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sábado, 31 de julio de 2021

ANÁLISIS DE ANTÍGONA, SEGUNDA ESCENA DEL EPISODIO 2

 

ANÁLISIS DEL EPISODIO 2, SEGUNDA ESCENA, DE “ANTÍGONA”

 


   El episodio 2 está dividido en tres escenas: en la primera, se presenta el Guardia llevando a Antígona como prisionera, y le informa a Creonte que la descubrieron enterrando a Polinices; en la segunda, Creonte le pregunta a Antígona si esto es cierto, y al responderle ésta que sí, se genera una discusión entre ambos personajes (el héroe trágico y su antagonista); y en la tercera, aparece Ismena, quien es acusada por Creonte de ser cómplice de su hermana, pero aunque Ismena quiere compartir la responsabilidad y castigo, Antígona no se lo permite. La escena 3 finaliza con una discusión entre Creonte e Ismena.

   Nos centraremos, por tanto, en la discusión entre Creonte y Antígona. Esta escena puede dividirse en cuatro núcleos semánticos: en el primero, Creonte realiza un interrogatorio a Antígona para averiguar si la acusación del Guardia es veraz, y Antígona le responde que no sólo hizo lo prohibido, sino que además conocía el decreto del rey con la prohibición; en el segundo, Antígona expresa en un extenso parlamento su justificación para haber violado la ley de Creonte; en el tercero, es Creonte quien se explaya en un parlamento extenso desarrollando su punto de vista sobre la actitud de Antígona, y anuncia que será castigada, así como su hermana, a quien considera su cómplice; finalmente, en el cuarto núcleo semántico se produce un diálogo de parlamentos cortos donde cada uno muestra su carácter y la idea que los mueve a actuar como lo hicieron.

 

Primer núcleo semántico: EL INTERROGATORIO.



   En este breve interrogatorio que realiza Creonte a Antígona quedan patentes varios conceptos. El primero es el clasismo que imperaba en esa sociedad en ese tiempo. El Guardia (un súbdito de clase baja, servidor de palacio) aprehende a Antígona, que es una princesa, y le informa al rey que la sorprendió realizando honras fúnebres a Polinices, lo cual Creonte había prohibido en un decreto, debido a que lo consideraba un traidor. No así a su hermano Etéocles, a quien sí concedió sepultura tal como lo indicaban las costumbres de esa cultura. Sin embargo, la palabra del guardia no basta para condenar a una princesa, y Creonte interroga a Antígona al respecto, mediante una serie de tres preguntas escalonadas.

1-     “CREONTE –Tú, tú, que inclinas la cara al suelo, ¿afirmas haberlo hecho o lo niegas?

ANTÍGONA –Afirmo que lo he hecho y no lo niego.

CREONTE –(al guardia) Tú puedes ir donde quieras, libre y descargado de esta acusación.”

   El diálogo revela que si Antígona hubiese decidido negar su acción, el Guardia habría sido condenado a muerte, pues se le hubiera creído a la princesa por encima de un guardia. Sin embargo, Antígona no sólo tiene un alto nivel moral, lo cual le impide negar su responsabilidad y acusar a un inocente de su transgresión, sino que además está convencida de haber hecho lo correcto. Sólo cuando ella afirma que es verdad que ella estaba sepultando a su hermano Polinices, Creonte libera al Guardia de toda posible culpa.

2-     “CREONTE –Tú (a Antígona) responde en una palabra: ¿sabías que estaba prohibido hacerlo?

ANTÍGONA  -Lo sabía. ¿Cómo no lo había de saber? La orden estaba clara.”

   La segunda pregunta de Creonte le da a su sobrina otra oportunidad para salir indemne de la situación, lo cual demostraría que en principio no tenía mala voluntad contra ella, aunque Antígona piensa lo contrario (en el Prólogo define a Creonte como enemigo): sólo bastaba que hubiese dicho que no estaba enterada del decreto del rey para no sufrir castigo alguno. Pero Antígona no sólo no desea eludir el problema, sino que se jacta de haberlo desobedecido. Su actitud desafiante procede de su soberbia, del orgullo de sentir que ha realizado una hazaña, pero también de su convicción de haber actuado a conciencia, cumpliendo las leyes que considera sagradas. Este ímpetu revela su carácter decidido y la pasión propia de la juventud con que defiende sus ideas.

3-     “CREONTE -¿Y te atreviste con todo a violar tales leyes?”

Creonte está indignado, quiere saber cómo su sobrina se atrevió a violar su decreto. Aquí se plantea el conflicto establecido entre leyes sagradas (provenientes de los dioses) y leyes humanas (el decreto de Creonte), que Antígona desarrollará en su parlamento extenso.

  

   En conclusión, Creonte en dos ocasiones brinda a Antígona la oportunidad de no ser condenada (primero le pregunta si es verdad que ella lo hizo, y Antígona pudo negar su acción pero no lo hace, luego le pregunta si conocía el decreto, y ella pudo negar conocerlo, pero no lo hace), sin embargo ella no quiere evitar la confrontación, sino que desafía al rey por varias razones, algunas de las cuales se explican por el carácter y edad de Antígona.

 

Segundo núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE ANTÍGONA.

   Si bien Antígona es movida por la pasión propia de su juventud, y su idealismo la empuja a actuar con decisión y coraje, arriesgando su propia vida, no podemos afirmar que actúe sólo por impulso. En este parlamento demuestra que existe reflexión en ella, y que exhibe una serie de razonamientos a su interlocutor, sin acobardarse por el rango de Creonte (es el rey, y por tanto tiene el poder de decidir de manera absoluta sobre su vida, porque aunque era una princesa, también es súbdita), ni por su edad (ella es una adolescente, en tanto Creonte era un hombre adulto), ni por su género (en la sociedad patriarcal griega una mujer no tenía los mismos derechos civiles que un hombre), ni siquiera por afrontar sola sin ningún apoyo la situación (violar el decreto del rey sepultando a su hermano y luego confrontarlo públicamente, totalmente sola), más allá de que para llegar a este punto límite debió ser dominada por un impulso poderoso.

   Cuando Creonte le pregunta cómo se atrevió a violar su decreto, el primer argumento en la respuesta de Antígona es el siguiente:

“ANTÍGONA –No era Zeus quien me imponía tales leyes, ni Diké, que vive con los dioses subterráneos, la que ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos tuvieran tanta fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes inmutables y no escritas de los dioses, que no son de hoy ni son de ayer, sino que viven en todos los tiempos y nadie sabe cuándo aparecieron. No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de un hombre.”

   Antígona aquí expresa su punto de vista acerca del conflicto que desarrolla la obra. Existe una confrontación entre las leyes de los dioses y la ley humana, representada por el decreto del rey Creonte. Esta confrontación, sin embargo, a ojos de Antígona -y no lo olvidemos, también de Sófocles, el autor- no debería existir. Lo que describe Antígona es el hybris de Creonte, quien se excede pretendiendo legislar en temas que, según su cultura, competen a los dioses, como son los rituales fúnebres que deben realizarse a los muertos. Así, ella contrapone el poder de los dioses, que son inmortales, y cuyas leyes Antígona describe como inmutables (o sea, que no pueden cambiar) y eternas, con el poder efímero y limitado de quien, aunque sea rey, es mortal, y por tanto sólo manda en el plano humano, pues resulta débil y vulnerable frente  a los poderosos dioses. Esa separación de planos Antígona la tiene muy clara, no así Creonte, quien cae en hybris al intentar equipararse, consciente o inconscientemente, con los dioses, decretando una ley que contradice lo que éstos ordenan.  Antígona expone al rey públicamente, sugiriendo que se equivoca, e incluso lo desmerece cuando describe sus actos como “caprichos de un hombre”. Lo rebaja para ponerlo en su lugar (no es nadie comparado con los dioses) y lo acusa de poseer un defecto que lo cuestiona en su capacidad para gobernar (un buen rey no debería guiarse por sus caprichos a la hora de tomar decisiones tan importantes para su pueblo). Esta crítica tiene un enorme peso porque fue dicha delante del Coro, que representa al Consejo de Ancianos de la ciudad, y porque además proviene de una hija de Edipo, en quien Creonte encuentra un modelo difícil de superar, y que le provoca inseguridad cuando piensa en la comparación que pueda hacer la población entre su desempeño y el de Edipo, que a pesar de su oprobioso final fue un rey muy amado y respetado.

   Antígona en su parlamento menciona a dos divinidades: Zeus y Diké. Zeus es el rey de los dioses, a quien se denomina “padre de los dioses y de los hombres”, y que gobierna sobre dioses y mortales desde el Olimpo. Es el dios del rayo, quien domina sobre el cielo, el encargado de sostener el orden y la justicia del mundo,  el más importante del panteón griego. La diosa Diké es hija de Zeus, y se la conoce como la deidad de la justicia reparadora, la vigilante de la conducta de los humanos, premiando a quienes respetan las reglas, y castigando a quienes las transgreden. En sí, Diké no sólo define a una diosa antropomorfa perteneciente al panteón mitológico de los antiguos griegos, sino también a la noción más abstracta de justicia y su aplicación en la comunidad. Las acciones de Antígona proceden de ese concepto básico y fundamental de justicia, y hasta podríamos interpretar que el hybris de Creonte puso en marcha un mecanismo de castigo que se materializó en Antígona como personaje conductor de la justicia reparadora y la ley divina: el héroe trágico comete una falta grave (decide no sepultar a un muerto, violando las leyes sagradas) y Antígona, en representación de Diké, reacciona oponiéndose, y cuando Creonte decide acallarla, condenándola a muerte, esta muerte se le vuelve en contra, desencadenando el castigo para el protagonista, ya que debido a ella es que tanto Hemón, hijo de Creonte, como Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, deciden suicidarse.

   Antígona finaliza su reflexión de esta manera: “Que había de morir ya lo sabía, ¿cómo no?, aunque nada hubieses decretado. Y si muero antes de tiempo, es una ventaja para mí, porque quien vive en medio de males, como yo, ¿cómo no ha de obtener ganancia muriendo? Así que a mí morir ahora no me duele poco ni mucho; me duele, sí, que el cadáver de mi hermano quedase insepulto; todo lo demás a mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizá parezco loca, a quien es loco.”



   Antígona habla de su propia muerte restándole importancia, como si no le temiera ni le doliera pensar en dejar este mundo, a pesar de su juventud, del escaso tiempo vivido.  Y justifica su afirmación apoyándose en dos conceptos: su condición de mortal y de ser efímero frente a lo eterno, como todo humano, y  su terrible historia de vida. Esa expresión de vivir en medio de males refresca al espectador de la obra de Sófocles la maldición que cayó sobre Layo por su crimen y que afectó a tres generaciones (Layo –Edipo –los hijos de Edipo), además de las faltas cometidas por Edipo, que tuvieron repercusiones de toda índole (el suicidio de Yocasta, la ceguera y el exilio de Edipo, la disgregación de la familia, el desprestigio, la disputa por el poder entre los hijos varones de Edipo, Etéocles y Polinices, que terminaron matándose entre sí). En otras palabras, Antígona plantea que para ella sería un alivio morir, una confesión muy fuerte en tanto tiene como interlocutor a su tío. Por otra parte, más allá de que esto sea verdad en cuanto a sus sentimientos, no hay duda que también es un recurso para disminuir el poder de Creonte sobre ella. Al plantearle a quien posiblemente la condene a muerte que a ella morir no le importa, le resta fuerza a la medida, y poder a quien la imparte. Al mismo tiempo, jerarquiza el no darle sepultura a su hermano como el principal dolor, poniendo en segundo término su propia vida, resaltando así su actitud idealista y de sacrificio.

   El parlamento finaliza aludiendo a la locura como sinónimo de alguien inadaptado, que quebranta las reglas. Antígona plantea la confrontación con Creonte partiendo de la base de que seguramente para Creonte ella esté “loca”, o sea, es una rebelde, una transgresora. Y siguiendo el mismo pensamiento, Antígona cree que quien está loco es Creonte, porque se atrevió a dictar una orden que contradice las leyes de los dioses. Este concepto final del parlamento ilustra la incomprensión mutua que existe entre ambos personajes, y cómo son opuestos en ciertos aspectos. Por ejemplo, ambos tienen un fuerte carácter y caen en hybris, aunque lo hacen defendiendo conceptos opuestos: Antígona defiende las leyes divinas y los derechos individuales (sepultar a su hermano); Creonte defiende las leyes humanas y el derecho de la ciudad o comunidad, representados por los decretos del rey.

 

Tercer núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE CREONTE.

   Entre el parlamento de Antígona y el de Creonte media una intervención del Corifeo, personaje que surge del Coro, y que representa la voz del Consejo de Ancianos: “Inflexible se muestra la niña, digna hija de un inflexible padre. No sabe doblegarse ante la desgracia”. Este concepto puede contener una crítica, pero también es indudable el tono admirativo respecto a la dignidad y el orgullo que Antígona, según el Corifeo, heredó de su padre. Esta intervención no hace sino azuzar a Creonte, quien se encuentra con el orgullo herido, ya que Antígona lo desafía y lo humilla públicamente, acusándolo de cometer errores, de ser vanidoso, caprichoso y poco racional, todas acusaciones graves tratándose de un rey, quien debe demostrar templanza, ecuanimidad y buen criterio para gobernar. Por este motivo, Creonte en su parlamento intentará humillar y disminuir a Antígona, y el primer recurso que emplea es no dirigirle la palabra directamente, sino hablar acerca de ella pero dirigiéndose al Corifeo, restándole así importancia, dando a entender que ella no está a su nivel como para establecer un debate entre pares.



   El segundo recurso para descalificarla es emplear una serie de analogías en las cuales la compara con lo que él considera es inferior. Creonte emplea un lenguaje elevado, y lo muestra en este pasaje donde se reúnen varios recursos retóricos. Realiza una enumeración, que consiste en mencionar de manera sucesiva elementos del mismo valor, que en este caso son imágenes metafóricas, pues podemos visualizarlas y cada una de ellas representa a Antígona: “Pues los espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.”  La enumeración incluye tres elementos, mencionando en primera instancia un elemento inanimado (el hierro), en segundo lugar un animal irracional (los caballos), y en tercer término a un ser humano pero que en esa sociedad era considerado inferior y dependiente (el esclavo). La imagen del hierro hace hincapié en que este metal es fuerte, resistente, pero que al calentarlo en el fuego, al enfriarse se quiebra. Es evidente la analogía con la situación de Antígona, la semejanza que resalta la metáfora, ya que el Corifeo destaca la inflexibilidad de la princesa, y Creonte toma lo que parece una alabanza y lo convierte en un defecto, pues a su parecer, lo inflexible movido por el calor de la pasión, al enfriarse (reflexionar) terminará quebrándose. En cada imagen metafórica Creonte se incluye directa o indirectamente. En la primera donde asemeja a Antígona con el hierro, suponemos que Creonte es el herrero que enciende el fuego, y moldea el hierro a su parecer, otorgándose a sí mismo el rol del que controla y domina. Del mismo modo ocurre en la segunda imagen metafórica, en que equipara a Antígona con caballos enfurecidos que él es capaz de domar “con un pequeño freno”. Nótese aquí la soberbia de Creonte que se jacta frente al Consejo de Ancianos de tener todo bajo control y de su poder, mientras inferioriza a Antígona comparándola con animales desbocados, irracionales y fuera de control, pero que están al servicio del hombre. Esta actitud altanera esconde gran inseguridad, porque quien realmente tiene dominio de la situación no necesita jactarse de ello frente a otros. Esto responde a que Creonte siente que Antígona lo desafió en público, y se siente obligado a demostrar que él es quien manda, y que puede superar la imagen positiva que dejó Edipo en la gente. Del mismo modo funciona la imagen metafórica del esclavo, dando a entender que Antígona en ese vínculo es la esclava, y él el dueño.

   Ahora bien, este pasaje del discurso de Creonte revela más de lo que el héroe trágico desea, ya que por un lado notamos las intenciones del personaje, pero por otro está la voluntad del autor y sus objetivos. La enumeración que realiza Creonte tiene como fin rebajar a Antígona y retomar el dominio de la situación, la describe como soberbia y la minimiza, considerándola un juguete en sus manos. Pero lo que no sabe Creonte, lo que no logra ver, es que todo lo que describe acerca de su sobrina, es lo que en realidad le ocurrirá a él en manos de los dioses, según la visión de la época y de Sófocles. Así, él es el hierro que los dioses quebrarán cuando se enfríe, él es esos caballos desbocados que los dioses dominarán con un pequeño freno, y es el esclavo que no puede tener altivos pensamientos. ¿Cómo es que Creonte se describe a sí mismo sin darse cuenta? Porque padece lo que se conoce como ceguera trágica o até, lo cual consiste en la incapacidad de ver la realidad y el destino trágico que le espera, y lo induce a cometer errores.  En este caso es evidente que Creonte no es capaz de percibir que más que describir a Antígona se describe a sí mismo. Se produce así una ironía trágica, que aparece cuando el personaje no es consciente de que sus palabras resultan irónicas, ya que como se explicó, padece ceguera trágica. O sea que es una ironía que proviene del autor y que se dirige al público, utilizando al propio personaje como herramienta. La ironía está en que cuando Creonte piensa que describe a Antígona y su próxima derrota, no sabe algo que el público sí,  que es que en realidad está anticipando lo que le ocurrirá a él.

   “Soberbia estuvo cuando, confiada, violó las leyes decretadas, y soberbia es cuando se envanece de haberlo ejecutado. Ciertamente, entonces, que ahora no sería yo el hombre sino ella, si tanta audacia quedara impune. Y aunque sea hija de mi hermana y más pariente que los que comparten mi Zeus protector, ella y su hermana no han de escapar de los suplicios más atroces, pues también a la otra la condeno igualmente como cómplice del mismo enterramiento.”  La ironía trágica continúa cuando Creonte acusa a Antígona de ser soberbia, siendo que para el griego de ese tiempo, no había mayor soberbia que desconocer las leyes de los dioses, pretendiendo así equipararse a ellos, y esa acción la realiza Creonte, no Antígona. Recordemos que Antígona no irrespeta el decreto de Creonte simplemente porque quiera oponérsele o rebelarse sin causa, lo hace porque siente que Creonte está violentando sus derechos individuales y las leyes sagradas, prohibiendo que le brinde rituales fúnebres a uno de sus hermanos. Al equivocarse Creonte, conduce a error a quienes dependen de él y de sus decretos, puesto que tanto Antígona como Ismena intentan actuar correctamente, pero es imposible porque el punto de partida es errado. Antígona, como Creonte, cae en hybris porque su orgullo es desmesurado y transgrede los límites, e Ismena, aunque intenta mantenerse en sofrosine, al no sepultar a su hermano por seguir las órdenes de Creonte, incumple las leyes sagradas.

   Otro aspecto a destacar en este fragmento es la necesidad que tiene Creonte de manifestar su superioridad debido a su hombría. Afirma que él es el hombre, no Antígona. Podemos deducir que Creonte percibe rasgos de virilidad en su sobrina, asociados con el areté masculino (coraje, audacia, elocuencia), y se siente desafiado, y da a entender que frente a ese desafío debe reaccionar o se lo acusará de ser cobarde, de tener poco carácter o ser poco hombre. Al sentirse menoscabado en su hombría, piensa que se debilita como rey, y responde enérgicamente proclamando un castigo. Este prejuicio parte de los valores culturales de esa época, en que la sociedad era patriarcal. En este pasaje, además, por un lado, Creonte reconoce el lazo que lo une con Antígona y hasta qué punto parece antinatural el castigo que impondrá, pues necesita justificarse (“Y aunque sea hija de mi hermana”…), y por otro, muestra su inseguridad y lo errado de su percepción, pues supone que Ismena participó en el enterramiento, cuando no fue así. Es otro de los tantos errores que comete Creonte y que muestran que si bien no hay maldad en él, es falible e imperfecto. Incluso podemos afirmar que muchos de sus errores parten no sólo de una incapacidad para ver la totalidad de las circunstancias, sino sobre todo, de su temor e inseguridad. Necesita reafirmar constantemente su valía como rey de manera pública.

   “Llamadla acá; hace un momento la he visto por casa presa del furor y fuera de sí; porque la conciencia de aquellos que nada bueno traman secretamente, les acusa de su crimen antes de que se les descubra. Yo detesto a aquellos que sorprendidos en el delito, quien adornarlo como algo honroso.” En el último pasaje de su parlamento, Creonte al parecer se refiere a Ismena, sin embargo los conceptos ilustran la manera de actuar de Antígona. Durante todo su parlamento, Creonte se muestra fiel a su intención inicial de no dirigirle la palabra a Antígona: habla con el Corifeo acerca de ella, y al final supuestamente habla sobre Ismena, pero lo cierto es que lo que comenta son las acciones y discurso de Antígona, pues con Ismena aún no habló, y con Antígona sí, quien dio a entender que sus acciones eran las justas y correctas, y Creonte era el equivocado. Es evidente que Creonte está con el juicio nublado, pues las expresiones de alteración de Ismena no responden a que haya sido cómplice del enterramiento, sino a su preocupación por la suerte de su hermana. Sin embargo, antes de hablar con Ismena, prejuzga, obnubilado por su ira y su orgullo herido, un comportamiento erróneo tratándose de un rey, quien debe gobernar con altura y ecuánimemente. En este parlamento se evidencia que Sófocles, el autor, desliza críticas a quienes, por tener poder, gobiernan de manera arbitraria y despótica. Por esto en el Prólogo Antígona habla del tirano, y en su parlamento en este mismo episodio, habla de caprichos para referirse a la voluntad del rey.

  

Cuarto núcleo semántico: EL DEBATE ENTRE ANTÍGONA Y CREONTE.

   Sófocles, como creador, no piensa solamente en los conceptos que desea transmitir, sino también en la representación y en la necesidad de concitar el interés de su público. Por este motivo alterna parlamentos más extensos con diálogos de parlamentos breves, que generan un ir y venir en la discusión. La antigua tragedia griega, por definición, reúne tres géneros literarios (la base es un mito, y en la representación se alternan pasajes dramáticos con pasajes líricos), pero en este caso, es una elección personal la de matizar los parlamentos, alternando extensos con breves, dándole otro ritmo a la representación.

“ANTÍGONA -¿Deseabas algo más grave que atraparme y darme muerte?

CREONTE –Sólo eso; y haciéndolo lo tengo todo.

ANTÍGONA –Entonces, ¿a qué aguardas? Tus palabras no me gustan, y a ti las mías no te agradan. ¿Pude realizar hazaña más gloriosa que la de dar sepultura a mi hermano? Eso, todos los presentes lo aprobarían, si el miedo no les cerrara la boca. Los tiranos tienen entre mil ventajas la de hacer y decir impunemente lo que quieren.

CREONTE –Eres tú la única de los Cadmeos que lo ve así.

ANTÍGONA –Así lo ven también éstos, sólo que se callan por ti.”

   Nuevamente nos encontramos con una Antígona que intenta rebajar el poder de Creonte minimizando el impacto de sus sentencias y castigos. ¿Acaso hay algo más grave que condenar a muerte? Antígona da a entender que sí, pero en realidad lo que pretende es señalar que la muerte para ella no es un castigo terrible.

   Creonte tiene otra postura y considera que la condena a muerte es suficiente sentencia. En este momento parece haber dejado de lado, como lo hizo con Polinices, el valor del lazo de sangre que tiene con su sobrina, anteponiendo supuestamente su cualidad de gobernante a sus afectos personales, sin embargo, lo que ocurre es lo opuesto, pues se deja llevar por sus emociones (la ira, la inseguridad, el temor, el orgullo herido) para juzgar y condenar.

   Antígona insiste en querer demostrar que no le teme a la muerte, sugiriendo que cuanto antes muera, mejor. Y se jacta de haber realizado una hazaña (otra evidencia de su hybris), en cumplimiento de las leyes sagradas y en ejercicio de sus derechos individuales. Es muy importante la afirmación de que la comunidad aprobaría su conducta si no le temiera a Creonte por su poder, por sus actitudes de tirano. Se confirma que al autor (Sófocles) este tipo de conductas de los gobernantes le resultan inadecuadas y denunciables.

   Creonte afirma que es la única que piensa que su conducta fue correcta, pero Antígona le insiste en que no es así, y que los demás se callan por temor a las represalias del rey. En esta discusión, seguramente Antígona tenga razón, ya que el decreto de Creonte iba en contra de las leyes religiosas y consuetudinarias de su ciudad. Tal vez espera que el Consejo de Ancianos se pronuncie a su favor y le brinde apoyo, algo que no ocurrió, quizás por lo que ella misma denuncia: tienen miedo. Es en este punto que notamos la soledad de Antígona, una joven que ya no tiene a ningún familiar que la respalde, frente a Creonte. Antígona es mujer, es joven, y si bien es princesa, ha perdido de manera trágica a todos sus familiares que podrían defenderla. Creonte es un hombre adulto, es el rey, y tiene todo el poder del estado a su disposición. La diferencia de fuerzas es notoria, y sin embargo Antígona no se calla. Esto acrecienta el valor de su figura con una mirada más moderna; los antiguos griegos podían pensar que se excedía, que era demasiado audaz.

“CREONTE -¿Y no te da vergüenza de pensar distinto que los demás?

ANTÍGONA –No es para dar vergüenza el honrar a mi hermano.

CREONTE -¿Y no era hermano tuyo también el que murió en el bando contrario?

ANTÍGONA –Hermano de un mismo padre y de una misma madre.

CREONTE -¿Y cómo haces obsequios que son injurias para el otro?

ANTÍGONA –No diría lo mismo el muerto.

CREONTE -¿Cómo no, si en tus obsequios le igualas al traidor?

ANTIGONA –Es que no es ningún siervo; es un hermano el que ha muerto.

CREONTE –Un hermano que estaba devastando nuestra patria, cuando el otro, resistiéndole, la defendía.

ANTÍGONA –Con todo, el Hades pide igualdad de derechos.

CREONTE –Pero los buenos no han de ser igualados a los impíos.

ANTÍGONA -¡Quién sabe decir si allá abajo se dan por buenas tales leyes!

CREONTE –Jamás el enemigo ha de ser amigo aún después de muerto.

ANTÍGONA –Mi carácter no es para compartir odios, sino para compartir amor.

CREONTE –Pues si hay que amar, allá abajo irás y amarás a los de allá. Que a mí mientras yo viva, no me domina una mujer.”

   En este pasaje de la discusión entre Antígona y Creonte se evidencian de manera superlativa las diferencias, pero también las semejanzas entre ambos. Ambos creen tener la razón, y son obstinados y fuertes. Ambos, por este motivo, y su orgullo desmedido, caen en hybris.  Pero paradójicamente esas semejanzas, y el hecho de que defienden lo opuesto, es lo que fogonea su confrontación. Ninguno cederá en este momento. Antígona está convencida de haber actuado acorde a las leyes sagradas, y no retrocederá. Si bien más adelante muestra dolor por morir tan joven y sin haber cumplido con los roles que la sociedad de su tiempo asignaba a las mujeres (casarse, tener hijos), y por no haber recibido el apoyo de la comunidad aunque pensaran lo mismo que ella, nunca se arrepiente de sus actos porque está segura de que hizo lo correcto. Creonte, como todo héroe trágico, padece de ceguera trágica, y no es capaz de establecer un juicio ecuánime y justo, lo cual precipitará su caída. Recién cuando Tiresias le advierte acerca de las desgracias que se avecinan sobre él y su familia, reflexiona y modifica sus decisiones, pero ya será tarde.

   El pensamiento de Creonte es muy discutible. Considera que no pensar igual que los demás es vergonzoso. Esto no es más que la expresión de la supremacía de la comunidad por sobre el individuo. Da a entender que las leyes de la ciudad, representadas por los decretos del rey, están por encima de los derechos individuales, aunque al individuo le parezcan injustas. Antígona defiende lo contrario, y sus conductas son la manifestación de alguien que no permite que avasallen sus derechos individuales. Aunque Antígona parece la revolucionaria, no es así, ya que ella sólo quiere seguir las leyes religiosas, que como ella misma manifestó, son inmutables, por tanto forman parte de la tradición. Quien plantea algo que quebranta el orden tradicional es Creonte, que pretende prohibir las honras fúnebres a un muerto por un hecho puntual, que es que él considera un traidor a Polinices. Recordemos que Polinices sitió la ciudad de Tebas en reclamo de sus derechos a ocupar el trono, ya que había acordado con su hermano Etéocles turnarse para gobernar la ciudad. Sin embargo, cuando el plazo estipulado se cumplió, y Polinices llega para ocupar el trono, Etéocles se niega a ceder el poder, y así comienza la confrontación que terminó con la muerte de ambos hermanos, quienes se ultimaron el uno al otro en pelea individual. A pesar de que ambos hermanos tuvieron comportamientos codiciosos, dejando de lado el interés de la ciudad y sus habitantes, Creonte sólo mira lo superficial, y es que Polinices atacó Tebas estando Etéocles en el trono, y por tanto, considera héroe a Etéocles y traidor a Polinices.

   Toda esta discusión con Antígona revela que Creonte antepone las leyes humanas y de la ciudad a las leyes divinas, y en ese tiempo ese comportamiento se consideraba impío. Por eso nuevamente nos encontramos con una ironía trágica, demostración de la ceguera del protagonista, cuando califica a Polinices como impío, ya que el impío es él. Antígona, por su parte, se mantiene firme en su respeto, según su entender, de las leyes divinas. Lo paradójico es que intentando respetar a los dioses, los irrespeta al caer en hybris, pues se excede al desafiar a alguien más poderoso,  pero como se explicó antes, esto ocurre porque el punto de partida, la base de todo, está mal (la decisión de Creonte de no permitir honras fúnebres a un muerto). En conclusión, ambos defienden su postura y acusan al otro de equivocarse, sin ver sus propios errores.

   El término Hades designa tanto al dios del inframundo, como al reino mismo, donde van, según los antiguos griegos, las almas de los muertos. Es importante resaltar que Antígona realiza las honras fúnebres de su hermano no solamente por amor y compasión, como ella misma lo indica, o por realizar una hazaña, sino básicamente porque en su cultura se consideraba deber de los deudos llorar al cadáver, ponerle una moneda en la boca porque debían atravesar el río Aqueronte y pagarle a su barquero para ser trasladados (sino debían esperar largo tiempo en la orilla), y realizar los rituales para que el alma pudiera descansar del otro lado. No cumplir con esos deberes implicaría, según su religión,  la ira del familiar fallecido, y una futura persecución por este motivo. Por tanto, como había expresado Antígona en su extenso parlamento, ya analizado, ella no pensaba incurrir en la ira de los dioses ni tampoco de su hermano Polinices por seguir los caprichos de Creonte. Es interesante el giro que da Sófocles a Antígona, pues ya la vimos indignada y demostrando gran coraje, y ahora notamos su faceta compasiva y amorosa, pues afirma que no está en su carácter el odiar, sino el amar, lo cual confirma que está actuando de manera protectora con sus parientes, en este caso su hermano (no debemos olvidar que ella fue quien acompañó a su padre al exilio, y ahora realiza este nuevo sacrificio por ayudar a alguien de su sangre).

   Creonte finaliza el intercambio con una ironía acerca del amar, pero en el reino de los muertos, confirmando que condenará a muerte a Antígona, pese a sus discursos, y no es un detalle menor que lo último que maneja como motivo, es que él como hombre no piensa dejarse dominar por una mujer. Más adelante, cuando discuta con su hijo Hemón, prometido de Antígona, que intenta defenderla y le pide a su padre que no la condene, lo acusa también de dejarse dominar por una mujer, por encima de serle leal a su padre. Es evidente que ésta es otra debilidad del protagonista que lo conduce al error y al fracaso.

 

   Inmediatamente de este parlamento de Creonte, el Corifeo anuncia la llegada de Ismena, iniciando así la escena 3. En esta escena Ismena se acusa de haber participado también en el enterramiento, pero Antígona no se lo permite, aludiendo a que Diké (la diosa de la justicia) no lo quiere, puesto que no es verdad que haya participado. Y lo que comienza siendo una actitud de enojo de Antígona, porque Ismena se había negado a ayudarla (“De quién fue la obra, el Hades lo sabe y los que en él viven; yo no amo amigos que sólo aman de palabra”), termina siendo otra actitud de protección (“Ya bastará que muera yo”; “Tú elegiste la vida, yo elegí la muerte”; “Ten buen ánimo. Tú quedas viva, pero mi alma hace tiempo que está muerta para poder ayudar a los muertos”).

   La escena 3 del Episodio 2 termina con una discusión entre Creonte e Ismena, quien recuerda al rey que su hermana es la prometida de Hemón, ante lo cual Creonte responde con frases tan desagradables como “No faltan otros campos para poder labrar” y “Para mis hijos no quiero mujeres malvadas”. Esta secuencia final de la escena tiene el objetivo de anticipar que se producirá un conflicto entre Creonte y su hijo por la determinación de condenar a muerte a su prometida (Episodio 3), este grave desentendimiento explotará cuando Hemón, en su intento de rescatar a Antígona, la encuentre muerta por suicidio, precipitando su propio suicidio, y éste el de su madre, efectivizándose así el castigo a Creonte, quien cae en desgracia al finalizar la tragedia, perdiéndolo todo.