domingo, 1 de agosto de 2021

ANÁLISIS DE LA CASA DE BERNARDA ALBA -PARTE 2

 ANÁLISIS DE LA CASA DE BERNARDA ALBA -parte 2





RESUMEN DE ESTUDIOS CRÍTICOS SOBRE LA OBRA DE FGL

 

García Lorca y la tragedia social
De Ignacio Elizalde
 

   Para Lorca el teatro fue siempre un medio de comunicación, un vehículo de ideas y sentimientos. En febrero de 1935, un periodista le preguntaba cuál de los dos aspectos de su personalidad le parecía dominante, el lírico o el dramático. Y le responde: “Lo dramático, sin duda. A mí me interesa más la gente que habita el paisaje que el paisaje.” Lo que le importa, lo que le obsesiona, es la realidad humana vista, oída, comunicada, más que los estilos o las teorías estéticas.

 

Lorca y su raigambre tradicional:

                                                       En lo que refiere a sus dramas rurales y sociales, García Lorca está enraizado en la tradición dramática española. En el Siglo de Oro español encontramos una serie de autores y de obras de ambiente campesino, llenos de intencionalidad social, con los que Lorca muestra coincidencias.

   Por ejemplo, tanto en “Peribáñez y el comendador de Ocaña” como en “Fuenteovejuna”, Lope de Vega nos muestra a comendadores que abusan de su poder intentando seducir a las mujeres del pueblo, mezclando amor y muerte (en ambos textos los comendadores son asesinados a manos de algún campesino vengador) con el típico tema español del honor. Es también el caso de “El alcalde de Zalamea” de Calderón, etc. Lorca comparte con estos dramaturgos el tema del amor y el honor en un ambiente rural. Y de hecho, sabemos que Lorca estaba muy familiarizado con el teatro del Siglo de Oro por sus actividades en La Barraca. Pero es con Jacinto Benavente, dramaturgo de la generación anterior a Lorca (la llamada Generación del 98) con el que muestra más semejanza.

   Lorca conserva muchos elementos de la tradición española, pero al mismo tiempo es un autor moderno. El concepto de la honra, el orgullo de la herencia limpia, la reputación sin mancha, están presentes en el fondo de esas vidas desgarradas de amor, de pasión y de venganza. Pero también enriquece esta tradición con elementos europeos. Dentro del drama rural español añade la dimensión trágica en el sentido típico del siglo XX: la lucha entre la necesidad y la libertad, entre lo deseado y lo posible, entre el impulso sexual del cuerpo y del alma. Que es desde otro punto de vista la lucha entre las necesidades de la sociedad y las del individuo. En los dramas del Siglo de Oro, el orden social se identifica con la justicia –el rey señala como justa la muerte del comendador, que era el agresor del orden social- , mientras que en Lorca es el protagonista de la tragedia quien, como individuo, no puede aceptar los dictados del orden social.

   Nadie duda del realismo de García Lorca. Pero no encontramos en él un realismo fotográfico, sino un realismo lírico, donde se trabajan caracteres verosímiles que son producto de su medio social, pero mediante un lenguaje poético que es propio del autor, no de los personajes.

   Las tragedias rurales de Lorca están construidas en torno a un carácter femenino, y el vigor de las pinceladas del dramaturgo se centra en la protagonista. Por ejemplo, Bernarda está presente con todos sus rasgos de carácter, con su voluntad de dominio, mientras que las hijas son representaciones de instintos reprimidos desde fuera. La mujer ocupa en sus tragedias rurales el centro de su problemática, como lo indican varios títulos de sus obras (“Yerma”, “La casa de Bernarda Alba”, “Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores”, “Mariana Pineda”, “La zapatera prodigiosa”). Los hombres aparecen como meros contrapuntos, simples pretextos para desarrollar la pasión femenina. En “La casa de Bernarda Alba”, por ejemplo, no aparece ningún hombre en escena: Pepe el Romano está ausente, pero siempre presente en la sangre de las hijas, como una fuerza masculina.

“La casa de Bernarda Alba”:

                                               Es la obra maestra de Lorca. Quiso darnos el drama de las mujeres de los pueblos de España, como documento fotográfico. Pero no es propiamente un documento, ni un testimonio: es una realidad estilizada que se encarna en la poesía dramática. En cierto modo, representa la visión trágica de España. El drama está escrito poco antes de la guerra civil, y los hechos trágicos que ocurren durante su desenvolvimiento anuncian los que ocurrirán en España.

   La tesis de la obra se reduce a la lucha entre el principio de autoridad y el principio de libertad, encarnado en el instinto sexual. Autoridad que se funda en una moral social negativa. Bernarda hace suya la moral del pueblo, de la que se sirve como instrumento para imponer su instinto de poder, su voluntad de dominio, incluso sobre las leyes de la naturaleza. Su instinto maternal se convierte en antimaternal, destruyendo a sus hijas. Por eso Angustias, la mayor, quiere “salir de este infierno”, casándose; Poncia, la vieja criada, dice que desea cruzar el mar y “huir de esta casa de guerra”. El hermetismo, la estrechez y el duro sistema es tal que Martirio dice que le ha tocado vivir en un rígido convento –compara a la autoridad de su madre con la tiranía de una superiora- y Adela grita: “¡Yo quiero salir!”. Su presencia se hace sentir siempre, aunque no esté en escena. Para el que no aceptaba este rígido sistema no cabía más solución que la locura (María Josefa, madre de Bernarda) o el suicidio (Adela, la hija menor, la rebelde).

   En Bernarda apenas advertimos un rasgo femenino. Madre orgullosa, egoísta, cuya actitud tal vez le vino de un fracaso amoroso, de una humillación social o de la soberbia de clase heredada. Madre sólo en lo externo, no en lo interior, dedica todas sus energías a anular la voluntad de sus hijas y de sus criadas. Quiere aparentar bondad solamente para el público, encarnación de auténtica farisea. Sus sermones son siempre para los demás, sin observar nunca sus propias faltas. Acata el mundo en que vive, pero al mismo tiempo muestra gran voluntad de dominio, y lo ejecuta de dos modos: frente a los de fuera, no dándoles de qué hablar; frente a los de la casa, sojuzgándolos. Tiraniza a sus hijas para que nadie hable de ellas, pero disfruta dominándolas. Su debilidad consiste en su incapacidad para comprender todo lo que no sea la moralidad social del pueblo, pero no sabemos si esta incomprensión es efecto de sus instintos reprimidos o de su ignorancia. Actúa como una asesina de ensueños e ilusiones, que no permite que la juventud dé sus flores, ni que se abra al amor. No reconoce otra realidad que la suya. Pero ella misma es consecuencia y fruto de un ambiente social. Lorca se ensaña en la crítica contra esta mujer, que refleja una mentalidad española.

   Sus hijas son encarnación del instinto sexual. Se diferencian por los accidentes externos de la edad, deformidad (Martirio), aceptación resignada de la realidad (Magdalena), por ser novia de Pepe (Angustias), por la rebeldía (Adela), o temor a los hombres (Amelia). Pretende mantenerlas niñas, incomunicadas y solitarias. Todas reflejan el dominio que sobre ellas ha ejercido Bernarda. Angustias, la mayor, con 39 años, no había sido nunca novia y sus relaciones con Pepe carecen de espontaneidad y pasión. Ante su próximo matrimonio siente más bien satisfacciones de orden social. Magdalena, con 30, se ha decidido a no luchar, a quedarse en su soltería. Amelia, de 26, menosprecia su ser femenino, rechaza las posibilidades de conflicto y teme al hombre. Es la más inocente y bondadosa. Martirio, la contrahecha, con 24, ha sufrido un desengaño amoroso y desconfía de los hombres, al mismo tiempo que le atraen, y quema sus últimas llamas de ilusión. Adela, la menor, encarna poéticamente las ideas de Lorca sobre el amor, que debe realizar contra todos. Amor que es fantasía y realidad, que le empuja a arriesgar su vida, aún con un hombre egoísta, desvergonzado. Desafía a su madre. Adela desea un hombre que, debido a los contratos sociales, no puede alcanzar. Al romper la vara de Bernarda expresa que rompe el sistema social, el principio de autoridad, que se rebela. Cuando cree que su amante ha muerto se suicida, porque le es imposible vivir sin ilusión.

   En cuanto a las criadas, Poncia es la que tiene mayor relieve, con las cualidades prácticas e instintivas de la mujer. Es madre trabajadora, y se sacrificó sirviendo para sostener a sus hijos. En ciertos momentos, las criadas representan el papel del gracioso, esencial en el antiguo teatro español. Revelan los detalles más secretos y ofrecen paréntesis cómicos, pero también ellas experimentan la tiranía de Bernarda. Poncia siente que toda su vida ha estado dominada por su dueña.

   María Josefa, la abuela, es un personaje simbólico. Representa la libertad de expresión, pues como está loca, dice lo que quiere. La tirana, para sofocar esta libertad, ordena: “Encerradla”. En sus frases siempre alude a las circunstancias de la casa y de las hijas de Bernarda. Es, también, la voz del destino. Al final del acto primero, la primera vez que aparece en escena, nos dice cuál será la suerte de las hijas de Bernarda: “Ninguna de vosotras se va a casar. Ninguna.” Quiere escaparse para casarse, porque “No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón”. También alude a Pepe el Romano: “Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo…”

   En la tragedia lorquiana se han eliminado los hombres, pero están presentes en la sangre y en las bocas de estas mujeres. Con frecuencia hablan de ellos, aunque en sentido muy negativo. Martirio dice: “¡Qué les importa la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer.” Ve la naturaleza masculina como algo fijo, incapaz de cambiar. Magdalena afirma que Pepe el Romano viene a por el dinero de Angustias. Y lo peor es que es cierto. La Poncia cuenta cómo vino al pueblo una prostituta: “Yo misma le di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas.” Adela continúa: “Se les perdona todo.” Y Amelia añade: “Nacer mujer es el mayor castigo.” Confirman el reconocimiento de una doble moral y las reglas cerradas e impuestas por la sociedad. La mujer no crea la moral, pero la vive con más intensidad y fidelidad que el hombre. Bernarda sacrifica a sus hijas a una moral que no ha creado, pero en la que cree y en la que participa como agente y víctima. La moral del pueblo es una moral racionalizada hecha de preceptos negativos. A Bernarda se le critica por su dureza. El coro de las enlutadas dirá pestes contra ella. Pero ninguna de ellas es más blanda. La caridad brilla por su ausencia en toda la obra, el pueblo donde viven es como una silenciosa batalla en la que todos son enemigos de todos. Pero en la obra de Lorca no hay ninguna figura social, como en el caso de Lope (donde el Rey juzga y es figura referente), que juzgue imparcialmente las conductas. Y sin embargo, Adela conoce el castigo que le espera a quien se enfrenta al orden y la moral social, como conocía el código de honor de la mujer deshonrada: limpiar su deshonra o morir.

   Mediante el actuar y decir de las hijas de Bernarda, Lorca plantea la idea del cuerpo (soma) como fuerza poderosa. No se habla de personas, sino de cuerpos. “Yo hago de mi cuerpo lo que me parece”, dice Adela. Para ella carece de sentido el código moral y social, dándole primacía al cuerpo en su jerarquía de valores. Proclama su libertad como derecho a usar su cuerpo como le plazca. Un cuerpo que, en este caso, expresa deseo sexual. La Poncia le recomienda que espere a que Angustias se muera, que respete la tradición, pero Adela no nació para esperar, no puede hacerlo. El caballo aparece como leit motiv representativo del instinto sexual, animal, del cuerpo: el garañón da coces contra el muro, anhelando la hembra. Adela y Pepe, más que amarse, se apetecen y gozan.

   También desde el punto de vista social, se observa en la obra un marcado clasismo. Bernarda mantiene a sus hijas incomunicadas con los hombres porque “No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase.” Cuando Adela se lamenta de que no puede salir al campo libremente como los jóvenes segadores, Magdalena le dice: “Cada clase tiene que hacer lo suyo.” La clase social de Bernarda, la de los propietarios, está preocupada por mostrar superioridad, ambición de clase basada en la riqueza y en la reputación. Este principio convierte a la casa en prisión. La otra clase, la de los asalariados, la de los que sirven o mendigan, “son de otra sustancia”, afirma Bernarda, y no podrán entrar en el juego, pero tienen una ventaja: no pagarán sus pecados con el mismo rigor. La madre de Poncia fue prostituta, y no hubo grandes consecuencias para la hija. Poncia advierte que la declaración amorosa varía según la clase social, comparando a Pepe con su esposo.

   El luto por la muerte de un ser querido sigue los rigores de la tradición. Dice Bernarda a sus hijas: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haced de cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo.” Adela se rebela y declarará: “Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle.” Reconoce que el luto le ha tocado en la peor época de su vida. Hasta hace algunos años el luto se guardaba en los pueblos españoles de una manera inhumana.

   Al final, el instinto sexual de Adela ha triunfado sobre la inflexible construcción de poder y autoridad de Bernarda. La obra termina con una doble derrota. La voluntad de dominio en ese mundo doméstico que fue tan dura se ha roto. Su última orden es una gran mentira: “La hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen.” Por eso caerá también la reputación, el qué dirán, la apariencia que con tanto rigor cuidó Bernarda y que constituía la parte esencial de su moral, pues ni Pepe ni la Poncia se callarán, aunque ella pretenda ignorar la realidad, acostumbrada a hacerlo y a imponer su voluntad. Este final posee la grandeza de la culminación de un drama a la vez individual y social.




  

 El discurso fémino –céntrico en las tragedias de FGL
De Elvira Pirraglia

 

   La perspectiva feminista en las tragedias de Lorca constituye un elemento peculiar de su estética y de su ideología. Lo femenino de sus dramas sirve de trampolín para configurar el ansia de fijar la identidad y buscar la expresión de la mujer, pero también para ofrecernos los metacomentarios lorquianos sobre su propia marginalidad por ser homosexual. Tanto en Bodas de sangre como en La casa de Bernarda Alba o en Yerma, el dramaturgo cuestiona toda la ideología burguesa. Lorca estudia críticamente la vida de un pueblo: el aspecto moral llevado al extremo, la perversión y el abuso sociomoral: desenmascara la hipocresía de los que carecen de valores originales. Una de las constantes en su obra teatral es el conflicto entre autoridad e individualidad, ley natural y ley social, y también entre el yo y el ello, puesto que es capaz de plasmar los problemas más hondos de la mente.

   Según Federico García Lorca, la mujer personifica a la vida y la fecundidad, aunque también lleve en sí la semilla de la muerte. En su teatro, las protagonistas de sus mayores obras son mujeres, exponentes de un mundo creado por el hombre. Esto facilita una reivindicación de la mujer, a la vez que permite poner de relieve parámetros distintivos del discurso femenino.

   Para entender a estas mujeres debemos realizar un análisis que incluya consideraciones como la económica, la relación de la mujer con el hombre, los efectos de cambios sociopolíticos sobre la condición de mujer como individuo, las implicaciones del estereotipo mujer –esposa y las limitaciones impuestas a su autonomía.

   Casi todos los personajes femeninos de Lorca, incluso los que aparecen más convencionalmente femeninos, presentan una carencia que su código femenino declararía fundamental. En ese sentido, el autor sustituye los códigos de los géneros definidos por un código ambiguo.

   Uno de los ejemplos de desplazamiento de las leyes del código convencional se ofrece a través de Bernarda Alba. Al comienzo de la obra Bernarda es caracterizada como madre, hija y esposa (las tradicionales funciones asignadas a la mujer). Pero a lo largo del drama estas funciones son desplazadas: la madre posee toda la autoridad; el marido murió sin dejar otro recuerdo que el luto; las hijas rebeldes adquieren condición de enemigas. Así va surgiendo una nueva Bernarda, capaz de comportarse igual que el hombre, ejerciendo exclusivamente ella la autoridad. Bernarda domina y actúa masculinamente; es el individuo que ejerce no ya como dominado sino como dominante. De ello se deduce que en la práctica, por encima de los anhelos ideales, la psique se concreta en una androginia psicológica, en una fluctuación entre el papel masculino y femenino. En el teatro convencional la función de mando le corresponde al padre –marido y se ejercía sobre todo en la represión verbal, haciendo que toda angustia en la mujer se expresase solamente a través de llantos y gestos.

   Las funciones femeninas se desplazan a causa de una cierta ambigüedad que afecta mayormente a las hijas de Bernarda. Ellas no muestran amor por la madre, sino más bien una infeliz sumisión. Poncia describe a Bernarda como una mujer que emplea, con absoluta rigidez, el código sociomoral; una mujer cuya razón es el odio y la represión que impone a los otros. La segunda función femenina, la materna, también se desvirtúa a lo largo de la obra, no sólo porque Bernarda parece incapaz de demostrar afecto maternal, sino también porque Magdalena, Amelia y Martirio, en diálogo con Poncia, afirman que no desean tener hijos. En la función conyugal se sustituye el amor por la lujuria, las revelaciones de Adela y Martirio lo señalan, cuando discuten por Pepe el Romano.

   La simpatía de Lorca por la mujer, víctima del hombre, puede enraizarse en la oposición al orden social –sexual dominante, ese orden que margina a quienes se alejan del matrimonio o de la donjuanía. El drama lorquiano laboraba contra los modelos tradicionales: la identidad, los personajes identificables, el escenario –casa y lo que contribuía a una tradición familiar. Al autor le urge ofrecer una nueva concepción teatral que sirva al único fin que lo legitima: la regeneración de la sociedad, darle la palabra a los que agonizan, a los que sufren en silencio, a los que no osan mostrarse como son; ese es el conflicto social de sus obras. Es una actitud libertaria, donde lo íntimo conlleva la problemática social, en denuncia de las fuerzas represoras, de la máscara a nivel íntimo o social.

   Así, el dramaturgo ataca la sociedad patriarcal de la que él fue víctima. En La casa de Bernarda Alba, por ejemplo, Adela siente una irresistible atracción por Pepe el Romano, y se rebela contra las normas morales, ilustrando la actitud libertaria de Lorca. La represión violenta del instinto sexual de la mujer constituye un tema central en esta obra, y esa pasión es lo que proporciona la tensión que enloquece a las hijas, a las que Bernarda denomina “cinco potras” (para Bernarda son potras porque procuran quebrar la barrera racional impositiva de su yo; el término “potras” apela a la base animal, y por tanto, difícilmente racionalizable, del fondo inconsciente). Bernarda representa la imagen sacra de la rectitud y el orden, garante de la norma moral y perseguidora implacable de las desviaciones, es la encarnación de la instancia psíquica que sojuzga los instintos. Ella es la conciencia moral que castiga, rigurosa, el libre juego de los instintos de sus hijas, especialmente el de Adela. En términos freudianos, Bernarda es el super –yo, proyección de la figura censora del padre que corrige la transgresión erótica juzgada íntimamente culpable. Adela, al ser amante de Pepe, propone una liberación por parte de la mujer; liberación anhelada y deseos de romper con el agobiante mundo tradicionalista, represor e inquisidor. La descripción física de los hombres como objetos de apetencia sexual, es sumamente explícita.

   La situación básica de conflicto se da entre los principios de autoridad y de libertad, que constituye el gran tema del teatro de Federico García Lorca. Las siguientes palabras de Adela ilustran esta afirmación: “¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe!”.

   En la visión tradicional de la época, la más mínima señal de desobediencia y falta de resignación frente a estructuras sociales y económicas por parte de la mujer, la saca de su posición privilegiada y la convierte en antagonista.  El deseo sexual es esencialmente igual en la mujer y en el hombre, pero si la mujer de la época osaba exponer sus pasiones, inmediatamente se la degradaba porque esa sociedad machista, pequeñoburguesa y provinciana así lo dictaba. El discurso de Bernarda ilustra la exageración del férreo código moral de la sociedad en la que vive: “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.” El machismo extremo es el signo más sobresaliente del referente cultural al que Lorca enfrenta en sus tragedias.

   La realidad degradada de la existencia se destaca por la cosificación de la mujer y la reducción del hombre a su dimensión puramente fisiológica. La trilogía dramática de Lorca no es solamente una acusación del mundo masculino, sino también un aliento a la capacidad de las mismas mujeres para desarticular la ideología patriarcal.

   El dramaturgo, en una entrevista fechada en 1935, habló de su obra en los siguientes términos: “Se trata de la línea trágica de nuestra vida social: las españolas que se quedaban solteras. […] Recojo toda la tragedia de la cursilería española y provinciana […] que es de un hondo dramatismo social, porque refleja lo que era la clase media.” El poeta, sensible al drama de la mujer, testimonia su marginalización a causa de los prejuicios sexuales, y por esto, trata de valorizarla en su obra.

   Tanto en Bodas de sangre, como en Yerma y en La casa de Bernarda Alba, la mujer ya no se presenta como la dócil y sumisa “esclava”, ya no posee ese espíritu servil y de sacrificio. Tanto la Novia, como Yerma y Adela, son mujeres que no inhiben la manifestación de su erotismo, estas mujeres lorquianas revelan una cierta emancipación. Lorca apunta al conflicto entre razón y deseo sexual. Su discurso es de protesta y vindicación de derechos minoritarios. El poeta siente su propia frustración espiritual a causa de ese mundo provincia que logra trastornar al ser humano, y confía en el teatro para modificar ciertas conductas sociales: “El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país […] Un teatro sensible y bien orientado puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo.”

 

 

(FEDERICO GARCÍA LORCA Y MARGARITA XIRGU)

Federico García Lorca y el canon internacional
De María Francisca Vilches de Frutos

 

Una vocación teatral: Una revisión de las ediciones de textos teatrales y ensayos críticos publicados en los últimos años, y de las programaciones de los principales escenarios mundiales pone de manifiesto la importancia de la obra dramática de Federico García Lorca. Es uno de los principales representantes del canon internacional, y se ha convertido en fuente de inspiración para otros creadores escénicos.

   El interés de Federico por la cuestión teatral fue notorio. Desde 1920, fecha de la puesta en escena en un teatro madrileño de “El maleficio de la mariposa” (comedia en 3 cuadros, en verso), hasta su fallecimiento en 1936, accedieron a los escenarios nueve de sus creaciones dramáticas, y además, dejó terminadas otras obras teatrales que fueron representadas póstumamente, entre ellas “La casa de Bernarda Alba”, en 1945. Y dejó inconclusos unos cuantos proyectos teatrales.

   También desde su juventud dirigió, no sólo sus propias obras, sino también la puesta en escena de clásicos durante su participación en el grupo estatal de “La Barraca”.

   Todos estos elementos permiten equiparar su trayectoria a la de otros grandes creadores dramáticos del siglo XX.

 

El teatro de F. G. L. entre la tradición y la vanguardia: Parte de la popularidad alcanzada por Federico se debe a su original recreación del mundo andaluz, así como la relevancia que en el extranjero tuvo su trágico final. Pero lo más influyente ha sido su capacidad para aunar tradición y  vanguardia a través de un teatro poético de índole personal. Sus textos muestran a un autor en constante experimentación con géneros, temas y personajes de la tradición teatral, a los que filtró por el tamiz de modernas técnicas expresivas, deudoras de la vanguardia teatral del momento.

   Quizás donde mejor se perciba el entronque con la tradición literaria sea en su utilización de uno de sus principales vehículos, los géneros: la comedia, la tragedia, la farsa. Pero como todo gran renovador de la escena, Federico experimentó con ellos y fusionó aspectos de unos y de otros, trascendiendo los límites teatrales y adaptando elementos de la tradición lírica y narrativa, como poemas, romances, leyendas, etc. Ofreció uno de los mejores exponentes de la tradición del drama rural con “La casa de Bernarda Alba”, aprovechó las posibilidades del drama histórico en “Mariana Pineda”, basada en un romance popular, trabajó el teatro simbólico con “Yerma”, etc.

   Abordó con sensibilidad algunos temas clásicos de la literatura universal: la percepción del amor como algo inasequible; la dialéctica entre eros y thanatos; la defensa de la identidad y de la libertad frente a las convenciones sociales; el rechazo a la envidia y la maledicencia; las graves consecuencias de la ambición humana. Todo el teatro lorquiano es un canto al amor imposible, fugaz, prohibido, incapaz de concretarse en una realidad tangible sin que conlleve la muerte o la renuncia a la propia identidad. Es un tema que en su obra se asocia a la defensa de la propia individualidad, a una militancia casi ciega por la libertad, como condiciones sustanciales del ser humano.

   Quizás sus textos más representativos sean aquellos en los que reflexiona sobre la tragedia del amor prohibido en el medio rural de la Andalucía de comienzos de siglo. García Lorca defiende la fuerza de los instintos amorosos por encima de los criterios de la razón, y las decisiones personales de los individuos frente a las convenciones sociales, a pesar del trágico fin que puedan acarrear.

   Pocos escritores han logrado transmitir como él la modernidad de algunos de los arquetipos de la tradición literaria clásica y popular. En La casa de Bernarda Alba, Bernarda es el símbolo del poder represivo matriarcal, así como en otras obras, Yerma es paradigma de la maternidad frustrada, o Mariana Pineda, símbolo de la libertad.

   Muchos de sus personajes aparecen nominados genéricamente y caracterizados por sus rasgos dominantes, sus oficios o su situación social, y presentan un alto componente simbólico: la criada, las mujeres vestidas de negro, la muchacha, los segadores, etc. Constituyen un amplio espectro, y en muchos casos remiten a la tradición grecolatina de los coros.

Es la concreción escénica de estos temas, personajes y géneros lo que convierte a Federico García Lorca en baluarte del teatro más vanguardista de su época. En sus textos se aprecian aspectos relevantes como la potenciación de la percepción sensorial por encima de la racional, la ruptura de los límites entre la realidad y la ficción, o la defensa de la sencillez y estilización como instrumentos de acercamiento a los espectadores. Fueron estos intereses los que lo llevaron,  influído seguramente por su estancia en New York, a la valoración del ritmo, al uso de recursos cromáticos por su connotación simbólica y estilizadora, al empleo de la luz y el sonido para crear espacios psicológicos alejados de la razón, y a la introducción de técnicas de distanciamiento mediante elementos recurrentes o potenciación de la gestualidad de los actores.

   La importancia que le da a la percepción sensorial se aprecia en la atención que dedicó a los elementos cromáticos en el decorado y el vestuario, los cuales permiten al espectador adentrarse en la fuerza connotativa del mundo sensorial lorquiano. Federico trabajó constantemente con las sugerencias simbólicas de los colores. En sus textos utilizó el verde como símbolo de la vida y de la libertad, y paradójicamente, también de la muerte (por ejemplo, el vestido verde que quería ponerse Adela en “La casa de Bernarda Alba”); empleó, además del negro, el blanco y el azul asociados a aspectos relacionados con la muerte; indagó en las posibilidades expresivas del rojo para representar el amor pasional, sin contención, de la sangre que precede a la muerte, claro símbolo de la unión de eros y thanatos.

   Federico insistió en la necesidad de que las obras se ajustasen a un ritmo dramático. Esto fue corroborado por el escenógrafo José Caballero, quien comentó a un diario: “Él quería que su obra funcionara con la misma precisión de un mecanismo de relojería, sin un solo fallo.” Esto explica la importancia otorgada a la música y la coreografía en sus piezas teatrales.

 

Federico García Lorca, hombre de su tiempo: Federico alcanzó su madurez literaria en uno de los períodos históricos en los que mayor ha sido la influencia de lo sociopolítico en las artes y la literatura: los años vinculados a la Guerra Civil y a la proclamación de la República en sustitución de la Monarquía. Fueron numerosos los intelectuales que por esas fechas comenzaron a manifestar su preocupación por las profundas transformaciones que se estaban produciendo en el tejido social y a defender la necesidad de comprometerse como creadores con estos cambios con el objetivo de acceder a una sociedad más justa. La postura creativa de García Lorca se halla alejada del realismo social defendido por un importante sector de la intelectualidad española, pero no del compromiso social. No resulta viable el punto de vista sostenido por algunos críticos que tildaron a Federico de apolítico por su negativa a militar en algún partido político, o que han atribuído su muerte a problemas de enemistad personal (por un tema de disputas internas entre falangistas). Como ha apuntado Christopher Maurer: “Lorca sería, desde 1929, por lo menos, un colaborador activo en el nacimiento de una España nueva. Sin inscribirse jamás en ningún partido político, deja constancia en manifiestos, entrevistas y otras declaraciones públicas, de su fe en la República, su antifascismo y su solidaridad con las masas obreras.”

   En 1931, García Lorca comenzó a colaborar con los dirigentes republicanos en una importante iniciativa de renovación de la escena que constituiría el primer intento de promoción de un Teatro Nacional en España. Así, pocos días antes de la navidad de 1932, en el Paraninfo de la Universidad Central, realizó su presentación La Barraca, una agrupación teatral fundada por Federico García Lorca y Eduardo Ugarte con el propósito de desarrollar nuevas vías de gestión, al margen de la empresa privada, para atraer a otros públicos a la escena.   En su “Charla sobre teatro”, el 14 de agosto de 1934, defendió un modelo de teatro público y se decantó por un teatro de acción social que fuera el soporte de la cultura y educación de un país. En 1935, en una lectura de versos para los Ateneos Obreros realizada en el teatro Barcelona, fue aclamado como “poeta del pueblo”. En una carta dirigida a sus padres, les cuenta: “cuando leí el Romance de la Guardia Civil se puso de pie todo el teatro gritando ¡Viva el poeta del pueblo! Después, tuve que resistir más de hora y media un desfile de gentes dándome la mano, viejas obreras, mecánicos, niños, estudiantes, menestrales. Es el acto más hermoso que yo he tenido en mi vida.” Y fue él quien leyó el Manifiesto de los escritores españoles contra el fascismo, entre otras acciones públicas que lo ubican claramente en el bando republicano.

   Federico cree en la idoneidad del teatro como vehículo de acercamiento al pueblo, y manifiesta que “El teatro ha de recoger el drama total de la vida actual.” No debe extrañarnos, pues, la creación de los textos pertenecientes a la trilogía rural andaluza, donde ofreció una clara defensa de la libertad frente a la autoridad, pero también denunció algunos problemas graves del momento: las desigualdades entre clases sociales, el atraso del mundo rural y sus consecuencias en uno de sus colectivos más desprotegidos: las mujeres. El análisis de “La casa de Bernarda Alba” (1936), la última obra que escribió antes de ser asesinado, facilitará la comprensión de este proceso.

 

“La casa de Bernarda Alba”, un nuevo concepto de vanguardia: La obra refleja el ambiente oscurantista y las relaciones de servidumbre de un pueblo andaluz en el período anterior a la proclamación de la República. Uno de los aspectos que confieren actualidad a la obra es la concreción del conflicto en un mundo femenino. El autor conocía muy bien esta situación, ya que su niñez y juventud transcurrieron en Fuente Vaqueros, y aún cuando ya su familia se había instalado en Granada, siguió pasando allí sus vacaciones.

      Sin embargo, su planteamiento no sigue los cauces expresivos del realismo social. La configuración de temas, situaciones y personajes se realiza desde una perspectiva literaturizada que recrea elementos del teatro griego clásico y del drama áureo español, tratados a través del tamiz de técnicas expresivas vanguardistas.

   Es en la defensa de la libertad frente a la autoridad donde radica parte de la modernidad de la obra. Comentó Ricardo Doménech sobre la primera representación de la obra en Madrid, en 1964: “Lo que García Lorca nos presenta en escena es un problema de libertad o, por mejor decir, de ausencia de libertad, y ello mediante esta colisión entre el mundo de Bernarda –que es una sociedad petrificada, rígida, inflexible- y el mundo de Adela.” Y Ruiz Ramón destaca que: “el universo dramático de Lorca, como totalidad y en cada una de sus piezas está estructurado sobre una sola situación básica, resultante del enfrentamiento conflictivo de dos series de fuerzas que podemos designar principio de autoridad y principio de libertad. Cada uno de estos principios básicos de la dramaturgia lorquiana, cualquiera que sea su encarnación dramática –orden, tradición, realidad, colectividad de un lado, frente a instinto, deseo, imaginación, individualidad de otro- son siempre los dos polos fundamentales de su estructura dramática.”

   Pero también puede hallarse lo tradicional en su teatro, conectando con la veta neo popularista de los miembros de la Generación del 27. En la obra aparecen expresiones y refranes de carácter popular que permiten situar la acción en un ámbito rural y evidencian su conocimiento del folklore español: “gori-gori”, “lengua de cuchillo”, “mal dolor de clavo le pinche en los ojos”, “se te subirán al tejado”, “cae el sol como plomo”, “más vale onza en el arca que ojos negros en la cara”, “la sal derramada trae mala sombra”, etc. Sin embargo, como ha señalado Rodríguez Adrados: “Este teatro poético maneja un lenguaje literario, está muy lejos del costumbrismo, del dialecto popular y del folklore: universaliza elementos que pueden ser locales en el origen, pero que son en realidad simplemente humanos. Sigue y maneja modelos literarios, de los griegos a los clásicos españoles (Lope, Calderón) e ingleses (Shakespeare) y a los españoles modernos (Marquina, Valle-Inclán, Benavente)”.

   Dos de sus temas  principales, la defensa de la libertad frente a la autoridad, y la inexorabilidad del destino, entroncan con la tradición griega (la “Ifigenia” de Eurípides y la “Antígona” de Sófocles, por ejemplo).

   Federico defiende la primacía de los instintos amorosos sobre los criterios de la razón,  las opciones personales frente a las convenciones sociales, a pesar del trágico fin que provocan. Los imperativos morales tradicionales actúan con la misma fuerza que los hados que guían la acción de los personajes clásicos. Es en esta búsqueda de la libertad donde radica la tragedia protagonizada por las mujeres lorquianas, quienes queriendo huir de su destino de sometidas, acuden a la llamada poderosa de fuerzas ciegas que las hunden en la tragedia y en la muerte. El desafío de Adela, la hija menor de Bernarda, implica no sólo su muerte, sino la aniquilación de cualquier deseo para el resto de la familia: “¡A callar he dicho! (A otra hija) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto!”.

   El tratamiento del tema de la defensa de la libertad frente a las convenciones sociales asociado a la mujer, no puede entenderse en toda su dimensión sin relacionarlo con la recreación personal de Federico de un componente esencial del drama español de los siglos XVI y XVII: el honor. El autor convierte el tema de la honra en un instrumento para modernizar la tragedia clásica, pero son los personajes femeninos, sus víctimas más directas (“Nacer mujer es el mayor castigo”, dirá Amelia), los que le permiten llevar adelante esta nueva perspectiva. No puede entenderse su teatro sin considerar su irónica actitud hacia el tema de la honra, fruto de la dialéctica establecida entre el honor y el amor, piedra angular de sus tragedias. La mujer ocupa un lugar preferente en su universo dramático, víctimas casi siempre de los convencionalismos sociales o los intereses económicos que colisionan con sus deseos más íntimos, pero también son mujeres, incapaces de sustraerse a su trágico destino, las que actúan como eficaces medios de coacción contra otras.

      Bernarda representa a tantas mujeres de clase acomodada que, como resultado de una educación conservadora, se convierten en salvaguardas de los valores patriarcales. Por eso, cuando habla de su casa, se refiere a “esta casa levantada por mi padre”. Autoritaria hasta la crueldad, interesada, religiosa, constituye la expresión histórica de unos intereses económicos, en función de los cuales se establecieron los conceptos de religión, familia, sexualidad, libertad. Exponente del clasismo arraigado en la sociedad española de la época (“Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otra sustancia”, expresará Bernarda duramente), el sentido de su existencia se urde en relación con la imagen que proyecte hacia los demás, aunque sea a costa de ocultar sucesos y sentimientos (“Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar”). Dispuesta a mantener a su familia dentro de los límites fijados por una moral que rechaza la satisfacción de los instintos frente a las obligaciones impuestas por el matrimonio o la viudedad, protagoniza agrios enfrentamientos con su hija menor, Adela, y con su madre, María Josefa, paradigmas de dos momentos clave en la vida del ser humano, la juventud y la vejez.

   La asunción por su parte de los códigos sociales imperantes es tal que llega a subvertir la naturaleza humana, al acallar su dolor ante la muerte de su propia hija. Tanto sus palabras finales que llaman al silencio como sus declaraciones iniciales –“¡En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle! Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo”- recuerdan los discursos en defensa del honor del teatro clásico español. Por ello no debe sorprender que en su caracterización se mezclen elementos masculinos y femeninos. Sin embargo, conviene apuntar que la actitud cruel de Bernarda, carente de ternura y compasión, también se vislumbra en sus hijas: todas envidian la suerte de Angustias, Martirio se enfrenta con Adela, la única que expresa dolor por la muerte de su padre es Magdalena, ninguna manifiesta cariño por su madre, etc.

  

      Por otra parte, Bernarda es otra víctima de la contradicción entre las convenciones sociales y la fuerza de los instintos, del poder inexorable del destino, contra el que se lucha en vano. Al señalar dos posibles vías de acción ante el rol social imperante, la rebelión y la evasión, podríamos ubicar a Bernarda en este último grupo, junto a María Josefa. Si por una parte la protagonista parece defender el papel secundario reservado a la condición femenina –“Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.”-, por otra, su conducta revela una asimilación mimética que le lleva a adoptar una postura masculina de mando. A pesar de esto, su autoridad sufre una merma paulatina. Las mujeres se van rebelando contra ella. Primero Poncia y María Josefa; después sus hijas, en especial Adela, que llega a romper el bastón “de mando” de su madre.

   Adela, además de representar la rebeldía contra el sistema, obedece a sus instintos elementales básicos, la satisfacción de la sexualidad: “No por encima de ti, que eres una criada; por encima de mi madre saltaría para apagarme ese fuego que tengo levantado por piernas y boca”. No será la única: sus hermanas envidian la suerte de Angustias, por su futuro matrimonio con Pepe el Romano. Este aspecto es el que más pesó en la censura en los intentos de representación durante el período franquista, esa tendencia a abordar la sexualidad femenina de manera obsesionante. Palabras como éstas de Adela –“Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las queridas de algún hombre casado”- debieron escandalizar a mucha gente en esos tiempos.

   El contrapunto de Bernarda es Poncia, víctima, como la anterior, de un destino asignado desde su nacimiento, pero en su caso, dentro de una clase social sin recursos, contra el que se yergue, rodeada de cierta aureola indómita. Es quien pronuncia las palabras más duras sobre Bernarda: “Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara.” Al crearla, Federico sigue una de las costumbres del teatro clásico respecto a la aparición de criados.

 

La estilización por medio del símbolo: En la obra se aprecia la intención de ajustarse a las pautas del drama rural, un género tradicional en España, pero con algunas transformaciones por la visión creativa del escritor. El código realista se ve trascendido gracias a la capacidad connotativa del lenguaje simbólico utilizado, conectándose con los movimientos de renovación vanguardista de la época.

   Ya se ha mencionado la condición arquetípica del personaje de Bernarda, pero convendría aludir también a la configuración simbólica de otros. Todos son mujeres, vestidas de negro. Las edades de Adela (20), Angustias (casi 40), Bernarda (60) y María Josefa (80) señalan cuatro momentos relevantes en la vida del ser humano. Varias de ellas se presentan con denominaciones genéricas (Criada, Mendiga, Muchacha, etc).

   No hay que obviar la condición cristológica del personaje de Adela. La similitud entre Cristo y Adela se percibe ya desde que se imagina a sí misma coronada por espinas, y a medida que transcurre la acción va ahondándose su soledad frente al destino: “Dios me ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad”. En torno a ella, otros personajes advierten al espectador sobre lo que sucederá: María Josefa, que contiene los nombres de los padres de Cristo, se presenta llevando una oveja mientras los amantes se hallan juntos, lo cual puede explicarse como una alegoría de la situación de Adela. Por otro lado Poncia, que lleva el nombre de Pilatos, muestra como él pasividad ante el sacrificio al abstenerse de intervenir en el proceso: “Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado.” En el nombre de Pepe el Romano hay una mención simbólica a la Roma imperial, personaje que constituye una de las presencias más poderosas de la acción, a pesar de su falta de concreción física. Existe una similitud entre bajar el cuerpo de Jesús de la cruz, con la orden de Bernarda de descolgar el cuerpo de Adela.

   La recurrencia a lo simbólico se manifiesta también en los símbolos de configuración animalista, vegetal y cósmica. La presencia de animales intensifica determinados rasgos de los personajes o de la acción que realizan. La asociación de Pepe el Romano a lo equino es frecuente: viene montado en jaca, precedido por el sonido en off de sus pasos; luego es materializado a través de un blanco garañón que golpea los muros. La aparente sumisión de Poncia se representa a través del perro: “Pero yo soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza”. Pepe el Romano también es identificado con un león: “Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león”. María Josefa dice que Bernarda tiene cara de leoparda, y Magdalena cara de hiena.

   Los símbolos de carácter vegetal se sustentan en la analogía esencial Madre –Tierra, desde la identificación de los segadores con el árbol y el trigo, hasta la de lo femenino con las flores (“el segador pide rosas / para adornar su sombrero”). Hay también referencias al agua en sus distintos estados, simbolizando la libertad o el contacto con la naturaleza. En determinados casos sirve para aumentar la sensación claustrofóbica de los protagonistas: Magdalena se levanta de madrugada a refrescarse; Martirio expresa su deseo de que lleguen las lluvias; Adela manifiesta una y otra vez su sed. El mar es mencionado más de una vez, como espacio de paz, o símbolo de futuro y vida.

   La casa representa el mantenimiento del orden frente a un espacio externo, símbolo de las fuerzas que pugnan por actuar en su contra. La existencia de lugares, acciones o personajes fuera de este recinto se conoce por alusión. Tanto el corral contiguo donde se realizan algunos encuentros, como las calles colindantes son espacios simbólicos sin concreción escénica. Las ventanas representan la transgresión femenina. La iluminación exigida por el autor confirma su concepción psicologista.

      El uso del cromatismo también es significante. Prima el blanco, un color ligado a la pureza, pero también a la muerte. El contraste entre la tonalidad de las paredes y el atuendo negro de las mujeres amplifica el conflicto, confiere al recinto un aire de iglesia, donde parece estar oficiándose un ritual de muerte. Constituye, además, un guiño al arte cinematográfico. La oposición entre estos dos colores se rompe al entrar en juego el verde. Para Adela, su vestido verde representa el umbral hacia la libertad: “¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!”. Por eso Bernarda rechaza el abanico con flores rojas y verdes que le ofrece, y pide uno negro.

   Otros códigos simbólicos son los de carácter acústico. La obra se inicia con el doblar de campanas, premonición de la tragedia que va a acontecer, y con una letanía entonada por Bernarda y sus vecinas en la que se combinan fragmentos de un texto previo, tradicional, con versos inventados por el autor, vinculados con el contexto. Más adelante, el canto de los segadores remite a una existencia externa, a un recinto de libertad en contraste con el ambiente asfixiante de la casa; representa el deseo frente a la razón. Recordemos también los ladridos de los perros y los golpes del caballo excitado por la cercanía de las potras, símbolo de la fuerza de la pasión. Otros elementos transgresores son por ejemplo los silbidos de Pepe el Romano, las voces exteriores, los gritos de quienes persiguen a la hija de la Librada, etc.

      Varios críticos han llamado la atención sobre la significación del silencio en la obra, que presagia la tragedia, y a veces funciona como elemento de contraste. Como señal anuncia una serie de temas dispuestos en torno a un mismo centro –la muerte-. El diálogo se ve siempre truncado e incompleto, y el silencio es una máscara, no un vacío. Bernarda ingresa a la obra pidiendo silencio, y la finaliza del mismo modo.

 


ANÁLISIS DE LA CASA DE BERNARDA ALBA, PARTE 1

 

LA CASA DE BERNARDA ALBA, de FEDERICO GARCÍA LORCA 

Análisis- Parte 1

 

LA INSPIRACIÓN EN LA REALIDAD

   Si hablamos de la obra dramática de Federico, debemos referirnos a lo que él consideraba su comunicación más profunda con la gente. Dos meses antes de morir, le dice a un periodista: “Particularmente yo tengo un ansia verdadera por comunicarme con los demás. Por eso llamé a las puertas del teatro y al teatro consagro toda mi sensibilidad.” Ese deseo se refleja en los temas y en la conexión con la realidad que su obra dramática muestra, a pesar de la veta lírica que la integra. Y es notorio en su obra dramática de tema rural: Bodas de sangre, Yerma, y La casa de Bernarda Alba. Las tres son tragedias que si bien trascienden cualquier ámbito, se originan en el ambiente rural español de principios del siglo XX, ambiente que Federico conocía muy bien, no sólo porque su familia tenía propiedades en los campos andaluces, sino porque además tuvo la oportunidad de recorrer los pueblos del interior profundo de España, sea por estudio o por su actividad como director del proyecto teatral La Barraca. Y si bien su teatro no es costumbrista ni realista puro, la base es la realidad.

(FACHADA E INTERIOR DE LA CASA REAL DE LOS ALBA)

   La casa de Bernarda Alba, por ejemplo, está inspirada en un acontecimiento real del que Federico fue testigo siendo niño. Así lo relata el autor al embajador chileno Enrique Morla Lynch, en el año 1936: "Hay, no muy distante de Granada, una aldehuela en la que mis padres eran dueños de una propiedad pequeña. En la casa vecina y colindante a la nuestra vivía una viuda de muchos años que ejercía una inexorable y tiránica vigilancia sobre sus hijas solteras. Prisioneras privadas de todo albedrío, jamás hablé con ellas, pero las veía pasar como sombras, siempre silenciosas y siempre vestidas de negro. Ahora bien, había en el confín del patio un pozo medianero, sin agua, y a él descendía para espiar a esa familia extraña cuyas actitudes enigmáticas me intrigaban. Y pude observarla. Era un infierno mudo y frío en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo una férula inflexible de cancerbero oscuro. Y así nació La casa de Bernarda Alba, en que las secuestradas son andaluzas, pero como tú dices, tienen quizás un colorido de tierras ocres más de acuerdo con las mujeres de Castilla".

(EL POZO DESDE DONDE FEDERICO, DE NIÑO, ESPIABA A LAS VECINAS ALBA)


   Lo cierto es que el personaje de Bernarda está inspirado en Frasquita Alba, integrante de una familia terrateniente del pueblo de Valderrubio (increíblemente en tiempos de Federico el pueblo se denominaba Asquerosa), y algunos de los diálogos de la obra son reproducción de los que siendo un niño, Federico escuchó oculto en el pozo medianero que había entre la casa de sus tías y la de la familia Alba. Según algunos biógrafos, esta “denuncia” realizada por el autor, pudo incidir en los acontecimientos que rodearon su muerte, ya que la poderosa familia Alba, al enterarse de la existencia de esta obra inspirada en  algunos de sus secretos, supuestamente pretendió vengarse alentando su ejecución.

(FRASQUITA O FRANCISCA ALBA, INSPIRACIÓN DEL PERSONAJE DE BERNARDA)


   Agreguemos a la inspiración en una situación concreta o en una familia determinada, el interés de Federico de exponer una realidad social, algo que se hace evidente en el subtítulo: “DRAMA DE MUJERES EN LOS PUEBLOS DE ESPAÑA”, y en la acotación que incluye luego de la lista de personajes: “El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.”  ¿Qué implican estas aclaraciones del autor? Comencemos por el subtítulo. Los dramas de Federico tienen como protagonistas a mujeres de manera casi absoluta. Así fue en Mariana Pineda, en Yerma, en La zapatera prodigiosa, en La casa de Bernarda Alba, y en parte en Bodas de sangre. Su sensible interés por el mundo femenino conlleva un intento de reivindicación de la pasión femenina en lucha contra el orden patriarcal establecido, que en esa época pretendía mujeres sumisas, dominadas. La visión del autor no es complaciente con esa opresión, y si bien muestra los destinos trágicos de las mujeres que se atrevieron a rebelarse, su obra es un canto a la libertad. En cuanto a su acotación referida a la idea de realizar un documental fotográfico, es más una expresión literaria del autor que una realidad, ya que si bien sus obras, como ya se dijo, tienen una base realista, en ningún momento realiza costumbrismo (los parlamentos de los personajes, por ejemplo, son estilizados y por momentos líricos, lo cual los aleja de la imitación exacta de la realidad), e intercala elementos poéticos, simbólicos, de corte vanguardista, etc. Debemos interpretar, por tanto, que esta acotación alude más bien a su representación de la esencia emocional y humana de los personajes y sus conflictos, más que a una actitud imitativa de la cotidianeidad.

 

ÉXITO Y CENSURA

(MARGARITA XIRGU INTERPRETANDO A BERNARDA)


   Federico escribe esta obra pensando en que la primera actriz catalana Margarita Xirgu asumiera el rol de Bernarda. De hecho, ella representó varias de sus obras, y existe la certeza de que la actriz le pidió un papel de “mala” y Federico le prometió escribírselo. Pero el autor muere sin lograr alcanzarle la obra terminada,  ya que si bien había tenido algunas lecturas en su tierra natal previas a la representación, Margarita Xirgu no se encontraba en España cuando estalló la guerra civil, por hallarse en una gira por Latinoamérica. Debido a sus ideas republicanas y de izquierda, la actriz nunca pudo volver a España y vivió en el exilio en Latinoamérica hasta su muerte. Por ello sacó ciudadanía uruguaya, y tuvo un papel importante en nuestro teatro nacional y el Sodre.  La casa de Bernarda Alba llegó a las manos de la Xirgu en enero de 1945,  nueve años después de la ejecución de Federico, y en ese mismo año, el 8 de marzo, la estrena en Buenos Aires. Es un éxito rotundo, y el público aplaude largo rato de pie en homenaje a la actriz y al poeta asesinado.


   Luego de este estreno póstumo, la obra se convierte en un éxito tanto en Latinoamérica como en países europeos, por ejemplo en Francia, donde Federico es uno de los autores más representados, aún en el siglo XXI. Paradójicamente, y debido a las circunstancias históricas (la dictadura franquista, que duró unos 50 años) en España su obra póstuma se conoció tardíamente, pues se estableció una censura sobre toda la obra de Federico, y si bien se hizo una puesta en escena en 1950, recién en 1964, bajo la dirección de Juan Antonio Bardem, se realiza una representación que resulta visible al público español. En adelante, de a poco, comenzó a abrirse un poco la tenaza de la censura, permitiéndose paulatinamente el ingreso de sus obras al público y lectores de España.

 

ASPECTOS GENERALES DE LA OBRA

a)     EL TÍTULO-.

Emblemático, epónimo y simbólico. Es epónimo porque menciona a la protagonista (Bernarda). Pero además, esa casa mencionada es la locación de todas las acciones de la obra, manteniéndose en este sentido dentro de los códigos aristotélicos (respeta la unidad de lugar). Esa casa cerrada, de muros gruesos, y cuya luminosidad pasa de blanquísima a blanca, y finalmente a blanca con tonos azulados, es el dominio de Bernarda, su propiedad, el lugar donde ejerce su poder tiránico, y así nos anticipa parte de la temática y conflicto de la tragedia. Es, a su vez, un símbolo de ese autoritarismo opresor sobre sus hijas.

 

b)    GÉNERO Y ESTRUCTURA-.

Federico define a La casa de Bernarda Alba como un drama (“DRAMA DE MUJERES EN LOS PUEBLOS DE ESPAÑA”), pero por sus características podemos señalar que la obra es, dentro de la clasificación de obras dramáticas, una tragedia, ya que los hechos principales son dolorosos, tristes, el final es funesto, y provoca espanto y compasión en los espectadores. Dentro de su concepción trágica, el autor incluye pasajes líricos y simbólicos, además de los dramáticos.

En cuanto a su estructura, se divide en 3 actos, en los cuales no están numeradas las escenas. A grandes rasgos, podemos definir que en el primer acto se encuentra el planteo del conflicto, en el segundo el desarrollo, y en el tercero ese desarrollo desemboca en el desenlace trágico. Desde este punto de vista la obra también sostiene la estructura clásica aristotélica (existe una acción principal, y se plantea, desarrolla y desenlaza el conflicto).

 

c)     TEMAS-.

La obra es muy rica en conceptos, y por tanto no existe un único tema. Sin embargo existe un tema principal, vinculado con la protagonista y su antagonista: el enfrentamiento entre la moral conservadora y autoritaria, representada por Bernarda, y el deseo de libertad -en este caso a nivel sexual y afectivo- representado por Adela, la hija menor de Bernarda.

   Otros temas que aparecen son: la pasión (el amor sensual); el rol de la mujer en la España de esa época; el clasismo y la injusticia social; la honra; la confrontación entre realidad y apariencias; la hipocresía; los celos y la envidia, etc.

 

d)    LA TRAMA-.



La obra inicia con un diálogo entre dos empleadas de la casa (Poncia y una criada) donde se informa que Bernarda y sus cinco hijas están en la misa por la muerte del segundo marido de Bernarda. Esa circunstancia explica la partición de bienes, en que la hija mayor, Angustias, de 39 años, por ser hija del primer marido de Bernarda, queda rica, en tanto las otras cuatro hijas (Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, por orden de edad), a pesar de su posición social, reciben mucho menos de herencia. La noticia  llega al pueblo, y Angustias recibe el pedido de matrimonio de un pretendiente, Pepe el Romano. Este hombre será una de las piedras de discordia en la familia. Si bien nunca aparece en escena (este drama incluye sólo personajes femeninos) es fundamental para el desarrollo del conflicto. Se dice de él que tiene 25 años y es el mejor partido del lugar. Los conflictos se encienden cuando por un lado Bernarda exige un luto cerrado de ocho años (esto implicaba vestir rigurosamente de negro con vestidos muy cubiertos, y estar encerradas en la casa hasta con las ventanas cerradas y sin hacer vida social), y por otro las hermanas se enteran de la futura boda de Angustias con un hombre guapo pero que no está enamorado de ella, sino que va a casarse por interés económico. Ya en el planteo se vislumbra que Adela, la hija menor de Bernarda, de 20 años, no está feliz con esas imposiciones. Es joven y quiere disfrutar de su juventud, algo que el autor representa a través de dos símbolos: el abanico que le ofrece a su madre, redondo y con flores de colores, y el vestido verde que iba a estrenarse en su cumpleaños pero ya no podrá, por lo cual se lo pone para pasearse en el gallinero. Pero el quiebre se produce cuando se entera de la futura boda de su hermana mayor con Pepe el Romano. Más adelante en la trama se informa que Pepe el Romano había estado cortejando mediante misivas a Adela, sin embargo, cuando se realiza la partición de bienes, optó por pedir la mano de la hermana más rica.

   En el segundo acto el conflicto se desarrolla a través de tres grandes discusiones: la primera entre Poncia y Adela, ya que Poncia le sugiere a Adela que sabe lo que está haciendo (está viéndose a escondidas con Pepe el Romano) y Adela la desafía; la segunda entre Bernarda y sus hijas, centrándose en Martirio, ya que a Angustias le desaparece el retrato de Pepe el Romano, y se descubre que Martirio lo tenía escondido en su cama; y la tercera entre Martirio y Adela, donde Martirio revela que también está enamorada de Pepe el Romano y que siente odio, envidia y celos por su hermana porque Pepe, aunque vaya a casarse con Angustias, desea y quiere a Adela, por lo cual Martirio la amenaza con contarle a su madre acerca de su relación prohibida con el prometido de su hermana. En este acto se muestra cómo Bernarda se engaña creyendo que tiene todo bajo control, y sin embargo, ocurren muchas situaciones que escapan de su conocimiento, desde que Adela se convierte en amante del prometido de Angustias, hasta la existencia de una guerra interna entre las hermanas, apasionadas por el mismo hombre.

   En el tercer acto el conflicto desenlaza. Poncia le advierte a Bernarda que están ocurriendo situaciones que escapan de su control y que debería rectificar el rumbo (da a entender que no es natural que Pepe se case con Angustias por interés, y que en realidad debería casarse con Adela), pero Bernarda se encierra con soberbia en su error y no quiere escucharla. Por la noche se produce un nuevo enfrentamiento entre Adela y Martirio, cuando ésta última se da cuenta que Adela está con Pepe en el establo, y se genera un escándalo que levanta a todas las mujeres de la casa. Adela se enfrenta a todas con mucha pasión, pero Bernarda pide la escopeta para ahuyentar a Pepe el Romano, y cuando se escucha un disparo, Martirio entra diciendo “¡Se acabó Pepe el Romano!”, haciéndole creer a Adela que su amor había muerto. Adela corre, desesperada, a encerrarse en su cuarto. Bernarda le exige a Adela que abra la puerta. Se escucha un golpe, y finalmente Poncia logra entrar al dormitorio forzando la cerradura, y con un grito de horror, da a entender que Adela se suicidó, llevándose la mano al cuello para sugerir que se ahorcó. Ni aún en ese momento atroz Bernarda expresa tristeza o dolor, y fiel a lo que le pedía a Magdalena en el primer acto (quien lloraba por la muerte de su padre), no sólo no llora, sino que exige a sus hijas que no haya lágrimas. Bernarda finaliza la obra declarando que su hija menor ha muerto virgen (algo que no era cierto) y diciendo la misma palabra que al inicio: “¡Silencio!”.

 

e)     LOS SÍMBOLOS-.

El símbolo es uno de los recursos que más emplea Federico en su obra, y La casa de Bernarda Alba no es una excepción.

   Encontramos una gran variedad de símbolos, algunos asociados a un personaje determinado, otros que ilustran la esencia trágica de la obra, o alguno de los temas que se desarrollan. Veamos los más importantes:

·         La casa: Es el sitio donde todo ocurre, pero también es el dominio de Bernarda, donde ejerce su autoridad tiránica sobre sus hijas. En ella se reflejan sus obsesiones: la blancura se vincula con el honor, la limpieza, la imagen que quiere mostrar; los muros gruesos con su deseo de alejar a los ajenos de su intimidad con la intención de preservar sus secretos oscuros, y más aún con su autoridad asfixiante, especialmente sobre sus hijas, a quienes domina, reprime, y encierra, también con esos 8 años de luto cerrado que al inicio de la obra mandata deberán cumplir, y que en el desenlace, ante el suicidio de Adela, se convertirán en “un mar de luto” en el que todas se hundirán. Esa casa termina siendo una cárcel o una especie de convento cerrado para las hijas de Bernarda. En la simbología tradicional, una casa suele representar a la mujer, lo femenino, y en este matriarcado sólo aparecen mujeres.

·         Los colores: Federico, llevado por su espíritu vanguardista, emplea los colores de manera intencional y extrema, con la intención de dejar sensaciones, impresiones, generar un impacto emocional. EL BLANCO: Uno de sus recursos vinculados con el color se asocia con la casa, sobre lo cual se informa en la acotación inicial: “Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda”, pero este color blanco vinculado con la pureza e indirectamente con la virginidad, se va oscureciendo a medida que la obra transcurre, y ya en la acotación inicial del segundo acto, se habla de “Habitación blanca”, para finalizar en la acotación inicial del tercer y último acto afirmando “Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda”. O sea, el blanco se degrada, se oscurece, vinculado sin duda no sólo con la derrota de la protagonista en su intento de dejar la imagen de una honra inmaculada, sino también con los sucesos cada vez más trágicos que ocurren en su hogar. También es blanco el caballo garañón, que en el tercer acto aparece como símbolo de la pasión y el deseo sexual, así como la luna. EL NEGRO: es el color predominante en la obra y está asociado con el luto, la ausencia de alegría y de vida, y la tragedia que se desarrollará en la obra. Tanto Bernarda como sus hijas visten de riguroso luto durante toda la obra, y al inicio, el autor menciona, hiperbólicamente, que entraron a la casa doscientas mujeres vestidas de luto, “con pañuelos, grandes faldas y abanicos negros”. EL VERDE: En la obra total de Federico este color tiene varios significados, a veces contradictorios entre sí, pues tanto representa la naturaleza y su vitalidad, o la esperanza, como la muerte. Esa unión de significados la vemos tanto en el abanico que Adela entrega a su madre como en el vestido que pensaba estrenarse en su cumpleaños, pero que debido al luto que deberá guardar por la muerte de su padre, no podrá usar.

·         El bastón de Bernarda: El bastón en el que Bernarda se sostiene es un símbolo de su autoridad. Basado en la tradicional significación de mando, recuerda el cayado del pastor y el cetro de los reyes. Bernarda lo emplea tanto para sostenerse como para castigar. Por ese motivo la acción de Adela en el último acto reviste tanta importancia simbólica: la rebelde, la que desea gozar de su vida y ser libre, “arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos”. La autoridad inflexible de Bernarda se quebranta por la pasión de Adela.

·         El abanico redondo y el vestido verde de Adela: Estos elementos representan la vitalidad y el deseo pasional de Adela de ser libre y gozar de su juventud y de su cuerpo. Cuando Bernarda le pide un abanico, se indica que Adela le alcanza uno “redondo con flores rojas y verdes”, y Bernarda lo tira al suelo y le exige que aprenda a respetar el luto de su padre. Luego nos enteramos que Adela se ha puesto un vestido verde que pensaba estrenar en su cumpleaños para pasearse en el gallinero con él. Ese vestido refleja su ímpetu juvenil y vital, la fuerza de su pasión, pero también es un anuncio de su muerte. Ambos elementos anticipan su rol como antagonista, su actitud transgresora del orden que pretende imponer su madre.

·         El calor, la sed: El autor ubica los hechos en verano, un verano particularmente caluroso. Ese calor que las agobia y asfixia en tanto deben estar encerradas en la casa y vestidas con pesados vestidos largos y cubiertos para cumplir el luto, así como la sed constante que tienen (se habla también de beber agua varias veces) representa simbólicamente las ansias de esas mujeres que ven pasar sus vidas sin poder gozar por causa de los mandatos férreos de su madre. Esa pasión reprimida se desboca en el personaje de Adela.

   Otros símbolos: los nombres de los personajes fueron elegidos con intención (Bernarda significa “con la fuerza de un oso”, Adela “noble”, Angustias, Martirio y Magdalena se vinculan con el sufrimiento y el llanto, Amelia con la falta de miel o dulzura; el anillo de perlas que Pepe el Romano entrega a Angustias como muestra de su compromiso, representa las lágrimas; la oveja que trae María Josefa tiene connotaciones bíblicas y alude a Jesucristo crucificado y por tanto al sacrificio de Adela, así como la corona de espinas que ésta menciona; la sal que se derrama en el último acto augura desgracia; la luna aparece mucho en el universo poético lorquiano, y es un símbolo del erotismo y la pasión, pero también de la muerte, etc.

 

FEDERICO GARCÍA LORCA Y LA GENERACIÓN DEL 27

 

FEDERICO GARCÍA LORCA Y LA GENERACIÓN DEL 27

 



LA BIOGRAFÍA-.

   FEDERICO GARCÍA LORCA fue el escritor más brillante y célebre de su generación, y el más estudiado de todos los autores españoles, luego de Cervantes con su Quijote. Fue poeta, dramaturgo, director teatral y conferencista, además de mostrar talento como dibujante y pianista. En suma, fue un artista completo y genial, quien además, según testimonios de quienes lo conocieron personalmente, gozaba de un inmenso carisma.



   Nacido el 5 de junio de 1898 en Andalucía, España, en el pueblo granadino de Fuente Vaqueros, creció en una familia de buen pasar económico, siendo el mayor de cuatro hermanos. Su padre, Federico García Rodríguez, era un hacendado, y su madre, Vicenta Lorca, era maestra de escuela. Esto le permitió tener la disponibilidad económica suficiente para viajar y dedicarse de lleno a sus estudios y actividades artísticas sin tener que angustiarse en su época de preparación por su sustento; y por otro lado, gracias a su madre disfrutó de un contexto culto en su hogar que despertó su interés por el arte y la literatura desde que era un niño.



   En principio, y hasta su adolescencia, se interesó tanto por la música que pensó que se dedicaría a ello; sin embargo, esto no era bien visto por su familia, que deseaba que tuviera algún título de profesión liberal. De este modo fue que estudió en la Universidad de Granada Filosofía y Letras, y también Derecho –en este caso para contentar a los padres-, recibiéndose a los 23 años. Este giro en sus estudios despertó su vocación literaria. Fue durante su etapa universitaria que comenzó a frecuentar el café Alameda, donde participó del centro de tertulias El rinconcillo. Allí se reunían intelectuales de varios ámbitos (algunos de renombre internacional, como el compositor Manuel de Falla, o el académico, escritor y periodista Melchor Fernández, o el catedrático y político Fernando de los Ríos) con la idea de desarrollar un cambio en el ambiente cultural de la ciudad de Granada. Al mismo tiempo, gracias a su profesor de facultad Martín Domínguez Berrueta, realizó viajes de estudios por distintos puntos de España, que lo inspiraron para escribir su primer libro en prosa, titulado Impresiones y Paisajes (1918).

   Pero lo más crucial para su desarrollo como escritor fue su estadía como huésped en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde convivió con figuras que serían tan relevantes como el cineasta Luis Buñuel y el pintor surrealista Salvador Dalí, además de interactuar con intelectuales ya reconocidos, como fue el caso de Albert Einstein, Marie Curie, Juan Ramón Jiménez, Paul Eluard, Louis Aragon, etc. En este lugar conoció a varios representantes de la Generación del 27, como Rafael Alberti, Pedro Salinas,  Manuel Altolaguirre o Emilio Prados. Su amistad con Dalí fue tan estrecha, que en 1925 primero, y luego en 1927, el pintor invitó a Federico a pasar la Semana Santa en su casa en Cadaqués, un pueblo costero cuya belleza impactaría profundamente en el escritor.

(FEDERICO Y SALVADOR DALÍ)


   Todas estas influencias generan que a partir de 1920, Federico comience a publicar tanto obras dramáticas como líricas. En 1920, por ejemplo, estrena su primer obra teatral, El maleficio de la mariposa, obra en la que colabora con su arte el pintor uruguayo Rafael Pérez Barradas. En esta misma época está creando su Poema del cante jondo, que con el afán de perfeccionismo de Lorca, publica recién diez años después. Este perfeccionismo se suma a la idea que tiene el escritor de que la poesía muere cuando se la imprime, por tanto muchos de sus poemas eran ya conocidos popularmente antes de que se decidiera a publicarlos (lo mismo ocurre con su Romancero Gitano, que publica recién en 1928, pero en cuyos textos trabajó al menos durante cuatro años).



   En este período, además de gozar de gran fecundidad productiva, comienza a ser más conocido por su carisma y calidad. Así, produce una seguidilla de obras que se difunden y tienen excelente recepción popular. En género dramático, tenemos Mariana Pineda (1927), La zapatera prodigiosa (1930), la tragedia Bodas de sangre (1933), Yerma (1934), y Doña Rosita la soltera (1935). La casa de Bernarda Alba fue su última obra, pero no llegó a ver su estreno, ya que fue póstumo (o sea, se estrenó después de la muerte del autor). Por otra parte, y consolidando su importante aporte al teatro español,  en 1933 funda su proyecto de teatro universitario La Barraca, con el cual viajó por distintos pueblos de España llevando a los sitios más recónditos y humildes la representación de obras nacionales de diversos autores, con el objetivo de instruir y entretener a quienes de otra manera no tenían acceso a la cultura.

   Además de esta importante labor dentro de España, Federico realiza dos viajes que marcarían una inflexión en su carrera literaria. El primero, el que realizó en 1929 a la ciudad de Nueva York, donde se sorprendió ante la imagen urbana y mecanizada, el maltrato a los negros, las multitudes, los trenes cargados de animales muertos. Esa angustia vital la vuelca en un libro de poesías, Poeta en Nueva York, que da a conocer en 1930. Veamos como ejemplo el poema LA AURORA, de ese libro:

“La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

 

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

 

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

 

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

 

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.”

 

    El otro viaje que fue importante para su carrera, es el que realizó en 1934 a Sudamérica, donde permaneció durante varios meses en el Río de la Plata, primero en Buenos Aires, y luego casi un mes en Montevideo. Allí realizó una intensa labor cultural con referentes de la cultura de los países de la región. Estos viajes no solamente le brindaron inspiración y ampliaron su visión del mundo, sino que también consolidaron su prestigio internacional.

   En cuanto a su creación lírica, sus dos libros más difundidos son Romancero Gitano (1928) y Poeta en Nueva York (1930). Se publicaron póstumamente dos colecciones de poemas: Diván del Tamarit, y Sonetos del amor oscuro.

    SU MUERTE: Si bien Federico no fue un hombre de barricada ni ejerció tarea política, y se vinculaba con personas de distintas ideas políticas, tuvo ideas republicanas y de contenido más progresista que conservador. Esto se nota no solamente en los mensajes que deja en sus obras y otros escritos, donde confiesa su empatía por los más vulnerables y discriminados y su dolor ante la injusticia, sino también en su modo de vida, mediante los cuales expresa un profundo amor por la libertad. Esto lo puso en la mira de los falangistas, y cuando estalló la Guerra Civil española, en julio de 1936, formó parte de los intelectuales considerados enemigos del franquismo, a pesar de que Lorca nunca adhirió a ningún partido político ni tomó jamás un arma.

   Varios amigos le sugirieron que se exiliara porque su vida podía correr peligro. Él desestimó este consejo, porque no se consideraba un blanco político, y se vinculaba tanto con republicanos como falangistas, y quería permanecer en su tierra natal. Sin embargo, en julio de 1936, estando en la casa familiar de Granada, la situación se volvió insostenible. Los falangistas arrestaron a su cuñado, alcalde de la ciudad, Manuel Fernández Montesinos, y un mes después lo fusilaron, y no contentos con esto fueron más de una vez a su casa y maltrataron tanto a Federico como a su padre anciano. Finalmente, decidió refugiarse en casa de una familia falangista amiga, la de Luis Rosales, poeta y crítico literario. A partir de aquí comienzan las versiones, pero existen pocas certezas. Una de las versiones indica que existía una pugna en la ultra derecha española entre el falangismo y un grupo denominado CEDA, y que fueron integrantes de CEDA los que hicieron la denuncia, decidieron el fusilamiento del poeta, y fueron a buscarlo a casa de los Rosales, y no directamente los falangistas, por ejemplo. Otras incertidumbres tienen que ver con quién delató el lugar donde se escondía el poeta: una versión indica que cuando un grupo armado fue a su casa a buscarlo, ante el apremio físico y las amenazas a su padre, una de sus hermanas confesó a los agresores dónde se encontraba Federico; otra versión señala que uno de los hermanos Rosales, en desacuerdo con el resto de su familia, denunció la presencia del poeta en su casa a las autoridades.

   Lo cierto es que prendieron a Federico el 16 de agosto de 1936 en casa de los Rosales, y le hicieron pasar la noche en un calabozo improvisado en el pueblo de Víznar. Y a pesar de múltiples notas y reclamos oficiales de personalidades intelectuales y políticas del mundo (como por ejemplo, los embajadores de Argentina, Colombia y México) exigiendo su liberación con vida, fue fusilado la madrugada del 18 de agosto, según se cree, en un camino apartado de Víznar, bajo unos olivos, junto a otros republicanos. Se lo acusaba de ser “rojo”, espía de los rusos, amigo del socialista Fernando de los Ríos, y también se lo condenaba por su homosexualidad. Nunca se ha podido hallar sus restos. Por distintos motivos, sus asesinos ocultaron el lugar preciso donde fue sepultado, y aún ahora el mundo desconoce dónde reposa el cuerpo del poeta más importante de toda la historia de España.

(Barranco Víznar)


   Hay quienes dicen que el poeta tuvo una premonición de su propia muerte cuando escribió su Prendimiento y Muerte de Antoñito el Camborio. En el Prendimiento expresa: “Y a la mitad del camino,/ bajo las ramas de un olmo,/ guardia civil caminera/ lo llevó codo con codo. […]Antonio Torres Heredia,/ hijo y nieto de Camborios,/ viene sin vara de mimbre/ entre los cinco tricornios.[…] A las nueve de la noche/ lo llevan al calabozo,/ mientras los guardias civiles/ beben limonada todos./ Y a las nueve de la noche/ le cierran el calabozo,/ mientras el cielo reluce/ como la grupa de un potro.” Y en la Muerte: ¡Ay Antoñito el Camborio/ digno de una Emperatriz!/ Acuérdate de la Virgen/ porque te vas a morir. […]Tres golpes de sangre tuvo/ y se murió de perfil./ Viva moneda que nunca/ se volverá a repetir.”

   Muchos poetas amigos y admiradores escribieron homenajes a Federico, lamentándose por su muerte. Entre ellos Luis Cernuda, integrante de la Generación del 27, y Antonio Machado, el poeta más importante de la Generación del 98, una generación anterior a la de Federico.

   Así lo despidió Antonio Machado:

“EL CRIMEN

Se le vio, caminando entre fusiles

por una calle larga,

salir al campo frío,

aún con estrellas, de la madrugada.

Mataron a Federico

cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos

no osó mirarle a la cara.

Todos cerraron los ojos;

rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico

—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.

… Que fue en Granada el crimen

sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!…”

 


   LA GENERACIÓN DEL 27-.

      Se le denomina así a un grupo de escritores, artistas e intelectuales que el 16 y 17 de diciembre de 1927 se reunieron en unas jornadas organizadas por el Ateneo de Sevilla para homenajear al poeta español barroco Luis de Góngora, por el tricentenario de su muerte, y constituyeron, por su calidad e importancia, la llamada Edad de Plata de las letras españolas.



   Acerca del nombre de este grupo y sus integrantes existen múltiples debates. Lo primero que se discute es si constituyen una generación o no, ya que este grupo no cumple con todos los criterios del crítico alemán Petersen para hacerlo. Por ejemplo, no tienen un guía o jefe, no todos tienen una formación similar ni todos nacieron en años próximos entre sí, y en realidad, no hay un hecho histórico importante que dé inicio a la aglutinación del movimiento, pues el hecho histórico que afecta a todos (la Guerra Civil española) comienza recién en 1936. Tampoco tienen estilos semejantes producto de una voluntad colectiva, no fueron escuela ni escribieron manifiestos. Pero sí tienen lazos de amistad (uno de los requisitos) o al menos hubo varios grupos de amigos, y participaron en actos colectivos, además de que también podemos hallar una tendencia común.

   La fecha 1927 se toma como punto de partida porque en el homenaje a Góngora se conocieron muchos de sus integrantes y luego continuaron lazos de amistad, pero la producción escrita de sus miembros comienza años antes, alrededor de 1920. Por esa razón algunos críticos literarios hablan de Generación del 25 para buscar una fecha intermedia, pero el nombre más difundido es Generación del 27.



   Otro punto de debate gira en torno a la cuestión de sus integrantes. Existe una especie de nómina “oficial” o canónica que incluye a los siguientes ocho poetas: Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Jorge Guillén y Pedro Salinas. En esa lista se dejó de lado a las mujeres poetas de la época que participaron de las actividades de esta generación, y que luego fueron reivindicadas por investigaciones posteriores, como Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre y Concha Méndez. Algunos críticos literarios mencionan también a otros poetas que no estuvieron en primera línea, pero participaron del grupo, como Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. También hay quienes al hablar de Generación del 27 no se refieren solamente a un grupo de poetas, sino que incluyen además a otros artistas e intelectuales, como por ejemplo Salvador Dalí (pintor), Manuel de Falla (músico) o Luis Buñuel (cineasta).

 

PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS:

Ø  TRADICIÓN Y VANGUARDISMO: Estos poetas tuvieron la peculiaridad de que aunque fueron influidos por la Vanguardia en algunos aspectos, no adoptaron una actitud de rechazo de la tradición literaria. Se mostraban admiradores de Góngora, respetaban a Juan Ramón Jiménez, o tomaban como inspiración al Romancero. Sin embargo, aunque no fueron enteramente rupturistas, enriquecieron sus creaciones con los aportes de la Vanguardia, sobre todo del Surrealismo, explorando su inconsciente, buscando una belleza que estaba por encima de la realidad, empleando un lenguaje onírico, o mediante el uso de imágenes, símbolos y metáforas.

   Otra Vanguardia que fue influyente sobre algunos de estos escritores españoles fue el Expresionismo, con su rechazo por la urbanización y la mecanización, y su distorsión de los aspectos objetivos de la realidad, alterados por la emocionalidad del creador.

   De esta manera, alternaron creaciones caracterizadas por el verso blanco o libre, acordes al espíritu transgresor vanguardista, con composiciones que seguían los formatos tradicionales o clásicos, como el soneto, el romance o la copla.

Ø  INTENCIÓN ESTÉTICA: La poesía de esta Generación se caracteriza por su belleza. Si bien adoptaron algunos recursos y actitudes del Vanguardismo, estos poetas no tomaron la estética de lo feo como lenguaje generacional. Aún en el momento de mayor influencia de los movimientos vanguardistas, el feísmo casi no aparece en la poesía del 27. Buscaban la belleza por medio de las imágenes, y su principal recurso fue la metáfora, ya que pretendían representar la realidad sin describirla.

   También se caracterizaron por presentar poemas cadenciosos, con ritmo y sonoridad significativa para los contenidos, agradables al oído, ya que deseaban que lo auditivo complementara la belleza visual de sus creaciones, apuntando a una noción de completud.

   Esta intención estética se vincula con su estilo predominante, que los empujaba a emplear un lenguaje cargado de lirismo.

Ø  LOS TEMAS: Si bien aparecen algunos temas que son tópicos literarios (o sea que fueron trabajados por otros líricos de manera recurrente a lo largo de distintos siglos), como ser el amor, la muerte, el destino, el paso del tiempo o la naturaleza, ellos imprimieron su toque personal y procuraron revitalizar estos temas alejándose de los encares manidos, buscando la originalidad. De este modo, encontramos por ejemplo la incursión en temas considerados tabú, y surgen poemas amatorios de corte homosexual (Aleixandre, Cernuda, García Lorca).

   Por otra parte, a medida que avanzaban los años se iba procesando una evolución temática, ya que en una primera fase los temas estuvieron más conectados con un espíritu vanguardista más deshumanizado (la urbe, las máquinas, la actitud lúdica con las palabras), pero luego comienzan a aparecer temas más vinculados con una visión más comprometida con la realidad de su tiempo y sus conflictos sociales, partiendo incluso de posturas políticas, como en el caso de Rafael Alberti, quien adhirió al Partido Comunista y participó de la Guerra Civil contra el dictador Franco. En esta etapa el grupo recibe también la influencia de un gran poeta latinoamericano, como fue Pablo Neruda, quien incursionaba por esta época en una literatura revolucionaria, de denuncia y de compromiso social.

   La Guerra Civil y la mezcla de dolor y amor por España, se constituyen en temas principales cuando estalla el conflicto. Posteriormente, tras la derrota de los  republicanos, algunos escritores que debieron huir para no ser apresados o asesinados (García Lorca fue ejecutado, Miguel Hernández, poeta más joven pero que se vinculó con los de esta generación, fue apresado y murió en la cárcel por ser republicano) desarrollaron, cada uno a su manera, la temática del exilio.