Mostrando las entradas con la etiqueta Quiroga. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Quiroga. Mostrar todas las entradas

sábado, 23 de mayo de 2020

Análisis del cuento LA INSOLACIÓN, de HORACIO QUIROGA

Análisis del cuento LA INSOLACIÓN 

de HORACIO QUIROGA


Introducción.-

   La insolación es un cuento que Horacio Quiroga publicó por primera vez en 1908, en la revista porteña Caras y Caretas. Luego lo incluyó en su colección Cuentos de amor, de locura y de muerte, cuya primera edición es del año 1917.
   Este narrador uruguayo de la Generación del 900 fue un maestro del cuento. Influido por el Modernismo en primera instancia, y luego por el Realismo, su experiencia personal de contacto con la naturaleza implicó un antes y un después para su inspiración y oficio de narrador. Esta inspiración, precisamente, está presente en este relato ambientado en el Chaco. De hecho, antes de vivir en Misiones, el autor tuvo un algodonal en el Chaco, al igual que su personaje, emprendimiento en el que fracasó económicamente. El hecho de que el autor tuviera esta experiencia en el año 1904, y que su relato sea del año 1908, demuestra que Quiroga pone en práctica los consejos proporcionados en su Decálogo del Perfecto Cuentista, donde expresa en su mandamiento IX: "No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino". Cuatro años dejó pasar antes de poner en papel el fruto de sus sentimientos. Sus experiencias personales en torno a la muerte, por otra parte, también son fundamento de sus relatos donde ese tema, asociado muchas veces con la lucha por la supervivencia, se desenvuelve y ocupa un lugar central.
   Quiroga clasifica sus cuentos como relatos de efecto, a puño limpio, y de monte. Los primeros poseen un final que sorprende por lo inesperado, los segundos se centran en la historia en sí, y los últimos se ambientan en general en la selva misionera, pero también tiene algunos ubicados en el Chaco. A este último grupo pertenece La insolación.
   




Título.-

   El título es emblemático, ya que en este caso anticipa un aspecto sustancial del argumento: el motivo por el cual mister Jones morirá, y si nos permitimos la deducción, que el ambiente en que se ubican los acontecimientos no es de ciudad. Esta anticipación aporta al lector una información que comienza a comprenderse recién cuando el relato ya está mediado, pero las menciones constantes al sol y al calor extremo nos van dando indicios del desenlace.
   En cuanto al título del libro, de la tríada mencionada (amor, locura, muerte), este cuento desarrolla el tema de la muerte, y así debe clasificarse.


Trama.-

   Trata de un grupo de cinco perros que viven con su dueño, mister Jones, propietario de un algodonal en el Chaco. Estos animales son la única compañía afectiva de Mr Jones, y tienen una existencia apacible y cómoda en ese lugar, a pesar de que el narrador nos sugiere que el hombre no es feliz (está solo y es alcohólico), y el medio ambiente es hostil. El conflicto comienza cuando los animales ven una anticipación de la muerte de su dueño, y a partir de ese momento intentan evitar que se produzca el desenlace fatal, que les haría perder a su amo, y también su bienestar. Pero su lucha es vana y el desenlace finalmente será adverso: mister Jones muere insolado, y los perros soportarán hasta el fin de sus días una vida miserable.
   En este argumento el transcurrir del tiempo es marcado de manera implacable a través de alusiones al movimiento del sol. La introducción se abre en la madrugada de un primer día, destacándose la salida del sol, y el transcurrir de la mañana. A partir del almuerzo de mister Jones, se nos habla de la fuerza del sol durante la tarde, y en este momento se produce la primera fatídica visión de la Muerte. La llegada de la noche también se señala a través del astro solar: "Por fin el sol se hundió", pero los perros no descansan y se menciona su patético llanto nocturno. Bruscamente pasamos al segundo día, marcándose que mister Jones trabajó hasta las nueve, y destacando el "sol fundente del mediodía", luego se habla del almuerzo y también se nos informa que "La siesta pesaba". Durante el proceso de insolación, nos enteramos de que "hacía demasiado calor" y que "Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días atrás agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto". Finalmente, después del deceso de mister Jones, nos enteramos de que su hermano materno, mister Moore, liquida todo en cuatro días. En seis días, entonces, la situación de los perros se invierte, y pasan de tener una vida descansada a ser abandonados a su suerte, convirtiéndose en unos parias muertos de hambre, en ese futuro insalvable que se resume en un "vivieron en adelante".


Estructura.-

   El cuento se estructura en base a tres incidentes, todos vinculados con la percepción sobrenatural que los perros tienen de la Muerte. Inicia con una ubicación de la situación de los animales y su dueño, y del medio ambiente. Ese planteo finaliza con el primer incidente, que es la visualización de la muerte o sombra de mister Jones, momento en que el conflicto comienza a desarrollarse (los perros ladran, gruñen, están en alerta intentando evitar que su amo muera). El segundo incidente implica un aflojamiento de la tensión, es la segunda visualización de la Muerte, pero esta vez bajo la forma del caballo. Cuando el caballo muere efectivamente por la insolación, los perros creen que la Muerte se conformó y no irá por el humano. Pero el relato continúa, y mister Jones va en busca de un tornillo, circunstancia por la cual, al regresar a su casa, atraviesa el pajonal del Saladito bajo el sol y el calor sofocante. Es casi llegando al rancho que los perros tienen la tercera y última visualización de la Muerte, nuevamente bajo la forma de mister Jones, y a pesar de que ladran y gruñen no pueden evitar que mister Jones y su espectro se encuentren. En ese momento, el hombre se desploma y muere. El desenlace comienza con la muerte del humano, y termina cuando en el último párrafo, el narrador informa que el hermano del fallecido liquida la chacra y los indios se repartieron los perros, que en adelante vivieron hambrientos y sarnosos. Los perros fracasaron en su lucha, y el cuento tiene un final trágico.



Personajes.-

   El rol protagónico se divide entre los cinco fox terriers (Old, Milk, Dick, Prince e Isondú), que actúan en grupo, al margen de la actitud diferente del cachorro que está en la fase de aprendizaje, y su dueño, mister Jones, quien resulta ser la víctima primaria que desencadena la desgracia de los perros. El antagonista (quien procura impedir que el o los protagonistas consigan su objetivo) es la Muerte, que aparece como los espectros de quienes van a morir, y en esta lucha, vence. Los peones son personajes secundarios, destacándose dentro de este grupo el que galopó al caballo hasta hacerlo fallecer, porque funciona como agente auxiliar del destino y la muerte. Mister Moore, hermano materno de mister Jones, también es un auxiliar del destino, en este caso, de los perros, porque al vender las tierras de su hermano y no hacerse cargo de ellos, los condena a una vida miserable.


Tema.-


   El destino inexorable, que en este caso trae aparejada la muerte. Hay otros temas gravitando también en el relato, como la soledad, el poder destructivo de la naturaleza, la lucha por la supervivencia, la incomunicación, etc.




ANÁLISIS LINEAL.-


   "El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil y se sentó tranquilo. Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte. Éste cerraba el horizonte a doscientos metros, por tres lados de la chacra. Hacia el oeste el campo se ensanchaba y extendía en abra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos."
    El planteo comienza con la presentación de uno de los protagonistas, con un estilo realista. Los datos aportados, como por ejemplo "la nariz vibrátil", son fácilmente comprobables mediante observación de la realidad. La ubicación de lugar ("la monótona llanura del Chaco") también es una realidad geográfica comprobable. De hecho, Quiroga habitó en el Chaco, fue propietario de un algodonal, y este relato nos muestra cómo se inspira en sus vivencias personales, y se manifiesta como un autor que observa la realidad y da testimonio de lo que le llama la atención y perturba. Por esto la descripción del paisaje y del clima es muy verosímil, porque los experimentó, los conoce.
   La monotonía de ese paisaje nos anticipa otra monotonía, que es la de la vida de los protagonistas, algo que no es motivo de frustración para los perros, pero sí para el co -protagonista humano, como se verá más adelante. La repetición "campo y monte, monte y campo", utilizando el recurso del quiasmo cruzado, o paralelismo inverso, enfatiza, destaca esa sensación de algo reiterativo y monótono, tal vez inmodificable. El monte se muestra como un panorama avasallante y limitante, cerrándolo todo, como una gigantesca jaula que simboliza el aislamiento de mister Jones. La mención de una "ineludible línea sombría" es obvio que refiere al monte, pero también es una alusión metafórica al destino oscuro, que está por manifestarse en una muerte inevitable.
   El detenimiento en la descripción del ambiente sugiere desde el inicio que se trata de un cuento dentro de la esfera de la naturaleza, donde se mostrará la lucha de los protagonistas contra lo extremo del paisaje y del clima, una lucha por la supervivencia que en los relatos de Quiroga suele terminar en muerte.
El narrador aparece en tercera persona, y en párrafos siguientes se comprobará que es omnisciente, o sea que lo sabe todo, es el típico narrador -dios que conoce hasta los pensamientos de los personajes, su futuro, etc.  En este primer párrafo se centra en el cachorro que paradójicamente se llama Old. En el transcurrir de la narración descubriremos que conocemos lo que "hablan" y piensan los perros, focalizando el desarrollo del conflicto en ellos y brindando una óptica particular dentro del mundo cerrado del cuento.

   En el segundo párrafo se insiste sobre la sensación de serenidad: "A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había ni una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura, que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo."
   Esa especie de paz idílica, de quietud sin sobresaltos, será el paraíso que perderán los perros, y contrasta con el desgraciado final, por eso es importante que el narrador lo marque. Sin embargo, ya existen elementos que hacen suponer que esa tranquilidad no durará, porque se resalta la hora temprana (esa frescura sólo se da en ese horario por el clima de ese hábitat), y el dato de que no había nubes ni viento alguno, es en realidad ambiguo, porque cuando avance el día y la temperatura suba, esto será perjudicial. Además, el párrafo cierra mencionando la seca, y la poca productividad del trabajo en ese ambiente (Quiroga seguramente lo escribió recordando su experiencia fallida como algodonero en el Chaco), concepto que considera al elemento humano más que al posible pensamiento de los perros.

   Luego, la aparición del padre de Old: "Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se sentó al lado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Ambos permanecían inmóviles, pues aún no había moscas." La sensación de bienestar se cruza con un dato prosaico, anti -poético: la mención de las moscas, dato que aporta mayor veracidad al relato. Las moscas son insectos considerados plaga, vistos como desagradables por los humanos, molestia para otros animales, y se asocian con lo sucio y la muerte. El "aún" sugiere que la paz que disfrutan los perros es momentánea, pasajera.
   
   "Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó:
   -La mañana es fresca.
   Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija, parpadeando distraído. Después de un rato, dijo:
   -En aquel árbol hay dos halcones.
   Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y continuaron mirando por costumbre las cosas.
   Entretanto el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico y el horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras, y sintió leve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo.
   -No podía caminar -exclamó en conclusión.
   Old no comprendió a qué se refería. Milk agregó:
   -Hay muchos piques.
   Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después de largo rato:
   -Hay muchos piques.
   Uno y otro callaron de nuevo, convencidos."
   En los primeros párrafos el relato estuvo enmarcado dentro de los parámetros del realismo (el reflejo de la realidad, la observación verificable y su testimonio, luego veremos también la documentación científica), pero aquí interviene un elemento que quiebra el realismo e incursiona en el fantástico: un diálogo animal, como salido de una fábula (fábula es un relato breve con intención didáctica, en el cual en ocasiones los animales adoptan características humanas, como el habla, por ejemplo). Este protagonismo animal y su caracterización como animales que hablan, Quiroga lo retomará tiempo después en sus famosos Cuentos de la selva.
   En este relato se da la paradoja de que los perros hablan entre sí, y los lectores podemos leerlo y entenderlo, pero dentro de ese mundo ni mister Jones ni el resto de los humanos logran entenderles, y esta incomunicación entre animales y humanos es lo que vuelve inútil la lucha de los perros y precipita el desenlace contrario a sus intereses, y también los de su amo.
   En cuanto al diálogo en sí, aparece como reflejo de la indolencia de los perros: la expresión es parca, torpe, tal vez debido también a que ya se conocen tanto, y la vida allí es tan rutinaria y monótona, que no tienen nada nuevo que decirse. Todo esto se complementa con sus actitudes: "vista indiferente", "mirando por costumbre", destacando el resbalar de la mirada, y quizás de la conciencia, si es que los animales la tienen, por sobre lo rutinario, lo cotidiano. Otra interpretación posible es que el autor elija asociar el lenguaje canino con lo tosco y primitivo, como si fueran seres poco desarrollados y el lenguaje respondiera a esa circunstancia.

   "El sol salió y en el primer baño de luz, las pavas del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco la pareja aumentó con la llegada de otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior partido por un coatí, dejaba ver los dientes; e Isondú, de nombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos de bienestar, durmieron." 
   El amanecer es un pretexto para dejar paso a un tono más propio del lirismo que de la narrativa, con varias imágenes poéticas y metafóricas: "baño de luz", "tumultuoso trompeteo de su charanga", "dorados al sol oblicuo", "beato pestañeo", trasluciendo la belleza del momento.
   En este párrafo se completa la presentación del grupo de los perros, y así notamos que cuatro de ellos poseen nombres en lengua extranjera, más específicamente en inglés. Este dato, junto con el de la raza (son fox -terriers), sugiere la nacionalidad de su dueño. El cruce con el Chaco se indica simbólicamente a través del nombre indígena de uno de ellos (Isondú). Comienza a forjarse la imagen del desterrado, el inmigrante que traslada las costumbres de su lugar de origen a un medio hostil y diferente, y que seguramente padece de soledad. 
   Un aspecto relevante es que en todo este planteo aún no aparece el factor humano. Hasta ahora el relato está dominado por la descripción del paisaje, y el elemento animal, si bien no salvaje. El hecho de que se trate de perros de raza cuidados presupone que hay humanos, lo mismo que algún otro dato (de Dick por ejemplo se dice que es el preferido, y este dato nos conduce a un dueño) pero en el cuento esa presencia no es visible sino hasta el duodécimo párrafo.
   Para que la historia resulte más verosímil, el autor aporta detalles característicos que permiten reconocer a cada animal individualmente. Aunque el detalle sea mínimo, le aporta verosimilitud. Esto es importante no solamente porque el estilo del autor parte de una fuerte base de vivencias personales reales, sino también porque revela cómo se vinculan los elementos realistas con los fantásticos en sus relatos en general: la base es realista, y en ese realismo se inserta algún aspecto fantástico o sobrenatural, permitiendo que el lector acepte lo extraño como parte integrante del mundo del cuento. En este caso concreto, el diálogo entre los perros y luego la aparición de espectros que anticipan la muerte, y que son visibles solamente para estos animales, son los elementos fantásticos y sobrenaturales que se integran a una descripción detallada y realista, no sólo del paisaje chaqueño, sino también de los comportamientos de los perros, y más adelante en el cuento, del efecto de una insolación en animales y humanos.
   Finalmente, el párrafo se cierra con una hipérbole (exageración) que destaca la serena felicidad de los animales: "muertos de bienestar". Las imágenes puras que resaltan la belleza del amanecer y sobre todo la insistencia en la felicidad de los perros, se contraponen a la imagen áspera y hostil que se tiene del monte en su costado asociado con la lucha por la supervivencia, y refuerzan el valor de lo que los protagonistas perderán en el desenlace. Este contraste no es una casualidad, sino que constituye un recurso voluntario del autor, que aplica su propio mandamiento V del Decálogo del Perfecto Cuentista: "No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas".
   A nivel de recursos narrativos, esta descripción idílica crea un compás de espera, proporcionándonos la sospecha de que tanta tersura se quebrará, y la intriga de cómo ocurrirá.

   Lo único que provoca un cambio  en la postura indolente de los perros (que en un ser humano se asociaría a la pereza) es la aparición del dueño: "Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos -el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet- habían sentido los pasos de su dueño, que se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente, tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.
   Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Se alejaron con lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél por la sombra de los corredores."
   El medio geográfico, sobre el cual el narrador nos había proporcionado datos muy amplios (el Chaco, una chacra como tantas), se reduce ahora a la descripción de la vivienda, un rancho que sólo puede pertenecer a una persona con buena posición económica.
   Por otra parte, Quiroga es capaz de revelar el perfil psicológico de un personaje a través de un gesto mencionado, de un adjetivo. Por ejemplo, para señalar el alcoholismo de mister Jones aporta los siguientes datos realistas: "la mirada muerta", "el labio pendiente". Esa mirada muerta se fija "en el sol, alto ya", simbolizando el ciego destino del hombre, incapaz de desentrañar las pistas secretas que lo rodean y que le permitirían controlar su propia vida y su propia muerte. Pero es difícil que alguien pueda observar la realidad tan agudamente y analizarla, si sólo está buscando un modo de evadirse de ella (la bebida). ¿Por qué bebe mister Jones? El texto no lo indica, aunque sí está claro que era un hombre solitario. Tal vez beba para consolarse y escapar de una realidad que lo frustra y oprime, aunque es evidente que el alcoholismo no aporta ninguna solución al problema. Es notorio cuando el narrador nos informa que los perros se alejan al reconocer la borrachera del amo, que la bebida lo aleja del único vínculo afectivo que tiene, y en vez de resolver, ahonda el problema. El hecho de que los fox terriers sean su único lazo afectivo muestra en toda su magnitud la soledad de este hombre.
   El profundo conocimiento que parecen tener los perros de su amo no es algo recíproco, ya que el humano no es capaz  siquiera de acceder al lenguaje de los perros, entenderlo. Podríamos hablar incluso de una superioridad de los perros, o de una limitación humana. Y la paradoja está en que la imagen social del perro es la de la dependencia del humano, y en cambio el humano se cree autosuficiente, y esta soberbia coarta toda posibilidad de comunicación y entendimiento. Si mister Jones hubiera entendido, por ejemplo, en esta situación, tal vez hubiera actuado de otra manera y habría salvado su vida.

   "El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes: seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante, que parecía mantener el ciclo en fusión y que en un instante resquebraba la tierra mojada en costras blanquecinas. Mister Jones fue a la chacra, miró el trabajo del día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la siesta.
   Los peones volvieron a las dos de la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde que el invierno pasado hubieron aprendido a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado. Cada perro se echó bajo un algodonero, acompañando con su jadeo los golpes sordos de la azada.
   Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y encegueciente de sol el aire vibraba a todos lados, dañando la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban a cada rato de planta en procura de más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba a sentarse sobre las patas traseras para respirar mejor."
   En este segmento del texto el autor elabora un acercamiento más objetivo y "científico" del clima y la temperatura de la región, incluyendo datos numéricos, efectos en la tierra y los seres vivos que allí habitan, etc. Esta información pudo obtenerla de manera teórica, pero como nosotros conocemos las circunstancias vitales del autor, sabemos que fue por experiencia personal. 
   La afirmación de que "El día avanzaba igual a los precedentes" da la sensación de continuidad conocida, además de reforzar la idea de monotonía que ya había expuesto el narrador al principio del relato. Pero cuando se completa la idea, notamos que el dato también apunta a dar la sensación de algo agobiante, ya que se refiere a la sequía, el sol calcinante durante 14 horas, etc. En esa enumeración, la naturaleza comienza a mostrar su faceta avasallante, y encontramos un claro contraste entre las acciones agresivas de la naturaleza y la pasividad de mister Jones  ("miró el trabajo del día anterior", "retornó al rancho", "En toda esa mañana no hizo nada", "subió a dormir la siesta").
   La presentación de mister Jones se basa en algunos datos concretos, pero es más lo que no se dice que lo que se muestra. Por ejemplo, ¿por qué este individuo, que ya se nos presentó como un hombre solitario y frustrado, elige un lugar tan duro para habitar, con una naturaleza tan exasperante? Más allá de la ubicación de estos hechos ficticios en la historia de la región, donde podemos ver el fenómeno de compra y explotación de tierras rioplatenses por parte de británicos de manera constante desde mediados del siglo XIX y hasta el siglo XX inclusive, y las razones por las cuales se produjo esta inmigración (búsqueda de aventura, fortuna, etc), es difícil evaluar la conducta individual de este personaje, porque nada se nos cuenta acerca de su pasado. Esta reticencia y falta de datos tiene que ver con el concepto quiroguiano de la concentración e intensidad imprescindibles en un cuento para sostener el interés de los lectores. El cuento debe ser breve, el estilo sobrio y conciso, y por tanto, muchos son los datos que quedan fuera del mismo. Lo que falta queda a criterio del lector, y depende de la imaginación de cada uno.
   Más allá de especulaciones, lo concreto es que es muy poco lo que sabemos sobre mister Jones, pero es lo suficiente y necesario para que podamos entender la trama del relato y hacer una interpretación personal. Inclusive podemos preguntarnos si esta historia, así con estos detalles, no habrá ocurrido realmente.
   El elemento humano aparece no solamente a través del amo, sino también mediante la presentación de los peones. Ambas situaciones son opuestas, al menos a nivel económico. Si mister Jones goza de una relativa prosperidad (tiene un rancho de dos plantas, puede emborracharse con whisky, es propietario de tierras y plantíos, tiene empleados a su servicio), los peones en cambio son presentados solamente por medio de su rol como trabajadores bajo la dureza del medio ambiente y la marginación de toda comodidad. En tanto el patrón puede emborracharse, dormir hasta tarde, no trabajar y luego de almorzar tranquilo, dormir una siesta, los peones están desafiando el clima y el paisaje y están trabajando bajo el violento sol en las peores horas. Esta desigualdad vital se anula frente al hecho inevitable de la muerte, en que los peones resisten  y en cambio el patrón perece.
   Los perros, por su lado, más allá de que son afectados también por la fuerza del sol, muestran una sabia adaptación al medio, su capacidad de aprendizaje respecto a algo fundamental para la supervivencia y que prontamente, en una situación inimaginada todavía, les desesperará: el alimento. Toda esa delicada estructura de interdependencias, rutinas y modos de vida se derrumbará con la muerte de su dueño.

   Es en medio de esta situación que parece la rutina de siempre, de tantos otros días, que acontece lo diferente: aparece la revelación de la Muerte. "Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo de greda que ni siquiera habían intentado arar. Allí, el cachorro vio de pronto a mister Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco. Old se puso de pie, meneando el rabo. Los otros levantáronse también, pero erizados.
   -¡Es el patrón! -exclamó el cachorro, sorprendido de la actitud de aquéllos.
   -No, no es él -replicó Dick.
   Los cuatro perros estaban juntos gruñendo sordamente, sin apartar los ojos de mister Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los dientes.
   -No es él, es la Muerte.
   El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
   -¿Es el patrón muerto? -preguntó ansiosamente.
   Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero mister Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.
   Al oír los ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada. Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo a la chacra, y se doblaron de nuevo.
   Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros que cuando una cosa iba a morir, aparece antes.
   -¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón vivo? -preguntó.
   -Porque no era él -le respondieron, displicentes.
   ¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, las patadas, estaba sobre ellos! Pasaron el resto de la tarde al lado de su patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido gruñían, sin saber hacia dónde. Mister Jones sentíase satisfecho de su guardiana actitud."
   Segundo quiebre de lo real comprobable (el primero fue asistir al diálogo de los perros). La visión premonitoria de los perros forma parte de una tradición, es una creencia popular que el perro es capaz de captar ("ver") la muerte antes de que ésta se produzca. Se produce así una nueva alternancia entre lo realista y lo fantástico, recurso que Quiroga emplea también en otros relatos. De esta manera lo incomprobable científicamente, la superstición, por ejemplo, al ser introducida entre datos comprobables y realistas, puede resultar más creíble para el lector.
   ¿Dónde aparece la Muerte? En un páramo de greda, un trozo de tierra infértil, acorde con lo que implica morir: la ausencia de vida. En este relato el concepto es que la Muerte toma la figura de lo que va a morir. Como recurso, es práctico, visualizable. El autor decidió nombrar a este espectro con mayúscula, como si "Muerte" fuera un nombre propio, dándole entidad de personaje. Se podría pensar que es una personificación de la muerte, pero cuando va a morir el caballo, los perros ven al espectro del caballo. La Muerte por tanto ¿qué es?: funciona como un doble fantasmagórico del ser vivo. El tema del doble es recurrente en la narrativa fantástica, y también aparece en la ciencia ficción. En este caso, por ocurrir hechos que no tienen explicación racional ni científica, como ya se aclaró, estaríamos en el terreno de lo fantástico. El hecho de que el doble del ser humano se trate de la Muerte, implica que existe un matiz metafísico en el planteo del tema.
   Otro recurso que emplea el autor es el desconocimiento del cachorro de este fenómeno. Cuando Old mira, ingenuamente cree que el espectro es su dueño, y se sorprende por la reacción agresiva de los demás perros de la manada. Esto permite un diálogo entre los animales donde se explica el fenómeno desde el punto de vista de los perros adultos y experientes. La explicación, que dentro del mundo de ficción tiene como objetivo que el cachorro aprenda, en realidad sirve para que el lector se informe.
   ¿Es la Muerte algo positivo para los perros? Ellos, entre el afecto y el pragmatismo miden muy bien las consecuencias de la desaparición de su dueño ("las miserias", "las patadas"), por tanto, es la enemiga. En el marco narrativo, su rol es ser la antagonista (quien pretende impedir que el protagonista alcance su objetivo). Dentro de la narrativa del autor, la muerte es un tema recurrente (su biografía explica su obsesión), y en este caso, aparece como algo sobrenatural.
   Los peones, representando en este caso al elemento humano, son incapaces de ver lo que los perros perciben. Lo único que captan es la actitud de furia y temor, los ladridos, y lo interpretan a la luz de los acontecimientos cotidianos (por eso se fijaron si algún caballo había entrado a la chacra, y al no ver nada, continuaron con sus tareas). Este divorcio entre ambas miradas cimienta el cumplimiento fatal del destino, ya que esa incomunicación impide a los humanos evitar el problema. Los perros alertan, pero los humanos no ven y no entienden. El único humano que ve lo que los perros ven, y los entiende, es la voz narrativa, con lo cual vuelve a demostrar su omnisciencia.
   Otro aspecto a considerar es que el autor abre dos posibles interpretaciones sobre los hechos: una sobrenatural, que sólo perciben los fox-terriers, y otra realista. Esta bifurcación llegará a su punto culminante en el momento en que mister Jones cae, aniquilado por la insolación, casi al final del cuento.
   Este primer incidente de visualización de la Muerte es crucial, aquí comienza la lucha por la supervivencia, consciente en los perros, inconsciente en los humanos. Este punto de vista se opone al mayoritario de la sociedad, que considera que los humanos son superiores a los demás animales en conciencia. Aquí los humanos están un escalón por debajo de los perros en su nivel de conciencia de los acontecimientos, los perros tienen un conocimiento que los humanos no. Y así como luego mister Jones evaluará la muerte del caballo considerándolo un animal valioso para él, aquí los animales calibran la muerte de un humano importante para su bienestar. De esta manera, se equipara al hombre y al animal en derecho a vivir.
   Pero más allá de la voluntad y la necesidad de los fox-terriers, el narrador también nos muestra las fallas que conducirán al fracaso. Una fundamental es la ceguera de los humanos, otra, la incomunicación entre humanos y animales, que impide que los animales comuniquen algo importante, y los humanos puedan actuar. La siguiente está en que los perros saben que la Muerte sobrevendrá, pero no saben cómo ni cuándo: "gruñían sin saber hacia dónde". Este desconocimiento hace menos preciso su esfuerzo; el hombre directamente, ignora la totalidad de la situación ("Mister Jones sentíase satisfecho de su guardiana inquietud"). 

   "Por fin el sol se hundió  tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto mister Jones recomenzaba su velada de whisky. A medianoche oyeron sus pasos, luego la doble caída de las botas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces, sintieron más próximo el cambio de dueño, y solos, al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos como masticando, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro sólo podía ladrar. La noche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos -bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder- continuaban llorando su doméstica miseria." 
   Este párrafo constituye, junto con el desenlace, el momento más patético del cuento. Aparece una explosión de sentimientos negativos, como la desolación, la tristeza, la soledad, el miedo, la angustia e incertidumbre, y lo interesante es que los sujetos de esas emociones son los perros, quienes también resultan ser los personajes por los que los lectores pueden sentir simpatía, ya que son los que luchan y sufren.
   Nuevamente se detiene la acción y se da espacio a los giros poéticos ("el negro palmar del arroyo", "la calma de la noche plateada", "solos, al pie de la casa dormida", "agrupados a la luz de la luna"). La belleza de la noche refueza la pena por lo que se perderá.
   Se genera el suspenso en esta inflexión de la trama, en que el lector sabe que algo ocurrirá y está a punto de caer, pero no está ocurriendo todavía. Esa misma sensación que padecen los perros, y la transmiten por medio del llanto. El autor se basa en otra creencia popular, unida a la de que los animales pueden anticipar ciertos acontecimientos como el de la muerte, que es que cuando los perros aúllan sin un aparente motivo, es porque algo malo está por suceder. Los aullidos bajo la luz de la luna los une a su antepasado salvaje, el lobo, y auguran desgracia, pero este antecedente no basta para que puedan salirse de su circunstancia, ya que a pesar de todo son animales domésticos, y dependen de los humanos.
   La lucha y la conciencia alerta de los perros contrasta con la actitud de mister Jones (al que llaman "patrón", siguiendo graciosamente el léxico de los peones): mientras él se evade ciegamente de una realidad que perderá pronto bebiendo, los perros, que saben más que él, aunque no todo lo que deberían, lamentan anticipadamente su muerte y su consecuente desgracia posterior.

   "A la mañana siguiente mister Jones fue él mismo a buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no había sido nunca bien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido de las mulas la carpidora saltaba. Volvió con ésta y afiló sus rejas; pero un tornillo en que ya al comprar la máquina había notado una falla, se rompió al armarla. Mandó un peón al obraje próximo, recomendándole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó la cabeza al sol fundente de mediodía e insistió en que no galopara ni un momento. Almorzó en seguida y subió. Los perros, que en la mañana no habían dejado un segundo a su patrón, se quedaron en los corredores.
   La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los fox-terriers."
   Por primera vez en el relato vemos a mister Jones haciendo, actuando, trabajando, lo irónico es que sin saberlo, actuará contra su propia supervivencia. El narrador va diseminando datos, pistas, creando un mecanismo lógico (causa -efecto). La rotura del tornillo, algo que parece tan nimio e intrascendente, es el primer dato concreto que conducirá a la desgracia. Luego aparece el cuidado del caballo por el sol, algo que mister Jones recomienda pero delega en un peón.
   Todos tienen delante suyo la evidencia de la muerte ("sol fundente", "sol a plomo") pero están ciegos para darse cuenta ("adormecía los ojos parpadeantes de los fox-terriers").

   "-No ha aparecido más -dijo Milk.
   Old, al oír aparecido levantó vivamente las orejas. 
   Incitado por la evocación, el cachorro se puso de pie y ladró buscando a aquél. Al rato calló, entregándose con sus compañeros a su defensiva cacería de moscas.
   -No vino más -agregó Isondú.
   -Había una lagartija bajo el raigón -recordó por primera vez Prince.
   Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista y saltó de golpe.
   -¡Viene otra vez! -gritó.
   Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en el que había ido el peón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con prudente furia a la Muerte que se acercaba. El animal caminaba con la cabeza baja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que debía seguir. Al pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en dirección al pozo y se desvaneció progresivamente en la cruda luz.
   Mister Jones bajó: no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando vio llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su misión el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar los latidos, tembló agachando la cabeza y cayó de costado. Mister Jones mandó al peón a la chacra, con el rebenque aún en la mano, para no echarlo si continuaba oyendo sus jesuíticas disculpas.
   Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libres de preocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras el peón, cuando oyeron a mister Jones que le gritaba, lejos ya, pidiéndole el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba cerrado, el encargado dormía, etc. Mister Jones, sin replicar, descolgó su casco y salió él mismo en busca del utensilio. Resistía el sol como un peón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor."
   En este fragmento del texto ocurre el segundo incidente; justo en el momento en que los perros hablaban de que la Muerte no había aparecido más, llega esta vez con la forma del caballo. Podemos constatar que esas visiones de los perros siempre se dan en un momento de excesivo sol y calor sofocante, lo cual puede tener dos explicaciones: ambos espectros corresponden a seres que morirán insolados, por tanto tiene sentido que estén asociados al sol y el calor simbólicamente; el tipo de visión que tienen los perros en medio de una zona seca, soledad y con altas temperaturas, recuerda la situación de espejismo o alucinación que se da en los desiertos.
   Si bien este incidente está en la línea de la primera visión de los perros, tiene algunas diferencias con aquél, y es que apenas ven a la Muerte del caballo, el caballo llega y muere, no hay casi separación temporal entre la visión y el hecho; en cambio entre la visión de la Muerte de mister Jones y su muerte hay una separación temporal de un día, seguramente para provocar más suspenso en el lector. Otra diferencia es la actitud del espectro. En la primera visión, la Muerte de mister Jones miraba fijamente a los perros, como reclamándoles algo; en la segunda, el espectro del caballo estaba con la cabeza baja, y se dirigió al pozo, como buscando el agua que no tuvo y que habría podido salvarlo.
   La situación en sí, lo anecdótico al margen de lo sobrenatural, nos descubre aspectos de la personalidad de mister Jones que no habían sido manifestados hasta este momento. Sumados a los datos anteriores (la soledad, el alcoholismo) estos aspectos constituyen la etopeya del personaje (descripción de los rasgos morales, psíquicos, de una persona). En esta situación conflictiva, en que el peón lo desobedeció, provocando la muerte del caballo, y luego no se hacía cargo error, buscando excusas falsas, no opta por despedir o castigar al peón, pese al medio y época autoritaria y brutal en que se mueven, y a su enojo y malhumor. Esto nos habla de un individuo que no es cruel ni déspota, y explicaría que los perros a su cargo lo aprecien.
   Dentro de la estructura del relato, esta segunda visión, luego del primer impacto, configura lo que llamamos anticlímax o aflojamiento de tensión, pues los perros, equivocadamente, se alegran pensando que la Muerte se había conformado con el caballo, y eso se le comunica al lector. Parecería que la muerte, entonces, es un "alguien" que tiene voluntad, como una deidad de las antiguas religiones que exige un sacrificio o requiere de una muerte para sentirse satisfecha. Pero el narrador no transita el camino de la metafísica ni la religión en el cuento, se limita a tomar una creencia popular y adaptarla a su historia.
   La muerte del caballo, que es mal interpretada por los perros como un cambio de dirección de la Muerte, es otro eslabón, otro agente de la próxima muerte de mister Jones, pues debido a esto es que decide cruzar a pie el campo bajo el sol para buscar el tornillo que no encontró el peón. Se constituye también en una advertencia no recogida por ninguno de los participantes del conflicto.
   La afirmación de que "Resistía el sol como un peón" parece ser la exteriorización del pensamiento de mister Jones. Su excesiva confianza, sumada al malhumor que el paseo debía quitarle, actúan como acicate y agente del destino, provocando que en un rapto de impulsividad, realice ese trayecto a una hora impropia. A la luz del desenlace, la frase resulta ser una ironía trágica, puesto que su resistencia al sol se pondrá a prueba y el personaje terminará insolado y muerto.

   "Los perros salieron con él, pero se detuvieron a la sombra del primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, el ceño contraído y atento, lo veían alejarse. Al fin el temor a la soledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él."
   La alegría de los perros había sido breve: el temor de la soledad los obliga a seguirlo, mostrando el autor algo verosímil, porque es común que los perros sigan a su dueño. Lo hacen por lealtad, porque desean protegerlo, pero también por motivos pragmáticos. 
   El relato continúa destacando el elevado calor ambiente, y en esta circunstancia, hasta los perros, que supuestamente no razonan como los humanos, notaban el exceso y la inconveniencia de exponerse al sol. Sólo el humano marcado para morir por el destino, no razona y comete el error de salir a esa hora. Ese error era imprescindible para que su destino trágico se cumpliera.

   "Mister Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entregaban en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, seria ya en día fresco, era muy dura a esa hora. Mister Jones lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitratos.
   Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio. Marchó de nuevo. Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días atrás agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con la angustia cardíaca que no permitía concluir la respiración.
   Mister Jones se convenció de que había traspasado su límite de resistencia. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de la carótida. Sentíase en el aire, como si dentro de la cabeza le empujaran el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando el pasto. Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... y de pronto volvió en sí y se halló en distinto paraje; había caminado media cuadra sin darse cuenta de nada. Miró atrás y la cabeza se le fue en un nuevo vértigo."
   Mister Jones decide tomar un atajo que resulta ser un atajo hacia la Muerte: el pajonal funciona como otro de los agentes del destino y su conclusión fatal. El hecho de que un hombre que parecía experimentado en el clima del lugar cometa un error tan grave y tonto, refuerza la idea que el texto transmite de que existe un destino inexorable y que todo se confabula para que se cumpla.
   Quiroga consideraba que el ser humano es una fuerza que se afirma o sucumbe, y la salvación de la especie y de cada individuo se da a través de la inteligencia y la tenacidad para sobrevivir. Mister Jones falla porque la experiencia que había adquirido en su vida allí no fue tan poderosa como su enojo e impaciencia, y así es que pierde la partida de la supervivencia. En la ley de la selva el débil perece. En sus relatos de monte el autor nos muestra la lucha del individuo contra la naturaleza, donde mayoritariamente la naturaleza resulta vencedora.Este relato integra esa mayoría donde la naturaleza vence, y el humano perece.
   Veamos en detalle el proceso de la insolación: 1- Comienza en el trayecto desde la casa hasta el obraje en busca del tornillo en un horario impropio para esa estación en esa región geográfica, decisión de Mister Jones condicionada por elementos ya señalados (rotura del tornillo, comercio cerrado, muerte del caballo, malhumor del personaje, decisión impulsiva y poco racional); 2- continúa con otra mala decisión: atravesar el pajonal del Saladito (esa tarea "seria ya en día fresco, era muy dura a esa hora"). Allí comienzan los síntomas físicos, ya que el protagonista se siente "ahogado de fatigas y acres vahos de nitratos"; 3- luego, la salida del pajonal, con el humano debilitado por el esfuerzo extremo que debió realizar para cruzarlo, bajo el sofocamiento del tiempo descompuesto, en que el aire faltaba. Finaliza centrándose en los síntomas físicos del sofoco y la insolación.
   Estos síntomas son relatados con precisión casi científica por un narrador ominisciente. El primero fue sentirse ahogado por la fatiga y los vahos de nitratos del pajonal. El siguiente mencionado refiere a "la angustia cardíaca que no permitía concluir la respiración". O sea que al elemento del ahogo se le suma la afección del corazón, cosa en la que insiste cuando agrega, al hecho de que el personaje sentía que había traspasado su límite de resistencia (aquí se recoge la ironía trágica de su percepción errónea de que resistía el sol como un peón), que "Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de la carótida". El narrador enumera síntomas sin pausa, intentando transmitir al lector el malestar del personaje, físico y emocional, su angustia, y lo rápido que todo ocurrió. Entre ellos, sentirse en el aire, sentir que le empujaban el cráneo hacia arriba, marearse, perder el sentido, sensación de vértigo.
   Es evidente que para dar estos detalles el autor debió documentarse, más allá del conocimiento a nivel de vivencias personales que haya podido experimentar, sea en su persona o viendo otros casos. La idea tiene que ver no solamente con brindar verosimilitud a lo que relata (hacerlo creíble), sino también de mostrar y transmitir un conocimiento o información al lector.
   "Entre tanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua afuera. A veces, asfixiados, deteníanse en la sombra de algún espartillo; se sentaban precipitando su jadeo, pero volvían al tormento del sol. Al fin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.
   Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a mister Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza a su patrón y confrontó.
   -¡La Muerte, la Muerte! -aulló.
   Los otros lo habían visto también, y ladraban erizados. Vieron que mister Jones atravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante.
   -¡Que no camine ligero el patrón! -exclamó Prince.
   -¡Va a tropezar con él! -aullaron todos.
   En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero no directamente sobre ellos, como antes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro de mister Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un segundo y el encuentro se produjo. Mister Jones giró sobre sí mismo y se desplomó.
   Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fue inútil toda el agua; murió sin volver en sí. Mister Moore, su hermano materno, fue allá desde Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra y en cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida al sur. Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos e iban todas las noches, con hambriento sigilo, a robar espigas de maíz en las chacras ajenas."
   Los adverbios de tiempo, el "Entretanto" y el "Fue en ese momento", señalan la simultaneidad de acciones y la brevedad del lapso transcurrido, que parecía más extenso debido a la sobrecargada enumeración del narrador, que en los párrafos anteriores nos avasalla con las características del medio ambiente y los síntomas fisiológicos del hombre que está por morir. El narrador elige cerrar el relato centrándose en las consecuencias de la muerte de mister Jones, sobre todo para sus fox-terriers.
   Old había sido el primero en aparecer en el relato, el primero en ver la Muerte de mister Jones en el primer incidente, y es el primero en ver la Muerte ahora nuevamente. Si algo debía aprender el cachorro, lo aprendió, aunque se desliza también la amargura de que ese aprendizaje no le sirvió para evitar la situación ni sus consecuencias, incluso sobre él mismo.
   El narrador nunca nos informó acerca del aspecto físico ni la vestimenta de Mister Jones, sin embargo, se nos indica que su espectro tiene ojos celestes (sin duda, reproduciendo los del hombre de carne y hueso) y que va vestido de blanco. Respecto a este dato, no sabemos si mister Jones iba vestido de ese color (es poco probable) o más bien el autor quiso íncorporar un cromatismo simbólico. El negro y el blanco son colores asociados con la muerte y el más allá. En este caso el blanco parece acorde al concepto de espectro, además de que la muerte del individuo se produce por insolación, asociada, por tanto, a la luminosidad solar. 
   Hay suspenso hasta el final: la muerte tarda pero llega, parece que olvida o tuerce su camino, pero aún "en línea oblicua y en apariencia errónea" toca su objetivo implacablemente. Y ese momento en que ambos se encuentran, el hombre y su doble la Muerte, cuando ambas partes o quizás mitades se juntan, es el instante en que mister Jones se desploma y ya no vuelve en sí, por más que intenten los peones.
   Lo más emotivo y patético está en los perros, que aún en esa tensión final guardan la esperanza de que mister Jones se salve, ladran y gruñen intentando evitar lo inevitable, mientras éste actúa "como un autómata". Esta palabra nos acerca a la idea de predestinación ya sugerida en el hecho de que los perros vean la muerte con antelación. Finalmente, segundos antes de que se produzca el encuentro entre mister Jones y la Muerte, los perros asumen que la desgracia ocurrirá. Intentaron pero no pudieron, fracasaron.
   A lo largo del relato, y también en esta secuencia, el narrador aporta una serie de datos que, más allá de la lucha particular de los perros y sus visiones, configuran un poderoso engranaje lógico que conduce al desenlace. El cuento, así, puede leerse en clave mágica, o en clave lógica, y una lectura no choca con la otra. Dentro de la visión mágica, la Muerte es un doble del humano que se presenta con anticipación al hecho a los perros y el fallecimiento de la persona se produce cuando el espectro alcanza al individuo. Dentro de la visión lógica, la muerte es el producto de una acumulación de factores lógicos y explicables racionalmente, que incluyen el error, la desidia, la falta de entendimiento y de precaución, etc. 
   Para Quiroga la vida y la muerte son fuerzas dinámicas en constante confrontación, dos caras de una misma moneda de la existencia. Por eso los perros luchan hasta el final; el problema es que es una lucha impotente, porque nunca tuvieron los medios para enfrentar el problema, no podían luchar contra el sol, no conocían claramente dónde radicaba el peligro, y tampoco pueden comunicarlo a quien sí podía haber hecho algo, que es mister Jones. La falta de precaución de mister Jones es lo que lo conduce a la muerte.
   La fatalidad que los perros habían previsto finalmente llega, y el narrador resume la tragedia en un último párrafo breve, seco, conciso, configurando un final al estilo quiroguiano. No hay expresión de emociones, sólo la crónica brutal de los hechos. En ese párrafo no sólo se documenta la muerte de mister Jones ("murió sin volver en sí"), sino que se sentencia la suerte de los perros (Mister Moore, hermano materno de Jones, liquida la chacra sin hacerse cargo de las mascotas del fallecido). Mister Jones muere y los perros pierden su sostén afectivo y económico; hay dos destinos paralelos en su fracaso. La última frase cierra el contraste entre el inicio y el final. Los perros cambian su suerte, de ser mascotas mimadas y bien alimentadas, pasan a estar "flacos y sarnosos", forzados por la necesidad a robar en chacras ajenas espigas de maíz para subsistir miserablemente.
La ausencia de expresión emocional en el relato no significa que no apunte a provocar en el lector sentimientos de compasión, que brotan naturalmente a partir de la empatía que generan los perros que aún luchando, no pudieron evitar la desgracia.
   

  

   

   
   
   











   

    
   






























domingo, 17 de mayo de 2020

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS, de HORACIO QUIROGA (texto)

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS

de HORACIO QUIROGA

(texto)



   




   Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
   Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
   Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
   La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
   En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
   No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aun quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
   Fue ése el último día en que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole cama y descanso absolutos.
   -No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme en seguida.
   Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
   Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
   -¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
   Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.
   -¡Soy yo, Alicia, soy yo!
   Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano del marido, acariciándola por media hora, temblando. 
   Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella sus ojos.
   Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor, mientras ellos pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
   -Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... Poco hay que hacer.
   -¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
   Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.
   Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
   Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
   -¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
   Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
   -Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
   -Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
   La sirvienta lo levantó pero en seguida lo dejó caer y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
   -¿Qué hay? -murmuró con voz ronca.
   -Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
   Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
   Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquella, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
   Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
   

Primera publicación: Revista Caras y Caretas, 1907
Primera edición en libro: Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917










sábado, 9 de mayo de 2020

Quiroga y su Decálogo del Perfecto Cuentista

   QUIROGA Y SU DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA



   Horacio Quiroga, escritor nacido en Salto, Uruguay, en 1878, ostenta en la década del 20 la suficiente madurez literaria como para reflexionar acerca de la esencia de la escritura, y en particular sobre el género en el cual demostró su maestría: el cuento. A propósito de esto, escribió alrededor de treinta artículos teóricos donde muestra que tiene su propia concepción sobre el mismo, más allá de la influencia de otros escritores sobre su visión literaria y su obra.
   Entre tantos ensayos y publicaciones, destaca su Decálogo del Perfecto Cuentista, publicado por primera vez en la revista bonaerense Babel, en el año 1927.
   ¿Por qué "decálogo"? Un decálogo es un conjunto de diez reglas que se consideran básicas para alguna actividad. El antecedente de los diez mandamientos en el Antiguo Testamento de la Biblia, nos permite asociar a Quiroga con el rol de Dios, quien acerca a los humanos (escritores noveles) reglas "sagradas" que deben seguir. Quiroga se encuentra en la plenitud de su prestigio literario, y sabiendo que su opinión es leída y escuchada, desea compartir no sólo su visión, sino también su conocimiento y el secreto de su éxito.





DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA


-I-
Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
-II-
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes con dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
-III-
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
-IV-
Ten fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
-V-
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
-VI-
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
-VII-
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
-VIII- 
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. El cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea. 
-IX-
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino. 
-X-
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.

Comentario:
   El Decálogo es un compendio de las ideas teóricas que Quiroga tiene acerca del cuento, pero también es fruto de su oficio como cuentista. Algunos de sus consejos son atemporales, otros se entienden mejor contextualizándolos. 
   Si lo ubicamos literariamente, debemos partir de la base de que Quiroga es un narrador perteneciente a la denominada Generación del 900 de Uruguay. Esta generación de escritores manifestó en sus obras dos tendencias: modernista y realista. En general, los poetas fueron influidos por el Modernismo, y los narradores por el Realismo. Quiroga comenzó escribiendo poesía en clave modernista, pero muy pronto halló su verdadera vocación e incursionó en el género narrativo, donde sus mejores logros están en el relato breve. Es evidente el influjo del Realismo en sus textos, caracterizados por describir ambientes y presentar situaciones propias de una región geográfica y un paisaje determinados, la sencillez en el discurso de la voz narrativa, así como costumbres, vestimentas e inclusive vocabulario de los personajes. Del mismo modo la presentación de las conductas de sus personajes es realista y verosímil. Sin embargo no abandonó del todo el Modernismo, asociado sobre todo al efectismo del horror y la muerte, y los sentimientos refinados y morbosos en algunos de sus textos.
   Esta ubicación nos ayuda a comprender mejor el primer mandamiento de este decálogo, pues son mencionados los autores que Quiroga admiró, y que ejercieron fuerte influencia en su obra. Todos fueron autores notables del siglo XIX (sólo Kipling llegó a vivir también en el siglo XX, falleciendo en 1936), y destacaron por su obra narrativa. En definitiva, Quiroga plantea que ningún novel escritor debe avergonzarse de admirar a otros autores, ni tampoco, incluso, de imitarlos en algún momento de su crecimiento como creador (mandamiento III). Nadie, por más genial que sea, parte de cero, todos somos influidos por alguien anterior. Y si hay que admirar e imitar, al menos que sea a autores geniales. La propia maduración irá gestando la originalidad y el estilo personal. 
   El mandamiento II aconseja la humildad, el no creerse más de lo que se es realmente, diferenciar la confianza en uno mismo de la soberbia, pues la soberbia no permite aprender ni crecer. 
   Hasta el cuarto mandamiento, en que sugiere que no se puede ser un gran escritor sin la pasión de escribir, señalando indirectamente que la escritura debe ser ejercida con pureza, no por motivos ajenos como el éxito económico, la fama personal, etc, sino por el puro amor a la escritura, se trata sobre lo que forma al escritor y sus influencias (la admiración a un maestro, la imitación durante el aprendizaje, el motivo para escribir). 
   Del quinto al octavo, los consejos son más prácticos y tienen que ver con el oficio mismo de escribir el cuento.
   En estos consejos prácticos Quiroga deja en claro que la inspiración puede ser importante, pero no lo es más que el trabajo y la voluntad. No se trata, por ejemplo, como expresa en el mandamiento V, de esperar que venga la inspiración y ya, sino que la técnica del creador también debe apoyarse en lo racional y la planificación, por eso señala que desde el comienzo el autor debe saber hacia dónde se dirige la acción y cómo finalizará la historia. También apunta al concepto de que cada frase de un cuento tiene importancia, en parte por su brevedad, y que el inicio debe escribirse considerando ya el final.
   Los mandamientos VI y VII apuntan con distintas palabras al mismo concepto: escribir un cuento no  pasa por centrarse en los adornos, sino por apuntar a lo esencial. Por tanto, el exceso de retórica y adorno no es una cualidad para Quiroga, sino todo lo contrario. Apunta a un texto que se lea con fluidez y no coarte la agilidad de la lectura, sobrio,  despojado de todo lo que no sea imprescindible, siguiendo el viejo adagio de "menos es más". Eso no significa que no deban usarse recursos (él los empleó en sus cuentos), sino que deben ser los adecuados, los que aporten algo sustancial. Estos dos mandamientos son contrarios al espíritu retórico del Modernismo, y lo apartan de él.
   El mandamiento VIII apunta a la manera de trabajar a los personajes, a la necesidad de la verosimilitud y respeto por el lector. Si bien el autor es el dios de su creación, y la imaginación es amplia y poderosa, la acción y discurso debe ser creíble para el lector, de tal manera que éste se interese por la trama y se entusiasme con los personajes.
   La frase "El cuento es una novela depurada de ripios" merece una mención aparte. Demuestra que Quiroga diferenciaba al cuento de la novela no solamente por su extensión (el cuento es breve, la novela es un relato mucho más extenso), sino también por su esencia narrativa: el cuento debe ser mucho más intenso. La extensión de la novela permite al narrador "distraerse", ir y venir, detenerse en aspectos menos esenciales; la brevedad del cuento, en cambio, requiere concentración de elementos, intensidad, en menos espacio debe expresarse todo lo necesario. El vocablo "ripios" tiene una connotación peyorativa, ya que refiere a algo superfluo que se incluye para rellenar, y no porque aporte sustancia, degradando así la calidad del texto.
   El mandamiento IX expresa un concepto en parte ya aludido en el mandamiento V: el sentimiento y la inspiración (los elementos irracionales) son importantes, pero no bastan por sí solos para crear un gran cuento. Es necesaria también la razón, el trabajo sobre el texto, la planificación. Escribir bajo la emoción experimentada puede nublar la visión del creador. Esa emoción debe estar, pero elaborada, y para ello se requiere el paso del tiempo.
   Finalmente, el mandamiento X revela que el creador debe ser autónomo y escuchar sólo su voz interior, no guiarse por la búsqueda de la aceptación ni del aplauso social, ni basarse en la opinión de otros, aún si son cercanos. 

   Quiroga también escribió un Manual del Perfecto Cuentista, y Los Trucs del Perfecto Cuentista.