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sábado, 31 de julio de 2021

ANTÍGONA: CREONTE HÉROE TRÁGICO, ANTÍGONA ANTAGONISTA

 

CREONTE COMO HÉROE TRÁGICO, ANTÍGONA COMO ANTAGONISTA

 

   Debido a la simpatía que provoca Antígona en el espectador moderno, y a que el título de la obra de Sófocles la menciona a ella, muchos han afirmado que Antígona es la protagonista de la tragedia. Sin embargo, si aplicamos el concepto aristotélico de héroe trágico, podemos concluir que el protagonista de la obra es Creonte, y no Antígona.



1-      EL HÉROE TRÁGICO ES UN ARISTOI DE RELEVANCIA EN SU COMUNIDAD. Esto implica que no es un aristoi como otros, sino que es destacado entre todos. Recordemos que los aristois son los nobles, los individuos de clase alta que pertenecen a la elite gobernante. El héroe trágico, entonces, es un aristoi destacado dentro de un grupo que ya de por sí es de clase alta. Esto ocurre porque, según Aristóteles, el héroe trágico debe estar a una altura elevada, para que su caída resulte impactante, y deje una enseñanza a la sociedad. Es importante recordar que para los antiguos griegos, la tragedia cumplía una función didáctica, donde el mensaje principal expresaba la conveniencia de mantenerse en sofrosine y evitar el hybris.

   Así, los héroes trágicos siempre son reyes o guerreros importantes, personajes de gran estatura social, de mucho prestigio. En “Antígona” el aristoi de relevancia es Creonte, pues ocupa el cargo de rey y detenta el poder, es el aristoi más importante de la ciudad de Tebas, y sus decisiones influyen sobre el resto de la comunidad, sobre la ciudad entera,  en tanto Antígona es una princesa pero caída en desgracia por su historia familiar, y por ser mujer en esa sociedad patriarcal no puede ocupar cargos públicos importantes. Incluso en el principio de la obra, si bien Creonte se equivoca al decretar no realizarle exequias a Polinices, el Consejo de Ancianos lo apoya por respeto a su investidura (le dice el Corifeo, en el Episodio 1: “Esa es tu voluntad, Creón, hijo de Meneceo; en tu mano está dar las leyes que gustes, así sobre los muertos como sobre los que vivimos todavía.”).

2-      EL HÉROE TRÁGICO ES FALIBLE, PERO NO RUIN. Según Aristóteles, el espectador debe identificarse con el héroe trágico, debe sentir lo que denomina sympatheia, que significa sufrir con, identificarse con ese personaje, percibir sus errores y compadecerse por su castigo y sufrimiento, aun considerándolo justo, para sufrir el proceso de catarsis (purificación, transformación). Pero para poder sentir esa simpatía, es necesario que el héroe no sea un individuo ruin. Debe cometer errores pero no por maldad, sino por ser vulnerable a la equivocación (falible) o por ignorancia (lo que se conoce como hamartía). Si el individuo es ruin, malvado, ningún espectador se identificaría con él, ni sentiría compasión por su sufrimiento. Creonte cumple con estos requisitos, puesto que cuando prohíbe rendir honras fúnebres a uno de sus sobrinos (Polinices), aunque la orden es atroz, lo hace pensando que hace justicia, ya que considera a Polinices un traidor a la patria. No lo mueve la crueldad, sino una percepción errónea de justicia, y el objetivo de dejar un mensaje moral a sus súbditos. Pretende demostrar que como rey, no se deja llevar por lazos personales para gobernar (en el Episodio 1 proclama al Corifeo “aquel que considera más a sus amigos que a su patria, en nada lo estimo”), y que quien traicione será condenado duramente (“Sólo quien se muestre amante de mi patria será honrado por mí, muerto lo mismo que vivo”, Episodio 1). Sus intenciones son buenas, pero al decidir que no se sepulte a Polinices se excede, y por ello Creonte será castigado por los dioses (su error es comprensible, pero igualmente grave, y por eso es justo que reciba un castigo). En cuanto a Antígona, no es ruin, sino todo lo contrario, y los errores que comete son la consecuencia de dos factores: el efecto de la maldición que había caído sobre Layo, y afecta a tres generaciones (ella forma parte de la tercera generación), por lo cual, según su Moira, su fin será trágico;  y la decisión errónea de Creonte, puesto que si el rey no hubiera decidido realizar las honras fúnebres sólo a Etéocles, dejando insepulto a Polinices, el conflicto no se hubiera producido, ya que Antígona como hermana de ambos habría cumplido con los ritos como se esperaba en la sociedad griega de ese entonces y no se habrían desencadenado los hechos que condujeron al suicidio a Antígona, y finalmente a la caída de Creonte.

3-      EL HÉROE TRÁGICO COMIENZA LA OBRA EN LA CÚSPIDE DE SU PODER Y FINALIZA PERDIÉNDOLO TODO (CAÍDA). El individuo más importante y poderoso de una polis griega es el rey. Creonte siempre estuvo asociado a la realeza, ya que era hermano de Yocasta, inicialmente esposa de Layo y luego de Edipo, y reina en ambos casos. Cuando Edipo debe dejar el trono al descubrirse sus crímenes involuntarios (asesinó a su padre, y se casó con su propia madre), los hijos varones de Edipo, herederos del trono, eran niños y aún no podían gobernar, por tanto Creonte toma el poder como regente, hasta que cumplieran la mayoría de edad. Pero Etéocles y Polinices luchan por el trono y se matan el uno al otro. En el momento en que comienza la obra “Antígona”, Creonte había ocupado el trono nuevamente, esta vez por la muerte de los hijos de Edipo, y por tanto había alcanzado la cumbre de su poder. Es respetado por los ciudadanos y por el Consejo de Ancianos.

   Sin embargo, esta situación cambia en el transcurso de la obra mediante lo que se conoce como peripecia. La peripecia es un cambio repentino de situación, debido a un imprevisto que cambia el sentido de los sucesos, y los dirige a la dirección contraria. Significa que la suerte de Creonte cambiará de manera negativa, y pasará de la prosperidad al infortunio. Este cambio se produce como consecuencia de sus decisiones erradas, y de su hybris, y es así como en el final de la obra, el que había estado en la cima del poder y colmado de bienes, tanto afectivos como materiales, cae y lo pierde todo. Creonte perderá a su hijo, a su esposa (ambos se suicidan como consecuencia de las decisiones erradas de Creonte), perderá el prestigio, y él mismo abandonará voluntariamente el trono, pues termina destruido emocionalmente. La tragedia representa el peor día de la vida del héroe trágico.

   Antígona, por su parte, no comienza la tragedia en un momento culminante de prosperidad, pues ya perdió a sus padres de manera funesta, y el día anterior, a sus dos hermanos varones, la familia se disgregó y quedó desprestigiada debido a los crímenes de Edipo, y están bajo la maldición que recayó sobre Layo, padeciendo una desgracia tras otra. Para peor, el rey decreta que no permitirá las honras fúnebres a uno de sus hermanos, lo cual lesiona sus derechos. No podemos decir, por tanto, que comience en su mejor momento, ni en estado de sofrosine. Su primera aparición en escena lo confirma, cuando en el Prólogo habla con Ismena y le anuncia lo que Creonte decretó, e informa que va a desobedecerlo, a pesar de que Ismena le sugiere que se mantenga en sofrosine.

4-      EL HÉROE TRÁGICO ES ELOCUENTE Y POSEE UN LENGUAJE ELEVADO. Uno de los planteos aristotélicos es que la tragedia nos muestra en acción a los mejores, representando hechos graves, por oposición a la comedia, donde se muestra a personajes de clase baja que causan risa al espectador con sus vicisitudes. Por este motivo el lenguaje de la tragedia debe ser altamente retórico, con un vocabulario elevado, y el discurso de mayor calidad y elevación queda a cargo del protagonista, o sea, del héroe trágico, que en este caso es Creonte. Si bien Antígona, por ser una aristoi, al igual que Ismena, emplean un lenguaje de calidad, con recursos retóricos, y muestran elocuencia, quien se destaca en este sentido es Creonte. Un ejemplo claro es en el Episodio 2, cuando dirigiéndose al Corifeo, expresa acerca de Antígona: “Pues los espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.”. Este fragmento reúne varios recursos retóricos (enumeración, imágenes, analogías) y tiene un alto componente metafórico. Otros ejemplos de lenguaje elevado: en el Episodio 5, a Tiresias: “¡Anciano! Como flecheros contra el blanco, así estáis todos disparando contra mí y ni siquiera he quedado libre de tu arte adivinatorio”, y luego, al Corifeo: “Yo también lo sé y tengo el espíritu turbado; porque si es cosa dura el ceder, también es duro arriesgarse a estrellar mi pasión contra la fatalidad”. Ya en el Éxodo, finalizando la tragedia, aparece Creonte en escena cargando el cadáver de su hijo Hemón y lamentándose: “fue algún dios el que alzó, en aquel entonces, su pesada mano y la descargó sobre mi cabeza y me empujó por tan crueles senderos, derribando y pisoteando mi ventura.”, y cuando le anuncian que su esposa Eurídice se suicidó al enterarse de la muerte de su hijo, acusando a Creonte de ser el culpable, Creonte exclama: “Sacad fuera de aquí a un hombre criminal; pues sin quererlo yo te he dado la muerte, ¡oh hijo mío!, y a ésta también, ¡ay desventurada! No sé en cuál de los dos poner mis ojos. No sé adónde volverme. Todo era calamidad cuanto tenía en mis manos, y otro golpe, otro insufrible golpe del Destino, se ha descargado sobre mi cabeza.”.

   A su vez, los discursos de Creonte, estemos de acuerdo con sus ideas o no, nunca son discursos vacíos o de escaso contenido, sino que siempre plantean temas importantes, con conceptos tales como: patria, lealtad y traición, justicia, heroicidad y ruindad, los deberes de un rey, el rol de una mujer y de un hombre en la sociedad, la Moira,  etc.

5-      EL HÉROE TRÁGICO DEBE CUMPLIR EL PROCESO DE ANAGNÓRISIS. Aristóteles afirma que el héroe debe cumplir un proceso en el transcurrir de la obra, que se resume así: comienza en estado de equilibrio (sofrosine), pero al cometer un grave error (por hybris, por hamartía, o ceguera trágica) entra en crisis, y el equilibrio sólo se restablece cuando, después de comprender y reconocer que se equivocó, el héroe se arrepiente de sus faltas y asume como justo el castigo recibido. A este reconocimiento del error, arrepentimiento por haberlo cometido, lamento por las consecuencias, y aceptación del castigo, se le denomina anagnórisis.

   Veamos cómo se da este proceso en Creonte. Al iniciar la obra, la situación bélica que aquejaba a Tebas había terminado al matarse entre sí, en lucha, Etéocles y Polinices. Creonte acaba de tomar el poder, y como reciente rey, dictamina que se honre como héroe a Eteócles, en tanto prohíbe las exequias a Polinices. Este decreto es difundido por toda la ciudad, y la población, con temor, obedece. El Consejo de Ancianos lo adula, brindándole apoyo. En ese momento Creonte se encuentra en la cumbre de su poder, y podríamos decir, en un relativo estado de equilibrio (sofrosine). Sin embargo, ese equilibrio prontamente se quiebra porque la orden de no sepultar a uno de sus sobrinos quebranta las leyes sagradas, cayendo así el protagonista en hybris. Su exceso ofende a las divinidades, porque siendo un mortal pretende equipararse a los dioses al establecer una ley que contradice las normas divinas, irrespetando su Moira. Este grave error Creonte lo comete sin conciencia de estar errando, pues su ceguera trágica le impide darse cuenta a tiempo de su fallo. Se mezclan así dos errores: el hybris (el exceso, la desmesura, representados en general por la soberbia), y la hamartía (el error provocado por la ignorancia, por desconocer algo que habría sido imprescindible saber para no tomar decisiones equivocadas). La condena a Antígona es un claro ejemplo de la hamartía de Creonte, pues incapaz de ver las motivaciones que mueven a Antígona, y las consecuencias que condenarla a muerte podrían traer, se obstina en sus decisiones erróneas, que quedan encadenadas entre sí: unas provocan a las otras, hasta precipitarse en el funesto final. Sin embargo, antes de que caiga sobre él el castigo, aparece un personaje (que paradójicamente es ciego) para ayudarlo a ver: se trata del adivino Tiresias. Es en la discusión que Creonte tiene con Tiresias, en el Episodio 5, que comienza su proceso de anagnórisis. Primero se resiste a escuchar los vaticinios y consejos del sabio ciego, pero luego reflexiona y teme. Tiresias le anuncia sucesos fatídicos: “No han de cumplirse ya muchas vueltas del sol, en su veloz carrera, sin que tú mismo veas entregado, muerto por muerto, a un hijo de tu propia sangre; porque han echado al mundo de abajo a quien es del de arriba, encerrando indignamente a un vivo en una tumba, y retienes aquí un cadáver, posesión de los dioses infernales, sin sepulcro, sin exequias, sin respeto. En lo cual no tienes tú poder ni tampoco los dioses de aquí arriba. Todos son atropellos cometidos por ti. Pero vengadoras lentas, aunque certeras, de este crimen, están ya acechándote las Furias del Hades y de los dioses, para que tú mismo te veas arrollado por esos males.” Claramente Tiresias vaticina las desgracias que ocurrirán pronto en la vida de Creonte como castigo a sus errores: ordenó sepultar a la viva (Antígona) y no sepultar al muerto (Polinices), y las Furias vengadoras se cobrarán estos pecados en muertos (su hijo Hemón y su esposa Eurídice, quienes se suicidarán). Creonte en un principio acusa a Tiresias de mentir, de ser codicioso y pretender dinero, pero luego que el adivino ciego le anuncia estas desgracias y se va de escena, el Corifeo le recuerda a Creonte que Tiresias siempre ha acertado en sus vaticinios, y Creonte reconoce que así es, y que luego de escucharlo, quedó turbado. Finalmente, ordena que sepulten al muerto, y vayan luego a liberar a Antígona, retractándose de sus decretos anteriores. Al salir de escena, terminando el Episodio 5, concluye: “Me voy pensando que es lo mejor llegar al fin de la vida respetando las leyes establecidas.”. Esta reflexión revela que la anagnórisis dio comienzo. Dudó, reflexionó, medita acerca de sus decisiones anteriores, y concluye que se equivocó. Entró en razón, según los criterios morales de esa sociedad. El problema es que ya es tarde. No podrá evitar las consecuencias de sus actos anteriores, porque ya todo está en marcha. Incluso aun cuando quiere reparar sus errores, equivoca el orden de las acciones: debió intentar liberar a Antígona primero, y luego ir por el cadáver, pero lo hizo en el orden contrario y los hechos se precipitaron inevitablemente. En el Éxodo nos enteramos que Hemón fue a rescatar a su prometida, pero no llegó a tiempo, pues Antígona ya se había suicidado, ahorcándose. Su desesperación es tal, que cuando llega su padre, lo encuentra abrazado al cadáver de su prometida, muerta prematuramente. Desquiciado por el dolor y la ira, intenta matar a su padre, pero no lo consigue, y termina suicidándose, clavándose la espada a sí mismo, yaciendo junto a su prometida. Eurídice, esposa de Creonte, escucha los tristes sucesos y entra en silencio al palacio. Cuando Creonte llega trayendo el cadáver de su hijo, trastornado por el dolor y el arrepentimiento, debe enterarse que su esposa se dio muerte acusándolo de ser el asesino de su hijo. Las desgracias que Tiresias le había anunciado se cumplen, y Creonte se asume como responsable y culpable. Esto también forma parte del proceso de la anagnórisis. Finaliza reconociendo como justo y merecido el castigo debido a sus errores, aunque sea tan terrible: “¡Ay de mí! A nadie, a nadie sino a mí se culpe jamás de este crimen. Yo te he muerto, hijo; yo, desdichado, lo confieso abiertamente. Sacadme de aquí, oh siervos, cuanto antes; sacadme fuera: mi vida es ya de los muertos.”; “Sacad fuera de aquí a un hombre criminal; pues sin quererlo yo te he dado la muerte, ¡oh hijo mío!, y a ésta también, ¡ay desventurada! No sé en cuál de los dos poner mis ojos. No sé adónde volverme. Todo era calamidad cuanto tenía en mis manos, y otro golpe, otro insufrible golpe del Destino, se ha descargado sobre mi cabeza.”. Estos parlamentos tienen el objetivo de que el espectador sufra con el héroe en desgracia, y reciba un aprendizaje: toda acción impía será castigada, el pecado de hybris será castigado, nadie puede escapar de su Moira.

   Este proceso no lo padece Antígona, pues si bien en el Episodio 4, al ser conducida a su muerte en vida (la encierran en una caverna tapiada con rocas) se lamenta por morir joven y sin haber podido cumplir con ciertos roles propios de la mujer en esa sociedad patriarcal, como desposarse y tener hijos, además de quejarse porque morirá injustamente, por defender lo correcto, como era dar sepultura a su hermano en cumplimiento de las leyes sagradas, ella nunca se arrepiente de sus acciones, y no lo hace porque considera que hizo lo que debía, cumpliendo con su deber. Por tanto, también por este motivo notamos que Antígona es la antagonista, no la protagonista de la obra.

6-      EL HÉROE DE LA ANTIGUA TRAGEDIA GRIEGA NO RECIBE LA MUERTE COMO CASTIGO. Contrariamente a lo que ocurre siglos después en las obras trágicas, el héroe no muere al finalizar la obra, sellando de esta manea el concepto de castigo. Para los antiguos griegos, el castigo se entendía de otra manera. El héroe debía quedar vivo para sufrir las consecuencias de sus acciones y dar ejemplo al resto de la sociedad de lo que no debe hacerse. Por esto, si bien en el final Creonte desea morir (lo expresa al menos tres veces: “¿No habrá alguien que empuñe espada de doble filo y me atraviese la frente?”; “Sacadme de aquí, oh siervos, cuanto antes; sacadme fuera; mi vida es ya de los muertos”; “Venga, venga la que es para mí la más venturosa de las suertes, la que me traiga el término de mis días, el final; venga, y no amanezca para mí otro día.”, el poeta no le concede lo que para el héroe en desgracia sería un alivio o descanso: debe vivir para contemplar su propia desgracia y padecer el cumplimiento de su justo castigo. Creonte es retirado de escena por sus sirvientes, pero está vivo, y si muere (en algún momento ocurrirá, porque es mortal), será más adelante, por fuera de la obra, y no como parte del castigo.

   Antígona en cambio muere antes de finalizar la obra por su propia mano, no llega al final mismo con lo cual tampoco cumple este requisito necesario para ser quien protagonice la tragedia.

7-      EL MENSAJE FINAL DEL CORO SE REFIERE A CREONTE, Y NO A ANTÍGONA. Todo el Éxodo está dedicado a Creonte y su sufrimiento. Esto también lo revela como el héroe trágico de la obra. Es el centro, es de quien se habla y quien expresa su arrepentimiento y dolor. Es con él con quien debe empatizar el espectador, compadeciéndose de su desgracia. Antígona sólo se menciona al principio del Éxodo cuando un Mensajero relata la situación de su muerte y de la de Hemón, pero todo ello tiene valor y fuerza dramática en tanto pesa sobre la suerte del héroe trágico, del mismo modo que Eurídice aparece un momento nada más para enfatizar la derrota, la pérdida de todo, la culpa que abruma a Creonte. Y para coronar todo este proceso, el mensaje final del Coro al retirarse, se refiere a Creonte inequívocamente, no a Antígona: “Es con mucho la sensatez el primer fundamento de la felicidad. Contra los dioses jamás se ha de ser impío. Las palabras altaneras atraen hacia los soberbios, castigos atroces, y a la vejez, por fin aprenden a ser cuerdos.”. Antígona era joven, y si bien era orgullosa y desmesurada, murió intentando cumplir con las leyes sagradas, por tanto no se la podía acusar de impía. Creonte en cambio sí está en su vejez, y fue impío al no respetar las normas divinas acerca de los rituales que deben realizarse a los muertos. La moraleja es clara: la sofrosine, el estado de equilibrio conseguido gracias a conductas y discursos prudentes, es la cualidad a la cual debe tender todo ser humano, y es la manera de lograr la felicidad y alejarse de la desgracia. Creonte aprendió la lección pero después de haber sufrido la peor desgracia de su vida, como castigo a sus errores.

 

 

ANÁLISIS DE ANTÍGONA, SEGUNDA ESCENA DEL EPISODIO 2

 

ANÁLISIS DEL EPISODIO 2, SEGUNDA ESCENA, DE “ANTÍGONA”

 


   El episodio 2 está dividido en tres escenas: en la primera, se presenta el Guardia llevando a Antígona como prisionera, y le informa a Creonte que la descubrieron enterrando a Polinices; en la segunda, Creonte le pregunta a Antígona si esto es cierto, y al responderle ésta que sí, se genera una discusión entre ambos personajes (el héroe trágico y su antagonista); y en la tercera, aparece Ismena, quien es acusada por Creonte de ser cómplice de su hermana, pero aunque Ismena quiere compartir la responsabilidad y castigo, Antígona no se lo permite. La escena 3 finaliza con una discusión entre Creonte e Ismena.

   Nos centraremos, por tanto, en la discusión entre Creonte y Antígona. Esta escena puede dividirse en cuatro núcleos semánticos: en el primero, Creonte realiza un interrogatorio a Antígona para averiguar si la acusación del Guardia es veraz, y Antígona le responde que no sólo hizo lo prohibido, sino que además conocía el decreto del rey con la prohibición; en el segundo, Antígona expresa en un extenso parlamento su justificación para haber violado la ley de Creonte; en el tercero, es Creonte quien se explaya en un parlamento extenso desarrollando su punto de vista sobre la actitud de Antígona, y anuncia que será castigada, así como su hermana, a quien considera su cómplice; finalmente, en el cuarto núcleo semántico se produce un diálogo de parlamentos cortos donde cada uno muestra su carácter y la idea que los mueve a actuar como lo hicieron.

 

Primer núcleo semántico: EL INTERROGATORIO.



   En este breve interrogatorio que realiza Creonte a Antígona quedan patentes varios conceptos. El primero es el clasismo que imperaba en esa sociedad en ese tiempo. El Guardia (un súbdito de clase baja, servidor de palacio) aprehende a Antígona, que es una princesa, y le informa al rey que la sorprendió realizando honras fúnebres a Polinices, lo cual Creonte había prohibido en un decreto, debido a que lo consideraba un traidor. No así a su hermano Etéocles, a quien sí concedió sepultura tal como lo indicaban las costumbres de esa cultura. Sin embargo, la palabra del guardia no basta para condenar a una princesa, y Creonte interroga a Antígona al respecto, mediante una serie de tres preguntas escalonadas.

1-     “CREONTE –Tú, tú, que inclinas la cara al suelo, ¿afirmas haberlo hecho o lo niegas?

ANTÍGONA –Afirmo que lo he hecho y no lo niego.

CREONTE –(al guardia) Tú puedes ir donde quieras, libre y descargado de esta acusación.”

   El diálogo revela que si Antígona hubiese decidido negar su acción, el Guardia habría sido condenado a muerte, pues se le hubiera creído a la princesa por encima de un guardia. Sin embargo, Antígona no sólo tiene un alto nivel moral, lo cual le impide negar su responsabilidad y acusar a un inocente de su transgresión, sino que además está convencida de haber hecho lo correcto. Sólo cuando ella afirma que es verdad que ella estaba sepultando a su hermano Polinices, Creonte libera al Guardia de toda posible culpa.

2-     “CREONTE –Tú (a Antígona) responde en una palabra: ¿sabías que estaba prohibido hacerlo?

ANTÍGONA  -Lo sabía. ¿Cómo no lo había de saber? La orden estaba clara.”

   La segunda pregunta de Creonte le da a su sobrina otra oportunidad para salir indemne de la situación, lo cual demostraría que en principio no tenía mala voluntad contra ella, aunque Antígona piensa lo contrario (en el Prólogo define a Creonte como enemigo): sólo bastaba que hubiese dicho que no estaba enterada del decreto del rey para no sufrir castigo alguno. Pero Antígona no sólo no desea eludir el problema, sino que se jacta de haberlo desobedecido. Su actitud desafiante procede de su soberbia, del orgullo de sentir que ha realizado una hazaña, pero también de su convicción de haber actuado a conciencia, cumpliendo las leyes que considera sagradas. Este ímpetu revela su carácter decidido y la pasión propia de la juventud con que defiende sus ideas.

3-     “CREONTE -¿Y te atreviste con todo a violar tales leyes?”

Creonte está indignado, quiere saber cómo su sobrina se atrevió a violar su decreto. Aquí se plantea el conflicto establecido entre leyes sagradas (provenientes de los dioses) y leyes humanas (el decreto de Creonte), que Antígona desarrollará en su parlamento extenso.

  

   En conclusión, Creonte en dos ocasiones brinda a Antígona la oportunidad de no ser condenada (primero le pregunta si es verdad que ella lo hizo, y Antígona pudo negar su acción pero no lo hace, luego le pregunta si conocía el decreto, y ella pudo negar conocerlo, pero no lo hace), sin embargo ella no quiere evitar la confrontación, sino que desafía al rey por varias razones, algunas de las cuales se explican por el carácter y edad de Antígona.

 

Segundo núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE ANTÍGONA.

   Si bien Antígona es movida por la pasión propia de su juventud, y su idealismo la empuja a actuar con decisión y coraje, arriesgando su propia vida, no podemos afirmar que actúe sólo por impulso. En este parlamento demuestra que existe reflexión en ella, y que exhibe una serie de razonamientos a su interlocutor, sin acobardarse por el rango de Creonte (es el rey, y por tanto tiene el poder de decidir de manera absoluta sobre su vida, porque aunque era una princesa, también es súbdita), ni por su edad (ella es una adolescente, en tanto Creonte era un hombre adulto), ni por su género (en la sociedad patriarcal griega una mujer no tenía los mismos derechos civiles que un hombre), ni siquiera por afrontar sola sin ningún apoyo la situación (violar el decreto del rey sepultando a su hermano y luego confrontarlo públicamente, totalmente sola), más allá de que para llegar a este punto límite debió ser dominada por un impulso poderoso.

   Cuando Creonte le pregunta cómo se atrevió a violar su decreto, el primer argumento en la respuesta de Antígona es el siguiente:

“ANTÍGONA –No era Zeus quien me imponía tales leyes, ni Diké, que vive con los dioses subterráneos, la que ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos tuvieran tanta fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes inmutables y no escritas de los dioses, que no son de hoy ni son de ayer, sino que viven en todos los tiempos y nadie sabe cuándo aparecieron. No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de un hombre.”

   Antígona aquí expresa su punto de vista acerca del conflicto que desarrolla la obra. Existe una confrontación entre las leyes de los dioses y la ley humana, representada por el decreto del rey Creonte. Esta confrontación, sin embargo, a ojos de Antígona -y no lo olvidemos, también de Sófocles, el autor- no debería existir. Lo que describe Antígona es el hybris de Creonte, quien se excede pretendiendo legislar en temas que, según su cultura, competen a los dioses, como son los rituales fúnebres que deben realizarse a los muertos. Así, ella contrapone el poder de los dioses, que son inmortales, y cuyas leyes Antígona describe como inmutables (o sea, que no pueden cambiar) y eternas, con el poder efímero y limitado de quien, aunque sea rey, es mortal, y por tanto sólo manda en el plano humano, pues resulta débil y vulnerable frente  a los poderosos dioses. Esa separación de planos Antígona la tiene muy clara, no así Creonte, quien cae en hybris al intentar equipararse, consciente o inconscientemente, con los dioses, decretando una ley que contradice lo que éstos ordenan.  Antígona expone al rey públicamente, sugiriendo que se equivoca, e incluso lo desmerece cuando describe sus actos como “caprichos de un hombre”. Lo rebaja para ponerlo en su lugar (no es nadie comparado con los dioses) y lo acusa de poseer un defecto que lo cuestiona en su capacidad para gobernar (un buen rey no debería guiarse por sus caprichos a la hora de tomar decisiones tan importantes para su pueblo). Esta crítica tiene un enorme peso porque fue dicha delante del Coro, que representa al Consejo de Ancianos de la ciudad, y porque además proviene de una hija de Edipo, en quien Creonte encuentra un modelo difícil de superar, y que le provoca inseguridad cuando piensa en la comparación que pueda hacer la población entre su desempeño y el de Edipo, que a pesar de su oprobioso final fue un rey muy amado y respetado.

   Antígona en su parlamento menciona a dos divinidades: Zeus y Diké. Zeus es el rey de los dioses, a quien se denomina “padre de los dioses y de los hombres”, y que gobierna sobre dioses y mortales desde el Olimpo. Es el dios del rayo, quien domina sobre el cielo, el encargado de sostener el orden y la justicia del mundo,  el más importante del panteón griego. La diosa Diké es hija de Zeus, y se la conoce como la deidad de la justicia reparadora, la vigilante de la conducta de los humanos, premiando a quienes respetan las reglas, y castigando a quienes las transgreden. En sí, Diké no sólo define a una diosa antropomorfa perteneciente al panteón mitológico de los antiguos griegos, sino también a la noción más abstracta de justicia y su aplicación en la comunidad. Las acciones de Antígona proceden de ese concepto básico y fundamental de justicia, y hasta podríamos interpretar que el hybris de Creonte puso en marcha un mecanismo de castigo que se materializó en Antígona como personaje conductor de la justicia reparadora y la ley divina: el héroe trágico comete una falta grave (decide no sepultar a un muerto, violando las leyes sagradas) y Antígona, en representación de Diké, reacciona oponiéndose, y cuando Creonte decide acallarla, condenándola a muerte, esta muerte se le vuelve en contra, desencadenando el castigo para el protagonista, ya que debido a ella es que tanto Hemón, hijo de Creonte, como Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, deciden suicidarse.

   Antígona finaliza su reflexión de esta manera: “Que había de morir ya lo sabía, ¿cómo no?, aunque nada hubieses decretado. Y si muero antes de tiempo, es una ventaja para mí, porque quien vive en medio de males, como yo, ¿cómo no ha de obtener ganancia muriendo? Así que a mí morir ahora no me duele poco ni mucho; me duele, sí, que el cadáver de mi hermano quedase insepulto; todo lo demás a mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizá parezco loca, a quien es loco.”



   Antígona habla de su propia muerte restándole importancia, como si no le temiera ni le doliera pensar en dejar este mundo, a pesar de su juventud, del escaso tiempo vivido.  Y justifica su afirmación apoyándose en dos conceptos: su condición de mortal y de ser efímero frente a lo eterno, como todo humano, y  su terrible historia de vida. Esa expresión de vivir en medio de males refresca al espectador de la obra de Sófocles la maldición que cayó sobre Layo por su crimen y que afectó a tres generaciones (Layo –Edipo –los hijos de Edipo), además de las faltas cometidas por Edipo, que tuvieron repercusiones de toda índole (el suicidio de Yocasta, la ceguera y el exilio de Edipo, la disgregación de la familia, el desprestigio, la disputa por el poder entre los hijos varones de Edipo, Etéocles y Polinices, que terminaron matándose entre sí). En otras palabras, Antígona plantea que para ella sería un alivio morir, una confesión muy fuerte en tanto tiene como interlocutor a su tío. Por otra parte, más allá de que esto sea verdad en cuanto a sus sentimientos, no hay duda que también es un recurso para disminuir el poder de Creonte sobre ella. Al plantearle a quien posiblemente la condene a muerte que a ella morir no le importa, le resta fuerza a la medida, y poder a quien la imparte. Al mismo tiempo, jerarquiza el no darle sepultura a su hermano como el principal dolor, poniendo en segundo término su propia vida, resaltando así su actitud idealista y de sacrificio.

   El parlamento finaliza aludiendo a la locura como sinónimo de alguien inadaptado, que quebranta las reglas. Antígona plantea la confrontación con Creonte partiendo de la base de que seguramente para Creonte ella esté “loca”, o sea, es una rebelde, una transgresora. Y siguiendo el mismo pensamiento, Antígona cree que quien está loco es Creonte, porque se atrevió a dictar una orden que contradice las leyes de los dioses. Este concepto final del parlamento ilustra la incomprensión mutua que existe entre ambos personajes, y cómo son opuestos en ciertos aspectos. Por ejemplo, ambos tienen un fuerte carácter y caen en hybris, aunque lo hacen defendiendo conceptos opuestos: Antígona defiende las leyes divinas y los derechos individuales (sepultar a su hermano); Creonte defiende las leyes humanas y el derecho de la ciudad o comunidad, representados por los decretos del rey.

 

Tercer núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE CREONTE.

   Entre el parlamento de Antígona y el de Creonte media una intervención del Corifeo, personaje que surge del Coro, y que representa la voz del Consejo de Ancianos: “Inflexible se muestra la niña, digna hija de un inflexible padre. No sabe doblegarse ante la desgracia”. Este concepto puede contener una crítica, pero también es indudable el tono admirativo respecto a la dignidad y el orgullo que Antígona, según el Corifeo, heredó de su padre. Esta intervención no hace sino azuzar a Creonte, quien se encuentra con el orgullo herido, ya que Antígona lo desafía y lo humilla públicamente, acusándolo de cometer errores, de ser vanidoso, caprichoso y poco racional, todas acusaciones graves tratándose de un rey, quien debe demostrar templanza, ecuanimidad y buen criterio para gobernar. Por este motivo, Creonte en su parlamento intentará humillar y disminuir a Antígona, y el primer recurso que emplea es no dirigirle la palabra directamente, sino hablar acerca de ella pero dirigiéndose al Corifeo, restándole así importancia, dando a entender que ella no está a su nivel como para establecer un debate entre pares.



   El segundo recurso para descalificarla es emplear una serie de analogías en las cuales la compara con lo que él considera es inferior. Creonte emplea un lenguaje elevado, y lo muestra en este pasaje donde se reúnen varios recursos retóricos. Realiza una enumeración, que consiste en mencionar de manera sucesiva elementos del mismo valor, que en este caso son imágenes metafóricas, pues podemos visualizarlas y cada una de ellas representa a Antígona: “Pues los espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.”  La enumeración incluye tres elementos, mencionando en primera instancia un elemento inanimado (el hierro), en segundo lugar un animal irracional (los caballos), y en tercer término a un ser humano pero que en esa sociedad era considerado inferior y dependiente (el esclavo). La imagen del hierro hace hincapié en que este metal es fuerte, resistente, pero que al calentarlo en el fuego, al enfriarse se quiebra. Es evidente la analogía con la situación de Antígona, la semejanza que resalta la metáfora, ya que el Corifeo destaca la inflexibilidad de la princesa, y Creonte toma lo que parece una alabanza y lo convierte en un defecto, pues a su parecer, lo inflexible movido por el calor de la pasión, al enfriarse (reflexionar) terminará quebrándose. En cada imagen metafórica Creonte se incluye directa o indirectamente. En la primera donde asemeja a Antígona con el hierro, suponemos que Creonte es el herrero que enciende el fuego, y moldea el hierro a su parecer, otorgándose a sí mismo el rol del que controla y domina. Del mismo modo ocurre en la segunda imagen metafórica, en que equipara a Antígona con caballos enfurecidos que él es capaz de domar “con un pequeño freno”. Nótese aquí la soberbia de Creonte que se jacta frente al Consejo de Ancianos de tener todo bajo control y de su poder, mientras inferioriza a Antígona comparándola con animales desbocados, irracionales y fuera de control, pero que están al servicio del hombre. Esta actitud altanera esconde gran inseguridad, porque quien realmente tiene dominio de la situación no necesita jactarse de ello frente a otros. Esto responde a que Creonte siente que Antígona lo desafió en público, y se siente obligado a demostrar que él es quien manda, y que puede superar la imagen positiva que dejó Edipo en la gente. Del mismo modo funciona la imagen metafórica del esclavo, dando a entender que Antígona en ese vínculo es la esclava, y él el dueño.

   Ahora bien, este pasaje del discurso de Creonte revela más de lo que el héroe trágico desea, ya que por un lado notamos las intenciones del personaje, pero por otro está la voluntad del autor y sus objetivos. La enumeración que realiza Creonte tiene como fin rebajar a Antígona y retomar el dominio de la situación, la describe como soberbia y la minimiza, considerándola un juguete en sus manos. Pero lo que no sabe Creonte, lo que no logra ver, es que todo lo que describe acerca de su sobrina, es lo que en realidad le ocurrirá a él en manos de los dioses, según la visión de la época y de Sófocles. Así, él es el hierro que los dioses quebrarán cuando se enfríe, él es esos caballos desbocados que los dioses dominarán con un pequeño freno, y es el esclavo que no puede tener altivos pensamientos. ¿Cómo es que Creonte se describe a sí mismo sin darse cuenta? Porque padece lo que se conoce como ceguera trágica o até, lo cual consiste en la incapacidad de ver la realidad y el destino trágico que le espera, y lo induce a cometer errores.  En este caso es evidente que Creonte no es capaz de percibir que más que describir a Antígona se describe a sí mismo. Se produce así una ironía trágica, que aparece cuando el personaje no es consciente de que sus palabras resultan irónicas, ya que como se explicó, padece ceguera trágica. O sea que es una ironía que proviene del autor y que se dirige al público, utilizando al propio personaje como herramienta. La ironía está en que cuando Creonte piensa que describe a Antígona y su próxima derrota, no sabe algo que el público sí,  que es que en realidad está anticipando lo que le ocurrirá a él.

   “Soberbia estuvo cuando, confiada, violó las leyes decretadas, y soberbia es cuando se envanece de haberlo ejecutado. Ciertamente, entonces, que ahora no sería yo el hombre sino ella, si tanta audacia quedara impune. Y aunque sea hija de mi hermana y más pariente que los que comparten mi Zeus protector, ella y su hermana no han de escapar de los suplicios más atroces, pues también a la otra la condeno igualmente como cómplice del mismo enterramiento.”  La ironía trágica continúa cuando Creonte acusa a Antígona de ser soberbia, siendo que para el griego de ese tiempo, no había mayor soberbia que desconocer las leyes de los dioses, pretendiendo así equipararse a ellos, y esa acción la realiza Creonte, no Antígona. Recordemos que Antígona no irrespeta el decreto de Creonte simplemente porque quiera oponérsele o rebelarse sin causa, lo hace porque siente que Creonte está violentando sus derechos individuales y las leyes sagradas, prohibiendo que le brinde rituales fúnebres a uno de sus hermanos. Al equivocarse Creonte, conduce a error a quienes dependen de él y de sus decretos, puesto que tanto Antígona como Ismena intentan actuar correctamente, pero es imposible porque el punto de partida es errado. Antígona, como Creonte, cae en hybris porque su orgullo es desmesurado y transgrede los límites, e Ismena, aunque intenta mantenerse en sofrosine, al no sepultar a su hermano por seguir las órdenes de Creonte, incumple las leyes sagradas.

   Otro aspecto a destacar en este fragmento es la necesidad que tiene Creonte de manifestar su superioridad debido a su hombría. Afirma que él es el hombre, no Antígona. Podemos deducir que Creonte percibe rasgos de virilidad en su sobrina, asociados con el areté masculino (coraje, audacia, elocuencia), y se siente desafiado, y da a entender que frente a ese desafío debe reaccionar o se lo acusará de ser cobarde, de tener poco carácter o ser poco hombre. Al sentirse menoscabado en su hombría, piensa que se debilita como rey, y responde enérgicamente proclamando un castigo. Este prejuicio parte de los valores culturales de esa época, en que la sociedad era patriarcal. En este pasaje, además, por un lado, Creonte reconoce el lazo que lo une con Antígona y hasta qué punto parece antinatural el castigo que impondrá, pues necesita justificarse (“Y aunque sea hija de mi hermana”…), y por otro, muestra su inseguridad y lo errado de su percepción, pues supone que Ismena participó en el enterramiento, cuando no fue así. Es otro de los tantos errores que comete Creonte y que muestran que si bien no hay maldad en él, es falible e imperfecto. Incluso podemos afirmar que muchos de sus errores parten no sólo de una incapacidad para ver la totalidad de las circunstancias, sino sobre todo, de su temor e inseguridad. Necesita reafirmar constantemente su valía como rey de manera pública.

   “Llamadla acá; hace un momento la he visto por casa presa del furor y fuera de sí; porque la conciencia de aquellos que nada bueno traman secretamente, les acusa de su crimen antes de que se les descubra. Yo detesto a aquellos que sorprendidos en el delito, quien adornarlo como algo honroso.” En el último pasaje de su parlamento, Creonte al parecer se refiere a Ismena, sin embargo los conceptos ilustran la manera de actuar de Antígona. Durante todo su parlamento, Creonte se muestra fiel a su intención inicial de no dirigirle la palabra a Antígona: habla con el Corifeo acerca de ella, y al final supuestamente habla sobre Ismena, pero lo cierto es que lo que comenta son las acciones y discurso de Antígona, pues con Ismena aún no habló, y con Antígona sí, quien dio a entender que sus acciones eran las justas y correctas, y Creonte era el equivocado. Es evidente que Creonte está con el juicio nublado, pues las expresiones de alteración de Ismena no responden a que haya sido cómplice del enterramiento, sino a su preocupación por la suerte de su hermana. Sin embargo, antes de hablar con Ismena, prejuzga, obnubilado por su ira y su orgullo herido, un comportamiento erróneo tratándose de un rey, quien debe gobernar con altura y ecuánimemente. En este parlamento se evidencia que Sófocles, el autor, desliza críticas a quienes, por tener poder, gobiernan de manera arbitraria y despótica. Por esto en el Prólogo Antígona habla del tirano, y en su parlamento en este mismo episodio, habla de caprichos para referirse a la voluntad del rey.

  

Cuarto núcleo semántico: EL DEBATE ENTRE ANTÍGONA Y CREONTE.

   Sófocles, como creador, no piensa solamente en los conceptos que desea transmitir, sino también en la representación y en la necesidad de concitar el interés de su público. Por este motivo alterna parlamentos más extensos con diálogos de parlamentos breves, que generan un ir y venir en la discusión. La antigua tragedia griega, por definición, reúne tres géneros literarios (la base es un mito, y en la representación se alternan pasajes dramáticos con pasajes líricos), pero en este caso, es una elección personal la de matizar los parlamentos, alternando extensos con breves, dándole otro ritmo a la representación.

“ANTÍGONA -¿Deseabas algo más grave que atraparme y darme muerte?

CREONTE –Sólo eso; y haciéndolo lo tengo todo.

ANTÍGONA –Entonces, ¿a qué aguardas? Tus palabras no me gustan, y a ti las mías no te agradan. ¿Pude realizar hazaña más gloriosa que la de dar sepultura a mi hermano? Eso, todos los presentes lo aprobarían, si el miedo no les cerrara la boca. Los tiranos tienen entre mil ventajas la de hacer y decir impunemente lo que quieren.

CREONTE –Eres tú la única de los Cadmeos que lo ve así.

ANTÍGONA –Así lo ven también éstos, sólo que se callan por ti.”

   Nuevamente nos encontramos con una Antígona que intenta rebajar el poder de Creonte minimizando el impacto de sus sentencias y castigos. ¿Acaso hay algo más grave que condenar a muerte? Antígona da a entender que sí, pero en realidad lo que pretende es señalar que la muerte para ella no es un castigo terrible.

   Creonte tiene otra postura y considera que la condena a muerte es suficiente sentencia. En este momento parece haber dejado de lado, como lo hizo con Polinices, el valor del lazo de sangre que tiene con su sobrina, anteponiendo supuestamente su cualidad de gobernante a sus afectos personales, sin embargo, lo que ocurre es lo opuesto, pues se deja llevar por sus emociones (la ira, la inseguridad, el temor, el orgullo herido) para juzgar y condenar.

   Antígona insiste en querer demostrar que no le teme a la muerte, sugiriendo que cuanto antes muera, mejor. Y se jacta de haber realizado una hazaña (otra evidencia de su hybris), en cumplimiento de las leyes sagradas y en ejercicio de sus derechos individuales. Es muy importante la afirmación de que la comunidad aprobaría su conducta si no le temiera a Creonte por su poder, por sus actitudes de tirano. Se confirma que al autor (Sófocles) este tipo de conductas de los gobernantes le resultan inadecuadas y denunciables.

   Creonte afirma que es la única que piensa que su conducta fue correcta, pero Antígona le insiste en que no es así, y que los demás se callan por temor a las represalias del rey. En esta discusión, seguramente Antígona tenga razón, ya que el decreto de Creonte iba en contra de las leyes religiosas y consuetudinarias de su ciudad. Tal vez espera que el Consejo de Ancianos se pronuncie a su favor y le brinde apoyo, algo que no ocurrió, quizás por lo que ella misma denuncia: tienen miedo. Es en este punto que notamos la soledad de Antígona, una joven que ya no tiene a ningún familiar que la respalde, frente a Creonte. Antígona es mujer, es joven, y si bien es princesa, ha perdido de manera trágica a todos sus familiares que podrían defenderla. Creonte es un hombre adulto, es el rey, y tiene todo el poder del estado a su disposición. La diferencia de fuerzas es notoria, y sin embargo Antígona no se calla. Esto acrecienta el valor de su figura con una mirada más moderna; los antiguos griegos podían pensar que se excedía, que era demasiado audaz.

“CREONTE -¿Y no te da vergüenza de pensar distinto que los demás?

ANTÍGONA –No es para dar vergüenza el honrar a mi hermano.

CREONTE -¿Y no era hermano tuyo también el que murió en el bando contrario?

ANTÍGONA –Hermano de un mismo padre y de una misma madre.

CREONTE -¿Y cómo haces obsequios que son injurias para el otro?

ANTÍGONA –No diría lo mismo el muerto.

CREONTE -¿Cómo no, si en tus obsequios le igualas al traidor?

ANTIGONA –Es que no es ningún siervo; es un hermano el que ha muerto.

CREONTE –Un hermano que estaba devastando nuestra patria, cuando el otro, resistiéndole, la defendía.

ANTÍGONA –Con todo, el Hades pide igualdad de derechos.

CREONTE –Pero los buenos no han de ser igualados a los impíos.

ANTÍGONA -¡Quién sabe decir si allá abajo se dan por buenas tales leyes!

CREONTE –Jamás el enemigo ha de ser amigo aún después de muerto.

ANTÍGONA –Mi carácter no es para compartir odios, sino para compartir amor.

CREONTE –Pues si hay que amar, allá abajo irás y amarás a los de allá. Que a mí mientras yo viva, no me domina una mujer.”

   En este pasaje de la discusión entre Antígona y Creonte se evidencian de manera superlativa las diferencias, pero también las semejanzas entre ambos. Ambos creen tener la razón, y son obstinados y fuertes. Ambos, por este motivo, y su orgullo desmedido, caen en hybris.  Pero paradójicamente esas semejanzas, y el hecho de que defienden lo opuesto, es lo que fogonea su confrontación. Ninguno cederá en este momento. Antígona está convencida de haber actuado acorde a las leyes sagradas, y no retrocederá. Si bien más adelante muestra dolor por morir tan joven y sin haber cumplido con los roles que la sociedad de su tiempo asignaba a las mujeres (casarse, tener hijos), y por no haber recibido el apoyo de la comunidad aunque pensaran lo mismo que ella, nunca se arrepiente de sus actos porque está segura de que hizo lo correcto. Creonte, como todo héroe trágico, padece de ceguera trágica, y no es capaz de establecer un juicio ecuánime y justo, lo cual precipitará su caída. Recién cuando Tiresias le advierte acerca de las desgracias que se avecinan sobre él y su familia, reflexiona y modifica sus decisiones, pero ya será tarde.

   El pensamiento de Creonte es muy discutible. Considera que no pensar igual que los demás es vergonzoso. Esto no es más que la expresión de la supremacía de la comunidad por sobre el individuo. Da a entender que las leyes de la ciudad, representadas por los decretos del rey, están por encima de los derechos individuales, aunque al individuo le parezcan injustas. Antígona defiende lo contrario, y sus conductas son la manifestación de alguien que no permite que avasallen sus derechos individuales. Aunque Antígona parece la revolucionaria, no es así, ya que ella sólo quiere seguir las leyes religiosas, que como ella misma manifestó, son inmutables, por tanto forman parte de la tradición. Quien plantea algo que quebranta el orden tradicional es Creonte, que pretende prohibir las honras fúnebres a un muerto por un hecho puntual, que es que él considera un traidor a Polinices. Recordemos que Polinices sitió la ciudad de Tebas en reclamo de sus derechos a ocupar el trono, ya que había acordado con su hermano Etéocles turnarse para gobernar la ciudad. Sin embargo, cuando el plazo estipulado se cumplió, y Polinices llega para ocupar el trono, Etéocles se niega a ceder el poder, y así comienza la confrontación que terminó con la muerte de ambos hermanos, quienes se ultimaron el uno al otro en pelea individual. A pesar de que ambos hermanos tuvieron comportamientos codiciosos, dejando de lado el interés de la ciudad y sus habitantes, Creonte sólo mira lo superficial, y es que Polinices atacó Tebas estando Etéocles en el trono, y por tanto, considera héroe a Etéocles y traidor a Polinices.

   Toda esta discusión con Antígona revela que Creonte antepone las leyes humanas y de la ciudad a las leyes divinas, y en ese tiempo ese comportamiento se consideraba impío. Por eso nuevamente nos encontramos con una ironía trágica, demostración de la ceguera del protagonista, cuando califica a Polinices como impío, ya que el impío es él. Antígona, por su parte, se mantiene firme en su respeto, según su entender, de las leyes divinas. Lo paradójico es que intentando respetar a los dioses, los irrespeta al caer en hybris, pues se excede al desafiar a alguien más poderoso,  pero como se explicó antes, esto ocurre porque el punto de partida, la base de todo, está mal (la decisión de Creonte de no permitir honras fúnebres a un muerto). En conclusión, ambos defienden su postura y acusan al otro de equivocarse, sin ver sus propios errores.

   El término Hades designa tanto al dios del inframundo, como al reino mismo, donde van, según los antiguos griegos, las almas de los muertos. Es importante resaltar que Antígona realiza las honras fúnebres de su hermano no solamente por amor y compasión, como ella misma lo indica, o por realizar una hazaña, sino básicamente porque en su cultura se consideraba deber de los deudos llorar al cadáver, ponerle una moneda en la boca porque debían atravesar el río Aqueronte y pagarle a su barquero para ser trasladados (sino debían esperar largo tiempo en la orilla), y realizar los rituales para que el alma pudiera descansar del otro lado. No cumplir con esos deberes implicaría, según su religión,  la ira del familiar fallecido, y una futura persecución por este motivo. Por tanto, como había expresado Antígona en su extenso parlamento, ya analizado, ella no pensaba incurrir en la ira de los dioses ni tampoco de su hermano Polinices por seguir los caprichos de Creonte. Es interesante el giro que da Sófocles a Antígona, pues ya la vimos indignada y demostrando gran coraje, y ahora notamos su faceta compasiva y amorosa, pues afirma que no está en su carácter el odiar, sino el amar, lo cual confirma que está actuando de manera protectora con sus parientes, en este caso su hermano (no debemos olvidar que ella fue quien acompañó a su padre al exilio, y ahora realiza este nuevo sacrificio por ayudar a alguien de su sangre).

   Creonte finaliza el intercambio con una ironía acerca del amar, pero en el reino de los muertos, confirmando que condenará a muerte a Antígona, pese a sus discursos, y no es un detalle menor que lo último que maneja como motivo, es que él como hombre no piensa dejarse dominar por una mujer. Más adelante, cuando discuta con su hijo Hemón, prometido de Antígona, que intenta defenderla y le pide a su padre que no la condene, lo acusa también de dejarse dominar por una mujer, por encima de serle leal a su padre. Es evidente que ésta es otra debilidad del protagonista que lo conduce al error y al fracaso.

 

   Inmediatamente de este parlamento de Creonte, el Corifeo anuncia la llegada de Ismena, iniciando así la escena 3. En esta escena Ismena se acusa de haber participado también en el enterramiento, pero Antígona no se lo permite, aludiendo a que Diké (la diosa de la justicia) no lo quiere, puesto que no es verdad que haya participado. Y lo que comienza siendo una actitud de enojo de Antígona, porque Ismena se había negado a ayudarla (“De quién fue la obra, el Hades lo sabe y los que en él viven; yo no amo amigos que sólo aman de palabra”), termina siendo otra actitud de protección (“Ya bastará que muera yo”; “Tú elegiste la vida, yo elegí la muerte”; “Ten buen ánimo. Tú quedas viva, pero mi alma hace tiempo que está muerta para poder ayudar a los muertos”).

   La escena 3 del Episodio 2 termina con una discusión entre Creonte e Ismena, quien recuerda al rey que su hermana es la prometida de Hemón, ante lo cual Creonte responde con frases tan desagradables como “No faltan otros campos para poder labrar” y “Para mis hijos no quiero mujeres malvadas”. Esta secuencia final de la escena tiene el objetivo de anticipar que se producirá un conflicto entre Creonte y su hijo por la determinación de condenar a muerte a su prometida (Episodio 3), este grave desentendimiento explotará cuando Hemón, en su intento de rescatar a Antígona, la encuentre muerta por suicidio, precipitando su propio suicidio, y éste el de su madre, efectivizándose así el castigo a Creonte, quien cae en desgracia al finalizar la tragedia, perdiéndolo todo.

  

  

  

 

 

 

ANTÍGONA, de SÓFOCLES, ANÁLISIS DEL PRÓLOGO

 ANTÍGONA, de SÓFOCLES

ANÁLISIS DEL PRÓLOGO



Ubicación:

   ANTÍGONA forma parte de una trilogía escrita por uno de los tragedas más importantes de la época de oro de la tragedia en la antigua Atenas, Sófocles , de quien se conservan solamente siete tragedias completas, aunque se sabe que venció unas veinticuatro veces en concursos. La trilogía estaba compuesta por EDIPO REY, EDIPO EN COLONO y ANTÍGONA, por orden del desarrollo del mito, aunque está comprobado que la última tragedia de estas tres que escribió Sófocles fue Edipo en Colono.

   La antigua tragedia griega aristotélica alterna elementos dramáticos y líricos, y tiene siempre como base un mito. En este caso, esta trilogía se basa en el MITO DE LOS LABDÁCIDAS. El término Labdácidas procede de Lábdaco, creador de la dinastía real de la ciudad de Tebas. Este mito es la historia de una dinastía maldecida. Cuando Lábdaco muere, Layo, su hijo, es demasiado joven para ocupar el trono, y le usurpan el poder, por lo cual debe huir a Pisa, otra polis (ciudad reino de la antigua Grecia). Allí es hospedado por el rey Pélope, quien sigue las leyes de hospitalidad de ese tiempo, pero Layo se apasiona con su hijo menor (Crísipo) y lo secuestra, y es maldecido por Pélope. Los antiguos griegos creían que cuando una maldición era proferida sobre un individuo, ésta recaía sobre tres generaciones. Layo huye nuevamente, regresa a la ciudad de Tebas y ocupa el trono, pero el oráculo de Delfos le advierte que si tiene un hijo, éste lo matará y se casará con su propia madre. Para evitar el cumplimiento de la maldición, cuando la reina Yocasta da a luz, Layo lo arrebata de sus brazos y se lo entrega a un servidor, a quien le ordena que mate al bebé recién nacido. Sin embargo el servidor no tiene el coraje de asesinar al bebé, y lo deja con los pies atados, colgado de un árbol, suponiendo que la naturaleza se encargará de lo que él no pudo realizar. Ese bebé es Edipo (cuyo nombre significa “el de los pies torcidos”, pues le quedaron deformados por la atadura). Pero la Moira debía cumplirse, y por tanto Edipo se salvará: es rescatado por un pastor que pasaba por allí, quien lo entrega a los reyes de la ciudad de Corinto. Estos reyes no tenían descendencia, y crían a Edipo como a su propio hijo. Edipo crece en palacio hasta su adolescencia, creyéndose hijo de los reyes de Corinto, pero cuando escucha rumores que indican que él no es hijo biológico de los reyes, les pregunta si esto es verdad, y ellos, pensando que hacían lo correcto, le mienten, afirmando que él es su hijo legítimo. Edipo no queda convencido y acude al oráculo de Delfos para preguntar por sus orígenes, pero en vez de responder a su pregunta, le vaticinan un futuro atroz: “Matarás a tu padre y te casarás con tu madre”. Horrorizado, pues amaba a sus padres y no quería realizar tales actos, decide alejarse, y en el cruce de caminos entre Delfos, Corinto y Tebas, elige dirigirse a Tebas. En este punto Edipo comete hybris, al pretender eludir su destino o moira. Al cruzarse con una comitiva que escolta a un orgulloso anciano, se produce un altercado porque lo destratan y no quieren cederle el paso, y Edipo los derrota, matando a casi todos, menos a un servidor que huye. En ese momento comienza a cumplirse su moira, la maldición que el oráculo de Delfos le había anunciado, aunque Edipo lo ignora, pues el anciano al que mató Edipo era Layo, rey de Tebas y su progenitor, quien se dirigía al oráculo de Delfos a consultar porque la ciudad de Tebas estaba siendo asolada por un monstruo, la Esfinge. La Esfinge era un ser mitológico que tenía rostro de mujer, cuerpo de león y alas de águila, y estaba interceptando el paso frente a las puertas de Tebas, desafiando a quien se le cruzara con un enigma. Si el desafiado no lo resolvía, la Esfinge lo devoraba. Edipo, desesperado y sin nada que perder, se enfrenta a la Esfinge, y ésta le pregunta: “¿Qué ser es, el que al amanecer anda en cuatro pies, al mediodía en dos, y al atardecer en tres?” Edipo reflexiona y le responde: el ser humano, porque siendo bebé, gatea, al crecer anda en sus dos pies, y al envejecer, se sostiene en un bastón. Así, la Esfinge es destruida y Edipo entra a Tebas como héroe y salvador de la ciudad, obteniendo como recompensa la mano de la reina, pues el trono había quedado acéfalo a la muerte de Layo. En este momento se cumple la segunda parte de la profecía del Oráculo de Delfos, pues Edipo desposa a Yocasta, su propia madre, sin saberlo. Durante años Edipo reina con éxito, con el amor y respeto de los ciudadanos. Tiene cuatro hijos con quien él considera su esposa, pero en realidad es su madre.



   EDIPO REY se inicia con otra situación extrema en Tebas. Todo lo que nace muere, sean bebés, animales o vegetales. Como Edipo es un rey bondadoso y preocupado por sus súbditos y la suerte de la ciudad, envió a Creonte, su cuñado, al Oráculo de Delfos, a averiguar los motivos de esa peste. La respuesta del Oráculo es que ese miasma es el castigo por no haber hallado y condenado al asesino del Layo. Edipo, con la energía y probidad que lo caracteriza, decide hacerse cargo de la búsqueda, y afirma que él mismo castigará al culpable cuando lo encuentre. Esto es una ironía trágica de Sófocles, ya que Edipo desconoce que el asesino de Layo es él mismo, y que efectivamente se autocastigará cuando lo descubra. Llegado determinado punto de la investigación, la reina Yocasta se da cuenta de lo que ocurrió, no sólo de que Edipo es el asesino de Layo, sino que es su propio hijo. Desesperada, intenta convencer a Edipo que no continúe con la investigación, pero éste ya tiene el propósito de salvar a la ciudad de la peste y continúa. La rectitud de Edipo es tal, que cuando él mismo comienza a sospechar que quizás sea él el asesino que busca, continuará hasta las últimas consecuencias. Cuando se devela que efectivamente él fue quien asesinó a Layo, al mismo tiempo descubre que además, Layo era su padre, y Yocasta su madre. De rey amado y admirado, Edipo pasa a ser considerado parricida e incestuoso. Incapaz de soportar la situación, Yocasta se ahorca con el cinturón de su túnica, y al descubrirla Edipo y descolgarla, toma ese cinturón y con la hebilla se pincha los ojos, pues afirma que de nada le sirvieron para ver la verdad. La inscripción en el portal del Oráculo de Delfos, “CONÓCETE A TI MISMO”, toma especial sentido en este mito. Edipo se autocastiga con la ceguera, y además pierde el trono y es expulsado de Tebas para evitar que la corrupción siga atacando a la ciudad. La tragedia finaliza con la caída y exilio de Edipo.



   EDIPO EN COLONO presenta la situación de Edipo en el exilio. Ciego y derrotado, es acompañado por su hija Antígona, quien lo guía.  Cuando Edipo estaba en Colono con Antígona y bajo la protección de Teseo, rey de Atenas, llega su otra hija, Ismena, con una escolta, para informarle sobre la situación de Tebas. Los hijos varones de Edipo (Etéocles y Polinices) habían acordado, debido a su juventud, reinar un año cada uno en Tebas, bajo la supervisión de Creonte, su tío. Comienza reinando Etéocles, pero cuando finaliza el primer año, Etéocles se niega a cumplir el acuerdo, y Polinices decide atacar la ciudad de Tebas con un ejército, en reclamo de sus derechos. Poco después, aparece Polinices pidiéndole al padre que opine en su favor en esa disputa, pero Edipo se siente herido con sus hijos varones porque no lo habían defendido cuando fue expulsado de la ciudad de Tebas, y maldice a ambos, anunciándole que los dos (Polinices y Etéocles) morirán en campo de batalla. Recordemos que de cualquier manera esta familia había sido maldecida por el crimen de Layo, ya que esa maldición recaía sobre tres generaciones, siendo Layo la primera, Edipo la segunda, y sus cuatro hijos (Etéocles, Polinices, Antígona e Ismena) la tercera. Polinices se va, decidido a continuar con su reclamo mediante las armas. Edipo sabe que morirá en Colono porque así lo había predicho el Oráculo, pero Creonte llega con una guardia porque si Edipo no es enterrado en Tebas, la ciudad perderá su fuerza y recibirá más calamidades. Edipo se niega a acompañarlo, y Creonte secuestra a Antígona e Ismena para llevarlas al menos a ellas dos a su tierra, pero Teseo se lo impide, y Creonte debe irse con las manos vacías.  Finalmente, Edipo muere en Colono, donde es enterrado, y Antígona e Ismena regresan a Tebas, con el objetivo de impedir que sus hermanos peleen entre sí, aunque no lo consiguen.

   ANTÍGONA comienza cuando los dos hermanos ya se han dado muerte entre sí en campo de batalla, y Creonte, tío de Edipo y de los hijos de Edipo (ya que es hermano de Yocasta), es quien ha tomado el trono de Tebas. En el Prólogo presenciamos un diálogo entre Antígona e Ismena, donde ambas hermanas informan cuál es la situación, y nos enteramos del conflicto que se desarrollará en esta tragedia: el primer decreto de Creonte ordena las honras fúnebres de Etéocles, quien según Creonte murió defendiendo a Tebas, y el abandono, insepulto y sin honras fúnebres, del cadáver de Polinices, a quien Creonte considera un traidor por haber atacado la ciudad, sin considerar que quien no había respetado el acuerdo estipulado de alternar en el trono había sido Etéocles. Los antiguos griegos consideraban imprescindible realizar honras fúnebres a sus muertos, y Antígona asume que tiene un deber que cumplir, y por tanto piensa sepultar a su hermano Polinices, al margen del decreto del nuevo rey. Invita a Ismena a acompañarla en la tarea, pero Ismena considera que no deben desobedecer las órdenes de Creonte, aunque sean injustas. Antígona se rebela contra estos designios y decide dar cumplimiento a las leyes divinas, que considera sagradas, y realiza las honras fúnebres a Polinices aunque estuviera prohibido. Un guardia la encuentra y conduce a Antígona frente a Creonte, y se produce una discusión entre ambos, donde Antígona argumenta y se enorgullece de haber cumplido con su deber fraterno, y Creonte, furioso ante el desafío, condena a Antígona a morir encerrada en una cueva cavada en la roca con ese fin, y hace llamar a Ismena, porque también la cree culpable. Ismena llega diciendo que también es culpable, pero Antígona la refuta porque no era cierto que Ismena hubiese participado, y aunque primero parece enojada con su hermana, termina diciéndole que viva, que ya es suficiente con que muera ella. Enterado Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, de esta condena, dialoga con su padre intentando que cambie de idea, pero esto no ocurre, y terminan discutiendo airadamente. Hemón se aleja, furioso, y le anuncia que no volverá a verlo. En el momento de ser conducida a su suplicio, Antígona pierde la actitud altanera, y se lamenta de morir joven y sin haber podido casarse ni tener hijos, por cumplir con su deber, pero Creonte no se conmueve y ordena que la encierren tal como había anunciado. En ese punto aparece Tiresias en escena. Tiresias era un adivino ciego muy respetado, que también había participado en Edipo Rey, anunciándole a Edipo la verdad de su situación. Así como en su momento Edipo no había creído a Tiresias, Creonte también se molesta con él, porque Tiresias le señala que se equivoca al haber dejado insepulto al muerto y sepultada a la viva, acusándolo incluso el rey de confabular contra él y de ser codicioso. Tiresias se ofende y le anuncia que debido a su error (Creonte cae en hybris al desafiar las leyes divinas) la desgracia caerá sobre él, su casa y la ciudad. Creonte entonces, temeroso, recordando que con Edipo, Tiresias había acertado, decide realizar las honras fúnebres a Polinices, y luego liberar a Antígona. Pero cuando llega al lugar donde Antígona está encerrada, se encuentra con un espectáculo horrendo, pues ella se había suicidado, ahorcándose, para no soportar la agonía de morir lentamente, y Hemón la tiene en sus brazos, desesperado. Al ver llegar a Creonte, Hemón, fuera de sí, intenta matarlo, pero no lo consigue, entonces se suicida frente a los ojos de su padre. Esto le informa un emisario a Eurídice, esposa de Creonte, quien en silencio, entra al palacio. Al llegar Creonte al palacio, cargando a su único hijo muerto (ya había perdido a otro hijo, Megareo, por ofrecerlo al dios Ares en sacrificio para salvar a la ciudad de Tebas de la destrucción), le anuncian que su esposa, Eurídice, se suicidó, no sin antes acusarlo de ser el responsable de la muerte de Hemón. Así, Creonte, héroe trágico de esta tragedia, por sus errores termina perdiendo todo, a su familia, el trono y el prestigio.

 

Análisis del Prólogo:

   El Prólogo cumple la función de ubicar al espectador, informando qué mito y qué parte dentro de él se desarrollará en la obra. Funciona, por tanto, como planteo. Es una parte dramática, que tanto puede ser un monólogo (parlamento de un solo personaje) o un diálogo entre dos personajes. En este caso nos encontramos a Antígona e Ismena dialogando entre sí.



   La situación, resumidamente, es que Antígona llamó a su hermana para hablar a las puertas del Palacio de los Labdácidas sólo ellas dos, como confidentes. Lo que le informa será el centro del conflicto de la tragedia: Creonte decretó que se le realicen honras fúnebres a su hermano Etéocles, pero no a su hermano Polinices, prohibiendo que cumplan los rituales tradicionales que los antiguos griegos consideraban mandato divino. Antígona afirma su intención de sepultar a Polinices, e invita a Ismena a acompañarla a cumplir con su deber de hermanas, pero Ismena pone reparos, diciéndole a Antígona que caerá en hybris, y que siendo mujeres, no pueden luchar contra la orden del rey. Al finalizar el Prólogo, notamos que ambas hermanas reaccionan de manera opuesta frente al mismo problema.

   Si bien todo el Prólogo cumple la función de ubicar al espectador, podemos dividirlo en dos partes: en la primera, la más breve, Sófocles, mediante los personajes, ubica al espectador en el mito, mencionando los sucesos anteriores importantes y qué parte del mito es el que se representará en esa obra (son los hechos posteriores a la muerte de Etéocles y Polinices, y de que el ejército argivo abandonó el sitio a Tebas); en la segunda, la más extensa, anticipa el conflicto que la obra desarrollará (que se podría fijar desde el punto en que Antígona de manera directa le pregunta a Ismena si la ayudará (“¿Quieres ayudar”…).

 

PRIMERA PARTE-.

   La primera en hablar es Antígona, que es quien tiene la iniciativa en todo momento. Comienza acudiendo al afecto y al lazo sanguíneo que las une: “Hermana de mi alma, Ismena querida”.  Con este vocativo, se destaca la estrechez del vínculo entre ambas hermanas, su grado de confidencia. Antígona confía en Ismena y quiere que sea su aliada, por eso le compartirá sus planes.  Enseguida, la pregunta retórica, la excusa para informar a los espectadores acerca de quiénes son y cuál es su vivencia emocional: “¿sabrás tú decirme una sola calamidad de las de Edipo, que no vaya descargando Zeus, mientras aún vivimos nosotras? Porque no hay dolor, no hay plaga, no hay afrenta ni vileza que no encuentre yo en el número de tus males y de los míos”.  La mención de la palabra “calamidad”, junto con la de “plaga” especialmente, pero también las demás que integran la enumeración (dolor, afrenta, vileza), nos recuerdan que Edipo y sus hijos están bajo el poder de una maldición, la que había caído sobre Layo, y que tienen una historia de sufrimiento.  Cada término apunta a algún aspecto diferente de las desgracias que los acosaron: el infortunio, el sufrimiento, la humillación, lo indigno, mostrando que el daño no es sólo físico, es también moral y emocional, ya que a partir del descubrimiento de que Edipo cometió parricidio e incesto, lo cual resultaba vergonzoso ante la sociedad, todo se derrumbó para esta familia: Yocasta se suicidó, Edipo quedó ciego y fue expulsado de la ciudad de Tebas, muriendo en el exilio,  Etéocles y Polinices conservaron el trono de Tebas, pero por una disputa de poder se mataron entre sí en batalla.

   Luego de esa alusión a esos terribles sucesos familiares del pasado menos y más reciente, Antígona menciona el problema del presente: “y ahora, ¿cuál es el decreto que dicen ha promulgado a toda la ciudad el soberano?¿Sabes algo? ¿No lo has oído? ¿O ignoras los males que los enemigos han dispuesto contra los nuestros?”  Significa que la lista de males no terminó, y la maldición sigue actuando. Pero Sófocles no presenta toda la información de un golpe, sino que la va desgranando mediante los parlamentos de los personajes, por eso aquí Antígona anuncia que Creonte decretó algo, pero no informa aún qué fue. De cualquier manera,  quien conocía el mito sabía de qué se trataba, pero esta forma de presentar la noticia permite darle mayor riqueza al trabajo de los personajes, apreciando el intercambio entre las dos hermanas y sus distintas reacciones. También podemos notar que para Antígona, el soberano (su tío Creonte) ingresa en la categoría de enemigo al decretar algo que ataca sus derechos individuales.

   Así como la primera intervención de Antígona en la tragedia nos muestra su carácter enérgico y decidido, la primera intervención de Ismena resalta su perfil bajo y el tema que parece ser su principal fuente de preocupación: la soledad, el abandono y desprestigio social que las persigue desde que se hicieron públicos los crímenes involuntarios de Edipo: “Sobre amigos nuestros no he oído noticia alguna, Antígona, ni buena ni mala, desde que hemos quedado huérfanas, muertos los dos hermanos en el mismo día y con sus propias manos.”  Este parlamento denuncia también cómo hay individuos que se acercan por conveniencia, y cuando la persona cae en desgracia, lejos de tenderle una mano para auxiliarla, se alejan para que nos los vinculen con el caído. Tanto Antígona como Ismena, debido a los sucesos nefastos que padecieron, recibieron un duro aprendizaje acerca de la hipocresía de ciertos vínculos. Pero en definitiva, lo que afirma Ismena es que no sabe nada sobre lo que Antígona le pregunta, no tiene ninguna novedad.

   En los dos parlamentos siguientes, ambas hermanas demuestran el conocimiento que tienen de la otra, ya que Antígona responde: “Lo sabía muy bien”, e Ismena “Ya estás tú inquieta por algo”. O sea que Antígona sabe que Ismena no estaría enterada, e Ismena conoce el carácter inquieto de Antígona. Esa estrechez en el lazo se confirma también cuando Antígona presenta a su hermana como su persona de confianza, su confidente: “te he llamado a la puerta del palacio, para que tú sola te enteres.”

   En ese punto de la conversación, Antígona introduce la información importante, la del hecho que condiciona el conflicto de la tragedia: “Pues ¿no ha mandado Creón que de nuestros hermanos, uno quede honrado con sepultura y el otro afrentado sin ella? A Etéocles, según cuenta, reconociéndole los derechos de la ley y las costumbres, le concede sepultura con grande gloria; pero el desgraciado cadáver de nuestro hermano Polinices, ha mandado por un decreto, que en la ciudad nadie le dé enterramiento, nadie le haga exequias, sino que le abandonen sin lamentos, insepulto para pasto de las aves que lo devoren a su sabor en cuanto lo vean.”  Sófocles presenta a Antígona como una aristoi (noble, aristócrata) que se expresa con un lenguaje elevado, colmado de recursos retóricos, con el objetivo de tener mayor elocuencia y poder de convicción. Así, compara la situación y suerte de cada uno de los hermanos y establece una serie de oposiciones: donde Etéocles será honrado, Polinices será afrentado (ofendido, humillado); Etéocles tendrá sepultura, en tanto Polinices no; a Etéocles se le reconoce los derechos, a Polinices no; a Etéocles se le concede “grande gloria”, mientras Polinices es un cadáver “desgraciado” y abandonado. Este contraste marcado entre la situación de un hermano y la del otro, sugieren que para Antígona existe una injusticia de base en el decreto de Creonte, y que ambos hermanos merecen tener sepultura, además de que las honras fúnebres para esa cultura corresponderían por ley divina y consuetudinaria. La descripción de las consecuencias de no sepultar el cuerpo de Polinices ingresa en el terreno del patetismo. Patetismo viene de pathos, que es el empleo de recursos destinados a conmover y emocionar al espectador/lector. En este caso el patetismo se emplea en dos niveles: de Antígona hacia Ismena (quiere conmoverla para que la ayude a sepultar al hermano), y de Sófocles hacia el espectador, para que sienta compasión y horror y se compenetre de la situación, cumpliéndose así la catarsis (proceso de transformación y purificación que realiza el espectador). Antígona expresa que el cadáver de su hermano está expuesto a ser destrozado por aves de rapiña como si fuera un desecho sin valor, quitándole su dignidad como ser humano. Creonte no sólo pretende disponer sobre el cuerpo de un muerto, cuando era potestad de los dioses subterráneos, cayendo así en hybris (pecado de exceso, la desmesura), sino que también pretende mandar sobre las emociones de los deudos, prohibiendo los lamentos.

   Antígona se rebela contra lo que considera un atropello a sus derechos y los de su hermano: “Eso dicen que tiene decretado el buen Creón contra ti y contra mí y que vendrá aquí para anunciar en alta voz esa orden a los que no la conozcan”. La ironía (“el buen Creón”) revela los verdaderos pensamientos de Antígona sobre Creonte (la ironía es un recurso retórico que consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender). Y es que en tanto ella encarnará en la tragedia la defensa de las leyes divinas, consideradas sagradas por su pueblo, y de las leyes individuales, con fuerza consuetudinaria, Creonte representa las leyes humanas y de la ciudad. Antígona considera que la orden decretada es injusta y una agresión directa a sus derechos, por eso señala “contra ti y contra mí”. Esto explica por qué antes hablaba del “enemigo” para referirse a Creonte. Y si bien en realidad la orden es para toda la ciudad, y Creonte la emite para demostrar en parte su objetividad al gobernar, sin hacer favoritismos por parentesco, es obvio que a quienes realmente afectará será a los deudos que quedan vivos de esa familia diezmada por la muerte, que son ambas hermanas. Por otra parte, esta es otro recurso de Antígona para involucrar a la hermana, otra forma sutil de presión. La reacción de Antígona demuestra su carácter: “quien se atreva a hacer algo de lo que se prohíbe, se expone a morir lapidado, en medio de la ciudad. Ya sabes lo que hay, y pronto podrás demostrar si eres de sangre noble o una cobarde que desdice la nobleza de sus padres.”.  La condena a morir lapidado estuvo generalizada en varias sociedades antiguas. En el Nuevo Testamento de Biblia, por ejemplo, aparece como práctica ejecutoria de las mujeres adúlteras, y tristemente, sigue ejerciéndose ese castigo en la actualidad, en algunos países donde se sojuzga a la mujer por lo que la comunidad considera conductas inmorales. En este caso, Creonte amenaza a sus sobrinas, aunque lo presente como una orden general, con morir apedreadas en la plaza pública. Era una muerte cruel y vergonzante para la sociedad griega. Pero Antígona, lejos de amedrentarse por la posibilidad de morir de esa manera, le muestra a Ismena que no siente temor y que el deber está por encima del riesgo a morir, intentando también presionar a su hermana para que tome la misma decisión que ella de desobedecer a Creonte, dando a entender que si no la acompaña será una cobarde y  traidora a su sangre. La asimilación de la sangre noble con el coraje y el orgullo está más asociada a cualidades que en esa sociedad se consideraban masculinas, no femeninas. 

   Recordemos que en esa sociedad quienes gobernaban por derecho eran los aristois (los nobles o aristócratas), a quienes, además de tener sangre noble, se les exigía un conjunto de virtudes o cualidades denominado areté. Existía un areté masculino y un areté femenino. El areté masculino incluía tanto a guerreros como políticos. Se exigía valentía, habilidad en el manejo de las armas, fuerza física, capacidad de estrategas a los guerreros, y templanza, honestidad y elocuencia a los políticos. La sociedad griega antigua era patriarcal, siendo siempre hombres los que llegaban a cargos de mandato y los que se dedicaban a actividades externas al hogar. Las mujeres en cambio debían ostentar belleza física, cuidado por su apariencia, habilidad en ciertas actividades domésticas como el bordar, y capacidad para dirigir a la servidumbre. Debían ser sumisas al hombre y mantenerse en el gineceo (parte de la casa donde vivían las mujeres). Todos debían mantenerse en sofrosine (estado de armonía y equilibrio conseguido por la mesura y prudencia) y evitar caer en hybris. Es evidente la disparidad respecto a lo que se esperaba del hombre y lo que se esperaba de la mujer en esa cultura. La actitud enérgica y decidida de Antígona, por tanto, se vincula al areté masculino, no al areté que como mujer debía ostentar para esa sociedad.  Veremos en cambio que Ismena se mantiene bajo los códigos del areté femenino, y que representa a la mujer tal como la sociedad de su tiempo esperaba que se comportara.

   En el diálogo de parlamentos breves y de contrapunto entre ambas hermanas que sigue notamos esa diferencia de actitud y carácter:

“ISMENA –Pero, ¡oh desgraciada!, si las cosas son así, ¿qué significo yo para añadir ni quitar nada?

ANTÍGONA –Dime si quieres ayudarme.

ISMENA -¿En qué aventura? ¿Qué quieres con eso?

ANTÍGONA -¿Quieres ayudar a estas manos a levantar aquel cadáver?

ISMENA -¿Piensas tú enterrarle? ¡Si le está prohibido a la ciudad!

ANTÍGONA –Es mi hermano, y mal que te pese, tuyo también. Nadie dirá de mí que le he faltado.

ISMENA -¡Oh desdichada! ¿Habiéndolo prohibido Creón?

ANTÍGONA –Ningún derecho tiene a privarme de los míos.”

   La intención de Ismena es eludir el planteo de Antígona, pues es evidente que lo que quiere Antígona es proponerle desobedecer el edicto y darle sepultura a Polinices. Sólo cuando Antígona es absolutamente directa, ella responde, tomando distancia de la decisión de su hermana “¿Piensas tú enterrarle?”. Los parlamentos de Antígona tienden a cercar a Ismena para presionarla. Antes le había dicho que podría demostrar su nobleza o si era una cobarde. Ahora le pregunta si la ayudará, y cuando Ismena da a entender que es una locura desobedecer a Creonte, Antígona le hace un reproche moral, señalándole que también es hermana del muerto.

 

SEGUNDA PARTE-.

   En este intercambio cabe detenerse especialmente en una frase de Antígona muy rica en recursos y significados: “¿Quieres ayudar a estas manos a levantar aquel cadáver?”. Es éste el parlamento de Antígona donde concreta lo que quiere pedirle a Ismena. La pregunta comienza con un verbo (querer), señalando que no se trata de poder, como sugiere Ismena, sino de la voluntad de cada una. Antígona sepultará a su hermano porque es su deber, y lo realizará contra viento y marea, sin importar las prohibiciones, demostrando que quiere, en tanto Ismena -da a entender Antígona- se refugia en la excusa de no poder. Ninguna dificultad será suficientemente grande como para impedir que Antígona cumpla con su deber, y así piensa que debería actuar también su hermana. Pero Antígona, que conoce bien a Ismena, también sabe que su hermana se ha mostrado incapaz de tener la iniciativa en algo, y por eso no le pide que lidere, sino que simplemente la ayude (“ayudar a estas manos”), que participe, en definitiva, de lo que a ambas les corresponde hacer como deber moral y fraterno. Antígona en esa frase se ve representada simbólicamente a través de sus manos. Este símbolo constituye también otro recurso denominado sinécdoque, que es un recurso por traslación en el que se denomina al todo por una parte. Aquí vemos que Antígona se representa toda ella a través de sus manos. Las manos son la representación de su parte ejecutora, las que llevan a cabo las acciones, particularmente en este caso las que sepultarán al hermano. Pero además las manos son símbolo de ayudar a quien lo necesita (como cuando se habla de tender una mano a alguien). El objetivo será levantar el cadáver, donde el verbo levantar no debe interpretarse sólo literalmente (el cuerpo deberá ser levantado del sitio donde está para realizarle las honras fúnebres) sino también simbólicamente (el concepto de levantar refiere a devolverle a Polinices su dignidad y humanidad, dejará de ser un desecho descomponiéndose y devorado por los animales carroñeros para volver a tener una identidad, así, Antígona quiere levantarlo de su humillación y miseria, enaltecerlo). La referencia a su hermano mediante la expresión “aquel cadáver” apunta a señalarle a Ismena la indefensión de Polinices. No puede ayudarse a sí mismo, es un cadáver, cuerpo muerto, y necesita que alguien haga esto por él. O sea que el parlamento finaliza acudiendo nuevamente a un recurso vinculado al pathos, al deseo de conmover a quien la escucha.

   Este pasaje de la discusión termina cuando Antígona hace referencia a que Creonte, por más que sea el gobernante, no tiene derecho a privar a Antígona (una ciudadana) de sus derechos individuales, comenzando en el Prólogo la reflexión acerca de la inconveniencia de los gobernantes (sean reyes o regentes) de abusar de su poder. No olvidemos que los antiguos griegos fueron los que crearon un sistema que originó el concepto de democracia en la Antigüedad, si bien era un derecho acotado a los aristois en ese momento (sólo se consideraba ciudadanos a los nobles, y Antígona era una princesa, integrante de la familia real, por ser hija de Edipo, por eso tiene derechos).

   Sófocles realiza cambios de ritmo en su Prólogo con la intención de mantener interesados a los espectadores, por eso intercala diálogos de parlamentos cortos y en contrapunto, con parlamentos más extensos donde el personaje reflexiona e induce al espectador a la reflexión. Es lo que ocurre ahora cuando Ismena pronuncia un parlamento más extenso donde desarrolla su punto de vista sobre la situación problemática que enfrentan. Este parlamento podemos dividirlo en tres momentos: en el primero, Ismena realiza un resumen de las situaciones desgraciadas de la familia, producto de la maldición que cayó sobre Layo; en el segundo, señala las dificultades de su condición de mujeres en esa sociedad; y por último, y en base a esas dos condicionantes, justifica por qué no cumplirá con su deber fraterno. Veamos el primer momento: “¡Ay de mí! Reflexiona, hermana, cómo acabó nuestro padre, aborrecido y sin honra, después que espantado por las faltas que cometió se arrancó ambos ojos con sus propias manos; mira, además, que su mujer y madre acabó con su vida con un trenzado lazo, y en tercer lugar, los dos hermanos en un solo día se han dado la muerte, hiriéndose mutuamente con mano fratricida.”  Este parlamento de Ismena, así como otros anteriores (“¡oh desgraciada!”, “¡Oh desdichada!”) comienza con un lamento que resalta la idea de infortunio, sea propio o de Antígona. En este fragmento Ismena resume las desgracias familiares, existiendo aquí dos niveles de interpretación: la intención del autor de informar al espectador, y la intención del personaje de mover a reflexión a su hermana, persuadirla de que recapacite sobre su decisión y desista. El argumento es que la familia atravesó por graves y dolorosas circunstancias, consecuencia muchas veces de acciones impetuosas y desatinadas de cada individuo, y eso debería servir de aprendizaje a los que quedan. Así, Ismena rememora el suicidio de su madre, Yocasta, el incesto y el autocastigo de Edipo, además de su deshonra social, y el mutuo asesinato de Etéocles y Polinices.  Acude, como Antígona cuando también quería persuadirla de ayudarla, a recursos movidos por el pathos.

   En el segundo momento, describe las que para ella, son las debilidades que padecen su hermana y ella en la situación actual: “Y a nosotras dos, solas como hemos quedado, ¿qué muerte más atroz nos espera, dime, si a despecho de la ley desafiamos los edictos y el poder del tirano? Hay que acordarse, Antígona, que hemos nacido mujeres y que no podemos luchar contra hombres; además de que estamos sujetas a gente más fuerte, y que hay que obedecer estos mandatos y otros más duros todavía.” El temor a la soledad en Ismena es su motivación para actuar o no actuar, esto también se revela más adelante en la trama cuando, habiendo sido descubierta y condenada a muerte Antígona, Ismena aparece acusándose del enterramiento que por prudencia y temor a Creonte no había realizado, porque en ese punto le parecía más hiriente emocionalmente quedarse totalmente sola que morir. Tanto Antígona como Ismena son muy jóvenes, y es obvio que a Ismena esto le afecta. Destaca que han quedado huérfanas al principio del Prólogo, y ahora que han quedado solas. Pero no se trata sólo del temor emocional a la soledad, sino de algo pragmático, pues el punto es: ¿quién las defenderá si contradicen a Creonte? Ya no tienen ni a su padre ni a sus hermanos que puedan sacar la cara por ellas frente al gobernante, a quien Sófocles define como “tirano” en boca de Ismena, caracterizándolo así como un individuo que abusa de su poder y gobierna de manera totalitaria. A esto le agrega la visión patriarcal de la inferioridad de las mujeres frente a los hombres. Ser mujer, para Ismena, es una limitante, la convierte en débil y vulnerable, en incapaz de enfrentar ciertos desafíos. No pueden luchar contra hombres, afirma, un planteo que Antígona ni siquiera considera a la hora de tomar sus decisiones. Sumado a esto, son ciudadanas, son aristois, pero están por debajo de quien manda, y por tanto, tanto por ser mujeres como por ser súbditas, deberían obedecer. Incluso plantea que podría haber mandatos más duros que los actuales, y también en ese caso deberían obedecer. He aquí el límite de Ismena, dando a entender que aunque no esté de acuerdo con lo que dictó Creonte, obedecerá porque es su deber y porque siente miedo. Estos argumentos son los que caracterizan a Ismena como una mujer típica de su época y cultura, que respeta su areté femenino y las normas sociales, y seguramente para el público del tiempo de Sófocles, debía ser considerada como la que tomaba la decisión correcta, en oposición a Antígona, rebelde y apasionada, y con una determinación que ellos asociaban a la masculinidad.

   Finalmente, concluye: “Yo al menos pediré a los muertos que me lo dispensen, porque obedeceré a aquel que tiene el poder. Obrar con desmesura no es razonable.” Sófocles pone en boca de Ismena la defensa de la sofrosine, la cualidad por excelencia que los antiguos griegos resaltaban en sus tragedias, y la condena al hybris, el pecado que condenaba a los héroes trágicos a perderlo todo. La sofrosine es la templanza y la prudencia conseguidas gracias al equilibrio, al dominio del espíritu por sobre las pasiones, en tanto el hybris es lo opuesto, la desmesura, el exceso, el daño, que suele revelarse por conductas guiadas por la soberbia, el desenfreno, etc.  Sin embargo, si bien Ismena sostiene un concepto aprobado socialmente, la realidad es que su decisión parte del desconocimiento de lo que los antiguos griegos consideraban una ley sagrada decretada por los dioses, y que por tanto, sería considerado una falta no acatar: los muertos debían ser sepultados, debían recibir honras fúnebres, y quienes tenían este deber eran los deudos. Esto revela que aunque Antígona e Ismena toman decisiones opuestas, ambas cometen error en algún punto, y la razón es que el decreto de Creonte es incorrecto y violenta las leyes sagradas, dejándolas a ellas en mala situación lo obedezcan o no. El hybris de Creonte es el punto de partida del conflicto de esta tragedia, y condiciona a los demás personajes, demostrándose así que Creonte es el protagonista, el héroe trágico, y no Antígona, a pesar de la fuerza de su carácter.

   La respuesta de Antígona es airada. No comparte la decisión de su hermana y se ofende, mostrando su carácter apasionado una vez más. No sólo ya no le insistirá, sino que aún si Ismena cambiara de parecer, ya no aceptará su ayuda. Notamos en este parlamento de Antígona su idealismo, por oposición al pragmatismo de Ismena: “A aquél lo entierro yo misma, y será hermoso morir estándolo haciendo; así reposaremos juntos, la amante hermana con el amado hermano, por haber sido piadosa en mi rebeldía.”  Esta idealización de su muerte nos recuerda lo que le planteará a Creonte en el Episodio II, cuando le afirma que para ella morir es una ventaja, porque ha vivido rodeada de males. La muerte aquí se asocia a la idea de reposo, de descanso, de paz, pero Antígona también sabe que esta decisión no está libre de conflicto, por eso emplea el oxímoron (figura de pensamiento que consiste en unir en una expresión dos palabras que son contradictorias entre sí, generando una contradicción aparente) “piadosa en mi rebeldía”. La palabra piadosa refiere a quien tiene piedad, pero en su uso original significa que actúa con devoción religiosa. O sea que Antígona, por ser obediente a las leyes religiosas, está siendo rebelde a las leyes humanas. Y esta contradicción, como ya se explicó, procede del hybris de Creonte. No se debe pasar por alto, además, las expresiones de afecto de Antígona por su hermano muerto y caído en desgracia: ella misma le expresa a Creonte en el episodio II que la mueve el amor y la piedad.

   Y en ese mismo parlamento, concluye: “Porque mayor es el tiempo que debo complacer a los muertos que a los vivos, y tú si te parece, desprecia las leyes que los dioses tanto estiman.” Su razonamiento es claro: estará mucho más tiempo muerta que viva, y casi toda su familia ha muerto, por tanto, tiene lazos más fuertes con la muerte que con la vida, según afirma. Esta idea la matizará luego que Creonte la condene a morir encerrada en una cueva, cuando se lamente por morir tan joven y sin poder haber cumplido ciclos como los de mujer casada y madre. Finaliza acusando a Ismena de no respetar la voluntad de los dioses.

   La discusión que sigue desarrolla los mismos términos de debate que hasta ahora entre las hermanas. Ismena sostiene que no puede hacer nada contra la voluntad de la ciudad (las leyes humanas, las del gobernante) y Antígona la acusa de escudarse en un pretexto, pero que ella cumplirá con su deber. Ante la compasión de Ismena, que teme por el destino de su hermana, Antígona le retruca duramente que mejor cuide su propia suerte, sugiriendo con esto que es Ismena la que toma la decisión incorrecta. Cuando Ismena le indica que ella le guardará el secreto, Antígona tiene una respuesta soberbia que demuestra que cae en hybris: “¡Publícalo!” No quiere hacerlo en secreto, y podemos elucubrar dos razones: está convencida de que tiene la razón, o quiere jactarse de sus acciones. Ambas explicaciones son posibles, incluso al mismo tiempo.

   Ismena muestra su horror ante la desmesura de Antígona, y las consecuencias que supone tendrán sus acciones: “El corazón te arde en cosas que hielan de espanto.”  Nos encontramos con un nuevo oxímoron, empleado esta vez por Ismena, donde reúne el ardor del fuego con frío del hielo. La pasión desmesurada de Antígona, su fuego interior, a Ismena le provoca un espanto que la congela. Además del oxímoron encontramos aquí dos símbolos, el fuego, lo ígneo (el ardor) representando la vehemencia, la pasión de Antígona, y el hielo como símbolo del espanto que provocan las acciones desmesuradas de Antígona a su hermana. La proyección de Antígona como la excepcional y de Ismena como la mujer común se hacen evidentes en esta expresión de Ismena. En un parlamento posterior Ismena le insiste a su hermana con la idea de que está persiguiendo imposibles, pero Antígona, que ya le había aclarado que con sus acciones pretende agradar a quienes más le importa agradar, le responde: “me detendré cuando no pueda más”. ¿Qué significa para Antígona no poder más? Sin duda, algo diferente que para Ismena: Antígona pone su límite mucho más allá. Para Ismena el límite está en las leyes de la ciudad, en lo que decretó Creonte; para Antígona su límite es la muerte, mucho más extrema que su prudente y temerosa hermana. Esta determinación sigue encuadrándose en el hybris del que ya habíamos hablado, agregándole el deseo de gloria que los antiguos griegos reservaban al mundo masculino de hazañas heroicas: “déjanos a mí y a mi proyecto padecer el peligro de mi resolución, que no han de ser tantos que no pueda, al menos, morir con gloria.” Con estos conceptos Antígona demuestra que está muy consciente de los riesgos a los que se enfrenta, y aún así, lo hará. Su comportamiento tiene un origen pasional, pero tampoco está exento de reflexión. Su idealismo le otorga una inflexibilidad que la empuja al peligro: no cederá aunque esté en riesgo su vida, y ese mismo riesgo es lo que le otorga la calidad de hazaña a su acción, pretendiendo “morir con gloria”. Esta obsesión por conseguir la admiración de los demás debe tener relación con los sucesos humillantes que acontecieron en su familia y que cubrieron de vergüenza a las hermanas (parricidio, incesto, ambición desmedida de poder y egoísmo, crimen fratricida).

   La última intervención de Antígona en el Prólogo tiene como objetivo dejar en claro que ella se constituirá en la antagonista de Creonte -héroe trágico de la obra-, desafiando un edicto que considera injusto y lesivo de sus derechos, y que se enfrentará a la muerte si es necesario para cumplir con su propósito. Ismena, por su parte, finaliza su participación en el Prólogo insistiendo sobre el conflicto entre hybris y sofrosine, y la inconveniencia de excederse, más allá de reconocer los valores morales elevados que su hermana encarna.