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.”

   Al margen de la incoherencia discursiva, en la que primero afirman una cosa y luego la contraria, y el diálogo sigue sin que ninguno de ambos esposos parezca darse cuenta de esto, el centro de este fragmento tiene que ver con la identidad y con las tradiciones. Este intercambio delirante y humorístico donde nos enteramos que toda una familia se llama de la misma manera (el esposo, la esposa, los dos hijos, los abuelos, tíos y primos) cuestiona cómo por seguir una tradición (dar el nombre de padres o abuelos a los hijos) se llega a una situación grotesca en la cual es difícil entender de quién de los integrantes de la familia se está hablando, y lo más grave es que se privilegia la tradición por encima de la identidad individual de una persona. Es más importante, al parecer, marcar que pertenece a un grupo determinado, o clan, que darle espacio a su yo peculiar y único. La sensación de sentirse aplastado por la comunidad, que intenta masificarnos, es muy fuerte, y el autor apela a mostrarnos esta costumbre social de manera hiperbólica (exagerada) para que nos detengamos a pensar en ella y la cuestionemos. Es válido también recordar cómo la sociedad suele castigar cuando alguien rompe una tradición y pretende ser diferente a la masa. Del mismo modo, siguiendo la visión del autor, podemos cuestionarnos los “nombres de moda”, en que podemos hasta identificar generaciones a partir de los nombres que los padres ponen a sus hijos. Finalmente, la repetición de nombres apunta también a una visión más amplia en que el individuo se convierte en un eslabón más de una cadena interminable de seres humanos, que nacen, viven y mueren anónimamente, sin dejar su nombre (legado) en la historia, confundidos en una masa, cuestionando así el sentido de la existencia.

   La escena 1 finaliza con una discusión y una especie de reconciliación entre la pareja, algo que no puede disimular que durante toda la escena no hubo ninguna acción definida ni coherente que pueda considerarse dentro de los parámetros aristotélicos del género dramático. Sólo asistimos a una conversación errática y llena de contradicciones y conceptos absurdos de los Smith. Esta discusión comienza por algo que, paradójicamente, es una pregunta razonable y lógica de la sra Smith, que es por qué Bobby Watson no trabaja los días en que no tiene competencia, en vez de dormir y descansar, como afirmó el sr Smith, pero éste la maltrata, respondiendo: “No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntas idiotas!”  Comencemos por aclarar que no existe justificación para destratar a la pareja, aunque se haya perdido la paciencia porque hace “preguntas idiotas”, pero además, toda la conversación anterior estaba colmada de afirmaciones ridículas, preguntas tontas e incoherencias, tanto de él como de ella, y resulta chocante que de la nada el personaje tenga esta reacción violenta. Pero esta discusión es la excusa perfecta para volcar críticas tanto a hombres como a mujeres, así como a la visión estereotipada de cómo supuestamente son los hombres y las mujeres. Dice la sra Smith: “¡Todos los hombres son iguales! Os quedáis allí durante todo el día, con el cigarrillo en la boca, o bien armáis un escándalo y ponéis morros cincuenta veces al día, si no os dedicáis a beber sin interrupción.” Y el sr Smith responde: “¿Pero qué dirías si vieses a los hombres hacer como las mujeres, fumar todo el día, empolvarse, ponerse rouge en los labios, beber whisky?”. Vemos cómo Ionesco toma frases hechas que se emplean de manera cotidiana  en la realidad, y las introduce en su obra, como en este caso la afirmación de que todos los hombres son iguales. A esa expresión coloquial se le suma una enumeración de defectos que la sra Smith achaca a conductas masculinas, como quedarse ahí sin hacer nada mientras fuman, tener conductas violentas y malhumoradas y beber alcohol. Mezcla de observación de conductas sociales y estereotipo, esta enumeración adquiere un tono que se diferencia del resto de los parlamentos en la obra, como si se saliera del espíritu absurdo y burlón que predomina en todo el texto, y al que se vuelve con la respuesta del sr Smith, donde según él,  lo único que diferenciaría a las mujeres de los hombres sería empolvarse y ponerse rouge en los labios.

   Por último, en esta escena, se produce una demostración de afecto del sr Smith hacia su esposa, luego de haberla destratado y que ella reaccionara y mostrara su enojo. Él pretende apaciguarla dándole a entender que sólo era una broma. Esta secuencia queda totalmente desfasada con lo anterior, y tampoco tiene demasiado sentido, a no ser por el registro de conductas de pareja indeseables. Y de esta manera finaliza la escena I.

   La investigadora Ma. del Carmen Bobes Naves afirma que algunas de las situaciones y diálogos absurdos de esta obra se explican porque constituye una parodia de una comedia de salón, donde se presenta a una familia burguesa y se busca algún recurso para informar al espectador de lo ocurrido antes de abrirse el telón, por eso la señora Smith informa a su esposo de algo que es evidente que él tiene que conocer, porque en realidad esa información se dirige al espectador, y lo que hace Ionesco es llevar esa técnica al absurdo, criticando lo artificioso de ese tipo de obras, y de ahí la denominación de antipieza.

   Desde otro punto de vista, sabemos que el Teatro del Absurdo quebranta el modelo aristotélico, en ese modelo esta escena debería cumplir la función de plantear el conflicto, brindar información, preparar al lector/espectador para poder entender el desarrollo de la obra, pero en La cantante calva nada de eso ocurre, ya que no se nos informa de nada sustancial para entender el conflicto, y de hecho ni siquiera existe un conflicto tal como lo define la visión aristotélica.  Personajes que se contradicen, incongruentes, parlamentos incoherentes, ninguna acción concreta más que conversaciones erráticas e insustanciales, datos cronológicos discrónicos, confusos, imposibilidad de poder empatizar e identificarse con los personajes, y por tanto, de sufrir la catarsis, todos estos elementos impiden que esta escena pueda cumplir la función que cumpliría en un texto que aplica las reglas del drama aristotélico.

 

ESCENA XI, el final

  

   La escena final no cumple tampoco con las normativas del drama aristotélico, y como se explicó respecto a la escena I, al no haber desarrollo de acción ni conflicto, no puede haber tampoco un desenlace tradicional en La cantante calva. Pero sí podemos observar un clímax respecto al uso de técnicas del absurdo.

   Luego de ver también a otros dos personajes en las escenas centrales de la obra (la criada Mary y el Bombero), en la escena XI participan sólo el matrimonio anfitrión (los Smith) y el matrimonio invitado (los Martin). Los cuatro personajes intercambian frases sin sentido, sin posibilidad de que pueda considerarse siquiera una conversación lo que se produce entre ellos, ya que no existe un hilo que una un parlamento con el siguiente, ni siquiera coherencia dentro de un mismo parlamento. No obstante, podemos dividir la escena en una primera y segunda parte, a partir de una extensa acotación entre parlamentos, donde se indica un cambio de ánimo de los personajes, que empiezan a mostrarse nerviosos y hostiles, violentos.

 

Los MARTIN, Comedia Nacional, 2007


   PRIMERA PARTE: Nada une el inicio de la escena XI con la anterior. Salió el bombero, la puerta se cerró, los dos matrimonios habían ido a acompañarlo para despedirlo, y de pronto, se pasa a esta escena donde no hay siquiera algo que podamos denominar conversación. La primera en hablar es la sra Martin, que expresa lo siguiente: “Puedo comprar un cuchillo de bolsillo para mi hermano, pero ustedes no pueden comprar Irlanda para su abuelo.” Es evidente que esa frase nada tiene que ver ni con la situación anterior, ni con nada que haya ocurrido en la obra anteriormente. La respuesta no es menos ilógica o irracional: “Sr. Smith: Se camina con los pies, pero se calienta mediante la electricidad o el carbón.”  Asistimos así a una escena caótica donde nada tiene sentido. La desintegración del lenguaje y de la comunicación se ejecutan mediante varios recursos, como por ejemplo:

1)      Intercalado de frases tomadas del manual de conversación francés – inglés: “Sr. Martin: El techo está arriba y el piso está abajo…”, o “Sr. Martin: La casa de un inglés es un verdadero palacio.”

2)      Frases hechas que no vienen al caso: “Sra. Martin: A cada uno su destino.”

3)      Frases que parecen fruto de un razonamiento lógico pero que en realidad son absurdas: “Sra. Smith: El maestro de escuela enseña a leer a los niños, pero la gata amamanta a sus crías cuando son pequeñas” o “Sra. Smith: El automóvil corre mucho, pero la cocinera prepara mejor los platos.”

4)      Frases ingeniosas o humorísticas sin conexión con el resto de los parlamentos: “Sr. Smith: Tomen un círculo, acarícienlo, y se hará un círculo vicioso.”

5)      Empleo de un idioma extranjero:

“Sra. Martin: ¿Cuáles son los siete días de la semana?

Sr. Smith: Monday, Tuesday, Wednesday, Thursday, Friday, Saturday, Sunday.”

 

SEGUNDA PARTE: Luego de la acotación que divide la escena en dos, donde se nos indica que los sones del reloj también son nerviosos (animación de objetos: le otorga cualidades al reloj propias de un ser vivo), y que los actores deben ponerse de pie y gritarse unos a otros, levantando los puños, la desintegración del lenguaje llega a su punto culminante.  Los personajes se gritan palabras como si fueran insultos, pero no lo son. Esto apunta a la idea de que la comunicación no sólo se realiza a través de palabras, sino también de gestos, el tono de voz, etc. El punto es que aquí el tono y los gestos van por un lado, y el discurso va por otro, y esta discordancia resulta incomprensible e ilógica, además de que muchas de las palabras que se gritan no tienen sentido alguno en el contexto.

   Algunos recursos de desintegración del lenguaje y la comunicación son:

1)      Repetición de una misma palabra o expresión muchas veces: el señor Smith repite diez veces en un parlamento la palabra “Cacatúas” en forma enumerativa, la señora Smith hace lo mismo, respondiéndole, pero con la expresión “¡Qué cagada!”, a lo que el señor Martin responde repitiendo cinco veces “¡Qué cascada de cagadas!”

2)      Empleo de palabras consideradas malsonantes e impropias de un texto literario: ver ítem 1 y “Sr. Martin: ¡Rosita, culo de marmita!”

3)      Uso de aliteraciones (repetición de un mismo sonido): “Sra. Martin: ¡Cacto, coxis!¡Coco!¡Cochino!” o “Sr. Martin: ¡Paso, peso, piso!”

4)      Trabalenguas, concepto lúdico del lenguaje: “Sra. Martin: Los cacaos de los cacahuatales no dan cacahuates, sino cacao.” (repite tres veces este trabalenguas en su parlamento).

5)      Juegos de palabras, dilogías, rimas:

“Sra. Martin: ¡Toca mi toca!

Sr. Martin: ¡Tu toca de loca!

Sr. Smith: La toca en la boca, la boca en la toca.

Sra. Martin: Disloca la boca.

Sra. Smith: Emboca la toca.

Sr. Martin: Emboca la toca y disloca la boca.

Sr. Smith: Si se la toca se la disloca.”

O: “Sr. Smith: ¡El Papa se empapa! El Papa no come papa. La papa del Papa.”

6)      Sonidos que no constituyen palabras:

“Sr. Smith: ¡A, e, i, o, u, a, e, i, o, u, a, e, i, o, u!

Sra. Martin: ¡B, c, d, f, g, l, m, n, p, r, s, t, v, w, x, z!”

7)      Sonidos onomatopéyicos: “Sra. Smith (imitando al tren): ¡Teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf, teuf!”

8)      Construcción de una frase entre varios personajes:

“Sr. Smith: ¡Es!

Sra. Martin: ¡Por!

Sr. Martin: ¡A!

Sra. Smith: ¡Quí!”

9)      Repetición de palabras a coro: “Todos juntos: ¡Por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí, por allá, por aquí!”

   Al presentar esa descomposición del código lingüístico, es imposible que se produzca algún diálogo con sentido que permita llevar adelante alguna acción en el sentido aristotélico, ni tampoco es razonable sacar conclusiones psicologistas respecto al carácter de los personajes, mucho menos podremos como lectores/espectadores sentirnos identificados con alguno de ellos y sufrir el proceso de catarsis. Pero sí se pueden sacar conclusiones acerca de la construcción de esta escena. El autor elige cerrar su obra con esta escena delirante, extrema en recursos que atentan contra nuestro principal sistema de comunicación, principal vehículo además del texto dramático, como es el lenguaje verbal. La situación es caótica, nada tiene sentido, las frases, palabras y sonidos golpean al lector/espectador, que seguramente al entrar a la sala esperaba otra cosa, una obra con un desarrollo normal del conflicto, con personajes entendibles que les provocaran alguna emoción. Se produce un clímax (momento de máxima tensión en un texto) pero no porque estemos llegando a un desenlace lógico luego de planteo y desarrollo del conflicto, sino porque toda la situación apunta a violentar al receptor, poniéndolo en una situación límite. El espectador se encuentra en esta escena como rehén de un grupo de cuatro actores que están gritándose palabras y frases sin sentido a los oídos, y levantando el puño unos contra otros como si fueran a pelear físicamente en el escenario. Es el caos, lo inesperado e impactante, el shock. Consideremos además que la obra se estrenó en el año 1950, donde aún se esperaba más formalidad en el teatro.

   Hacia el final de la escena se encuentran dos acotaciones extensas. En la primera de estas dos, el dramaturgo informa que en cierto momento, los actores se están gritando unos en los oídos de los otros, en el colmo de la furia, hasta que la luz se apaga, y es en plena oscuridad que los personajes deben gritar a coro “¡Por allá, por aquí!”, repitiendo esto seis veces. Obviamente no podemos hallar un sentido racional a esta situación. Finalmente, la última acotación es la que cierra la escena y la obra. Se informa que dejan de escucharse las palabras (bruscamente) y que al encender las luces, el señor y la señora Martin están sentados como los Smith al comienzo de la obra. Y que la obra vuelve a empezar, pero esta vez quienes ocupan el lugar de los Smith son los Martin, repitiendo las mismas frases de la escena I.

   Sobre este final que otorga Ionesco a su obra hay mucho por decir. Lo más obvio es que quebranta las reglas aristotélicas porque no existe un desenlace. El final es circular, por tanto en teoría se crea un círculo infinito, de constante recomenzar (en los hechos es obvio que el elenco debe detenerse en algún momento, y eso se supone que ocurrirá cuando el telón, que debe descender lentamente, termine de bajar). Esta estructura circular es opuesta al esquema planteo –desarrollo- desenlace clásico. ¿Qué significación tiene la circularidad, además de ser una transgresión? Lo circular o cíclico en una obra donde se muestra individuos atados a esquemas vacíos tiene un correlato significativo con su temática. Es circular porque no hay salida, porque te muestra individuos doblegados por los clisés, las convenciones sociales, la rutina, el absurdo de la existencia sin una meta lúcida más que seguir la corriente por la que todos van. Alguien podría señalar que en realidad estos personajes son atípicos, que no son modelos de conducta de nadie. Sin embargo, esto no es así. La técnica de extrañamiento que emplea Ionesco para sacarnos de nuestra zona de confort crea esa sensación, porque exagera, caricaturiza, pone la lupa sobre ciertos comportamientos, pero si prestamos atención podemos ver que la base es la conducta y discurso de una familia pequeño burguesa europea. Y que el mensaje es que quienes se consideran normales y adaptados a su comunidad, son en realidad igualmente absurdos, siguiendo reglas arbitrarias cuyo sentido en general desconocen, viviendo vidas que no les dan felicidad, sólo porque así deben ser las cosas, sin cuestionarse, sin intentar innovar, levantar cabeza y luchar. Entonces, aunque a primera vista estos personajes parezcan una distorsión del statu quo, Ionesco sugiere que así de ridículos y absurdos somos cuando seguimos al grupo sin cuestionar. En ese sentido, las obras del Teatro del Absurdo, como La cantante calva, son un llamado a la conciencia y la lucidez, a la mirada crítica, contestataria, a rebelarse contra la mentalidad de rebaño. Por esta razón el final nos da mucho a pensar, mostrando que para la masa, no somos importantes ni nos consideran valiosos ni únicos, podemos intercambiarnos por otros y dará lo mismo, como los Smith con los Martin: una vida rutinaria por otra, una existencia vacía por otra. Y aquí se toca con la profundidad del pensamiento filosófico, en particular del Existencialismo. Aunque la obra tiene constantes toques de humor y todo parece absurdo, sin sentido, realiza una crítica muy profunda que seguramente pretenda provocar la toma de conciencia del receptor para que realice un cambio en su vida.


Imagen del estreno en THÉATRE DES NOCTAMBULES, PARIS, 1950


 

 

martes, 3 de agosto de 2021

TRADICIÓN E INNOVACIÓN EN LA CASA DE BERNARDA ALBA

 

 TRADICIÓN E INNOVACIÓN EN “LA CASA DE BERNARDA ALBA”

 


   Sabemos que Federico García Lorca, por ser de la Generación del 27, aunó en su obra elementos tradicionales con elementos más modernos e innovadores, surgidos de la influencia vanguardista. Por esta razón encontramos en la obra La casa de Bernarda Alba elementos típicos de un drama clásico, ajustado incluso a conceptos aristotélicos, y otros que no respetan el modelo aristotélico. Veamos algunos ejemplos concretos. ¿Dónde notamos la influencia clásica o de la tradición, y cuáles son las transgresiones a ese modelo?

a)      La obra presenta planteo, desarrollo y desenlace, respetando los tres grandes pasos de desenvolvimiento del conflicto. El planteo se realiza en el Acto I, el desarrollo en el Acto II y III, y el desenlace se encuentra al finalizar el Acto III.

b)      La presentación de los personajes y el desarrollo de las acciones permiten al espectador padecer la catarsis (purificación o transformación), como lo describe Aristóteles. Sin embargo, debido a que Bernarda presenta rasgos que la distancian del héroe trágico aristotélico, la catarsis difícilmente ocurra a partir de la identificación con la protagonista. Aquí aparece un elemento transgresor de la norma clásica.

c)       Hay pasajes de la obra que se asemejan a la antigua tragedia griega, por ejemplo: el hecho de que algunos personajes actúen como el coro (lo vemos en el Acto I, cuando Bernarda y las mujeres del duelo cantan un rezo por el difunto, o en el Acto II, cuando cantan los segadores y Martirio y Adela repiten algunas estrofas), la conjunción de género lírico y dramático en la obra, la caída de la protagonista debido a su hybris y ceguera trágica, etc.

d)      Todo ocurre en un único lugar (se respeta la unidad de lugar de Aristóteles), en este caso, en la casa de la protagonista. Cuando la acción ocurre fuera de la casa se menciona, pero no se representa en escena (por ejemplo, la calle, el campo, el olivar).

e)      La unidad de tiempo aristotélica (la acción debe representar un día de la vida del protagonista, el peor, el día en que se produce su caída) no se respeta en La casa de Bernarda Alba, ya que en cada acto se representa el transcurrir de un día, y hay que aclarar que no sabemos cuánto tiempo pasa entre un acto y otro, si bien captamos que toda la acción se desarrolla durante un verano.

f)        Aunque la base dramática de la obra es realista (las vestimentas, la decoración, algunos giros lingüísticos, algunas costumbres), también encontramos varios pasajes que responden a un espíritu lírico y hasta onírico, alejándose así del realismo puro (la presencia de símbolos, como la entrada de María Josefa con una ovejita en los brazos, sus parlamentos, el caballo blanco descripto como una presencia fantasmagórica, el tono lírico de algunos parlamentos de otros personajes, como Adela o Martirio, el responso cantado por Bernarda y las mujeres del duelo en el acto I, la canción de los segadores, etc). Esto se asemeja a obras dramáticas del siglo de Oro español, como las escritas por Lope de Vega, por ejemplo, donde alternaba situaciones y parlamentos realistas con pasajes líricos.

g)      Uno de los temas principales de la obra es el honor, tema tradicional de la dramática española del Renacimiento y el Barroco. La diferencia es que en las obras de siglos anteriores, el honor se consideraba una cualidad, y en la obra de Lorca se vislumbra como un impedimento a la felicidad y libertad de los personajes. Esta visión crítica es uno de los aspectos que dota de modernidad a la obra.

   Vistos estos aspectos generales de la obra en su simbiosis tradición –innovación, veremos qué aspectos de su protagonista presenta García Lorca dentro de los códigos tradicionales de un héroe trágico (al estilo aristotélico) y cuáles no.

·         PERTENECE A UN GRUPO SOCIAL ELEVADO. Este rasgo era imprescindible en el modelo aristotélico para ser un héroe trágico. Aristóteles sostenía que para que la caída de un individuo causara horror y compasión, debía caer desde un lugar elevado, por eso los héroes trágicos de la antigua tragedia griega eran siempre nobles, aristois importantes. Bernarda pertenece a un grupo social alto en ese pueblo rural de Andalucía, es del linaje de los Alba, posee tierras, ganado, tiene criadas a su servicio, y manifiesta constantemente orgullo de clase. El matiz es que su poder se limita a su pueblo, un pueblo rural de Andalucía, ya que en otros pueblos -según informa Poncia, su criada principal- Bernarda es “pobre”. En cambio, en la antigua tragedia aristotélica, el aristoi era especialmente destacado, siendo por ejemplo el rey, o príncipe, o un general importante para toda la nación.

   Uno de los problemas centrales que la obra desarrolla es que Bernarda no permite a sus hijas noviar ni casarse, a menos que el pretendiente fuese de su misma clase social (“¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre?”; “Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán?”; “¡Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán.”). Su concepción de clase la conduce a menospreciar a quienes no forman parte de su mismo grupo social, algo que se manifiesta no solamente en que prefiere sacrificar la posible felicidad de sus hijas antes de permitir que se vinculen con alguien de clase social menor, sino también en la manera en que trata a las criadas. Cuando ingresa Bernarda por primera vez a escena con sus hijas y las mujeres que acompañaron el duelo, y la criada llora a gritos (en realidad finge su dolor, pero Bernarda no lo sabe), ella espeta con dureza: “Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La CRIADA se va sollozando). Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.” Y al señalar una mujer del duelo que los pobres sienten también sus penas, humanizándolos, Bernarda responde: “Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.” Del mismo modo, en diálogo con Poncia, quien trabaja para Bernarda desde hace treinta años, en un sistema en el que además las criadas duermen en la casa donde sirven, dos pasajes demuestran la actitud clasista y despectiva de Bernarda: en el Acto I, le dice Poncia: “Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza?”, a lo cual Bernarda le responde: “No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!”, y en el Acto II, cuando Poncia señala que Bernarda tiene humos, ésta le dice: “Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.”


   Ese clasismo extremo equipara bajo nivel social con pobreza, servidumbre y animalidad, desconociendo la humanidad de quien no está en su mismo rango, y expresando un concepto arcaico pero muy extendido en la literatura y sociedad española, que es que sólo los nobles, las personas de linaje, tienen dignidad y concepto de honor. Es importante destacar, además, que si bien pertenecer a un grupo social alto otorga privilegios, también impone obligaciones, y Bernarda es muy explícita con esto cuando gobierna sobre sus hijas: cuando impone el luto de ocho años y sentencia cuál es el rol de la mujer y cuál el del hombre  (“Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.”), también agrega: “Eso tiene la gente que nace con posibles”. Por esta razón se muestra inflexible con la conducta de sus hijas, muy especialmente en lo que refiere a lo sexual, y su soberbia la empuja a humillar a todo el que ella considere por debajo de su nivel.

 

·         PADECE CEGUERA TRÁGICA Y CAE EN HYBRIS. La ceguera trágica (denominada até) constituye uno de los rasgos inherentes al héroe en la antigua tragedia griega. Esta ceguera implica que el personaje no logra ver, o sea que desconoce o ignora, algún aspecto sustancial del conflicto, lo cual lo conduce a tomar decisiones erróneas. En el caso de Bernarda, da por sentado precisamente lo contrario, que puede verlo todo, que puede controlar todo, y que bajo su mano férrea, sus hijas obedecerán sus mandatos disciplinadamente. La obra nos muestra que tanto Poncia, como la criada, e incluso una de sus hijas (Martirio) captaron las acciones de Adela quebrantando el orden materno. Y ambas criadas perciben la tormenta de pasiones que se agita en las hijas, pero para Bernarda este conflicto no existe. El motivo es múltiple. Por un lado, como a cualquier persona, se le escapan situaciones a su control, aunque piense lo contrario. Por otro, aun viendo ciertos hechos, procede a negarlos, interpretando como mejor le conviene. Y cuando capta que hay algún problema que pueda atentar contra su fama y el honor de la familia, de inmediato ordena ocultarlo. El centro del problema está en su enorme soberbia, que la empuja a creerse todopoderosa y omnisciente. Nunca reconoce sus limitaciones ni que puede equivocarse. En esto consiste su hybris (exceso, desmesura), y es lo que la hace caer, pues termina fracasando en sus intentos de mantener la honra y el buen nombre de su familia.

   Veamos algunos ejemplos claves, tanto en acciones como en palabras. En el Acto I, Angustias aparece maquillada en escena, y Bernarda le quita el maquillaje a la fuerza. Ante el reproche de Poncia (le dice que no sea tan inquisitiva), Bernarda afirma: “Aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago”. Esta afirmación corresponde a una persona que tiene la certeza de estar haciendo lo correcto, de ser lúcida (lo opuesto a la ceguera trágica que padece) y ser quien tiene el control. Esto último lo reafirma cuando ante la pelea de las hijas, golpea con el bastón en el suelo para poner orden: “¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo! ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante, mandaré en lo mío y en lo vuestro!” Asegura que mandará sobre sus hijas hasta su muerte, de manera inflexible. Podemos preguntarnos por qué desea mandar sobre sus hijas, todas adultas. Si bien Adela es bastante joven, ya tiene 20 años, y todas las demás son mayores, siendo Angustias la mayor, con 39 años. Todas en edad de decidir sobre sus propias vidas, pero Bernarda las tutela como si fuesen niñas. Bernarda controla cómo se visten, lo que hacen día a día, decide si pueden salir o no, con quiénes deben hablar y vincularse y con quiénes no, cuándo deben hablar y cuándo callarse, y hasta si pueden llorar o no por la muerte de su padre. Es un control extremo que pretende el dominio absoluto sobre sus hijas. Incluso llegó a arruinarle a Martirio un noviazgo, haciéndole llegar un aviso al hombre que la pretendía, de que no se presentara a cortejarla, dejando a su hija esperando toda la noche y sin que se enterara que el pretendiente no acudió a la cita porque ella lo impidió. Todo esto ocurre porque en su objetivo de mantener limpia la honra de su familia, Bernarda cree tener la razón siempre, y considera incapaces o poco propios a todos los demás. Por esto al principio de la obra sentencia: “No he dejado que nadie me dé lecciones.” Este orgullo (su hybris) es lo que la condena a fracasar al final, pues a pesar de que Poncia le advierte de lo que está ocurriendo, sugiriéndole que la situación con Pepe el Romano puede escapársele de las manos porque la decisión de que se case con Angustias no es la correcta, Bernarda desestima la advertencia e incluso la acusa de pretender poner sombras donde no las hay (ceguera trágica). Poncia le dice “abre los ojos y verás”, y “Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.” Pero Bernarda le responde: “Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día, estate segura que no traspasaría las paredes”. Cuando se evidencia que Pepe se está yendo a las cuatro y media de la mañana de la casa, y Angustias niega que sea por ella, ya que se despiden cada noche a la una, Bernarda queda en alerta, pero es incapaz de entender lo que realmente está ocurriendo, y continúa alardeando de su capacidad de dominio de la situación: “No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera”; “¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!”. Y en el Acto III, Bernarda expresa a Poncia: “Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna “la cosa tan grande” que aquí pasa, según tú.” Y también asegura: “Mi vigilancia lo puede todo.” Según ella, la gente no puede murmurar, porque tiene todo bajo control (“¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!”). En estos parlamentos se nota no sólo la soberbia y la ceguera de Bernarda, sino que hasta podemos vislumbrar la presencia de la ironía trágica, por la cual se afirma lo contrario de lo que realmente es.

   Estos conceptos proceden de la antigua tragedia aristotélica, y si bien Federico lo moderniza quitando toda referencia acerca de algún tipo de castigo divino, la base es la misma: el individuo comete errores graves que lo conducen al fracaso, y es incapaz de rectificar sus decisiones para evitar el desastre.

   Un matiz importante que distancia a Bernarda del modelo clásico es que en la antigua tragedia griega el héroe sufría el proceso de anagnórisis (descubrimiento de la verdad) que finalizaba con la comprensión de que se había equivocado, lo aceptaba y asumía la justicia del castigo, pero Bernarda termina la obra sin hacerse cargo de que sus conductas y decisiones condujeron al desenlace terrible y fatal: no reconoce sus errores, no se arrepiente, e incapaz de cambiar, finaliza la obra del mismo modo que la había comenzado, pidiendo silencio, pretendiendo ocultar lo que considera como una deshonra. Bernarda fracasa, pero no aprende, y no cambia. Continúa aferrada a los conceptos que la condujeron al desastre para estructurar su vida y las de sus hijas: “Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas!” […] “Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija) ¡A callar he dicho! (A otra hija) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos  todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!”

 

·         ES VÍCTIMA Y VICTIMARIA. En la antigua tragedia griega, hallábamos que la Moira (destino) del héroe lo empujaba a cometer errores, causando daño a otros y a sí mismo. Muchas veces esa Moira nefasta era producto de alguna maldición, como en el caso de Edipo, hijo del maldecido Layo, por quien la ciudad de Tebas es asolada por una peste mortal. En Antígona, Creonte cae porque en su creencia de hacer lo correcto, comete el error de ignorar las leyes divinas y ordena no sepultar a uno de sus sobrinos, provocando la muerte de Antígona y luego, en cadena, la de su propio hijo y la de su esposa. En ambos casos los héroes, sin quererlo, dañaron a otros y a ellos mismos. En cuanto a Bernarda, podemos rastrear el origen de sus acciones en dos factores: la tradición -la enseñanza que recibió en su casa familiar-, y su propio carácter y manera de interpretar las normas consuetudinarias. En dos ocasiones afirma o sugiere que las normas que dicta proceden de lo que le enseñaron en casa de su abuelo y su padre. Nótese que su ejemplo es masculino, no habla de su abuela ni de su madre como transmisoras de las normas morales: “¡En ocho años que  dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle! Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo.” En el Acto II, en la escena en que se descubre que Martirio escondió el retrato de Pepe el Romano en su cama, y las demás hermanas acusan a Angustias de que ese hombre vino por ella sólo por su dinero, Bernarda vuelve a mencionar a su padre como referente: “Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. […] ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda: ¡acuérdate que ésta es tu obligación!”. En estos dos pasajes claramente Bernarda sostiene su axiología en base a criterios sociales que proceden de lo consuetudinario, de la tradición, sin discutirlos. Bernarda no cuestiona ni se pregunta. No inventó las reglas, pero ordena respetarlas y emplea en ello toda su voluntad, aún si supuestamente contrariara sus sentimientos personales (“acuérdate que ésta es tu obligación”). El luto de ocho años es extenso y penoso, y quizás sea vacío, porque la única que manifiesta dolor por la muerte de su padre es Magdalena. Ni sus hermanas ni su madre se lamentan en ningún momento por esa muerte cuyas consecuencias alimentan el conflicto. No hay siquiera un recuerdo afectuoso o conmovido del muerto. Sólo se habla del cumplimiento externo del duelo. Adela llora cuando se entera que Pepe el Romano viene por Angustias, y porque siente que perderá su juventud encerrada por el duelo de su padre, pero no por la muerte en sí. El mismo día del sepelio las hermanas conversan y discuten por temas diversos, como si la muerte de su padre no hubiese ocurrido. Cada vez que Bernarda menciona al muerto es simplemente para exigir que se respete el duelo externamente, e incluso prohíbe a Magdalena que llore por su padre. En conclusión, en esto como en otros asuntos, Bernarda exige cumplimiento de reglas pero no porque tengan un sentido real más allá del qué dirán. Por otro lado, el hecho de que sus modelos de poder sean hombres, nos recuerda que la sociedad española de principios del siglo XX, sobre todo en los pueblos rurales, era muy patriarcal. Y que Bernarda sea tan autoritaria, y emplee también la violencia física, además de la verbal y psicológica,  su dureza emocional, su falta de lágrimas y de sensibilidad maternal, indican que ella quiere imitar a sus modelos, haciéndola parecer masculina para la época.



   Esta sujeción a un modelo sin cuestionarlo, esa rigidez, nos muestran a una Bernarda que no sólo es victimaria, sino que también es víctima. Es una mujer que reprime y condena a otras mujeres, porque ése es el rol que le adjudicó la sociedad patriarcal en la cual fue educada, y así como no permite a sus hijas ser felices, disfrutar de su juventud o de su cuerpo, ella tampoco es feliz. Incluso cuando Angustias le confiesa que debería estar contenta (porque tiene novio y va a casarse) pero no lo está, su madre le responde: “Eso es lo mismo”, dando a entender que el objetivo de la existencia no es ni la felicidad ni el placer, sino el hacer lo que se debe hacer. Cuando le da consejos a Angustias respecto a cómo comportarse con su marido cuando sea una mujer casada, todo apunta a la sumisión frente al hombre, y a la aceptación de que los hombres tienen más libertades y privilegios que las mujeres. Angustias se queja de que Pepe parece siempre distraído, como si estuviera siempre pensando en otra cosa (esto tiene sentido, porque Pepe se comprometió con ella por su dinero, pero se apasiona con Adela y la está viendo en paralelo que a su prometida), y su madre le aconseja: “No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos”. Y si bien Angustias no sospecha lo que está ocurriendo entre su prometido y su hermana menor, sí capta que él le oculta cosas. A lo cual Bernarda le responde: “No procures descubrirlas. No le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás.” Y aunque Bernarda es una mujer con mucho carácter, nos enteramos al principio de la obra que su marido fallecido tenía comportamientos impropios y abusivos con la Criada (“Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral!”), lo cual la convierte en una mujer engañada. Cuando Bernarda recomienda a su hija no hacer preguntas, sentimos que está perpetuando el ciclo de infidelidad, humillación e infelicidad. Las únicas que en cierto sentido cuestionan el modelo con sus conductas son María Josefa, madre de Bernarda, que terminó loca y encerrada, y Adela, cuya pasión y rebeldía la conducen a un fin violento y trágico. Las otras hijas son infelices, y si bien dan a entender varias veces que no están conformes con el desarrollo de los acontecimientos, con las reglas sociales y la inflexibilidad de la madre, no llegan a realizar una oposición tan firme como la de Adela, que quebranta la regla más importante que impone su madre, al abandonarse al deseo y el placer con el prometido de su hermana mayor.

   En definitiva, si bien por momentos la idea de destino aparece en la obra (sobre todo en lo vinculado con el suicidio de Adela), Lorca trabaja, más que la idea de arbitrariedad e irracionalidad del destino, la de condicionamiento social y consecuencia lógica de las propias acciones. Bernarda es el producto de una sociedad represiva y normativa, que sataniza el sexo y el placer, y pretende mantener a la mujer atada a un rol de sumisión y dependencia del varón, además de infantilizarla (sobre todo en clases sociales altas). Claro que representa un extremo, por eso concluimos que cae en hybris: lleva la norma hasta las últimas consecuencias, aunque implique la infelicidad y la muerte propia o de quienes la rodean. En su afán de cumplir con ese ideal normativo tal como le transmitieron, y mantener limpio el nombre de su familia, siendo víctima del sistema, y debido a sus errores, arrastra en su caída e infelicidad a quienes dependen de ella, muy especialmente sus hijas. Por esto es que podemos afirmar que es víctima y victimaria.

·         MANDA PORQUE TIENE PODER, PERO NO ESTATURA MORAL. El héroe de la tragedia aristotélica, más allá de sus errores, es respetable, tiene estatura moral, y aunque comete crímenes que provocan su caída, no es malvado, de tal manera que permita al espectador empatizar con él y acompañarlo en su sufrimiento, provocando la catarsis. Pero es muy difícil sentir simpatía por Bernarda. Desde el principio, aún antes de que ingrese a escena, es presentada por Poncia como una persona cruel y tiránica (“Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara”).  Y cuando entra en escena, notamos que la presentación era veraz. Su primera intervención es radical y brusca. Llega del sepelio de su segundo marido, con sus cinco hijas y las mujeres del duelo, y maltrata a la Criada, que estaba haciendo una escena de dolor por el patrón muerto. Más allá de que la Criada fingió una pena que no sentía, cosa que Bernarda no tenía por qué saber, lo importante es la manera en que la destrata y el por qué. Lo primero que ordena es “¡Silencio!”. El silencio, en este caso, se asocia con la pretensión represiva de la protagonista, y su deseo de ocultar todo lo que le parezca poco honorable delante de los demás. “Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar.” La actitud despectiva, la forma en que humilla a la Criada frente a toda esa gente sólo porque trabaja para ella y por tanto la considera inferior por su clase social y dependencia, revela su carácter cruel. Finaliza ese parlamento con una apreciación discriminatoria y clasista: “Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.” Esta afirmación contrasta con la supuesta religiosidad de Bernarda. Viene de la Iglesia, y luego entona un responso rogando por el alma del difunto, pero todo es pura apariencia, pues en ningún momento tiene comportamientos o sentimientos cristianos. Esto se nota en cada conducta y parlamento de Bernarda donde critica de manera destructiva a otras personas, les lanza indirectas ofensivas, demuestra estar pendiente como vulgar chusma de las vidas ajenas, condiciona y esclaviza a quienes la rodean, no le interesa la felicidad de sus hijas, no les demuestra amor, es egoísta y avara (cuando Poncia sugiere que podrían dar algo de la ropa del marido fallecido, Bernarda responde: “Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara!”), y en su afán moralista puritano, apoya y reclama una conducta brutal y violenta contra quienes, según ella, atentan contra su código de valores (azuza a quienes quieren matar a la hija de la Librada por haber pecado, y afirma que está bien que el marido de su vecina Prudencia no haya perdonado a la hija). Si es cierto que Bernarda cree en Dios, está más cerca de la figura divina inflexible y vengativa del Antiguo Testamento con su ley del talión, que del dios paternal y compasivo que Jesús muestra en el Nuevo Testamento.

   Este tipo de conductas y discursos generan rechazo en los demás, y podemos ver que Bernarda no es una persona querida en su comunidad. La gente la respeta por temor y por conveniencia, pero no porque ella despierte simpatía o afecto. Ni las hijas parecen sentir cariño por su madre. Este aspecto del personaje difiere mucho de un héroe trágico tradicional, y lo aleja del modelo clásico. Bernarda tiene un carácter fuerte y atractivo para ser un personaje de teatro, pero no despierta nuestra compasión ni cariño, ni admiramos su estatura moral.

·         COMO HEROÍNA TRÁGICA, TIENE ANTAGONISTAS. Bernarda puede tener aliados en la obra, pero sólo lo son por conveniencia o dependencia. Como explicaba en el ítem anterior, ninguna persona en el transcurso de las acciones demuestra sentir afecto por la protagonista, y todos de alguna manera se oponen a ella. Veamos los distintos grados de oposición.

   En primer término, tenemos a sus empleadas, Poncia y la Criada. Deben obedecerla, porque están a su servicio, y su circunstancia económica las obliga a permanecer en esa casa sirviendo, tolerando conductas que en muchos casos son inaceptables. Bernarda es cruel, poco generosa y muy exigente, por esto las criadas le temen y no sienten cariño por ella. Si bien deben obedecerla, no concuerdan con sus opiniones ni decisiones. Poncia trata de evitar el conflicto entre las hermanas, pero Bernarda no la escucha, hasta que finalmente Poncia decide “lavarse las manos” y dejar que las cosas fluyan (de ahí su nombre, por Poncio Pilatos). Ellas no se le oponen en los hechos porque sienten que no pueden hacerlo, pero más allá de cumplir con sus obligaciones, no son sus aliadas.

   En segundo lugar, de manera escalonada, encontramos a cuatro de las hijas de Bernarda. La más dócil parece ser Amelia, de quien no se nos muestra ningún conflicto específico con la madre. Apenas si al principio, cuando Bernarda critica a quienes fueron a su casa a acompañar en el duelo (habla del sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas), Amelia exclama “¡Madre, no hable usted así!”. En todas sus otras intervenciones se limita a mostrar temor, mirando si viene cuando se habla de algo que cree que Bernarda considerará impropio, o comentando que si se entera su madre las castigará (“¡Si la hubiera visto madre!”, “¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo!”, “¡Ay! ¡Creí que llegaba nuestra madre!, ·”Chissss… ¡Que nos va a oír!”). Amelia tiene 27 años, pero aparece infantilizada, comportándose como una niña que cuando realiza una travesura, se esconde de su madre para que no la descubra y castigue. No discute, pero tampoco es que esté del lado de su madre ni le demuestre afecto, sino que le teme. Y muestra un oscuro sentimiento de fatalidad cuando expresa “Lo que sea de una será de todas”.

   Luego encontramos a Magdalena, quien expresa desacuerdo con su madre en varios asuntos, se queja de ser mujer, por ejemplo, por las obligaciones que Bernarda le impone (es a quien su madre reprime el llanto por la muerte de su padre, y cuando Bernarda señala que pueden ir bordando las sábanas del ajuar, le responde: “Sé que ya no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.”, ante lo cual Bernarda sentencia “Eso tiene ser mujer”, y Magdalena expresa “Malditas sean las mujeres”), y nos enteramos que en el pasado también hubo algún desentendimiento, porque Bernarda la amenaza diciéndole “Ya no puedes ir con el cuento a tu padre”. Magdalena tiene opiniones muy distintas a las de su madre: no comparte que Pepe se case con Angustias, sino que cree que debería casarse con Adela o Amelia, critica que esa boda vaya a realizarse por interés económico y no por amor, y tiene un concepto de justicia que no concuerda con el de su madre, pero tampoco hace algo concreto para sacudirse del yugo, y de alguna manera parece resignada a que su vida no cambiará.

   Le sigue Angustias, quien si bien está de acuerdo con casarse (sobre todo porque quiere huir de su casa familiar), pretende comportarse de maneras que Bernarda censura, al punto que la castiga golpeándola con el bastón (cuando va a espiar al portón lo que dicen los hombres del duelo), o le quita violentamente el maquillaje. De algún modo Angustias se rebela contra el control materno, y le responde cuando Bernarda hace afirmaciones con las que ella no concuerda, pero su rebeldía no pasa de gestos tibios tratándose de una mujer de casi cuarenta años. Sigue dependiendo de las decisiones de su madre, y finalmente, acata lo que le ordene. En el Acto II, cuando se suscita la discusión debido a la hora en que Pepe fue visto en una de las rejas de la casa (lo vieron irse a las cuatro y media, pero Angustias asegura que él se va de su ventana a la una, lo cual sugiere al espectador que Pepe se está viendo con alguien más, concretamente con Adela), Bernarda, como en otras ocasiones, pretende silenciar y ocultar todo, diciendo “No se hable de este asunto”, pero Angustias reclama “Yo tengo derecho a enterarme”, sin embargo su madre no le da espacio a su derecho, respondiendo con dureza “Tú no tienes derecho más que a obedecer”. Y allí se termina la actitud rebelde de Angustias, quien amaga, pero no se decide a luchar verdaderamente por lo que cree correcto.

   Luego, Martirio. Este personaje es uno de los más intensos de la obra. Si bien en varios pasajes parece obedecer sin reproche, y en la concepción moral da la impresión de que opina igual que su madre, su pasión por Pepe el Romano la empuja a quebrantar reglas. Y su aparente afán moralista esconde en realidad celos y resentimiento porque Pepe no se ha fijado en ella, sino en Adela. Martirio es enfermiza y tiene la espalda encorvada, y ella misma tiene un bajo concepto de sí misma y de su belleza: “Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea, y los ha apartado definitivamente de mí”. Pero enseguida nos enteramos que cuando un hombre le envió una nota cortejándola (Enrique Humanes), ella lo esperó toda la noche, y ahora se enamora de Pepe el Romano, o sea que su supuesto rechazo por los hombres quizás sólo sea por inseguridad, por considerarse poco atractiva. Respecto al episodio con Enrique Humanes, nos enteramos por la misma Bernarda, que fue ella quien advirtió a ese hombre que no fuera a cortejar a Martirio, y que actuó de esta manera porque lo consideraba inferior socialmente. Lo terrible es que Martirio creyó que simplemente él se había arrepentido, y por eso no había acudido a la cita, ya que su madre jamás le dijo la verdad. Luego de esta frustración, se enamora de Pepe, pero éste vino a casarse con Angustias por su dinero, y termina enredado pasionalmente con Adela. En su frustración, se produce un incidente en el Acto II porque toma a escondidas el retrato que Angustias tiene de Pepe en su habitación y lo esconde. Bernarda le ordena a Poncia que revise todo, y al encontrarlo, Poncia dice que estaba en la cama de Martirio. Bernarda se ofusca y reacciona violentamente, golpeándola con el bastón. Pero Martirio se rebela:

“MARTIRIO (Fiera.) -¡No me pegue usted, madre!

BERNARDA -¡Todo lo que quiera!

MARTIRIO -¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!

[…]

BERNARDA –Ni lágrimas te quedan en esos ojos.

MARTIRIO –No voy a llorar para darle gusto.”

   Este gesto de resistencia de Martirio tiene mucho de su madre, porque más allá de que en este caso están peleando, en el fondo Martirio demuestra cómo ha penetrado en ella el mensaje de su madre respecto al orgullo, a no mostrar debilidad y ocultar las lágrimas.

   Y si Martirio no se rebela de manera más decidida, es por sus propias inseguridades, su baja autoestima, que la conducen a no atreverse a dar pasos para conseguir lo que desea. Por tanto, el mensaje moral que le expresa a Adela (“No es ése el sitio de una mujer honrada”) es totalmente falso, ya que si ella no tiene algo con Pepe el Romano, no es porque fuese inmoral, sino porque no se atrevió a intentarlo una vez que Pepe no se fijó en ella, sino en Adela. La disputa por este hombre corre por debajo de las acciones de las hermanas, las más notorias son Angustias (prometida de Pepe), Adela (su amante) y Martirio (lo desea, pero no concreta nada).

   Viendo la intensidad de la actitud rebelde en progresión, quien sigue a Martirio es la madre de Bernarda, María Josefa. Este personaje en realidad constituye un símbolo de cómo una sociedad represiva genera desequilibrio y perturbación mental, y nos muestra que los únicos escapes son o la locura (María Josefa) o el suicidio (Adela). La madre de Bernarda es una anciana de 80 años a quien su familia margina en su propio hogar debido a su demencia. Nadie en la casa la trata con afecto, se la mantiene encerrada horas dentro de su habitación, y cuando acuden visitas a la casa, se la oculta y silencia, como si su existencia fuese una vergüenza. Los vínculos que tanto las integrantes de la familia como las criadas tienen con ella siempre parten de la violencia, física o emocional. María Josefa parece vivir en otro mundo, el mundo al que su mente perturbada la conduce, pero sin embargo, no pierde de vista la realidad de su familia, y sus conclusiones son duras pero certeras. Cada una de sus intervenciones revela desacuerdo con la manera en que su hija lleva su vida y la de sus nietas, en cada una intenta escapar, rebelándose contra la dictadura de Bernarda.

   En el Acto I, luego que las criadas informan que quería salir y se escucha su voz llamando a Bernarda, la Criada comenta: “Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar.” Este concepto es un leit motiv en cada aparición de María Josefa, y es evidente que el autor quiere apuntar a uno de los conflictos de la obra, que tiene que ver con la soltería de las hijas de Bernarda, y la ausencia de amor y sexo que padecen debido a la represión de una madre castradora. Y luego, en ese mismo Acto, después de una discusión entre Magdalena y Angustias, vuelve María Josefa a entrar a escena, y expresa lo siguiente: “Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras; ni mis anillos, ni mi traje negro de moaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna!”. Lorca pone esas palabras en boca de la loca de la familia, pero lo paradójico es que funcionan como anticipación, y reflejan verdades. Es una forma poética que emplea el autor para comunicar su opinión sobre los personajes y los hechos. También señala: “No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría!” En este parlamento introduce el tema de la frustración de estas mujeres por no haberse podido realizar plenamente, sugiere el resentimiento y los celos, la infelicidad, y comenta el conflicto entre las hermanas por el compromiso de Angustias con Pepe el Romano. La solución de Bernarda es exigirle silencio a su madre, y pedirle a las Criadas que la encierren. Lo que no se quiere ver se oculta, con la ilusión de que deje de existir, pero nada puede impedir que los hechos continúen su curso.

   En el Acto III tenemos otra participación de María Josefa en escena, también con ribetes simbólicos, pues aparece cargando una oveja, cantándole como a un bebé. Sin embargo, luego que le pregunta a Martirio cuándo va a tener un niño, que ella ha tenido a ése, y Martirio le dice que es una oveja, ella le responde: “Ya sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena”. Esto demuestra que la locura de este personaje tiene utilidad dramática para el autor, pues sus desvaríos denotan, en realidad, una gran agudeza de análisis de las personas, sus actitudes y sentimientos. El concepto de esterilidad, la ausencia de hijos para criar, tiene una connotación simbólica, que refleja el vacío existencial de esas mujeres que están suspendidas entre la niñez que ya no tienen, y una adultez truncada por el autoritarismo de Bernarda. Consideremos que a principios del siglo XX en España, se consideraba realización femenina el casarse, tener hijos, ser madre, y ninguna de sus nietas, según María Josefa, llegará a cumplir ese rol. Lo trágico es que si no ocurre no es quizás porque no quieran, sino porque Bernarda se los impide.

   La oposición de María Josefa a su hija se percibe en sus intentos de escapar de ese encierro y ser libre, su deseo de saltar las barreras y las normas y simplemente ser feliz, y se capta también mediante sus parlamentos, donde describe la amarga insatisfacción de sus nietas: “Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate, y luego ella me lo traía a mí, y así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. […] Yo no quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo. ¡No, granos de trigo, no! ¡Ranas sin lengua!”. Su rememoración de tiempos felices pasados, cuando era una mujer joven y tenía hijos chiquitos, al igual que sus vecinas, parece irreal en medio de la atmósfera presente de esa familia. Su deseo de que las casas estén abiertas contrasta y se opone a la determinación de Bernarda de cerrar todo por el luto, y para preservar su honor, como si la casa fuera una cárcel o un convento. Finalmente, hace mención a lo que origina el problema entre las hermanas: Pepe el Romano, deseado por todas, piedra de discordia en la familia, el catalizador del conflicto, y anticipa que traerá la destrucción con él. María Josefa representa el deseo de libertad, goce y realización de las hijas de Bernarda, oprimidas por ella.



   Finalmente, la principal antagonista de Bernarda: ADELA. Denominamos antagonista al personaje que procura evitar que el protagonista realice su objetivo, llegue a su meta. Y si hay alguien que se rebela de manera consciente y decidida contra Bernarda, es su hija menor. Adela tiene 20 años y no quiere resignarse a perder su juventud encerrada entre cuatro paredes, sólo por seguir las reglas inflexibles y sin sentido, para ella, de su madre.

   Su primer gesto de rebeldía se expone en una acción que es más simbólica que pragmática, cuando en el Acto I su madre le pide un abanico, y ella le entrega el suyo, que en una acotación el autor describe como “redondo con flores rojas y verdes”, provocando el rechazo de Bernarda, quien lo arroja al suelo y le reclama: “¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre.” Esta situación tiene muchas connotaciones por el simbolismo del abanico, pero lo más evidente es que Adela desea disfrutar de las flores de su juventud antes que seguir la tradición del luto que impone su madre, mostrándose por este pequeño gesto como una persona descontracturada y que no desea seguir las reglas sociales que limitan su libertad y sus intentos de ser feliz. Y si bien Adela en el inicio aparece confundida con las demás hermanas, este incidente revela que no será igual que las demás. También sugiere que no sentía por su padre un afecto profundo ni genuino. No muestra dolor ni verdadero duelo ante su muerte, y cuando llora más adelante en este mismo Acto, no lo hace por él, sino por el dolor y la ira que le provocan sentir que va a desperdiciar su juventud, y que Pepe el Romano se casará con su hermana mayor. Esto es notorio en la secuencia en que se pone el vestido verde que pensaba estrenar poco después de la muerte de su padre (pero ya no podrá, no sólo por su color sino por su objetivo festivo), se pasea ataviada con él por el gallinero, y luego dialoga con Magdalena, Amelia y Martirio. Esta situación que nos muestra aspectos de la personalidad de Adela, también anticipa el futuro transcurrir del conflicto, además de que el autor se sirve del vestido verde contrastante con los vestidos negros de las demás, como elemento diferenciador entre Adela, su madre y sus hermanas.

   Luego de los pequeños gestos (el abanico, el vestido), y de recibir la amarga noticia de que Pepe viene a cortejar a Angustias por su dinero, el discurso que proclama su desconformidad con las reglas maternas y sociales:

“MARTIRIO -¿Qué piensas, Adela?

ADELA –Pienso que este luto me ha cogido en la peor época de mi vida para pasarlo.

MAGDALENA –Ya te acostumbrarás.

ADELA (Rompiendo a llorar con ira) –No, no me acostumbraré. Yo no quiero estar encerrada. ¡No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras! ¡No quiero perder mi blancura en estas habitaciones! ¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!”.

  En su desesperación Adela no mide sus palabras, que pueden sonar crueles para sus hermanas, sin embargo, el centro del asunto es lo que antes había manifestado Magdalena cuando dice que quien le da pena es Adela, porque es la más joven y es la que todavía tiene ilusión. Adela ve en sus hermanas el reflejo de su futuro, y no quiere someterse a ese destino de una existencia vacía y sólo pendiente de cumplir rígidas normas pensando en el qué dirán, y no en el verdadero objetivo de vivir, que es la felicidad. Quiere vivir, quiere ser libre y disfrutar de su juventud, lo cual se representa mediante la idea de salir de ese encierro, no quiere sentir que su existencia transcurre inútilmente y bajo las órdenes asfixiantes de su madre. Ese deseo de gozar de su juventud y de su cuerpo se simboliza a través de una imagen física contundente que describe la decadencia corporal de sus hermanas: “¡No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras! ¡No quiero perder mi blancura en estas habitaciones!”.

   A partir de esta instancia, Adela comienza a actuar de manera furtiva y a espaldas de su madre, viviendo un amor clandestino y prohibido con Pepe, el prometido de Angustias, su hermana mayor. Sólo Poncia y Martirio se dan cuenta de lo que está ocurriendo, y Adela se enfrenta con ambas en distintos momentos. Su pasión por Pepe es más fuerte que cualquier temor, y Adela se atreve a todo: “¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!” (a Martirio); “Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: “¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!” ¡Y eso no! ¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!” (a Poncia, sobre Martirio); “Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada; por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca.” (a Poncia); “PONCIA -¡Tanto te gusta ese hombre! ADELA -¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.”



   Ya en el desenlace, en la discusión con Martirio, Adela expone su pasión sin pudor, y proyecta lo que desea hacer con su vida en el futuro En primera instancia asevera: “He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía”. En este parlamento Adela equipara pasión con vida, y soledad y represión con muerte. Como ya quedó claro, Adela quiere vivir, y para ella esto implica gozar de su juventud y de su pasión por Pepe, aunque quebrante todas las reglas de su hogar y de su comunidad. Pero además, como ya había sugerido Poncia, el autor proclama que la pasión debe ser lo que guíe las acciones de los individuos, no los acuerdos por beneficio económico. Existe una atracción natural entre Adela y Pepe, y el matrimonio con Angustias constituye, en ese sentido, una aberración. Adela se opone a su madre, sí, pero lo hace en nombre de la autenticidad de las emociones, y contra las reglas que sofocan la esencia de la vida. Arropada en esa pasión, se siente fuerte, invencible. Por este motivo es que anuncia: “Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.” Afrontará lo que sea, el repudio de su pueblo, la estigmatización, la vergüenza, pues lo único que le importa es disfrutar del amor de Pepe. Eso nos hace entender que la fortaleza de Adela se manifiesta exclusivamente mientras se sabe en posesión del amor de ese hombre, quiere salirse del yugo de su madre, pero no para convertirse en una mujer independiente, sino que pasa a estar bajo la égida de otra persona, su amante. Por eso le dice a Martirio: “No a ti, que eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.” Esta declaración altanera procede de la inmadurez de su juventud y de la pasión que nubla su raciocinio. Desafía primero a Poncia, luego a Martirio, y finalmente, como paso último y decisivo, a su madre: “¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (ADELA arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe!”. Esta acción contiene un simbolismo trascendente, y se produce en un momento de clímax de la obra. Esa noche, Martirio interceptó a Adela, y para evitar que siga viéndose con Pepe en el corral, llama a su madre a gritos. Bernarda aparece, furiosa, y cuando avanza sobre Adela, ella quiebra el bastón que representa el dominio, el poder de su madre sobre su vida, y afirma que tiene otro dueño: Pepe. Bernarda sale y le dispara con la escopeta (se escucha el sonido del disparo), y cuando entran, Martirio da a entender que Pepe había muerto (“Se acabó Pepe el Romano.”), algo que no era cierto, pero Adela le cree y se desespera, pierde la fe y su fuente de energía vital, y corre a encerrarse en  su cuarto. Primero se puede pensar que simplemente quería ocultarse para evitar la confrontación, por miedo o vergüenza, pero luego se escucha un golpe, y no responde cuando la llaman. Al entrar Poncia, grita, y sale tomándose el cuello, diciendo “¡Nunca tengamos ese fin!”, lo cual sugiere que Adela se suicidó por ahorcamiento. Y esto ocurre porque para Adela la vida sin Pepe no tiene sentido. Su fuerza, su rebeldía, su energía en la transgresión contra las reglas materno -sociales, sólo pudieron darse porque se sostenía en su pasión. Si bien el suicidio también es una transgresión al orden de esa comunidad, significaba para ella un cierre, la evasión, el no afrontar las consecuencias de sus acciones anteriores, para las cuales sólo habría tenido fuerza en caso de estar junto a Pepe.

   Adela es lo opuesto a Bernarda. Esto otorga más fuerza dramática a su antagonismo. Bernarda tiene 60 años y es una mujer autoritaria que pretende controlar todo lo que la rodea, representa el mundo adulto, lleno de reglas, donde la meta es la fama, el honor. Adela es la más joven de la familia (20 años) y representa la pasión y el deseo de libertad y de experimentar de la juventud, su actitud transgresora y desentendida de las reglas impuestas tiene como meta el placer y la felicidad. Bernarda es el orden, lo conservador; Adela es el cambio, la renovación, el abandono de las leyes inflexibles de la moral social.