sábado, 31 de julio de 2021

TEATRO DEL SIGLO XX

 

TEATRO DEL SIGLO XX

Happening del grupo Alma Mater


Introducción

   El teatro en Occidente se inicia en la Antigua Grecia, en el siglo V AC aproximadamente. Para los antiguos griegos las representaciones teatrales, sobre todo de las tragedias, eran muy importantes, ya que cumplían una función didáctica, dejando un mensaje moral y religioso considerado útil para la comunidad (recordemos que el origen de la tragedia griega está en los rituales al dios Dionisos, y que el centro de la tragedia es exhibir el daño que provoca en el héroe trágico el hybris o exceso, resaltando, por el contrario, la virtud de la sofrosine o moderación y la importancia de respetar la Moira o destino individual).

   Quien puso las bases conceptuales de la tragedia y sus reglas estéticas, fue el filósofo y polímata Aristóteles (384 -322 AC). Basándose en la Poética de Aristóteles, y analizando las tragedias griegas de ese tiempo, el crítico literario argentino Jaime Rest, en su libro “El teatro moderno”, concluyó que el drama aristotélico posee tres conceptos principales: 1) la mímesis; 2) la unidad de acción; 3) la separación entre géneros y estilos. 1) La mímesis o imitación refiere a la noción de verosimilitud en que debe basarse el autor para crear su obra. Lo que el espectador ve en una representación es una imitación, y debe resultarle creíble, similar a la verdad o realidad (verosímil), de tal manera que pueda sentirse identificado con los acontecimientos e insucesos del héroe trágico y padecer con él, llegando de esta manera a sufrir el proceso de catarsis (purificación o transformación), que es el objetivo de toda tragedia aristotélica. Si no existe verosimilitud la tragedia pierde su fuerza, porque los hechos no resultan creíbles, y la catarsis no se produce. 2) La unidad de acción implica que sin acción no existe el drama (de hecho, la palabra “drama” significa acción representada), y que la obra debe centrarse en una única acción principal o línea argumental, que debe desarrollarse de manera coherente y respetando determinados procesos que involucran la suerte o desgracia de los personajes (en el caso de la tragedia, por ejemplo, el héroe debe pasar de la suerte a la desgracia y esto debe ocurrir siguiendo ciertos pasos). 3) La separación entre géneros y estilos. Esta separación apunta a que no debe mezclarse lo cómico con lo trágico, pues Aristóteles consideraba que la esencia de la tragedia y de la comedia eran muy diferentes. La tragedia tenía como objetivo dejar una enseñanza moral, en tanto la comedia debía entretener. Había un trasfondo clasista en su visión, pues consideraba que la tragedia tenía por protagonistas a los mejores (los aristois), y sus desgracias provocaban impacto y sufrimiento, considerándose una caída; en cambio la comedia estaba protagonizada por personajes de grupos sociales bajos y sus infortunios sólo hacían reír. También el lenguaje era diferente, pues el de la tragedia era elevado, poético; en cambio el de la comedia era más chabacano y vulgar.

 

   Todos estos conceptos conforman la base del drama aristotélico, que paulatinamente, a medida que los siglos transcurrían, fue siendo cuestionado, pero que sin embargo no perdió total vigencia aún ahora.

 

 

Proceso de ruptura del modelo aristotélico




   Esta ruptura es una de las características en que coinciden casi todas las tendencias del teatro del siglo XX y de alguna manera define la esencia de este teatro. Pero para llegar al siglo XX con su drama “no aristotélico”, primero debió darse un proceso que condujera a este quiebre.

   Durante siglos las reglas de Aristóteles se respetaron en la creación y representación de los dramas, pero a partir de los siglos XVI y XVII comenzó a cuestionarse la vigencia de este modelo. De esa época podemos mencionar al español Lope de Vega y al inglés William Shakespeare. En el caso de Shakespeare, podemos notar en sus obras que ya no respeta la unidad de lugar, e introduce algún elemento cómico en el desarrollo de sus tragedias. En el caso de Lope de Vega, le adjudica un rol protagónico y sentido del honor en sus tragedias a personajes que no forman parte de la nobleza, sino que son del pueblo; y por el contrario, hay nobles corruptos y viles.

   Durante el siglo XVIII, el drama burgués aporta otro elemento rupturista, debido a que la clase media asciende y la burguesía se empondera, dejando al drama aristocrático como anacrónico.

   Otro paso dentro de ese proceso de ruptura se da en el siglo XIX, con la rebelión romántica, ya que el artista romántico proponía no respetar las normas ni las tradiciones y dejarse llevar por la intuición e inspiración personales, expresándose mediante la libertad creativa. Concretamente encontramos obras que no respetan las tres unidades (ni la de lugar, ni la de tiempo, y a veces tampoco la de acción), ni tampoco las reglas de estilo, mezclando elementos cómicos y trágicos, personajes de clase alta con los de clase baja, etc.

 

Condiciones culturales del siglo XX

 

   El siglo XX es una etapa de cambios radicales desde el punto de vista socio cultural, científico y tecnológico, que provocaron consecuencias de todo tipo, tanto en la vida cotidiana como en el arte, en las ideas filosóficas y políticas, etc. La violencia bélica modificó aspectos, impactó emocionalmente en el mundo, y cercenó millones de vidas (Revolución Rusa, Primera y Segunda Guerra Mundial, Guerra Civil española).

   A nivel artístico, las Vanguardias se constituyeron en un fenómeno radical en la primera mitad del siglo, que a través de la diversidad y profusión de los movimientos que la constituyeron, afectaron todas las artes y géneros literarios: la pintura, escultura, música, arquitectura, el cine, la fotografía, la lírica, la narrativa, y el género dramático.

 

   El arte dramático también es sensible a estos cambios que lo afectan en todo sentido, tanto en la composición de la obra que escribe el dramaturgo, como en las representaciones teatrales, dándose lo que se conoció como “crisis del drama”. Como es lógico, los preceptos aristotélicos interpretan las ideas de la época en que fueron creados, y en el siglo XX esa visión tenía ya 25 siglos de antigüedad, por tanto los dramaturgos se rebelan contra este formato y procuran aportar nuevas ideas, que surgieran y se adaptaran a su actualidad.

   El filólogo húngaro/alemán Péter Szondi en su obra “Teoría del drama moderno” analiza aspectos del teatro renacentista (siglo XVI) que sirven para explicar el drama en el siglo XX, señalando que el origen de su crisis es la imagen de sí que ha obtenido el ser humano. A fines del siglo XIX y durante el siglo XX, se da un proceso de relativización de la universalidad del hombre, proceso que se ensambla a la desintegración de la visión positivista (que indicaba que el individuo siempre puede progresar, desarrollarse, y que la humanidad puede dominarlo todo, incluyendo la naturaleza) y racional (racionalismo puro) del mundo. La consecuencia es que se introduce la duda en la confianza de que el hombre, solo y sin dios (dios había sido desalojado del centro del universo por la razón) pueda desarrollar todas sus potencialidades. El ser humano descubre la soledad.

   Así, el ser humano como sujeto es desbordado, puesto en tela de juicio, relativizado, descentrado, y esto es lo que muestra el drama del siglo XX: la soledad, la incomunicación, la frustración, el cuestionamiento de qué implica ser humano, de los valores sociales, y del rol del género dramático y su esencia en esa crisis.

 

   En cuanto a las representaciones, los avances tecnológicos, el cine y la televisión tienen gran influencia, provocando cambios no sólo en los efectos logrados, sino también en la manera en que se concibe la escena teatral. Avanza el concepto de teatro experimental, encontrándonos así con todo tipo de recursos innovadores, como la multiplicidad de escenas representadas simultáneamente, escenarios giratorios, desaparición de la barrera actores –espectadores, actores que se plantan de espaldas al público, representaciones que desbordan el escenario y se realizan fuera de él, etc. Los medios de comunicación  masivos permiten además la mayor difusión de novedades, disparando el espíritu innovador y creativo. Al mismo tiempo, se desarrolla una mayor profesionalización de directores y actores, y se profundiza el desarrollo de la teoría teatral, con teóricos que cambiaron el punto de vista y generaron tendencias (Stanislavsky, Meyerhold, Artaud, Grotowsky, entre otros, todos coincidentes en resaltar la importancia del cuerpo por sobre lo discursivo lingüístico en el teatro).

 

Los forjadores del teatro europeo del siglo XX


   El crítico literario español Ignacio Elizalde afirma que son tres los grandes dramaturgos forjadores del teatro europeo del siglo XX: el noruego Enrik Ibsen, el italiano Luigi Pirandello y el norteamericano Eugene O´Neill, cuyas producciones abarcan desde 1890 a 1930.



   Enrik Ibsen trasciende como una de las principales influencias sobre dramaturgos como Strindberg, Chéjov y Bernard Shaw, y también fue admirado por otros intelectuales, como Sigmund Freud. Su obra principal fue etiquetada como “teatro de testimonio”, ya que se clasifica como realismo socio-crítico, derivando a un realismo simbolista al final. Su obra más famosa es “Casa de muñecas”, ésta junto a “Espectros” provocó mucho alboroto en la sociedad de su tiempo, al punto que las autoridades censuraron sus representaciones, porque decían que su planteo subvertía el orden (eran dos obras que en este momento podrían definirse como feministas y que criticaban la hipocresía y el patriarcado de la sociedad).




   Luigi Pirandello fue el creador de lo que se conoció como “Teatro de ideas” y “teatro dentro del teatro”. Su obra más representativa en ese sentido es “Seis personajes en busca de autor”, donde reflexiona acerca del sentido de la existencia, los problemas de la personalidad (el hombre-masa) y la esencia de la creación dramática. Ese metateatro (reflexión sobre el teatro en la obra teatral) genera un distanciamiento del espectador con la obra, ya que no permite identificarse con los personajes al develar de manera constante que eso son, personajes, ficción y no realidad.




   En cuanto a Eugene O’Neill, representante del Naturalismo, es el creador del “drama de la frustración”, conocido también como “teatro del sentir”, donde explora la sordidez del ser humano, mostrando personajes marginales que luchan por sus aspiraciones, pero no pueden evitar el fracaso y la desesperación. Este autor, que se centra en lo emocional, realiza en sus obras una mezcla entre lo realista y lo expresionista, realizando así una amalgama entre una corriente heredada del siglo XX con una vanguardia. Innova también en el aspecto formal al realizar mayoritariamente obras de un acto, como es el caso de “Antes del desayuno”.

  

Descomposición de la doctrina aristotélica en el siglo XX

 

   A nivel literario y artístico el siglo XX se caracteriza por realizar cambios radicales que procuran innovar, dejando de lado las tradiciones académicas. Esto ocurre en todos los géneros literarios. En teatro, esta necesidad de innovar y quebrantar el esquema clásico se manifiesta abandonando de forma expresa la doctrina aristotélica. En esos intentos encontramos varios autores y tendencias que buscaron su propio camino, pero muchos coincidieron en ciertas características que definen al drama no aristotélico. Algunas de esas características fueron:

1)      Eliminación de la congruencia anecdótica y argumental.

2)      Situaciones de completa inercia.

3)      Abandono de la coherencia en la conducta de los personajes.

4)      Violación en general de reglas convencionales de la dramaturgia.

5)      Cuestionamiento de las barreras entre realidad y ficción.

 

Principales tendencias


 


EL TEATRO ÉPICO: Esta tendencia también es conocida como “Realismo no ilusionista” y su creador y principal representante es el dramaturgo alemán BERTOLT BRECHT. El punto de partida de Brecht es el compromiso político y la denuncia de situaciones socio políticas muy graves de su tiempo, al punto que fue perseguido por el nazismo en Alemania y también por el Comité de actividades Antiamericanas en USA. El teatro épico se posiciona contra la mímesis y la catarsis del drama aristotélico, pues plantea que la mímesis conduce a una ilusión engañosa que obstruye el desarrollo de una actitud crítica, y que la catarsis en lugar de estimular, adormece las facultades e induce a la pasividad. Por esto también está en contra del sentimentalismo en la representación dramática. Para concientizar al espectador y lograr que salga de la contemplación y se mueva hacia la acción/revolución, Brecht propone el “método del distanciamiento”, el cual aplica en sus obras bajo diversas técnicas: interrupción del ritmo y de las acciones para evitar que el espectador se ilusione y llegue a la catarsis, personajes que se dirigen directamente a los espectadores, al igual que el autor, uso de carteles, canciones que interrumpen los parlamentos, cortes en momentos de clímax, etc. Principales obras: Un hombre es un hombre, La ópera de los tres centavos, La vida de Galileo, Madre Coraje y sus hijos, El círculo de tiza caucasiano, etc.

 

EL TEATRO POÉTICO: Tiende a transformar el realismo, atacando sus principios básicos, y empleando recursos líricos que acentúan lo emocional y lo subjetivo. Una de las vertientes más importantes de esta tendencia se da en España, donde el dramaturgo más sobresaliente es FEDERICO GARCÍA LORCA. Lorca se inspira en la realidad de su tierra y tiempo, pero sus obras representan una visión estilizada y poética, cargada de símbolos, y donde también se nota la influencia de las Vanguardias, en particular del Surrealismo y del Expresionismo. La aparición de personajes simbólicos como la Luna, el intercalado de canciones líricas, o la irrupción de masas en escena (como el caso de 300 mujeres vestidas de negro) son elementos que concretan estos conceptos en sus obras. Si bien ataca el concepto tradicional de mímesis, el proceso de catarsis se produce, ya que sus personajes protagónicos son capaces de provocar la identificación y de inspirar compasión frente a sus tragedias. Principales obras: Yerma, Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, Mariana Pineda.

 

(JEAN PAUL SARTRE)

EL TEATRO EXISTENCIALISTA: Se basa en la corriente filosófica denominada Existencialismo, que surge como reacción frente a corrientes como el racionalismo y el empirismo. Sostiene que la existencia antecede a la esencia, la realidad al pensamiento, y la voluntad a la inteligencia. Todo esto porque el ser humano tiende a buscar su libertad, pero sólo se consigue con acciones y a partir de esto aparecen consecuencias. Así surge la angustia existencial. Los principales representantes del teatro existencialista fueron los franceses JEAN PAUL SARTRE y JEAN ANOUILH. En sus obras se centran en el individuo,  resaltando cómo debe hacerse a sí mismo, siendo responsable de sus actos, y muestra una visión pesimista, ya que casi toda acción, aun la que busca la libertad, conduce al fracaso y a la angustia.

 


EL TEATRO DEL ABSURDO: Esta tendencia es la más extremista en cuanto al quiebre del modelo aristotélico en el teatro del siglo XX. También, como el teatro existencialista, tiene influencia del Existencialismo, pero bajo otro estilo y empleando otros recursos. A grandes rasgos, no queda ni una regla aristotélica en pie en sus obras, ni unidad de acción, ni congruencia en los personajes, ni verosimilitud, ni sentido lógico, y resulta imposible que el espectador procese la catarsis. Sus principales autores son el irlandés SAMUEL BECKETT Y el rumano –francés EUGÈNE IONESCO. (SOBRE ESTA TENDENCIA, VER REPARTIDO APARTE).

 

   No son éstas las únicas tendencias, también está el teatro expresionista, surrealista, el teatro dentro del teatro, etc, siendo en general el siglo XX una etapa de profusos cambios e innovaciones en el arte en general, lo cual también se percibe en el género dramático y las representaciones teatrales.


ANTÍGONA: CREONTE HÉROE TRÁGICO, ANTÍGONA ANTAGONISTA

 

CREONTE COMO HÉROE TRÁGICO, ANTÍGONA COMO ANTAGONISTA

 

   Debido a la simpatía que provoca Antígona en el espectador moderno, y a que el título de la obra de Sófocles la menciona a ella, muchos han afirmado que Antígona es la protagonista de la tragedia. Sin embargo, si aplicamos el concepto aristotélico de héroe trágico, podemos concluir que el protagonista de la obra es Creonte, y no Antígona.



1-      EL HÉROE TRÁGICO ES UN ARISTOI DE RELEVANCIA EN SU COMUNIDAD. Esto implica que no es un aristoi como otros, sino que es destacado entre todos. Recordemos que los aristois son los nobles, los individuos de clase alta que pertenecen a la elite gobernante. El héroe trágico, entonces, es un aristoi destacado dentro de un grupo que ya de por sí es de clase alta. Esto ocurre porque, según Aristóteles, el héroe trágico debe estar a una altura elevada, para que su caída resulte impactante, y deje una enseñanza a la sociedad. Es importante recordar que para los antiguos griegos, la tragedia cumplía una función didáctica, donde el mensaje principal expresaba la conveniencia de mantenerse en sofrosine y evitar el hybris.

   Así, los héroes trágicos siempre son reyes o guerreros importantes, personajes de gran estatura social, de mucho prestigio. En “Antígona” el aristoi de relevancia es Creonte, pues ocupa el cargo de rey y detenta el poder, es el aristoi más importante de la ciudad de Tebas, y sus decisiones influyen sobre el resto de la comunidad, sobre la ciudad entera,  en tanto Antígona es una princesa pero caída en desgracia por su historia familiar, y por ser mujer en esa sociedad patriarcal no puede ocupar cargos públicos importantes. Incluso en el principio de la obra, si bien Creonte se equivoca al decretar no realizarle exequias a Polinices, el Consejo de Ancianos lo apoya por respeto a su investidura (le dice el Corifeo, en el Episodio 1: “Esa es tu voluntad, Creón, hijo de Meneceo; en tu mano está dar las leyes que gustes, así sobre los muertos como sobre los que vivimos todavía.”).

2-      EL HÉROE TRÁGICO ES FALIBLE, PERO NO RUIN. Según Aristóteles, el espectador debe identificarse con el héroe trágico, debe sentir lo que denomina sympatheia, que significa sufrir con, identificarse con ese personaje, percibir sus errores y compadecerse por su castigo y sufrimiento, aun considerándolo justo, para sufrir el proceso de catarsis (purificación, transformación). Pero para poder sentir esa simpatía, es necesario que el héroe no sea un individuo ruin. Debe cometer errores pero no por maldad, sino por ser vulnerable a la equivocación (falible) o por ignorancia (lo que se conoce como hamartía). Si el individuo es ruin, malvado, ningún espectador se identificaría con él, ni sentiría compasión por su sufrimiento. Creonte cumple con estos requisitos, puesto que cuando prohíbe rendir honras fúnebres a uno de sus sobrinos (Polinices), aunque la orden es atroz, lo hace pensando que hace justicia, ya que considera a Polinices un traidor a la patria. No lo mueve la crueldad, sino una percepción errónea de justicia, y el objetivo de dejar un mensaje moral a sus súbditos. Pretende demostrar que como rey, no se deja llevar por lazos personales para gobernar (en el Episodio 1 proclama al Corifeo “aquel que considera más a sus amigos que a su patria, en nada lo estimo”), y que quien traicione será condenado duramente (“Sólo quien se muestre amante de mi patria será honrado por mí, muerto lo mismo que vivo”, Episodio 1). Sus intenciones son buenas, pero al decidir que no se sepulte a Polinices se excede, y por ello Creonte será castigado por los dioses (su error es comprensible, pero igualmente grave, y por eso es justo que reciba un castigo). En cuanto a Antígona, no es ruin, sino todo lo contrario, y los errores que comete son la consecuencia de dos factores: el efecto de la maldición que había caído sobre Layo, y afecta a tres generaciones (ella forma parte de la tercera generación), por lo cual, según su Moira, su fin será trágico;  y la decisión errónea de Creonte, puesto que si el rey no hubiera decidido realizar las honras fúnebres sólo a Etéocles, dejando insepulto a Polinices, el conflicto no se hubiera producido, ya que Antígona como hermana de ambos habría cumplido con los ritos como se esperaba en la sociedad griega de ese entonces y no se habrían desencadenado los hechos que condujeron al suicidio a Antígona, y finalmente a la caída de Creonte.

3-      EL HÉROE TRÁGICO COMIENZA LA OBRA EN LA CÚSPIDE DE SU PODER Y FINALIZA PERDIÉNDOLO TODO (CAÍDA). El individuo más importante y poderoso de una polis griega es el rey. Creonte siempre estuvo asociado a la realeza, ya que era hermano de Yocasta, inicialmente esposa de Layo y luego de Edipo, y reina en ambos casos. Cuando Edipo debe dejar el trono al descubrirse sus crímenes involuntarios (asesinó a su padre, y se casó con su propia madre), los hijos varones de Edipo, herederos del trono, eran niños y aún no podían gobernar, por tanto Creonte toma el poder como regente, hasta que cumplieran la mayoría de edad. Pero Etéocles y Polinices luchan por el trono y se matan el uno al otro. En el momento en que comienza la obra “Antígona”, Creonte había ocupado el trono nuevamente, esta vez por la muerte de los hijos de Edipo, y por tanto había alcanzado la cumbre de su poder. Es respetado por los ciudadanos y por el Consejo de Ancianos.

   Sin embargo, esta situación cambia en el transcurso de la obra mediante lo que se conoce como peripecia. La peripecia es un cambio repentino de situación, debido a un imprevisto que cambia el sentido de los sucesos, y los dirige a la dirección contraria. Significa que la suerte de Creonte cambiará de manera negativa, y pasará de la prosperidad al infortunio. Este cambio se produce como consecuencia de sus decisiones erradas, y de su hybris, y es así como en el final de la obra, el que había estado en la cima del poder y colmado de bienes, tanto afectivos como materiales, cae y lo pierde todo. Creonte perderá a su hijo, a su esposa (ambos se suicidan como consecuencia de las decisiones erradas de Creonte), perderá el prestigio, y él mismo abandonará voluntariamente el trono, pues termina destruido emocionalmente. La tragedia representa el peor día de la vida del héroe trágico.

   Antígona, por su parte, no comienza la tragedia en un momento culminante de prosperidad, pues ya perdió a sus padres de manera funesta, y el día anterior, a sus dos hermanos varones, la familia se disgregó y quedó desprestigiada debido a los crímenes de Edipo, y están bajo la maldición que recayó sobre Layo, padeciendo una desgracia tras otra. Para peor, el rey decreta que no permitirá las honras fúnebres a uno de sus hermanos, lo cual lesiona sus derechos. No podemos decir, por tanto, que comience en su mejor momento, ni en estado de sofrosine. Su primera aparición en escena lo confirma, cuando en el Prólogo habla con Ismena y le anuncia lo que Creonte decretó, e informa que va a desobedecerlo, a pesar de que Ismena le sugiere que se mantenga en sofrosine.

4-      EL HÉROE TRÁGICO ES ELOCUENTE Y POSEE UN LENGUAJE ELEVADO. Uno de los planteos aristotélicos es que la tragedia nos muestra en acción a los mejores, representando hechos graves, por oposición a la comedia, donde se muestra a personajes de clase baja que causan risa al espectador con sus vicisitudes. Por este motivo el lenguaje de la tragedia debe ser altamente retórico, con un vocabulario elevado, y el discurso de mayor calidad y elevación queda a cargo del protagonista, o sea, del héroe trágico, que en este caso es Creonte. Si bien Antígona, por ser una aristoi, al igual que Ismena, emplean un lenguaje de calidad, con recursos retóricos, y muestran elocuencia, quien se destaca en este sentido es Creonte. Un ejemplo claro es en el Episodio 2, cuando dirigiéndose al Corifeo, expresa acerca de Antígona: “Pues los espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.”. Este fragmento reúne varios recursos retóricos (enumeración, imágenes, analogías) y tiene un alto componente metafórico. Otros ejemplos de lenguaje elevado: en el Episodio 5, a Tiresias: “¡Anciano! Como flecheros contra el blanco, así estáis todos disparando contra mí y ni siquiera he quedado libre de tu arte adivinatorio”, y luego, al Corifeo: “Yo también lo sé y tengo el espíritu turbado; porque si es cosa dura el ceder, también es duro arriesgarse a estrellar mi pasión contra la fatalidad”. Ya en el Éxodo, finalizando la tragedia, aparece Creonte en escena cargando el cadáver de su hijo Hemón y lamentándose: “fue algún dios el que alzó, en aquel entonces, su pesada mano y la descargó sobre mi cabeza y me empujó por tan crueles senderos, derribando y pisoteando mi ventura.”, y cuando le anuncian que su esposa Eurídice se suicidó al enterarse de la muerte de su hijo, acusando a Creonte de ser el culpable, Creonte exclama: “Sacad fuera de aquí a un hombre criminal; pues sin quererlo yo te he dado la muerte, ¡oh hijo mío!, y a ésta también, ¡ay desventurada! No sé en cuál de los dos poner mis ojos. No sé adónde volverme. Todo era calamidad cuanto tenía en mis manos, y otro golpe, otro insufrible golpe del Destino, se ha descargado sobre mi cabeza.”.

   A su vez, los discursos de Creonte, estemos de acuerdo con sus ideas o no, nunca son discursos vacíos o de escaso contenido, sino que siempre plantean temas importantes, con conceptos tales como: patria, lealtad y traición, justicia, heroicidad y ruindad, los deberes de un rey, el rol de una mujer y de un hombre en la sociedad, la Moira,  etc.

5-      EL HÉROE TRÁGICO DEBE CUMPLIR EL PROCESO DE ANAGNÓRISIS. Aristóteles afirma que el héroe debe cumplir un proceso en el transcurrir de la obra, que se resume así: comienza en estado de equilibrio (sofrosine), pero al cometer un grave error (por hybris, por hamartía, o ceguera trágica) entra en crisis, y el equilibrio sólo se restablece cuando, después de comprender y reconocer que se equivocó, el héroe se arrepiente de sus faltas y asume como justo el castigo recibido. A este reconocimiento del error, arrepentimiento por haberlo cometido, lamento por las consecuencias, y aceptación del castigo, se le denomina anagnórisis.

   Veamos cómo se da este proceso en Creonte. Al iniciar la obra, la situación bélica que aquejaba a Tebas había terminado al matarse entre sí, en lucha, Etéocles y Polinices. Creonte acaba de tomar el poder, y como reciente rey, dictamina que se honre como héroe a Eteócles, en tanto prohíbe las exequias a Polinices. Este decreto es difundido por toda la ciudad, y la población, con temor, obedece. El Consejo de Ancianos lo adula, brindándole apoyo. En ese momento Creonte se encuentra en la cumbre de su poder, y podríamos decir, en un relativo estado de equilibrio (sofrosine). Sin embargo, ese equilibrio prontamente se quiebra porque la orden de no sepultar a uno de sus sobrinos quebranta las leyes sagradas, cayendo así el protagonista en hybris. Su exceso ofende a las divinidades, porque siendo un mortal pretende equipararse a los dioses al establecer una ley que contradice las normas divinas, irrespetando su Moira. Este grave error Creonte lo comete sin conciencia de estar errando, pues su ceguera trágica le impide darse cuenta a tiempo de su fallo. Se mezclan así dos errores: el hybris (el exceso, la desmesura, representados en general por la soberbia), y la hamartía (el error provocado por la ignorancia, por desconocer algo que habría sido imprescindible saber para no tomar decisiones equivocadas). La condena a Antígona es un claro ejemplo de la hamartía de Creonte, pues incapaz de ver las motivaciones que mueven a Antígona, y las consecuencias que condenarla a muerte podrían traer, se obstina en sus decisiones erróneas, que quedan encadenadas entre sí: unas provocan a las otras, hasta precipitarse en el funesto final. Sin embargo, antes de que caiga sobre él el castigo, aparece un personaje (que paradójicamente es ciego) para ayudarlo a ver: se trata del adivino Tiresias. Es en la discusión que Creonte tiene con Tiresias, en el Episodio 5, que comienza su proceso de anagnórisis. Primero se resiste a escuchar los vaticinios y consejos del sabio ciego, pero luego reflexiona y teme. Tiresias le anuncia sucesos fatídicos: “No han de cumplirse ya muchas vueltas del sol, en su veloz carrera, sin que tú mismo veas entregado, muerto por muerto, a un hijo de tu propia sangre; porque han echado al mundo de abajo a quien es del de arriba, encerrando indignamente a un vivo en una tumba, y retienes aquí un cadáver, posesión de los dioses infernales, sin sepulcro, sin exequias, sin respeto. En lo cual no tienes tú poder ni tampoco los dioses de aquí arriba. Todos son atropellos cometidos por ti. Pero vengadoras lentas, aunque certeras, de este crimen, están ya acechándote las Furias del Hades y de los dioses, para que tú mismo te veas arrollado por esos males.” Claramente Tiresias vaticina las desgracias que ocurrirán pronto en la vida de Creonte como castigo a sus errores: ordenó sepultar a la viva (Antígona) y no sepultar al muerto (Polinices), y las Furias vengadoras se cobrarán estos pecados en muertos (su hijo Hemón y su esposa Eurídice, quienes se suicidarán). Creonte en un principio acusa a Tiresias de mentir, de ser codicioso y pretender dinero, pero luego que el adivino ciego le anuncia estas desgracias y se va de escena, el Corifeo le recuerda a Creonte que Tiresias siempre ha acertado en sus vaticinios, y Creonte reconoce que así es, y que luego de escucharlo, quedó turbado. Finalmente, ordena que sepulten al muerto, y vayan luego a liberar a Antígona, retractándose de sus decretos anteriores. Al salir de escena, terminando el Episodio 5, concluye: “Me voy pensando que es lo mejor llegar al fin de la vida respetando las leyes establecidas.”. Esta reflexión revela que la anagnórisis dio comienzo. Dudó, reflexionó, medita acerca de sus decisiones anteriores, y concluye que se equivocó. Entró en razón, según los criterios morales de esa sociedad. El problema es que ya es tarde. No podrá evitar las consecuencias de sus actos anteriores, porque ya todo está en marcha. Incluso aun cuando quiere reparar sus errores, equivoca el orden de las acciones: debió intentar liberar a Antígona primero, y luego ir por el cadáver, pero lo hizo en el orden contrario y los hechos se precipitaron inevitablemente. En el Éxodo nos enteramos que Hemón fue a rescatar a su prometida, pero no llegó a tiempo, pues Antígona ya se había suicidado, ahorcándose. Su desesperación es tal, que cuando llega su padre, lo encuentra abrazado al cadáver de su prometida, muerta prematuramente. Desquiciado por el dolor y la ira, intenta matar a su padre, pero no lo consigue, y termina suicidándose, clavándose la espada a sí mismo, yaciendo junto a su prometida. Eurídice, esposa de Creonte, escucha los tristes sucesos y entra en silencio al palacio. Cuando Creonte llega trayendo el cadáver de su hijo, trastornado por el dolor y el arrepentimiento, debe enterarse que su esposa se dio muerte acusándolo de ser el asesino de su hijo. Las desgracias que Tiresias le había anunciado se cumplen, y Creonte se asume como responsable y culpable. Esto también forma parte del proceso de la anagnórisis. Finaliza reconociendo como justo y merecido el castigo debido a sus errores, aunque sea tan terrible: “¡Ay de mí! A nadie, a nadie sino a mí se culpe jamás de este crimen. Yo te he muerto, hijo; yo, desdichado, lo confieso abiertamente. Sacadme de aquí, oh siervos, cuanto antes; sacadme fuera: mi vida es ya de los muertos.”; “Sacad fuera de aquí a un hombre criminal; pues sin quererlo yo te he dado la muerte, ¡oh hijo mío!, y a ésta también, ¡ay desventurada! No sé en cuál de los dos poner mis ojos. No sé adónde volverme. Todo era calamidad cuanto tenía en mis manos, y otro golpe, otro insufrible golpe del Destino, se ha descargado sobre mi cabeza.”. Estos parlamentos tienen el objetivo de que el espectador sufra con el héroe en desgracia, y reciba un aprendizaje: toda acción impía será castigada, el pecado de hybris será castigado, nadie puede escapar de su Moira.

   Este proceso no lo padece Antígona, pues si bien en el Episodio 4, al ser conducida a su muerte en vida (la encierran en una caverna tapiada con rocas) se lamenta por morir joven y sin haber podido cumplir con ciertos roles propios de la mujer en esa sociedad patriarcal, como desposarse y tener hijos, además de quejarse porque morirá injustamente, por defender lo correcto, como era dar sepultura a su hermano en cumplimiento de las leyes sagradas, ella nunca se arrepiente de sus acciones, y no lo hace porque considera que hizo lo que debía, cumpliendo con su deber. Por tanto, también por este motivo notamos que Antígona es la antagonista, no la protagonista de la obra.

6-      EL HÉROE DE LA ANTIGUA TRAGEDIA GRIEGA NO RECIBE LA MUERTE COMO CASTIGO. Contrariamente a lo que ocurre siglos después en las obras trágicas, el héroe no muere al finalizar la obra, sellando de esta manea el concepto de castigo. Para los antiguos griegos, el castigo se entendía de otra manera. El héroe debía quedar vivo para sufrir las consecuencias de sus acciones y dar ejemplo al resto de la sociedad de lo que no debe hacerse. Por esto, si bien en el final Creonte desea morir (lo expresa al menos tres veces: “¿No habrá alguien que empuñe espada de doble filo y me atraviese la frente?”; “Sacadme de aquí, oh siervos, cuanto antes; sacadme fuera; mi vida es ya de los muertos”; “Venga, venga la que es para mí la más venturosa de las suertes, la que me traiga el término de mis días, el final; venga, y no amanezca para mí otro día.”, el poeta no le concede lo que para el héroe en desgracia sería un alivio o descanso: debe vivir para contemplar su propia desgracia y padecer el cumplimiento de su justo castigo. Creonte es retirado de escena por sus sirvientes, pero está vivo, y si muere (en algún momento ocurrirá, porque es mortal), será más adelante, por fuera de la obra, y no como parte del castigo.

   Antígona en cambio muere antes de finalizar la obra por su propia mano, no llega al final mismo con lo cual tampoco cumple este requisito necesario para ser quien protagonice la tragedia.

7-      EL MENSAJE FINAL DEL CORO SE REFIERE A CREONTE, Y NO A ANTÍGONA. Todo el Éxodo está dedicado a Creonte y su sufrimiento. Esto también lo revela como el héroe trágico de la obra. Es el centro, es de quien se habla y quien expresa su arrepentimiento y dolor. Es con él con quien debe empatizar el espectador, compadeciéndose de su desgracia. Antígona sólo se menciona al principio del Éxodo cuando un Mensajero relata la situación de su muerte y de la de Hemón, pero todo ello tiene valor y fuerza dramática en tanto pesa sobre la suerte del héroe trágico, del mismo modo que Eurídice aparece un momento nada más para enfatizar la derrota, la pérdida de todo, la culpa que abruma a Creonte. Y para coronar todo este proceso, el mensaje final del Coro al retirarse, se refiere a Creonte inequívocamente, no a Antígona: “Es con mucho la sensatez el primer fundamento de la felicidad. Contra los dioses jamás se ha de ser impío. Las palabras altaneras atraen hacia los soberbios, castigos atroces, y a la vejez, por fin aprenden a ser cuerdos.”. Antígona era joven, y si bien era orgullosa y desmesurada, murió intentando cumplir con las leyes sagradas, por tanto no se la podía acusar de impía. Creonte en cambio sí está en su vejez, y fue impío al no respetar las normas divinas acerca de los rituales que deben realizarse a los muertos. La moraleja es clara: la sofrosine, el estado de equilibrio conseguido gracias a conductas y discursos prudentes, es la cualidad a la cual debe tender todo ser humano, y es la manera de lograr la felicidad y alejarse de la desgracia. Creonte aprendió la lección pero después de haber sufrido la peor desgracia de su vida, como castigo a sus errores.

 

 

ANÁLISIS DE ANTÍGONA, SEGUNDA ESCENA DEL EPISODIO 2

 

ANÁLISIS DEL EPISODIO 2, SEGUNDA ESCENA, DE “ANTÍGONA”

 


   El episodio 2 está dividido en tres escenas: en la primera, se presenta el Guardia llevando a Antígona como prisionera, y le informa a Creonte que la descubrieron enterrando a Polinices; en la segunda, Creonte le pregunta a Antígona si esto es cierto, y al responderle ésta que sí, se genera una discusión entre ambos personajes (el héroe trágico y su antagonista); y en la tercera, aparece Ismena, quien es acusada por Creonte de ser cómplice de su hermana, pero aunque Ismena quiere compartir la responsabilidad y castigo, Antígona no se lo permite. La escena 3 finaliza con una discusión entre Creonte e Ismena.

   Nos centraremos, por tanto, en la discusión entre Creonte y Antígona. Esta escena puede dividirse en cuatro núcleos semánticos: en el primero, Creonte realiza un interrogatorio a Antígona para averiguar si la acusación del Guardia es veraz, y Antígona le responde que no sólo hizo lo prohibido, sino que además conocía el decreto del rey con la prohibición; en el segundo, Antígona expresa en un extenso parlamento su justificación para haber violado la ley de Creonte; en el tercero, es Creonte quien se explaya en un parlamento extenso desarrollando su punto de vista sobre la actitud de Antígona, y anuncia que será castigada, así como su hermana, a quien considera su cómplice; finalmente, en el cuarto núcleo semántico se produce un diálogo de parlamentos cortos donde cada uno muestra su carácter y la idea que los mueve a actuar como lo hicieron.

 

Primer núcleo semántico: EL INTERROGATORIO.



   En este breve interrogatorio que realiza Creonte a Antígona quedan patentes varios conceptos. El primero es el clasismo que imperaba en esa sociedad en ese tiempo. El Guardia (un súbdito de clase baja, servidor de palacio) aprehende a Antígona, que es una princesa, y le informa al rey que la sorprendió realizando honras fúnebres a Polinices, lo cual Creonte había prohibido en un decreto, debido a que lo consideraba un traidor. No así a su hermano Etéocles, a quien sí concedió sepultura tal como lo indicaban las costumbres de esa cultura. Sin embargo, la palabra del guardia no basta para condenar a una princesa, y Creonte interroga a Antígona al respecto, mediante una serie de tres preguntas escalonadas.

1-     “CREONTE –Tú, tú, que inclinas la cara al suelo, ¿afirmas haberlo hecho o lo niegas?

ANTÍGONA –Afirmo que lo he hecho y no lo niego.

CREONTE –(al guardia) Tú puedes ir donde quieras, libre y descargado de esta acusación.”

   El diálogo revela que si Antígona hubiese decidido negar su acción, el Guardia habría sido condenado a muerte, pues se le hubiera creído a la princesa por encima de un guardia. Sin embargo, Antígona no sólo tiene un alto nivel moral, lo cual le impide negar su responsabilidad y acusar a un inocente de su transgresión, sino que además está convencida de haber hecho lo correcto. Sólo cuando ella afirma que es verdad que ella estaba sepultando a su hermano Polinices, Creonte libera al Guardia de toda posible culpa.

2-     “CREONTE –Tú (a Antígona) responde en una palabra: ¿sabías que estaba prohibido hacerlo?

ANTÍGONA  -Lo sabía. ¿Cómo no lo había de saber? La orden estaba clara.”

   La segunda pregunta de Creonte le da a su sobrina otra oportunidad para salir indemne de la situación, lo cual demostraría que en principio no tenía mala voluntad contra ella, aunque Antígona piensa lo contrario (en el Prólogo define a Creonte como enemigo): sólo bastaba que hubiese dicho que no estaba enterada del decreto del rey para no sufrir castigo alguno. Pero Antígona no sólo no desea eludir el problema, sino que se jacta de haberlo desobedecido. Su actitud desafiante procede de su soberbia, del orgullo de sentir que ha realizado una hazaña, pero también de su convicción de haber actuado a conciencia, cumpliendo las leyes que considera sagradas. Este ímpetu revela su carácter decidido y la pasión propia de la juventud con que defiende sus ideas.

3-     “CREONTE -¿Y te atreviste con todo a violar tales leyes?”

Creonte está indignado, quiere saber cómo su sobrina se atrevió a violar su decreto. Aquí se plantea el conflicto establecido entre leyes sagradas (provenientes de los dioses) y leyes humanas (el decreto de Creonte), que Antígona desarrollará en su parlamento extenso.

  

   En conclusión, Creonte en dos ocasiones brinda a Antígona la oportunidad de no ser condenada (primero le pregunta si es verdad que ella lo hizo, y Antígona pudo negar su acción pero no lo hace, luego le pregunta si conocía el decreto, y ella pudo negar conocerlo, pero no lo hace), sin embargo ella no quiere evitar la confrontación, sino que desafía al rey por varias razones, algunas de las cuales se explican por el carácter y edad de Antígona.

 

Segundo núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE ANTÍGONA.

   Si bien Antígona es movida por la pasión propia de su juventud, y su idealismo la empuja a actuar con decisión y coraje, arriesgando su propia vida, no podemos afirmar que actúe sólo por impulso. En este parlamento demuestra que existe reflexión en ella, y que exhibe una serie de razonamientos a su interlocutor, sin acobardarse por el rango de Creonte (es el rey, y por tanto tiene el poder de decidir de manera absoluta sobre su vida, porque aunque era una princesa, también es súbdita), ni por su edad (ella es una adolescente, en tanto Creonte era un hombre adulto), ni por su género (en la sociedad patriarcal griega una mujer no tenía los mismos derechos civiles que un hombre), ni siquiera por afrontar sola sin ningún apoyo la situación (violar el decreto del rey sepultando a su hermano y luego confrontarlo públicamente, totalmente sola), más allá de que para llegar a este punto límite debió ser dominada por un impulso poderoso.

   Cuando Creonte le pregunta cómo se atrevió a violar su decreto, el primer argumento en la respuesta de Antígona es el siguiente:

“ANTÍGONA –No era Zeus quien me imponía tales leyes, ni Diké, que vive con los dioses subterráneos, la que ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos tuvieran tanta fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer por encima de las leyes inmutables y no escritas de los dioses, que no son de hoy ni son de ayer, sino que viven en todos los tiempos y nadie sabe cuándo aparecieron. No iba yo a incurrir en la ira de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de un hombre.”

   Antígona aquí expresa su punto de vista acerca del conflicto que desarrolla la obra. Existe una confrontación entre las leyes de los dioses y la ley humana, representada por el decreto del rey Creonte. Esta confrontación, sin embargo, a ojos de Antígona -y no lo olvidemos, también de Sófocles, el autor- no debería existir. Lo que describe Antígona es el hybris de Creonte, quien se excede pretendiendo legislar en temas que, según su cultura, competen a los dioses, como son los rituales fúnebres que deben realizarse a los muertos. Así, ella contrapone el poder de los dioses, que son inmortales, y cuyas leyes Antígona describe como inmutables (o sea, que no pueden cambiar) y eternas, con el poder efímero y limitado de quien, aunque sea rey, es mortal, y por tanto sólo manda en el plano humano, pues resulta débil y vulnerable frente  a los poderosos dioses. Esa separación de planos Antígona la tiene muy clara, no así Creonte, quien cae en hybris al intentar equipararse, consciente o inconscientemente, con los dioses, decretando una ley que contradice lo que éstos ordenan.  Antígona expone al rey públicamente, sugiriendo que se equivoca, e incluso lo desmerece cuando describe sus actos como “caprichos de un hombre”. Lo rebaja para ponerlo en su lugar (no es nadie comparado con los dioses) y lo acusa de poseer un defecto que lo cuestiona en su capacidad para gobernar (un buen rey no debería guiarse por sus caprichos a la hora de tomar decisiones tan importantes para su pueblo). Esta crítica tiene un enorme peso porque fue dicha delante del Coro, que representa al Consejo de Ancianos de la ciudad, y porque además proviene de una hija de Edipo, en quien Creonte encuentra un modelo difícil de superar, y que le provoca inseguridad cuando piensa en la comparación que pueda hacer la población entre su desempeño y el de Edipo, que a pesar de su oprobioso final fue un rey muy amado y respetado.

   Antígona en su parlamento menciona a dos divinidades: Zeus y Diké. Zeus es el rey de los dioses, a quien se denomina “padre de los dioses y de los hombres”, y que gobierna sobre dioses y mortales desde el Olimpo. Es el dios del rayo, quien domina sobre el cielo, el encargado de sostener el orden y la justicia del mundo,  el más importante del panteón griego. La diosa Diké es hija de Zeus, y se la conoce como la deidad de la justicia reparadora, la vigilante de la conducta de los humanos, premiando a quienes respetan las reglas, y castigando a quienes las transgreden. En sí, Diké no sólo define a una diosa antropomorfa perteneciente al panteón mitológico de los antiguos griegos, sino también a la noción más abstracta de justicia y su aplicación en la comunidad. Las acciones de Antígona proceden de ese concepto básico y fundamental de justicia, y hasta podríamos interpretar que el hybris de Creonte puso en marcha un mecanismo de castigo que se materializó en Antígona como personaje conductor de la justicia reparadora y la ley divina: el héroe trágico comete una falta grave (decide no sepultar a un muerto, violando las leyes sagradas) y Antígona, en representación de Diké, reacciona oponiéndose, y cuando Creonte decide acallarla, condenándola a muerte, esta muerte se le vuelve en contra, desencadenando el castigo para el protagonista, ya que debido a ella es que tanto Hemón, hijo de Creonte, como Eurídice, esposa de Creonte y madre de Hemón, deciden suicidarse.

   Antígona finaliza su reflexión de esta manera: “Que había de morir ya lo sabía, ¿cómo no?, aunque nada hubieses decretado. Y si muero antes de tiempo, es una ventaja para mí, porque quien vive en medio de males, como yo, ¿cómo no ha de obtener ganancia muriendo? Así que a mí morir ahora no me duele poco ni mucho; me duele, sí, que el cadáver de mi hermano quedase insepulto; todo lo demás a mí no me duele. Y si te parece que es locura lo que hago, quizá parezco loca, a quien es loco.”



   Antígona habla de su propia muerte restándole importancia, como si no le temiera ni le doliera pensar en dejar este mundo, a pesar de su juventud, del escaso tiempo vivido.  Y justifica su afirmación apoyándose en dos conceptos: su condición de mortal y de ser efímero frente a lo eterno, como todo humano, y  su terrible historia de vida. Esa expresión de vivir en medio de males refresca al espectador de la obra de Sófocles la maldición que cayó sobre Layo por su crimen y que afectó a tres generaciones (Layo –Edipo –los hijos de Edipo), además de las faltas cometidas por Edipo, que tuvieron repercusiones de toda índole (el suicidio de Yocasta, la ceguera y el exilio de Edipo, la disgregación de la familia, el desprestigio, la disputa por el poder entre los hijos varones de Edipo, Etéocles y Polinices, que terminaron matándose entre sí). En otras palabras, Antígona plantea que para ella sería un alivio morir, una confesión muy fuerte en tanto tiene como interlocutor a su tío. Por otra parte, más allá de que esto sea verdad en cuanto a sus sentimientos, no hay duda que también es un recurso para disminuir el poder de Creonte sobre ella. Al plantearle a quien posiblemente la condene a muerte que a ella morir no le importa, le resta fuerza a la medida, y poder a quien la imparte. Al mismo tiempo, jerarquiza el no darle sepultura a su hermano como el principal dolor, poniendo en segundo término su propia vida, resaltando así su actitud idealista y de sacrificio.

   El parlamento finaliza aludiendo a la locura como sinónimo de alguien inadaptado, que quebranta las reglas. Antígona plantea la confrontación con Creonte partiendo de la base de que seguramente para Creonte ella esté “loca”, o sea, es una rebelde, una transgresora. Y siguiendo el mismo pensamiento, Antígona cree que quien está loco es Creonte, porque se atrevió a dictar una orden que contradice las leyes de los dioses. Este concepto final del parlamento ilustra la incomprensión mutua que existe entre ambos personajes, y cómo son opuestos en ciertos aspectos. Por ejemplo, ambos tienen un fuerte carácter y caen en hybris, aunque lo hacen defendiendo conceptos opuestos: Antígona defiende las leyes divinas y los derechos individuales (sepultar a su hermano); Creonte defiende las leyes humanas y el derecho de la ciudad o comunidad, representados por los decretos del rey.

 

Tercer núcleo semántico: EL PARLAMENTO EXTENSO DE CREONTE.

   Entre el parlamento de Antígona y el de Creonte media una intervención del Corifeo, personaje que surge del Coro, y que representa la voz del Consejo de Ancianos: “Inflexible se muestra la niña, digna hija de un inflexible padre. No sabe doblegarse ante la desgracia”. Este concepto puede contener una crítica, pero también es indudable el tono admirativo respecto a la dignidad y el orgullo que Antígona, según el Corifeo, heredó de su padre. Esta intervención no hace sino azuzar a Creonte, quien se encuentra con el orgullo herido, ya que Antígona lo desafía y lo humilla públicamente, acusándolo de cometer errores, de ser vanidoso, caprichoso y poco racional, todas acusaciones graves tratándose de un rey, quien debe demostrar templanza, ecuanimidad y buen criterio para gobernar. Por este motivo, Creonte en su parlamento intentará humillar y disminuir a Antígona, y el primer recurso que emplea es no dirigirle la palabra directamente, sino hablar acerca de ella pero dirigiéndose al Corifeo, restándole así importancia, dando a entender que ella no está a su nivel como para establecer un debate entre pares.



   El segundo recurso para descalificarla es emplear una serie de analogías en las cuales la compara con lo que él considera es inferior. Creonte emplea un lenguaje elevado, y lo muestra en este pasaje donde se reúnen varios recursos retóricos. Realiza una enumeración, que consiste en mencionar de manera sucesiva elementos del mismo valor, que en este caso son imágenes metafóricas, pues podemos visualizarlas y cada una de ellas representa a Antígona: “Pues los espíritus más inflexibles son los que ceden más fácilmente; y muchas veces verás que el resistente hierro, cocido al fuego, después de frío se quiebra y se rompe. Con un pequeño freno sé domar yo a los enfurecidos caballos; no puede tener altivos pensamientos quien es esclavo de otro.”  La enumeración incluye tres elementos, mencionando en primera instancia un elemento inanimado (el hierro), en segundo lugar un animal irracional (los caballos), y en tercer término a un ser humano pero que en esa sociedad era considerado inferior y dependiente (el esclavo). La imagen del hierro hace hincapié en que este metal es fuerte, resistente, pero que al calentarlo en el fuego, al enfriarse se quiebra. Es evidente la analogía con la situación de Antígona, la semejanza que resalta la metáfora, ya que el Corifeo destaca la inflexibilidad de la princesa, y Creonte toma lo que parece una alabanza y lo convierte en un defecto, pues a su parecer, lo inflexible movido por el calor de la pasión, al enfriarse (reflexionar) terminará quebrándose. En cada imagen metafórica Creonte se incluye directa o indirectamente. En la primera donde asemeja a Antígona con el hierro, suponemos que Creonte es el herrero que enciende el fuego, y moldea el hierro a su parecer, otorgándose a sí mismo el rol del que controla y domina. Del mismo modo ocurre en la segunda imagen metafórica, en que equipara a Antígona con caballos enfurecidos que él es capaz de domar “con un pequeño freno”. Nótese aquí la soberbia de Creonte que se jacta frente al Consejo de Ancianos de tener todo bajo control y de su poder, mientras inferioriza a Antígona comparándola con animales desbocados, irracionales y fuera de control, pero que están al servicio del hombre. Esta actitud altanera esconde gran inseguridad, porque quien realmente tiene dominio de la situación no necesita jactarse de ello frente a otros. Esto responde a que Creonte siente que Antígona lo desafió en público, y se siente obligado a demostrar que él es quien manda, y que puede superar la imagen positiva que dejó Edipo en la gente. Del mismo modo funciona la imagen metafórica del esclavo, dando a entender que Antígona en ese vínculo es la esclava, y él el dueño.

   Ahora bien, este pasaje del discurso de Creonte revela más de lo que el héroe trágico desea, ya que por un lado notamos las intenciones del personaje, pero por otro está la voluntad del autor y sus objetivos. La enumeración que realiza Creonte tiene como fin rebajar a Antígona y retomar el dominio de la situación, la describe como soberbia y la minimiza, considerándola un juguete en sus manos. Pero lo que no sabe Creonte, lo que no logra ver, es que todo lo que describe acerca de su sobrina, es lo que en realidad le ocurrirá a él en manos de los dioses, según la visión de la época y de Sófocles. Así, él es el hierro que los dioses quebrarán cuando se enfríe, él es esos caballos desbocados que los dioses dominarán con un pequeño freno, y es el esclavo que no puede tener altivos pensamientos. ¿Cómo es que Creonte se describe a sí mismo sin darse cuenta? Porque padece lo que se conoce como ceguera trágica o até, lo cual consiste en la incapacidad de ver la realidad y el destino trágico que le espera, y lo induce a cometer errores.  En este caso es evidente que Creonte no es capaz de percibir que más que describir a Antígona se describe a sí mismo. Se produce así una ironía trágica, que aparece cuando el personaje no es consciente de que sus palabras resultan irónicas, ya que como se explicó, padece ceguera trágica. O sea que es una ironía que proviene del autor y que se dirige al público, utilizando al propio personaje como herramienta. La ironía está en que cuando Creonte piensa que describe a Antígona y su próxima derrota, no sabe algo que el público sí,  que es que en realidad está anticipando lo que le ocurrirá a él.

   “Soberbia estuvo cuando, confiada, violó las leyes decretadas, y soberbia es cuando se envanece de haberlo ejecutado. Ciertamente, entonces, que ahora no sería yo el hombre sino ella, si tanta audacia quedara impune. Y aunque sea hija de mi hermana y más pariente que los que comparten mi Zeus protector, ella y su hermana no han de escapar de los suplicios más atroces, pues también a la otra la condeno igualmente como cómplice del mismo enterramiento.”  La ironía trágica continúa cuando Creonte acusa a Antígona de ser soberbia, siendo que para el griego de ese tiempo, no había mayor soberbia que desconocer las leyes de los dioses, pretendiendo así equipararse a ellos, y esa acción la realiza Creonte, no Antígona. Recordemos que Antígona no irrespeta el decreto de Creonte simplemente porque quiera oponérsele o rebelarse sin causa, lo hace porque siente que Creonte está violentando sus derechos individuales y las leyes sagradas, prohibiendo que le brinde rituales fúnebres a uno de sus hermanos. Al equivocarse Creonte, conduce a error a quienes dependen de él y de sus decretos, puesto que tanto Antígona como Ismena intentan actuar correctamente, pero es imposible porque el punto de partida es errado. Antígona, como Creonte, cae en hybris porque su orgullo es desmesurado y transgrede los límites, e Ismena, aunque intenta mantenerse en sofrosine, al no sepultar a su hermano por seguir las órdenes de Creonte, incumple las leyes sagradas.

   Otro aspecto a destacar en este fragmento es la necesidad que tiene Creonte de manifestar su superioridad debido a su hombría. Afirma que él es el hombre, no Antígona. Podemos deducir que Creonte percibe rasgos de virilidad en su sobrina, asociados con el areté masculino (coraje, audacia, elocuencia), y se siente desafiado, y da a entender que frente a ese desafío debe reaccionar o se lo acusará de ser cobarde, de tener poco carácter o ser poco hombre. Al sentirse menoscabado en su hombría, piensa que se debilita como rey, y responde enérgicamente proclamando un castigo. Este prejuicio parte de los valores culturales de esa época, en que la sociedad era patriarcal. En este pasaje, además, por un lado, Creonte reconoce el lazo que lo une con Antígona y hasta qué punto parece antinatural el castigo que impondrá, pues necesita justificarse (“Y aunque sea hija de mi hermana”…), y por otro, muestra su inseguridad y lo errado de su percepción, pues supone que Ismena participó en el enterramiento, cuando no fue así. Es otro de los tantos errores que comete Creonte y que muestran que si bien no hay maldad en él, es falible e imperfecto. Incluso podemos afirmar que muchos de sus errores parten no sólo de una incapacidad para ver la totalidad de las circunstancias, sino sobre todo, de su temor e inseguridad. Necesita reafirmar constantemente su valía como rey de manera pública.

   “Llamadla acá; hace un momento la he visto por casa presa del furor y fuera de sí; porque la conciencia de aquellos que nada bueno traman secretamente, les acusa de su crimen antes de que se les descubra. Yo detesto a aquellos que sorprendidos en el delito, quien adornarlo como algo honroso.” En el último pasaje de su parlamento, Creonte al parecer se refiere a Ismena, sin embargo los conceptos ilustran la manera de actuar de Antígona. Durante todo su parlamento, Creonte se muestra fiel a su intención inicial de no dirigirle la palabra a Antígona: habla con el Corifeo acerca de ella, y al final supuestamente habla sobre Ismena, pero lo cierto es que lo que comenta son las acciones y discurso de Antígona, pues con Ismena aún no habló, y con Antígona sí, quien dio a entender que sus acciones eran las justas y correctas, y Creonte era el equivocado. Es evidente que Creonte está con el juicio nublado, pues las expresiones de alteración de Ismena no responden a que haya sido cómplice del enterramiento, sino a su preocupación por la suerte de su hermana. Sin embargo, antes de hablar con Ismena, prejuzga, obnubilado por su ira y su orgullo herido, un comportamiento erróneo tratándose de un rey, quien debe gobernar con altura y ecuánimemente. En este parlamento se evidencia que Sófocles, el autor, desliza críticas a quienes, por tener poder, gobiernan de manera arbitraria y despótica. Por esto en el Prólogo Antígona habla del tirano, y en su parlamento en este mismo episodio, habla de caprichos para referirse a la voluntad del rey.

  

Cuarto núcleo semántico: EL DEBATE ENTRE ANTÍGONA Y CREONTE.

   Sófocles, como creador, no piensa solamente en los conceptos que desea transmitir, sino también en la representación y en la necesidad de concitar el interés de su público. Por este motivo alterna parlamentos más extensos con diálogos de parlamentos breves, que generan un ir y venir en la discusión. La antigua tragedia griega, por definición, reúne tres géneros literarios (la base es un mito, y en la representación se alternan pasajes dramáticos con pasajes líricos), pero en este caso, es una elección personal la de matizar los parlamentos, alternando extensos con breves, dándole otro ritmo a la representación.

“ANTÍGONA -¿Deseabas algo más grave que atraparme y darme muerte?

CREONTE –Sólo eso; y haciéndolo lo tengo todo.

ANTÍGONA –Entonces, ¿a qué aguardas? Tus palabras no me gustan, y a ti las mías no te agradan. ¿Pude realizar hazaña más gloriosa que la de dar sepultura a mi hermano? Eso, todos los presentes lo aprobarían, si el miedo no les cerrara la boca. Los tiranos tienen entre mil ventajas la de hacer y decir impunemente lo que quieren.

CREONTE –Eres tú la única de los Cadmeos que lo ve así.

ANTÍGONA –Así lo ven también éstos, sólo que se callan por ti.”

   Nuevamente nos encontramos con una Antígona que intenta rebajar el poder de Creonte minimizando el impacto de sus sentencias y castigos. ¿Acaso hay algo más grave que condenar a muerte? Antígona da a entender que sí, pero en realidad lo que pretende es señalar que la muerte para ella no es un castigo terrible.

   Creonte tiene otra postura y considera que la condena a muerte es suficiente sentencia. En este momento parece haber dejado de lado, como lo hizo con Polinices, el valor del lazo de sangre que tiene con su sobrina, anteponiendo supuestamente su cualidad de gobernante a sus afectos personales, sin embargo, lo que ocurre es lo opuesto, pues se deja llevar por sus emociones (la ira, la inseguridad, el temor, el orgullo herido) para juzgar y condenar.

   Antígona insiste en querer demostrar que no le teme a la muerte, sugiriendo que cuanto antes muera, mejor. Y se jacta de haber realizado una hazaña (otra evidencia de su hybris), en cumplimiento de las leyes sagradas y en ejercicio de sus derechos individuales. Es muy importante la afirmación de que la comunidad aprobaría su conducta si no le temiera a Creonte por su poder, por sus actitudes de tirano. Se confirma que al autor (Sófocles) este tipo de conductas de los gobernantes le resultan inadecuadas y denunciables.

   Creonte afirma que es la única que piensa que su conducta fue correcta, pero Antígona le insiste en que no es así, y que los demás se callan por temor a las represalias del rey. En esta discusión, seguramente Antígona tenga razón, ya que el decreto de Creonte iba en contra de las leyes religiosas y consuetudinarias de su ciudad. Tal vez espera que el Consejo de Ancianos se pronuncie a su favor y le brinde apoyo, algo que no ocurrió, quizás por lo que ella misma denuncia: tienen miedo. Es en este punto que notamos la soledad de Antígona, una joven que ya no tiene a ningún familiar que la respalde, frente a Creonte. Antígona es mujer, es joven, y si bien es princesa, ha perdido de manera trágica a todos sus familiares que podrían defenderla. Creonte es un hombre adulto, es el rey, y tiene todo el poder del estado a su disposición. La diferencia de fuerzas es notoria, y sin embargo Antígona no se calla. Esto acrecienta el valor de su figura con una mirada más moderna; los antiguos griegos podían pensar que se excedía, que era demasiado audaz.

“CREONTE -¿Y no te da vergüenza de pensar distinto que los demás?

ANTÍGONA –No es para dar vergüenza el honrar a mi hermano.

CREONTE -¿Y no era hermano tuyo también el que murió en el bando contrario?

ANTÍGONA –Hermano de un mismo padre y de una misma madre.

CREONTE -¿Y cómo haces obsequios que son injurias para el otro?

ANTÍGONA –No diría lo mismo el muerto.

CREONTE -¿Cómo no, si en tus obsequios le igualas al traidor?

ANTIGONA –Es que no es ningún siervo; es un hermano el que ha muerto.

CREONTE –Un hermano que estaba devastando nuestra patria, cuando el otro, resistiéndole, la defendía.

ANTÍGONA –Con todo, el Hades pide igualdad de derechos.

CREONTE –Pero los buenos no han de ser igualados a los impíos.

ANTÍGONA -¡Quién sabe decir si allá abajo se dan por buenas tales leyes!

CREONTE –Jamás el enemigo ha de ser amigo aún después de muerto.

ANTÍGONA –Mi carácter no es para compartir odios, sino para compartir amor.

CREONTE –Pues si hay que amar, allá abajo irás y amarás a los de allá. Que a mí mientras yo viva, no me domina una mujer.”

   En este pasaje de la discusión entre Antígona y Creonte se evidencian de manera superlativa las diferencias, pero también las semejanzas entre ambos. Ambos creen tener la razón, y son obstinados y fuertes. Ambos, por este motivo, y su orgullo desmedido, caen en hybris.  Pero paradójicamente esas semejanzas, y el hecho de que defienden lo opuesto, es lo que fogonea su confrontación. Ninguno cederá en este momento. Antígona está convencida de haber actuado acorde a las leyes sagradas, y no retrocederá. Si bien más adelante muestra dolor por morir tan joven y sin haber cumplido con los roles que la sociedad de su tiempo asignaba a las mujeres (casarse, tener hijos), y por no haber recibido el apoyo de la comunidad aunque pensaran lo mismo que ella, nunca se arrepiente de sus actos porque está segura de que hizo lo correcto. Creonte, como todo héroe trágico, padece de ceguera trágica, y no es capaz de establecer un juicio ecuánime y justo, lo cual precipitará su caída. Recién cuando Tiresias le advierte acerca de las desgracias que se avecinan sobre él y su familia, reflexiona y modifica sus decisiones, pero ya será tarde.

   El pensamiento de Creonte es muy discutible. Considera que no pensar igual que los demás es vergonzoso. Esto no es más que la expresión de la supremacía de la comunidad por sobre el individuo. Da a entender que las leyes de la ciudad, representadas por los decretos del rey, están por encima de los derechos individuales, aunque al individuo le parezcan injustas. Antígona defiende lo contrario, y sus conductas son la manifestación de alguien que no permite que avasallen sus derechos individuales. Aunque Antígona parece la revolucionaria, no es así, ya que ella sólo quiere seguir las leyes religiosas, que como ella misma manifestó, son inmutables, por tanto forman parte de la tradición. Quien plantea algo que quebranta el orden tradicional es Creonte, que pretende prohibir las honras fúnebres a un muerto por un hecho puntual, que es que él considera un traidor a Polinices. Recordemos que Polinices sitió la ciudad de Tebas en reclamo de sus derechos a ocupar el trono, ya que había acordado con su hermano Etéocles turnarse para gobernar la ciudad. Sin embargo, cuando el plazo estipulado se cumplió, y Polinices llega para ocupar el trono, Etéocles se niega a ceder el poder, y así comienza la confrontación que terminó con la muerte de ambos hermanos, quienes se ultimaron el uno al otro en pelea individual. A pesar de que ambos hermanos tuvieron comportamientos codiciosos, dejando de lado el interés de la ciudad y sus habitantes, Creonte sólo mira lo superficial, y es que Polinices atacó Tebas estando Etéocles en el trono, y por tanto, considera héroe a Etéocles y traidor a Polinices.

   Toda esta discusión con Antígona revela que Creonte antepone las leyes humanas y de la ciudad a las leyes divinas, y en ese tiempo ese comportamiento se consideraba impío. Por eso nuevamente nos encontramos con una ironía trágica, demostración de la ceguera del protagonista, cuando califica a Polinices como impío, ya que el impío es él. Antígona, por su parte, se mantiene firme en su respeto, según su entender, de las leyes divinas. Lo paradójico es que intentando respetar a los dioses, los irrespeta al caer en hybris, pues se excede al desafiar a alguien más poderoso,  pero como se explicó antes, esto ocurre porque el punto de partida, la base de todo, está mal (la decisión de Creonte de no permitir honras fúnebres a un muerto). En conclusión, ambos defienden su postura y acusan al otro de equivocarse, sin ver sus propios errores.

   El término Hades designa tanto al dios del inframundo, como al reino mismo, donde van, según los antiguos griegos, las almas de los muertos. Es importante resaltar que Antígona realiza las honras fúnebres de su hermano no solamente por amor y compasión, como ella misma lo indica, o por realizar una hazaña, sino básicamente porque en su cultura se consideraba deber de los deudos llorar al cadáver, ponerle una moneda en la boca porque debían atravesar el río Aqueronte y pagarle a su barquero para ser trasladados (sino debían esperar largo tiempo en la orilla), y realizar los rituales para que el alma pudiera descansar del otro lado. No cumplir con esos deberes implicaría, según su religión,  la ira del familiar fallecido, y una futura persecución por este motivo. Por tanto, como había expresado Antígona en su extenso parlamento, ya analizado, ella no pensaba incurrir en la ira de los dioses ni tampoco de su hermano Polinices por seguir los caprichos de Creonte. Es interesante el giro que da Sófocles a Antígona, pues ya la vimos indignada y demostrando gran coraje, y ahora notamos su faceta compasiva y amorosa, pues afirma que no está en su carácter el odiar, sino el amar, lo cual confirma que está actuando de manera protectora con sus parientes, en este caso su hermano (no debemos olvidar que ella fue quien acompañó a su padre al exilio, y ahora realiza este nuevo sacrificio por ayudar a alguien de su sangre).

   Creonte finaliza el intercambio con una ironía acerca del amar, pero en el reino de los muertos, confirmando que condenará a muerte a Antígona, pese a sus discursos, y no es un detalle menor que lo último que maneja como motivo, es que él como hombre no piensa dejarse dominar por una mujer. Más adelante, cuando discuta con su hijo Hemón, prometido de Antígona, que intenta defenderla y le pide a su padre que no la condene, lo acusa también de dejarse dominar por una mujer, por encima de serle leal a su padre. Es evidente que ésta es otra debilidad del protagonista que lo conduce al error y al fracaso.

 

   Inmediatamente de este parlamento de Creonte, el Corifeo anuncia la llegada de Ismena, iniciando así la escena 3. En esta escena Ismena se acusa de haber participado también en el enterramiento, pero Antígona no se lo permite, aludiendo a que Diké (la diosa de la justicia) no lo quiere, puesto que no es verdad que haya participado. Y lo que comienza siendo una actitud de enojo de Antígona, porque Ismena se había negado a ayudarla (“De quién fue la obra, el Hades lo sabe y los que en él viven; yo no amo amigos que sólo aman de palabra”), termina siendo otra actitud de protección (“Ya bastará que muera yo”; “Tú elegiste la vida, yo elegí la muerte”; “Ten buen ánimo. Tú quedas viva, pero mi alma hace tiempo que está muerta para poder ayudar a los muertos”).

   La escena 3 del Episodio 2 termina con una discusión entre Creonte e Ismena, quien recuerda al rey que su hermana es la prometida de Hemón, ante lo cual Creonte responde con frases tan desagradables como “No faltan otros campos para poder labrar” y “Para mis hijos no quiero mujeres malvadas”. Esta secuencia final de la escena tiene el objetivo de anticipar que se producirá un conflicto entre Creonte y su hijo por la determinación de condenar a muerte a su prometida (Episodio 3), este grave desentendimiento explotará cuando Hemón, en su intento de rescatar a Antígona, la encuentre muerta por suicidio, precipitando su propio suicidio, y éste el de su madre, efectivizándose así el castigo a Creonte, quien cae en desgracia al finalizar la tragedia, perdiéndolo todo.